El 15 de junio se presentó en París la Declaración de Solidaridad Europea, una propuesta de segmentación controlada de la Eurozona a partir de la salida de los países más competitivos como estrategia para evitar el colapso económico y político de la UE. La propuesta no es original, ya en octubre de 2010 el nobel Joseph Stiglitz declaró al Sunday Telegraph que si Alemania no abandonara el euro se corría el riesgo de que los gobiernos de Europa escogieran el sendero de la austeridad, arrastrando al continente hacia una nueva recesión. Y así ha sucedido.
La idea de Stiglitz ha sido profundizada y adoptada por un grupo de economistas europeos con trayectorias académicas y políticas varias: desde los conservadores Hans-OLaf Henkel (expresidente de la Confederación industrial alemana) y Stefan Kawalec (apoyo de Solidarnosc y exviceministro de finanzas de Polonia) a los progresistas Jacques Sapir (economista vinculado al Frente de Izquierda francés) y Juan Francisco Martin Seco (miembro del comité científico de Attac España) También en Italia la adhesión ha sido transversal, desde Claudio Borghi Aquilini (editorialista del Giornale, y exmanager del Deutsche Bank de Italia) hasta quién esto escribe.
La opción de Alemania
Se concreta así lo que escribí en mi blog el 29 de noviembre de 2011 sosteniendo que “la única solución racional para Alemania era propulsar una salida selectiva o generalizada”. El partido Euroescéptico Alemán (Alternative für Deutschland) no se había incorporado aún, pero que también se adheriría estaba claro por dos motivos. El primero es que la crisis europea se origina en la rigidez propia de la moneda única. El euro ha falseado el mercado al conducir a la acumulación de enormes créditos/débitos externos y encorsetando la economía al impedir a los más débiles reaccionar con una sana devaluación frente al shock producido por la crisis estadounidense. El restablecimiento de una relación de cambios menos artificial entre el norte y el sur resulta por lo tanto una articulación necesaria, aunque ciertamente no suficiente en la búsqueda de soluciones a la crisis.
La fascinación del marco
El segundo motivo político es que el equilibrio de la Eurozona se apoya en dos mentiras: la de los políticos del sur ("el euro nos protegerá”) y la de los políticos del norte (“los PIGS son los culpables de la crisis”). Que el euro no nos haya protegido está claro. También lo es el hecho de que en el origen y el agravamiento de la crisis está la corresponsabilidad del liderazgo alemán. Pero mientras nuestros políticos no pueden venir a decirnos ahora que el euro fue un error, a los políticos del norte les resulta más fácil culpar a los países del sur e impulsar como solución el abandono del euro.
El desenganche de la eurozona se ve desde el sur como un desafío mientras que en el norte se contempla como la reapropiación de un símbolo triunfante de la identidad nacional (el marco). La objeción de que Alemania, beneficiaria del euro, no querrá abandonarlo es inconsistente. Es cierto que el euro al impedir a Alemania la revalorización le otorgó una indebida competitividad de precios. Lo señala también el Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero en economía no hay banquete gratuito: en el mismo momento en que el euro hacía accesible a los países del sur los bienes del norte instalaba las bases de la quiebra financiera, que ahora en caída libre no puede seguir sosteniendo con su consumo la economía alemana. La consecuencia es el gran sufrimiento de esta última, cuya perspectiva de crecimiento para 2013 han sido rebajada recientemente por el FMI. La renuncia a las ventajas en términos de precios sería por lo tanto para Alemania un gesto de solidaridad (posibilitaría el relanzamiento de las economías del sur) pero sobre todo de racionalidad.
La salida de la unión fiscal sería también menos costosa: el “costo del federalismo” –o más bien el monto de las transferencias del norte hacia el sur necesarias para restablecer una situación equilibrada sin recurrir a la palanca del cambio– ha sido estimado por Jacques Sapir en casi un 10% del PIB para un país como Alemania. Las transferencias de este nivel son políticamente imposibles de proponer. Si resulta necesario realizar una segmentación del euro es mucho más racional lograrla dejando que las economías más débiles disfruten de la relativa estabilidad de la moneda única: entre la euforia del “nuevo marco” y el pánico de volver a la “lirita” es bastante evidente lo que hay que elegir. No se trata sin embargo de un euro en dos velocidades. La Declaración considera la posibilidad de ulteriores segmentaciones hasta un eventual regreso a las monedas nacionales. Un recorrido nada fácil pero necesario y además más administrable si se realiza de manera ordenada, con un progresivo abandono por parte de los países más competitivos.
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Tomado de Rebelión
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