Joseph Stiglitz recuerda al recientemente fallecido Norman Borlaug, genetista y agrónomo, ganador del premio Nobel de la Paz en 1970, por su contribución en los años 60 a la agricultura moderna y a la llamada "revolución verde" que permitió salvar más de 300 millones de vidas humanas y cambiar el paisaje económico mundial. Este recordatorio ofrece un buen motivo para reflexionar sobre el quiebre de nuestro sistema de valores y cómo este hecho está en el eje de la crisis que hoy afecta a la humanidad.
Antes de Borlaug, el planeta afrontaba la amenaza de una pesadilla malthusiana con una población creciente en el mundo en desarrollo y alimentos insuficientes para sostenerla. Para Stiglitz, la muerte de Borlaug, a los 95 años, es un recordatorio de cómo se ha torcido nuestro sistema de valores. Cuando Borlaug recibió el premio, trabajaba en los campos mexicanos mejorando la productividad agrícola, "no por una enorme suma de dinero, sino por convicción y pasión por el trabajo".
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Qué contraste entre Borlaug y los magos financieros de Wall Street que llevaron al mundo al borde de la ruina y argumentaban que debían recibir cuantiosas remuneraciones y compensaciones para estar motivados. Sin ninguna otra brújula, las estructuras de incentivos que adoptaron claramente los motivaron... no a introducir nuevos productos que mejoraran la vida de las personas o les ayudaran a manejar los riesgos que afrontaban, sino a poner en riesgo la economía global a fuerza de avidez y miopía. Sus innovaciones se centraron en encontrar formas de evitar las normativas contables y financieras creadas para asegurar la transparencia, la eficiencia y la estabilidad, y para prevenir la explotación de quienes contaban con menos información.
También hay un aspecto más profundo en este contraste: nuestras sociedades toleran las desigualdades porque se las ve como socialmente útiles; es el precio que pagamos por tener incentivos que motiven a las personas a actuar de manera que promuevan el bienestar social. La teoría económica neoclásica, que por un siglo ha predominado en Occidente, sostiene que la remuneración que recibe cada persona refleja su contribución social marginal, lo que aporta a la sociedad. Al hacer el bien se prospera, reza este argumento.
Sin embargo, Borlaug y nuestros banqueros refutan esa teoría. Si la teoría neoclásica fuera correcta, Borlaug habría estado entre los hombres más ricos del mundo, mientras que nuestros banqueros habrían hecho cola para las sopas de caridad.
La crisis que hoy afecta al planeta marca crucialmente una crisis de valores. Los sentidos se han trastocado en pos de un consumismo desaforado que sólo implicó derroche. La obra de Norman Borlaug da motivos para reflexionar
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