sábado, 31 de octubre de 2009

Mikhail Gorbachev:"El muro de Berlín tenía que caer, pero el mundo de hoy no es más justo"


Veinte años después de que el vergonzoso símbolo de la división de un pueblo fuera derribado, el capitalismo ultra liberal necesita su propia Perestroika

Esta es una reflexión de uno de los principales protagonistas de aquellos sucesos, que salió publicada ayer en The Guardian

Mikhail Gorbachev, The Guardian. Traducción propia

Han pasado veinte años desde la caída del muro de Berlín, uno de los vergonzosos símbolos de la guerra fría y de la peligrosa división del mundo en bloques opuestos y antagónicos. Hoy podemos volver la mirada a esos acontecimientos y hacer un balance en el tono menos emocional y más racional que permiten las dos décadas transcurridas.

La primera observación que debe hacerse es que el optimista anuncio del "fin de la historia" no se ha producido, aunque muchos afirmaban que era inminente. Tampoco se ha producido lo que muchos de los políticos de mi generación creían sinceramente y en lo cual confiaban: que con el fin de la guerra fría la humanidad podría olvidar lo absurdo de la carrera de armamentos, los peligrosos conflictos regionales y las estériles disputas ideológicas, para entrar en un siglo de oro de la seguridad colectiva, en el uso racional de los recursos materiales, en el fin de la pobreza y la desigualdad, recuperando una vida de armonía con la naturaleza.

Otra consecuencia importante del fin de la guerra fría fue la realización de uno de los postulados centrales del Nuevo Pensamiento: la interdependencia de los elementos sumamente importantes que van al corazón mismo de la existencia y el desarrollo de la humanidad. Esto implica no sólo los procesos y hechos que ocurren en diferentes continentes, sino también el vínculo orgánico entre los cambios en las condiciones económicas, tecnológicas, sociales, demográficas y culturales que determinan la existencia cotidiana de miles de millones de personas en nuestro planeta. En efecto, la humanidad ha comenzado a transformarse en una sola civilización.

Al mismo tiempo, la desaparición de la cortina de hierro y el término de las barreras y fronteras, algo inesperado por muchos, hizo posibles conexiones entre los países que tenían diferentes sistemas políticos, así como también entre las diferentes civilizaciones, culturas y tradiciones.

Naturalmente, nosotros, los políticos del siglo pasado, podemos sentirnos orgullosos de haber evitado el peligro de una guerra termonuclear. Para muchos millones de personas el mundo se ha convertido en un lugar más seguro. Sin embargo, innumerables conflictos locales y guerras étnicas y religiosas han surgido como una maldición sobre el nuevo mapa de la política mundial, creando también un gran número de víctimas.

Prueba clara de la irracionalidad y la irresponsabilidad de la nueva generación de políticos, sean de países grandes o pequeños, es el hecho de que los gastos de defensa son ahora mayores que durante la guerra fría, y las tácticas de mano dura, son una característica común de las relaciones internacionales.

Durante las últimas dos décadas, el mundo no se ha convertido en un lugar más justo: las disparidades entre los ricos y los pobres se han acentuado, no sólo entre el Norte y el Sur, o en los países en desarrollo, sino también en los propios países desarrollados. Los problemas sociales en Rusia, como en otros países comunistas, son prueba de que simplemente abandonar el modelo defectuoso de una economía de planificación centralizada y burocrática no es suficiente, y ni las garantías de competitividad a nivel mundial, ni el respeto a los principios de justicia social contribuyen a crear un nivel de vida digno para la población.

Nuevos desafíos se puede añadir a los del pasado. Uno de ellos es el terrorismo. En un contexto en el que la guerra mundial ya no es un instrumento de disuasión entre las naciones más poderosas, el terrorismo se ha convertido en una bomba atómica. La proliferación incontrolada de armas de destrucción masiva, la competencia entre los antiguos adversarios de la guerra fría para llegar a nuevos niveles tecnológicos en la producción de armas, y la presencia de los nuevos pretendientes a desempeñar un papel influyente en un mundo multipolar, hace aumentar la sensación de caos en la política mundial.

La crisis de las ideologías que amenaza con convertirse en una crisis de ideales, de valores y de moral, marca otro pérdida de puntos de referencia social, y refuerza la atmósfera de pesimismo político y el nihilismo. El verdadero logro que podemos celebrar es el hecho de que el siglo 20 marcó el fin de las ideologías totalitarias, en particular las que se basan en las creencias utópicas.

Sin embargo, nuevas ideologías están reemplazando rápidamente a las viejas, tanto en el este y el oeste. Actualmente, muchos olvidan que la caída del muro de Berlín no fue la causa de los cambios mundiales, sino la consecuencia de la profunda reforma de los movimientos populares que se iniciaron en el este, y en la Unión Soviética en particular. Después de décadas de la experiencia bolchevique y con la comprensión de que aquello había llevado a la sociedad soviética un callejón sin salida histórico, un fuerte impulso a las reformas democráticas evolucionó en la forma de la perestroika soviética, que también se dispuso para los países de Europa oriental.

Pronto se hizo claro que el capitalismo occidental, también privado de su antiguo adversario, y convertido en el vencedor indiscutible y en la encarnación del progreso mundial, corría el riesgo de llevar la sociedad occidental y el resto del mundo hasta otro callejón sin salida histórico.

La crisis económica mundial de hoy necesita revelar los defectos orgánicos del actual modelo de desarrollo que se impuso en el resto del mundo como la única alternativa posible. Esta crisis ha puesto de manifiesto que no sólo el socialismo burocrático, sino también el capitalismo ultra liberal requiere una reforma democrática profunda, su propia clase de la perestroika.

Hoy en día, cuando nos sentamos entre las ruinas del viejo orden, podemos pensar en nosotros mismos como participantes activos en el proceso de creación de un nuevo mundo. Muchas verdades postuladas tanto en el este como en oeste y consideradas indiscutibles, han dejado de serlo, incluida la fe ciega en el mercado y, sobre todo, su carácter democrático. Había una creencia arraigada de que el modelo occidental de democracia podía extenderse mecánicamente a otras sociedades con experiencias históricas y tradiciones culturales diferentes. En la actual situación, incluso un concepto como el progreso social, que parece ser compartida por todos, deberá ser definido, y examinado con mayor precisión.
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Nota: esta es una traducción propia e improvisada que será reemplazada apenas se publique una traducción oficial.

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