El alarmismo y la intransigencia de Europa prometen prolongar (y tal vez agravar) el enfrentamiento con Moscú, y corren el riesgo de contribuir a reavivar el conflicto con Teherán.
y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte
Roberto Iannuzzi, Intelligence for the People
Desde hace más de dos semanas, la prensa europea y estadounidense está repleta de artículos que denuncian las “provocaciones imprudentes” de Rusia contra Polonia y Estonia, cuyo espacio aéreo habría sido violado intencionadamente por drones y aviones de Moscú.
A estas denuncias se suman las de supuestos episodios de “guerra híbrida” de los que habrían sido víctimas otros países europeos, siempre a manos de Rusia.
Analistas como Ben Hodges, excomandante del ejército estadounidense en Europa y asesor de la OTAN, sostienen que se trata de acciones deliberadas para poner a prueba las defensas de la OTAN.
En este caso, el presidente ruso Vladimir Putin “estaría muy satisfecho con el resultado”, concluyó el Financial Times aludiendo a una supuesta debilidad de la Alianza Atlántica.
Refiriéndose al episodio ocurrido en su país, el primer ministro polaco, Donald Tusk, lo calificó de “lo más parecido a un conflicto abierto [con Moscú] que hemos tenido desde la Segunda Guerra Mundial”.
Por su parte, la alta representante para la política exterior europea y ex primera ministra estonia Kaja Kallas habló de una “provocación extremadamente peligrosa” que “aumenta aún más las tensiones en la región” en relación con la supuesta violación rusa del espacio aéreo de Estonia.
La guinda del pastel la puso el presidente estadounidense Donald Trump cuando, tras ser “provocado” por los periodistas al margen de la Asamblea General de la ONU, respondió que, efectivamente, la OTAN debe derribar cualquier avión ruso que viole el espacio aéreo de la Alianza.
Sin embargo, a la siguiente pregunta maliciosa sobre un posible apoyo estadounidense a los aliados de la OTAN en tal caso, respondió que “depende de las circunstancias”.
Poco después, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, echó más leña al fuego, afirmando que “debemos defender cada centímetro cuadrado del territorio” de la OTAN y que “la opción de derribar un caza [ruso] que viole nuestro espacio aéreo está sobre la mesa”.
Sin embargo, si se analizan detenidamente, los incidentes en cuestión no parecen merecer una retórica tan alarmista.
Mucho ruido por (casi) nada
El más ‘importante’ fue sin duda el incidente en Polonia. En la noche del 9 al 10 de septiembre, una veintena de presuntos drones rusos violaron el espacio aéreo polaco y algunos de ellos fueron derribados por las defensas de la OTAN.
El episodio coincidió con ataques rusos particularmente intensos contra Ucrania, en los que participaron hasta 800 drones.
Los que invadieron Polonia estaban desarmados. La hipótesis más probable es que se tratara de drones señuelo, utilizados para saturar las defensas aéreas ucranianas, desviados por las contramedidas electrónicas del ejército de Kiev.
La vecina Bielorrusia, fiel aliada de Moscú, parece haber advertido incluso a Varsovia de que algunos drones “perdidos” debido a las contramedidas de guerra electrónica se dirigían hacia el territorio polaco.
El mayor “escándalo”, según algunas fuentes, es que los F-35 de la OTAN solo lograron derribar tres drones. Además, habrían utilizado costosos misiles AIM-9 Sidewinder (con un valor de 400 000 euros cada uno) para destruir drones de unos pocos miles de euros.
Por otra parte, una vivienda polaca resultó gravemente dañada por un misil lanzado por un F-16 polaco en lugar de por un dron ruso, como afirmó inicialmente el Gobierno de Varsovia.
En cualquier caso, incluso oficiales de los servicios de inteligencia occidentales han “admitido” en privado a la CNN que la incursión rusa probablemente no fue intencionada y que las trayectorias de vuelo sugerían que los drones habían perdido la orientación debido a contramedidas de guerra electrónica.
¿Realidad o ficción?
Menos de diez días después, Estonia acusó a tres cazas MiG-31 rusos de violar el espacio aéreo estonio. Los aviones fueron interceptados por F-35 italianos que despegaron de la base estonia de Ämari.
Pero también en este caso el episodio es bastante controvertido. La supuesta violación se produjo cerca de la pequeña isla deshabitada de Vaindloo, situada en el golfo de Finlandia, a 26 km al norte de la costa estonia.
La isla se encuentra en un brazo de mar muy estrecho, entre Finlandia y Estonia, donde no es difícil que se produzcan violaciones involuntarias. En cualquier caso, los rusos han negado cualquier violación, afirmando que los tres aviones se dirigían desde Carelia al enclave ruso de Kaliningrado en un vuelo rutinario sobre aguas neutrales del mar Báltico, a más de 3 km de la isla.
Dmitry Polyanskiy, vicerrepresentante ruso ante la ONU, refiriéndose a las reacciones europeas, afirmó que “esta paranoia ha alcanzado niveles sin precedentes”. Destacó que ni el Gobierno polaco ni el estonio han aportado pruebas de las supuestas violaciones rusas.
Polyanskiy afirmó que "la histeria de nuestros colegas europeos está orientada en gran medida a llevar a la nueva Administración estadounidense […] hacia una conducta antirrusa y a socavar los acuerdos y entendimientos alcanzados por los presidentes ruso y estadounidense en Alaska el mes pasado.
Los incidentes en Polonia y Estonia fueron precedidos por otra acusación, lanzada por el entorno de Von der Leyen, según la cual Rusia habría perturbado los sistemas de detección GPS de su avión con destino a Bulgaria mediante interferencias electrónicas, obligando a los pilotos a utilizar instrumentos de emergencia para aterrizar en Sofía.
Sin embargo, el episodio fue desmentido por el Gobierno búlgaro y por el servicio de seguimiento de vuelos Flightradar24, que reveló que, según los datos de que disponía, el avión nunca había perdido la señal GPS y había aterrizado con solo 9 minutos de retraso.
Sin embargo, solo unos pocos medios de comunicación informaron sobre el desmentido.
La irrelevancia (si no la inexistencia) de los episodios descritos hasta ahora no ha impedido que otros países europeos, como Dinamarca y Noruega, denuncien otros supuestos sobrevuelos de drones no identificados, pero sospechosos de proceder de Rusia.
Advertencias y negocios
Esto, a su vez, ha provocado en el viejo continente llamamientos apasionados para reforzar las defensas de la Alianza contra la amenaza de los drones, y ha llevado a la OTAN a reunirse en virtud del artículo 4, invocado tanto por Polonia como por Estonia, para emitir un duro comunicado de condena contra las presuntas violaciones rusas del espacio aéreo de los países miembros.
La Alianza también ha lanzado una nueva misión, denominada Eastern Sentry, para defender todo el flanco oriental de la amenaza de los drones. Se inspira en una operación anterior, Baltic Sentry, lanzada este año en respuesta a misteriosos sabotajes de cables submarinos en el Báltico, también en este caso atribuidos inevitablemente a Moscú, aunque sin pruebas.
La nueva misión ha movilizado una vez más cazas y otros equipos costosos de varios países europeos, y parece económicamente insostenible a largo plazo. Por lo tanto, se está considerando sustituirla por un «muro de drones», aunque aún no está claro en qué consistirá exactamente.
Sin embargo, los conocimientos técnicos y las tecnologías ucranianas podrían contribuir a la creación de dicho “muro”. Precisamente el 10 de septiembre, Von der Leyen anunció una asociación con Kiev por valor de 6000 millones de euros para la producción de drones.
Sin embargo, es evidente que los rusos no tienen ningún interés en abrir un frente directo con la OTAN. Las tropas de Moscú están ganando terreno en Ucrania. No tienen nada que ganar con la expansión de la guerra a otros países europeos, corriendo el riesgo concreto de desencadenar una tercera guerra mundial.
Basta recordar las numerosas ocasiones en que cazas rusos han interceptado aviones de la OTAN cerca del espacio aéreo de Moscú para relativizar aún más los incidentes denunciados por Polonia y Estonia.
Legitimar el rearme del viejo continente
Queda por comprender, entonces, qué motiva la “estrategia de la tensión” que persiguen algunos miembros de la Alianza Atlántica.
La idea expresada por el representante ruso Polyanskiy, según la cual algunos países europeos tendrían interés en empujar a la administración Trump hacia posiciones más intransigentes con respecto a Rusia, es compartida también por analistas estadounidenses.
Otros han señalado que el alarmismo de los países de la OTAN también puede tener como objetivo legitimar aún más el rearme de los miembros europeos de la Alianza y su apoyo a Ucrania, utilizada como instrumento para debilitar a Moscú.
Otro objetivo puede ser justificar ante sus ciudadanos los enormes gastos necesarios para relanzar la industria bélica europea y sufragar los costes del conflicto ucraniano que Trump ha descargado sobre los hombros del viejo continente.
El hecho es que el resultado es un peligroso aumento de las tensiones con Rusia, hasta el punto de correr el riesgo de incidentes (quizás) no deseados, que podrían degenerar en un enfrentamiento abierto con Moscú.
Irracionalidad europea
Desde la llegada de Trump a la Casa Blanca, los europeos han trabajado para sabotear cualquier apertura negociadora del presidente estadounidense hacia Moscú.
Las élites europeas parecen preferir la continuación del conflicto a un acuerdo con Rusia que consideran desventajoso, porque equivaldría a una derrota de sus posiciones maximalistas.
Algunos líderes del viejo continente siguen alimentando la ilusión de que Ucrania podrá resistir lo suficiente como para hacer insostenibles las pérdidas rusas y poner en crisis la economía de Moscú.
De forma aún más cínica, otros consideran que, incluso si el frente ucraniano se derrumbara, Rusia no sería capaz de controlar la inevitable insurrección ucraniana.
Por otra parte, un avance ruso podría reforzar la unidad europea en apoyo del rearme y convencer a la opinión pública del viejo continente de la necesidad de aumentar el gasto militar, incluso a costa de nuevas medidas de austeridad.
En concreto, estas posiciones están empujando a Europa hacia el suicidio económico.
El 19º paquete de sanciones recientemente aprobado por la Comisión Europea prevé la prohibición total de las importaciones de gas natural licuado (GNL) ruso a partir de principios de 2027.
Sin embargo, Europa sigue siendo el principal importador de GNL ruso, comprando el doble que China (el segundo cliente más importante de Moscú), y difícilmente podrá sustituirlo en tan poco tiempo y a precios razonables.
Al sustituir la dependencia energética de Rusia por la de Estados Unidos, Europa ha perdido su ventaja competitiva. Dado que el GNL estadounidense es infinitamente más caro, los europeos acaban teniendo unos costes energéticos mucho mayores que sus competidores, lo que acelera el declive económico del continente.
El giro de Trump
En su discurso ante la Asamblea General de la ONU, Trump renovó su petición a Europa de poner fin a la “vergonzosa” compra de gas y petróleo a Rusia, afirmando que solo entonces impondrá a su vez duras sanciones a Moscú.
Sin embargo, en un nuevo giro, declaró en una publicación en Truth (su red social favorita) que Ucrania, con la ayuda de la Unión Europea, podrá reconquistar todos sus territorios. El presidente estadounidense subrayó que “con el apoyo financiero de Europa y, en particular, de la OTAN”, Kiev podrá recuperar sus fronteras originales.
Anteriormente, Trump había afirmado durante meses que el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky “no tiene las cartas” para cambiar el rumbo del conflicto.
El presidente estadounidense añadió que “seguiremos suministrando armas a la OTAN para que haga lo que quiera”.
A pesar del nuevo ‘giro’ sobre las posibilidades bélicas de Ucrania, el plan que propone está consolidado: serán los europeos quienes asumirán los costes financieros y militares del conflicto, mientras que Estados Unidos se limitará a sacar provecho vendiéndoles armas y manteniendo a raya a Rusia.
Sin embargo, la declaración de Trump fue acogida con satisfacción por los peces gordos del Partido Republicano en Estados Unidos, que se preparan para promover en el Congreso un amplio paquete de sanciones contra Moscú.
La posibilidad de una solución negociada, inicialmente deseada por el presidente estadounidense, ha desaparecido hace tiempo, mientras que Zelensky, también en Nueva York (siempre al margen de la Asamblea General de la ONU), ha seguido pidiéndole armas de largo alcance para atacar infraestructuras clave en el interior del territorio ruso.
Endurecer el enfrentamiento con Irán
Mientras tanto, en un intento por apaciguar al presidente estadounidense, Francia, Alemania y Gran Bretaña activaron en agosto el mecanismo para la reimposición de las sanciones de la ONU contra Irán en relación con su programa nuclear.
Estas sanciones incluyen un embargo de armas convencionales, restricciones al desarrollo de misiles balísticos, la congelación de activos financieros y la prohibición de producir tecnología nuclear.
La reimposición de estas sanciones está destinada a agravar las tensiones entre Irán y Occidente. En el pasado, Teherán había amenazado con retirarse del Tratado de No Proliferación en caso de que se restablecieran las sanciones de la ONU.
La activación del mecanismo de reimposición por parte de Francia, Alemania y Gran Bretaña es considerada ilegal no solo por Teherán, sino también por Rusia y China, ya que los países europeos no han respetado los términos del acuerdo nuclear (JCPOA) después de que Trump se retirara unilateralmente en 2018.
Irán, por su parte, siguió cumpliendo el acuerdo durante un año después de que Trump lo violara.
Sin embargo, a ojos de los europeos, Teherán también debe pagar por su creciente asociación con Rusia.
Según el analista iraní-estadounidense Trita Parsi, la escalada contra Irán tiene dos objetivos para los europeos: castigar a Irán por su alineamiento con Moscú y alinear a Europa con los halcones antiiraníes de la administración Trump en una fase de relaciones difíciles con la Casa Blanca.
Por otra parte, durante la guerra de 12 días del pasado mes de junio entre Israel e Irán, el canciller alemán Friedrich Merz afirmó con franqueza que, al bombardear Irán, Israel estaba haciendo “el trabajo sucio por todos nosotros”.
Teherán se rearma
De las últimas declaraciones de Trump se desprende que necesita continuamente barajar las cartas, dar un vuelco a la mesa, para ocultar sus continuos fracasos con respecto a los objetivos fijados. Es difícil predecir cuál será su próximo movimiento.
Pero, por el momento, la Casa Blanca está centrada en apoyar a Israel en Oriente Medio y en reimponer la tambaleante hegemonía de Estados Unidos en su “patio trasero”, donde Washington sigue acumulando recursos militares cerca de la costa venezolana.
Al otro lado del océano, Irán, a pesar de haber presentado a los estadounidenses una hoja de ruta para la reanudación de las negociaciones, es consciente de que las posibilidades de una solución diplomática a la crisis son ahora mínimas, y se está preparando para un posible nuevo enfrentamiento militar.
Según Abolfazl Zohravand, miembro de la Comisión de Seguridad Nacional y Política Exterior del Parlamento iraní, Moscú ya habría realizado una entrega de cazas MiG-29 a Teherán, mientras que también estarían llegando gradualmente a Irán cazas rusos Su-35.
Irán también estaría recibiendo sistemas de defensa aérea chinos HQ-9 y rusos S-400.
La “estrategia de la tensión” europea promete, por tanto, favorecer la prolongación (y quizás el recrudecimiento) de la guerra en Ucrania, y corre el riesgo de contribuir a desencadenar un nuevo y peligrosísimo conflicto en un Oriente Medio ya en llamas.
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