Nahia Sanzo, Slavyangrad
El viernes pasado, un tribunal de Polonia dio el paso más esperado, negar la extradición a Alemania de Volodymyr Zhuravlev, que llegó al tribunal esposado y salió libre. Días antes, Italia había actuado de la misma forma en la vista de extradición de Serhiy Kuznetsov. Este paso es la continuación lógica del progresivo cierre de las investigaciones que habían iniciado países como Suecia, Dinamarca o Países Bajos para determinar qué ocurrió el 26 de septiembre de 2022 en las profundidades del mar Báltico. Aquel día, tres de las cuatro tuberías del Nord Stream 1 y 2, propiedad tanto de Rusia como de Alemania, sufrieron explosiones que dejaron inutilizable el sistema, cuya reparación sería multimillonaria. Descartada rápidamente la opción de una explosión accidental, todos los ojos occidentales miraron a Moscú y medios como Bloomberg publicaron artículos de opinión que directamente acusaban a Rusia de haber atentado contra el gasoducto con el objetivo de atraer a la OTAN a la guerra. Al sinsentido de asumir que Moscú había saboteado unas infraestructuras críticas de las que era copropietaria se sumaba la idea de forzar el choque entre grandes potencias que explícitamente intenta evitar.
“Es crucial ahora investigar los incidentes, obtener total claridad sobre los hechos y el por qué”, escribió aquel día Úrsula von der Leyen, que añadió que “cualquier interrupción deliberada de la infraestructura energética europea activa es inaceptable y conducirá a la respuesta más fuerte posible”. Desde el primer día, cuando se conocieron los hechos, la tendencia política y mediática ha sido apuntar a un enemigo y dar a entender que era Moscú quien más se beneficiaba del ataque. De ahí que pudiera ser calificado de “nada más que un acto terrorista planificado por Rusia y un acto de agresión hacia la Unión Europea” por oficiales ucranianos como Mijailo Podolyak, que precisaba que Rusia “busca desestabilizar la situación económica en Europa y causar pánico antes del invierno”. La mejor respuesta al ataque ruso era aumentar la asistencia militar a Kiev, especialmente con tanques alemanes. En la misma línea se mostraba Polonia, cuyo ministro de Asuntos Exteriores afirmaba que “hoy nos enfrentamos a un acto de sabotaje. No conocemos todos los detalles de lo que ha pasado, pero vemos claramente que es un acto de sabotaje vinculado a la siguiente fase de escalada de la situación en Ucrania”. “Por desgracia, nuestro socio del este persigue constantemente un curso político agresivo”, añadía su viceministro, “si es capaz de un curso agresivo militar en Ucrania, entonces es evidente que no se pueden descartar provocaciones en Europa occidental”. La Unión Europea tenía claro que el culpable era un enemigo, mientras que Polonia y Ucrania no dudaban en señalar a Moscú.
La segunda tendencia que se marcó en las primeras horas tras el atentado fue dar por hecha la participación de un actor estatal. “Dañar dos gasoductos en el fondo del mar no es sencillo, por lo que probablemente sea un actor estatal”, indicaba un experto citado por AFP en un artículo en el que se mencionaban submarinos de bolsillo, buzos tácticos, drones marinos o la más inverosímil, la de un torpedo como posibles métodos de ejecución del atentado. El tiempo ha dejado claro que dañar las infraestructuras críticas bajo el mar no es una tarea tan complicada y que no es necesario un gran despliegue. Como han relatado medios como Der Spiegel, el caso de cómo se hizo explotar el Nord Stream está resuelto, las autoridades alemanas son conocedoras de cómo se colocaron los explosivos, cuál fue la ruta de acceso y también la de huida. Todos los nombres de quienes participaron en los actos son conocidos y resta únicamente conocer al autor intelectual de los hechos, las personas o instituciones que dieron la orden de hacer explotar el Nord Stream y suministraron los medios con los que alquilar el yate Andrómeda, obtener los explosivos y gestionar el proceso.
Como único país que a estas alturas continúa investigando los hechos, Alemania emitió sendas órdenes de arresto y solicitó la extradición de dos de los componentes del grupo, detenidos en Italia y Polonia respectivamente y cuyos casos de extradición han seguido exactamente el mismo patrón: negar la participación y dar a entender que, de haber participado, los actos no supondrían delito alguno sino una actuación justificada por las circunstancias bélicas. “Yo no volé el Nord Stream”, afirmó Volodymyr Zhuravlev, cuya participación en el atentado está fuera de toda duda. Es más, como se ha repetido hasta la saciedad estos días, la participación o no de Zhuravlev es irrelevante, como lo es también el propio ataque, perfectamente justificado.
“Un tribunal polaco independiente se ha negado a ejecutar una orden de detención europea emitida por un tribunal alemán. Me complace enormemente que el tribunal haya compartido mi argumentación: la destrucción del gasoducto Nord Stream no constituyó un delito según la legislación polaca; estaba justificada en las condiciones de una guerra defensiva llevada a cabo de conformidad con el Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas. Por lo tanto, constituía un objetivo militar legítimo”, escribió Sławomir Dębski, profesor de estrategia y relaciones internacionales, uno de los muchos comentaristas que se han manifestado en términos similares. La enaltecida independencia del tribunal polaco se limita a una actuación que se ciñe a rajatabla a las declaraciones del primer ministro Donald Tusk, que días antes había declarado que el único problema del Nord Stream (1 y 2) es que existió, y otros miembros del Gobierno polaco, que habían ido un paso más allá para justificar de forma aún más explícita lo correcto del atentado.
Lo llamativo de las palabras del juez que puso en libertad a Volodymyr Zhuravlev a la voz de “caso cerrado” no es la justificación de los actos, sino la utilización política de la justicia en favor de la guerra común contra la Federación Rusa, un escenario en el que todo está justificado. Vistiendo de legalidad lo que es una decisión puramente política, el juez afirmó que “la destrucción de la infraestructura crítica del agresor durante una guerra defensiva no es sabotaje; es un acto militar, que no puede considerarse un delito” y añadió que “si Ucrania y sus servicios especiales organizaron una misión armada para destruir oleoductos enemigos, algo que el tribunal no alega, entonces estas acciones no fueron ilegales. Al contrario, fueron justificadas, racionales y justas”. “Según los Convenios de Ginebra y el derecho internacional humanitario consuetudinario, esto significa que los combatientes que actúan en el marco de una misión militar en el curso de una guerra defensiva legítima no pueden ser considerados penalmente responsables por las acciones realizadas en el cumplimiento de su deber de defender su país. En tales circunstancias, las operaciones militares dirigidas contra la infraestructura bélica del enemigo no constituyen actos de sabotaje, sino actos de guerra legítimos”, justificó Dębski.
Con total naturalidad, el establishment europeo ha evitado comentar una actuación judicial manifiestamente política y que no tiene en cuenta un aspecto clave: Ucrania, ya fuera por medio de una operación del SBU o GUR, no solo hizo explotar las infraestructuras críticas de su enemigo, sino también de uno de sus principales donantes, Alemania, a quien el mismo día del atentado -y entonces era calificado como tal, ya que se acusaba a Rusia- le exigía que ampliara la asistencia militar a Ucrania.
Al final, todo se resume en lo que planteó en un hilo en las redes sociales Andrew Michta, profesor de estudios estratégicos y miembro del Atlantic Council. “Mientras observaba la disputa sobre la exigencia alemana de que Polonia extradite al ucraniano acusado de volar el gasoducto Nord Stream, me pregunté si la UE cumplirá con sus principios y cuándo lo hará. El debate no debería centrarse en lo que ese hombre hizo o dejó de hacer”, sentenció. Solo hay que centrarse “en por qué Alemania impulsó el proyecto Nord Stream en primer lugar. ¿Por qué no se hace una verdadera introspección y se nombran nombres en Berlín? Fue el brutal proyecto geopolítico de Moscú aislar a los aliados del flanco oriental de la OTAN mientras seguía suministrando gas a Alemania”. Alemania ha de hacer penitencia, aumentar su asistencia militar a Ucrania y, sobre todo, pedir perdón por haber buscado para su población e industria, una fuente asequible y fiable de energía. Porque, como afirma Michta, “la recuperación empieza por admitir que uno tiene un problema. Es hora de que nuestros aliados alemanes realicen un análisis forense serio sobre qué impulsó las relaciones germano-rusas después de la Guerra Fría. Es hora de hablar con franqueza y actuar en consecuencia para asegurar que esto no vuelva a suceder”.
El caso del Nord Stream no debe utilizarse solo como muestra evidente del uso político -en este caso geopolítico- de la justicia, sino que ha de servir para que la ruptura continental que actualmente suponen la guerra y las sanciones perdure mucho más allá del actual conflicto y se consolide como base de la estructura de seguridad de la Europa del futuro.
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Ver también:
- Terrorismo económico contra los Nord Stream
Hedelberto López Blanch. 20/02/2023 - El caso Nord Stream causa estragos en la narrativa propagandistica occidental
Giulio Chinappi. 6/09/2024 - El atentado al Nord Stream2 y la historia de Zelensky de "los 3 hombres y un bote"
Martin Jay. 23/08/2024 - Nord Stream, Trump y el autoengaño europeo
Elena Fritz. 1/04/2025
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