José Manuel Naredo, Público
No es el peso de la deuda pública el que pone en cuestión la credibilidad de la economía española. El porcentaje de la deuda pública en relación con el PIB apenas superaba en España el 50% al finalizar 2009, frente al 115% de Grecia e Italia, el 85% de Reino Unido… o el 73 y 78% de Alemania y Francia. ¿Es, entonces, el irresponsable sadismo de los mercados y las agencias de calificación el que está castigando sin base alguna a la economía española? No parece: las personas y entidades que operan en estos ámbitos tendrían que ser muy miopes para no vislumbrar, más allá de ese porcentaje, la situación tan difícil por la que atraviesa la economía española.
España cumplió a rajatabla las exigencias de Maastricht recortando su deuda pública hasta el 36% del PIB en 2007 y transmutando en superávit su antiguo déficit presupuestario. Para conseguirlo los gobiernos socialistas, primero, y populares, después, no dudaron en vender la mayoría de las empresas públicas, mostrando en ello un consenso digno de mejor causa. Como también en mantener la precariedad de los servicios públicos y de las prestaciones sociales, a la vez que promovían la inversión especulativo-suntuaria en inmuebles, infraestructuras y megaproyectos. Se saldaron así, incluso, las llamadas “joyas de la corona” (Argentaria, Telefónica, Endesa, Tabacalera y Repsol), haciendo que semejante adelgazamiento del Estado recorte hoy seriamente su margen de maniobra para combatir la crisis.
Pero lo más preocupante ahora no son las finanzas públicas, sino las privadas que las nutren. España, tras ser líder mundial del auge y del riesgo inmobiliario, lo es ahora del declive. Junto con la burbuja inmobiliaria se ha desinflado también la actividad económica, la recaudación de impuestos… y la función atractora de capitales que venía ejerciendo la economía española y posibilitando su creciente endeudamiento privado frente al exterior: este, que multiplica por cuatro al endeudamiento público, es el que más preocupa a los analistas internacionales y el que retrae la anterior afluencia de capitales y recorta las cotizaciones bursátiles e inmobiliarias. En este contexto, los continuos e infundados avisos de que ya salimos de la crisis, sin reconocer públicamente los verdaderos problemas, ni planificar seriamente la reconversión y el saneamiento de la economía española, sólo contribuyen a empañar su credibilidad.
Vía | Público
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