Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
domingo, 9 de marzo de 2025
La hora de Francia
Nahia Sanzo, Slavyangrad
Ayer se celebró el tan esperado consejo convocado por Antonio Costa para tratar la urgente situación causada en Europa -así al menos se ha presentado- a raíz del cambio de postura de Donald Trump con respecto a cómo lograr una negociación que dé lugar a un alto el fuego o la paz en Ucrania. En febrero de 2022, la Unión Europea optó por calificar de existencial el conflicto rusoucraniano, por lo que una paz sin un vencedor claro, Ucrania, es considerada una rendición al agresor ruso, que con sus actos habría conseguido quebrar el orden internacional basado en reglas, concretamente las de Estados Unidos, que ha dado lugar a ocho décadas de paz en las partes del mundo que importan, las zonas selectas de Europa (entre las que no entran, por ejemplo, los Balcanes) y Norteamérica. Como se esperaba, la cumbre no dejó grandes resultados más allá de las habituales proclamas de la necesidad de apoyar a Ucrania mientras sea necesario. Antes de la cumbre, Úrsula von der Leyen había anunciado ya la gran medida que iba a tratarse en la reunión, el plan Rearm Europe, una remilitarización del continente que en menos de medio siglo causó dos guerras mundiales y en el que la paz interna no se debió tanto a la creación de la Unión Europea como afirma el discurso oficial sino la certeza de la necesidad de unidad ante la pérdida del poder de antaño.
Idealizada ahora para destacar los valores de su fundación, la unificación europea creció ante el temor a una superpotencia, la que proponía un modelo económico y social alternativo y que contaba con el prestigio de haber luchado por liberarse a sí misma de la ocupación nazi, y bajo la tutela de la otra. Estados Unidos tomó el control ofreciendo garantizar la seguridad, que posteriormente se convirtió en el paraguas nuclear, permitiendo que los destruidos Estados construyeran el estado del bienestar que ahora se disponen a recortar para recuperar las ansias militaristas de antaño. “Europa debe recortar el estado del bienestar para construir un estado de guerra”, titula esta semana un artículo publicado por Financial Times.
“Nuestra generación ya no recibirá el dividendo de la paz. De nosotros depende garantizar que nuestros hijos cosechen los dividendos de nuestros compromisos mañana. Así que lo afrontaremos, juntos”, escribió en las redes sociales Emmanuel Macron, que el miércoles en horario de máxima audiencia se dirigió a la nación para presentar sus planes de rearme, su visión del “peligro que viene del este” y sobre qué hacer con la guerra de Ucrania. Junto a Keir Starmer, el presidente francés es la persona de más alto perfil que se ha otorgado la labor de proteger a Ucrania de la paz a toda costa. En esa tarea es imprescindible el papel de Estados Unidos, mucho más dispuesto a tratar bilateralmente con los diferentes países que con la Unión Europea, cuya postura excesivamente beligerante ha causado rechazo en Washington. Aunque la postura de Kaja Kallas, Emmanuel Macron, Keir Starmer y Volodymyr Zelensky es exactamente la misma, no lo es su retórica.
Macron y Starmer han comprendido que es preciso adular a Donald Trump y modificar el discurso para hacerlo girar alrededor de la idea de la paz por medio de la fuerza. Kaja Kallas, al igual que el resto de la Unión Europea, se mantiene en un discurso duro en el que no solo apunta contra Rusia. “Si dices que colectivamente no somos capaces de presionar realmente a Rusia tanto como para que tenga efecto, entonces ¿cómo dices que eres capaz de asumir el riesgo de China?”, afirmó Kallas la semana pasada en Washington durante la misma visita en la que recibió el plantón de Marco Rubio, con quien tenía prevista una reunión. La diferencia entre el trato que están recibiendo países individuales y la Unión Europea, creada según Donald Trump “para fastidiar a Estados Unidos”, es evidente y está siendo utilizado por el Reino Unido y Francia para tratar de consolidarse como líderes del continente ahora que política y económicamente Alemania ha dejado de ser el motor que fuera antaño. Y aunque es Berlín quien más ha aportado al esfuerzo militar ucraniano (solo por detrás de Estados Unidos), París y Londres se han anticipado a los esfuerzos de otros actores y también de la UE para tratar de imponer una visión europea de cuál ha de ser la vía de resolución de la guerra de Ucrania.
Conseguir que Volodymyr Zelensky dejara atrás un discurso similar al de Kaja Kallas para adoptar el de Macron solo ha sido el primer paso. “Tras días de entrenamiento, Zelensky busca un camino hacia las buenas gracias de Trump. El primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente francés, Emmanuel Macron, han estado aconsejando a Volodymyr Zelensky sobre cómo tratar con el presidente Trump”, escribía ayer The New York Times, que añadía que “el tutelaje comenzó el pasado viernes, poco después de que el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, sufriera un humillante escarmiento en la Casa Blanca, cortesía del presidente Trump”. No se trata solo de salvar al soldado Zelensky, sino de preservar la posición de los países europeos y, quizá, de la Unión Europea ahora que su principal aliado elige caminos diferentes. “Sé que están legítimamente preocupados por los acontecimientos históricos que están sacudiendo el orden mundial. La guerra en Ucrania, que ha causado casi un millón de muertos y heridos, no cesa. Los Estados Unidos de América, nuestros aliados, han cambiado su posición en esta guerra, apoyando menos a Ucrania y dejando dudas sobre lo que ocurrirá a continuación”, afirmó Macron en su discurso a la nación, en el que, además de la guerra, enumeró preocupaciones como los aranceles que Trump pretende imponer a los productos europeos, “un mundo cada vez más brutal” y la amenaza del terrorismo. Un cúmulo de circunstancias que hacen que “nuestra prosperidad y seguridad se hagan más inciertas”.
“El futuro de Europa no debe decidirse en Washington o Moscú”, proclamó Macron, pese a que ha sido Estados Unidos quien ha marcado el desarrollo político y geopolítico europeo, generalmente contra Moscú, durante las últimas ocho décadas. En este contexto, no se trata de alcanzar la autonomía estratégica en términos políticos, sino simplemente de aumentar el gasto militar. “Seguimos comprometidos con la OTAN y nuestra asociación con los Estados Unidos de América, pero tenemos que hacer más, reforzar nuestra independencia en materia de defensa y seguridad”, afirmó Macron queriendo reforzar una independencia que no existe. No en vano, el intento de conseguir que Zelensky repare su relación personal con Donald Trump se debe a que el plan anglo-francés de misión militar de disuasión requiere del tutelaje estadounidense en forma de aviación, vigilancia del frente e inteligencia.
“Si un país puede invadir impunemente a su vecino en Europa, ya nadie puede estar seguro de nada, se aplicará la ley del más fuerte y la paz ya no podrá garantizarse en nuestro propio continente. La historia nos lo ha enseñado”, añadió Macron, quizá centrándose en aspectos como vecino y en Europa para poder pronunciar la acusación desde una de las capitales del colonialismo sin ruborizarse. “Y sí, la amenaza está volviendo al Este y la inocencia de los últimos treinta años, desde la caída del Muro de Berlín, ha terminado”, proclamó. En esa etapa de inocencia, en la que pudo construirse una estructura de seguridad continental teniendo en cuenta los intereses comunes a ambos lados de los que en el pasado había sido el telón de acero, los países europeos prefirieron seguir a Estados Unidos en sus ansias de expansión de una alianza militar construida contra Moscú y que había perdido completamente su razón de ser. No hay arrepentimiento ni constatación de que esos actos deliberados han sido el caldo de cultivo del que ha nacido la guerra de Ucrania, sino reafirmación.
“Para 2030, prevé haber aumentado aún más su ejército, con 300.000 soldados más, 3.000 tanques más y 300 aviones de combate más. Con este telón de fondo, ¿quién puede creer que la Rusia de hoy se detendrá en Ucrania?”, continuó Macron, proclamando que actualmente y para los próximos años “Rusia se ha convertido en una amenaza para Francia y Europa”. Mientras Rusia lucha por mantener el control de Toretsk e intenta expulsar a las tropas ucranianas de Kursk, el presidente francés ya considera a Moscú un peligro para Francia. Sin embargo, no todo está perdido. “Tenemos el ejército más eficaz de Europa y, gracias a las decisiones tomadas por nuestros mayores tras la Segunda Guerra Mundial, disponemos de capacidad de disuasión nuclear. Esto nos protege mucho más que a muchos de nuestros vecinos. Es más, no esperamos a la invasión de Ucrania para darnos cuenta de que el mundo era un lugar preocupante, y mediante las dos leyes de programación militar que decidí y que votaron los sucesivos Parlamentos, habremos duplicado el presupuesto de nuestras fuerzas armadas en casi diez años”, se jactó Macron que “en respuesta al llamamiento histórico del futuro canciller alemán”, ha decidido “abrir el debate estratégico sobre la protección de nuestros aliados en el continente europeo mediante nuestra fuerza de disuasión”. “Pase lo que pase, la decisión siempre ha estado, y seguirá estando, en manos del presidente de la República, jefe de las fuerzas armadas”, sentenció Macron.
Pese al orgullo mostrado por el presidente de la República Francesa, abrir el paraguas nuclear francés para proteger a Europa de Rusia sufre de los mismos problemas que la misión de disuasión con la que aspira a garantizar la seguridad de Ucrania. “Por supuesto, un ataque francés podría causar mucho daño, pero lo que no podría hacer es anular la capacidad de Rusia para tomar represalias, y esas represalias podrían causar mucho daño a Francia. No lo llaman destrucción mutua por nada”, escribió Pavel Povdig, experto nuclear, en un hilo explicativo de por qué la disuasión nuclear francesa no sería en ningún caso equivalente a la estadounidense.
En esta situación de incertidumbre, el peligro que vuelve del este y la necesidad de sustituir una parte de la presencia militar estadounidense, los puntos clave son dos: el aumento del gasto militar propio y la idea de apoyar a Ucrania mientras sea necesario. “Debemos seguir ayudando a los ucranianos a resistir hasta que puedan negociar con Rusia una paz sólida para ellos y para todos nosotros. Por eso, el camino hacia la paz no puede pasar por el abandono de Ucrania” ni “a cualquier precio y bajo la dictadura rusa”. El alto el fuego no puede tampoco “ser demasiado frágil”. Para justificarlo, Macron apela a la experiencia de los acuerdos de Minsk. Curiosamente, Macron recuerda el incumplimiento ruso, pero nunca el ucraniano, pese a que el propio Zelensky comunicó a Merkel y Macron que Minsk era inviable, una sutil forma de admitir que Ucrania no tenía intención de implementar los acuerdos.
Las negociaciones de paz ni siquiera han comenzado y no se han creado aún los equipos negociadores, pero Macron prepara ya una versión militarizada de la paz. “Una vez firmada la paz, debemos preparar a Ucrania para que no vuelva a ser invadida por Rusia. Esto implicará sin duda un apoyo a largo plazo al ejército ucraniano. También puede implicar el despliegue de fuerzas europeas. Estas fuerzas no irían a luchar hoy, no irían a luchar en primera línea, pero estarían allí una vez firmada la paz para garantizar su pleno respeto”, explicó para añadir que “se trata de un plan para una paz sólida, duradera y verificable, que hemos preparado con los ucranianos y varios otros socios europeos, y que defendí en Estados Unidos hace quince días y en toda Europa. Y quiero creer que Estados Unidos seguirá a nuestro lado, pero debemos estar preparados si no es así. Tanto si la paz en Ucrania se alcanza rápidamente como si no, dada la amenaza rusa que acabo de describirles, los Estados europeos deben poder defenderse mejor y disuadir cualquier nueva agresión”. Ese plan sólido choca con dos problemas principales. El primero es que el despliegue de esa misión de disuasión depende de un acuerdo en el que Moscú acepte el escenario de tropas de países de la OTAN sobre el terreno, algo que Sergey Lavrov rechazó ayer. El segundo es que precisa de la participación de Estados Unidos. Pese a las proclamas y los discursos, la decisión sigue estando en manos de Moscú y Washington.
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