Pedro Calvo El Economista
El futuro comenzó a escribirse el 21 de julio de 2005. Ese día las autoridades chinas dieron un paso en apariencia pequeño, pero que en el fondo supuso el inicio de un proceso irreversible. Un movimiento milimétrico, tanto por su magnitud como por la precisión quirúrgica con la que se emprendió, que en su ADN incorporó la semilla de un combate futuro. Una batalla que amenazará con alterar el orden cambiario del último siglo.
En litigio estará el cetro mundial, el privilegio de ser la divisa más fuerte del mundo. El reinado del dólar estadounidense será puesto a prueba. Pero no por el euro, como cabía esperar, sino por la irrupción de una nueva dinastía. La de la moneda china. El yuan.
Aquella jornada de julio, Pekín comenzó a levar las anclas que habían mantenido prácticamente inmóvil a la divisa del gigante asiático desde 1994. Durante esos 11 años, la moneda contó con un margen de variación ínfimo contra la estadounidense, a la que estaba vinculada.
Apenas oscilaba entre los 8,277 y los 8,30 yuanes por dólar. El país estaba preparando el salto a la primera división de la economía mundial, y para ello quiso un aliado en su moneda, de ahí que los estrictos dirigentes chinos impidieran su apreciación. Sería más fácil exportar, y por tanto crecer, con una divisa barata.
Pero ese día le permitieron subir un 2,1%, hasta las 8,11 unidades, y accedieron a que desde entonces emprendiera un camino que técnicamente se conoce como flotación sucia. Es decir, en adelante iban a permitir que el yuan se revaluara, pero no libremente -como ocurre con las divisas de los países desarrollados-, sino de forma limitada y dirigida. Además, el norte de la brújula de la moneda asiática ya no sería únicamente el billete verde, sino que su valor iba a estar referenciado a una cesta de monedas. El viaje había comenzado.
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Una mirada no convencional al modelo económico de la globalización, la geopolítica, y las fallas del mercado
lunes, 8 de junio de 2009
domingo, 7 de junio de 2009
El Estado ha vuelto... y a lo grande
¿Qué fue de los Amos del Universo satirizados por Tom Wolfe? Los ministros de Finanzas ocupan hoy su lugar. En contra de tantos augurios, Al Qaeda y la crisis han devuelto el protagonismo a los Gobiernos
PAUL KENNEDY
Hace unos 500 años, en algunas zonas de Europa occidental, ocurrió algo curioso en la sociedad humana. En vez de pequeñas unidades territoriales -ducados, principados, ciudades libres, áreas gobernadas por caudillos anárquicos y fronteras llenas de violencia- aparecieron varias naciones-Estado (España, Francia, Inglaterra y Gales), cuyos Gobiernos poseían poderes extraordinarios: el monopolio del ejército y la policía, el derecho a recaudar impuestos y el establecimiento de estructuras uniformes de gobierno, además de una asamblea nacional, una lengua común, una bandera, un sistema de correos y todos los demás atributos de la soberanía que los 192 miembros actuales de la ONU dan por descontados.
Pero ese Estado nunca careció de enemigos ni de críticos, entre ellos los numerosos intelectuales que se atrevieron a predecir su desaparición. Por ejemplo, Karl Marx profetizó que el éxito futuro del comunismo internacional llevaría de forma inevitable al "desvanecimiento gradual del Estado". También los partidarios de una Federación Mundial en los años cuarenta del siglo XX propugnaron la instauración de varias formas de gobernanza mundial, incluido un Parlamento de toda la humanidad.
Más recientemente -y esto nos aproxima al tema de este artículo-, los defensores del capitalismo de libre mercado sin ningún tipo de control dijeron que el mundo estaba convirtiéndose en un bazar único en el que los Gobiernos eran cada vez más ineficaces, las guerras y los conflictos eran una cosa del pasado, la guerra fría era una curiosidad histórica y las finanzas cosmopolitas eran la fuerza dominante en los asuntos internacionales.
Los lectores recordarán libros con títulos tan sugerentes como El mundo sin fronteras (Kenichi Ohmae, 1990) y provocadores artículos sobre El final de la historia (Francis Fukuyama, 1989) como ejemplos de este tipo de pensamiento. Si había un grupo de actores al que perteneciera el mundo, era a los juveniles banqueros de Goldman Sachs, los capitalistas de riesgo y los jadeantes economistas del laissez-faire. El Estado se había quedado anticuado, sobre todo en sus variantes más grandes.
Pues bien, dos grandes erupciones de principios del siglo XXI han puesto en tela de juicio la hipótesis de que ya no necesitamos ni tenemos que prestar atención a lo que los conservadores estadounidenses llaman, con desprecio, el "gran gobierno".
La primera fueron los atentados terroristas del 11-S. Aquellas acciones mortales e inesperadas por parte de unos actores no estatales hirieron profundamente a la nación más poderosa de la tierra y la empujaron a llevar a cabo una increíble variedad de respuestas contra Al Qaeda y los talibanes. Todas las medidas de seguridad, la enorme acumulación de datos sobre cada ciudadano, la comunicación de informaciones de inteligencia nacional con otros Estados y las medidas coordinadas contra las cuentas bancarias sospechosas y los artículos prohibidos fueron algunas de las muchas consecuencias de la llamada guerra contra el terror. (Como nota personal, este artículo lo he escrito durante un viaje reciente alrededor del mundo en el que siempre estuvo presente el "Estado"; en el aeropuerto de Roma tuve que pasar tres controles de seguridad. Hace 20 años, habría resultado increíble).
Si a esos miedos al terrorismo unimos el inmenso malestar sobre la inmigración ilegal y las medidas contra ella, tenemos la impresión de que el "mundo sin fronteras", si es que alguna vez existió, se ha visto sustituido por controles gubernamentales y exhibiciones de autoridad en todas partes.
El segundo acontecimiento desafortunado y aterrador ha sido la crisis financiera internacional de 2008-2009, en la que la irresponsabilidad generalizada en el mercado de las hipotecas basura de Estados Unidos ha causado una onda expansiva que ha alcanzado a todo el mundo.
Se pueden decir muchas cosas sobre esta convulsa situación, pero una de las más importantes es seguramente cómo ha humillado a quienes el novelista estadounidense Tom Wolfe llamó con sarcasmo "los Amos del Universo", es decir, los banqueros, los asesores de fondos de inversión y los falsos profetas de un índice Dow Jones en crecimiento constante. También han acabado aplastadas algunas de las entidades financieras más venerables y distinguidas. Para las personas que han perdido sus casas o han visto cómo se diezmaban sus ahorros y sus pensiones, la humillación pública de banqueros y consejeros delegados que hemos presenciado durante el último año no es más que un triste consuelo parcial. Para los millones de trabajadores que han perdido sus empleos o se han visto forzados a reducir sus jornadas de trabajo debido a la recesión mundial, el grado de castigo de los ricachones no es, ni mucho menos, suficiente.
Pero eso no es lo que quiero dejar claro aquí. Lo que quiero decir es que el mundo del capitalismo de libre mercado sin control se ha encontrado con un final brusco y escalofriante y que el Estado ha tenido que intervenir para hacerse con el control de la situación tanto económica como política.
En varias partes del mundo, por supuesto, el Estado nunca se quitó de en medio, y a finales de los noventa ya había indicios de que estaba aumentando sus poderes en países tan distintos como Rusia, China, Venezuela y Zambia. Pero lo que resulta más llamativo es el reciente vuelco en las economías que hasta ahora se regían por el mercado, sobre todo en Estados Unidos.
Ver a los principales banqueros estadounidenses interrogados una y otra vez en los comités del Congreso, ver cómo sus empresas están sujetas a "pruebas de estrés" gubernamentales, enterarnos de que sus salarios y primas van a tener en el futuro un "tope", es ver cómo se derriba a unos gigantes. Y es un poderoso recordatorio de la fuerza latente del Estado-nación.
Lo mismo ocurre, lógicamente, en la esfera internacional. ¿Quiénes son hoy los Amos del Universo: los señores del capital privado, cuyas limusinas y cuyos helicópteros entraban y salían cada año del Foro Económico Mundial en Davos, o los adustos responsables de nuestros principales ministerios de Hacienda y bancos centrales? La respuesta es evidente.
Hasta las grandes instituciones financieras mundiales bailan al son que les marcan sus amos políticos, es decir, los Gobiernos que más voz tienen en ellas. Tal vez el Fondo Monetario Internacional vaya a disponer de unos cuantos cientos de miles de millones de dólares más para ayudar a las economías dañadas y las divisas en bancarrota, pero ¿quién lo ha autorizado?
Por supuesto, un grupo de gobiernos nacionales que comprendieron la necesidad de rescatar el sistema financiero mundial. Da igual que lo decidiera el viejo G-7 o el nuevo G-20 en su reciente reunión de Londres; el caso es que fue claramente un G-algo, es decir, fue una acción de "gobierno".
En resumen, el Estado ha vuelto a primera fila (si es que alguna vez dejó el teatro, y no estaba meramente descansando entre bambalinas). En la mayoría de los países, la parte gubernamental del PIB está aumentando sin cesar, en consonancia con el gasto oficial y las deudas nacionales. Todos los caminos parecen llevar al Congreso, o el Parlamento, o el Bundestag; o al Banco Popular de China. Los mercados observan con ansiedad el menor indicio de alteración de los tipos de interés o cualquier afirmación, por muy calculada o torpe que sea, sobre la fortaleza del dólar estadounidense.
Todas estas cosas no habrían sorprendido a los reyes Valois de Francia, ni a los monarcas Tudor, ni a Felipe II de España. Al final, y para utilizar una frase favorita del presidente Harry Truman, "la responsabilidad es mía". Es decir, de los líderes políticos, que, elegidos o no, son quienes suelen tener las riendas del poder.
Era una locura pensar que esa vieja verdad ya no era válida en los últimos años, sólo por las especulaciones de algunos responsables de fondos alternativos y unos cuantos banqueros excesivamente ambiciosos.
______________________
© 2009, Tribune Media Services, Inc.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Paul Kennedy ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Está escribiendo una historia de la Segunda Guerra Mundial.
PAUL KENNEDY
Hace unos 500 años, en algunas zonas de Europa occidental, ocurrió algo curioso en la sociedad humana. En vez de pequeñas unidades territoriales -ducados, principados, ciudades libres, áreas gobernadas por caudillos anárquicos y fronteras llenas de violencia- aparecieron varias naciones-Estado (España, Francia, Inglaterra y Gales), cuyos Gobiernos poseían poderes extraordinarios: el monopolio del ejército y la policía, el derecho a recaudar impuestos y el establecimiento de estructuras uniformes de gobierno, además de una asamblea nacional, una lengua común, una bandera, un sistema de correos y todos los demás atributos de la soberanía que los 192 miembros actuales de la ONU dan por descontados.
Pero ese Estado nunca careció de enemigos ni de críticos, entre ellos los numerosos intelectuales que se atrevieron a predecir su desaparición. Por ejemplo, Karl Marx profetizó que el éxito futuro del comunismo internacional llevaría de forma inevitable al "desvanecimiento gradual del Estado". También los partidarios de una Federación Mundial en los años cuarenta del siglo XX propugnaron la instauración de varias formas de gobernanza mundial, incluido un Parlamento de toda la humanidad.
Más recientemente -y esto nos aproxima al tema de este artículo-, los defensores del capitalismo de libre mercado sin ningún tipo de control dijeron que el mundo estaba convirtiéndose en un bazar único en el que los Gobiernos eran cada vez más ineficaces, las guerras y los conflictos eran una cosa del pasado, la guerra fría era una curiosidad histórica y las finanzas cosmopolitas eran la fuerza dominante en los asuntos internacionales.
Los lectores recordarán libros con títulos tan sugerentes como El mundo sin fronteras (Kenichi Ohmae, 1990) y provocadores artículos sobre El final de la historia (Francis Fukuyama, 1989) como ejemplos de este tipo de pensamiento. Si había un grupo de actores al que perteneciera el mundo, era a los juveniles banqueros de Goldman Sachs, los capitalistas de riesgo y los jadeantes economistas del laissez-faire. El Estado se había quedado anticuado, sobre todo en sus variantes más grandes.
Pues bien, dos grandes erupciones de principios del siglo XXI han puesto en tela de juicio la hipótesis de que ya no necesitamos ni tenemos que prestar atención a lo que los conservadores estadounidenses llaman, con desprecio, el "gran gobierno".
La primera fueron los atentados terroristas del 11-S. Aquellas acciones mortales e inesperadas por parte de unos actores no estatales hirieron profundamente a la nación más poderosa de la tierra y la empujaron a llevar a cabo una increíble variedad de respuestas contra Al Qaeda y los talibanes. Todas las medidas de seguridad, la enorme acumulación de datos sobre cada ciudadano, la comunicación de informaciones de inteligencia nacional con otros Estados y las medidas coordinadas contra las cuentas bancarias sospechosas y los artículos prohibidos fueron algunas de las muchas consecuencias de la llamada guerra contra el terror. (Como nota personal, este artículo lo he escrito durante un viaje reciente alrededor del mundo en el que siempre estuvo presente el "Estado"; en el aeropuerto de Roma tuve que pasar tres controles de seguridad. Hace 20 años, habría resultado increíble).
Si a esos miedos al terrorismo unimos el inmenso malestar sobre la inmigración ilegal y las medidas contra ella, tenemos la impresión de que el "mundo sin fronteras", si es que alguna vez existió, se ha visto sustituido por controles gubernamentales y exhibiciones de autoridad en todas partes.
El segundo acontecimiento desafortunado y aterrador ha sido la crisis financiera internacional de 2008-2009, en la que la irresponsabilidad generalizada en el mercado de las hipotecas basura de Estados Unidos ha causado una onda expansiva que ha alcanzado a todo el mundo.
Se pueden decir muchas cosas sobre esta convulsa situación, pero una de las más importantes es seguramente cómo ha humillado a quienes el novelista estadounidense Tom Wolfe llamó con sarcasmo "los Amos del Universo", es decir, los banqueros, los asesores de fondos de inversión y los falsos profetas de un índice Dow Jones en crecimiento constante. También han acabado aplastadas algunas de las entidades financieras más venerables y distinguidas. Para las personas que han perdido sus casas o han visto cómo se diezmaban sus ahorros y sus pensiones, la humillación pública de banqueros y consejeros delegados que hemos presenciado durante el último año no es más que un triste consuelo parcial. Para los millones de trabajadores que han perdido sus empleos o se han visto forzados a reducir sus jornadas de trabajo debido a la recesión mundial, el grado de castigo de los ricachones no es, ni mucho menos, suficiente.
Pero eso no es lo que quiero dejar claro aquí. Lo que quiero decir es que el mundo del capitalismo de libre mercado sin control se ha encontrado con un final brusco y escalofriante y que el Estado ha tenido que intervenir para hacerse con el control de la situación tanto económica como política.
En varias partes del mundo, por supuesto, el Estado nunca se quitó de en medio, y a finales de los noventa ya había indicios de que estaba aumentando sus poderes en países tan distintos como Rusia, China, Venezuela y Zambia. Pero lo que resulta más llamativo es el reciente vuelco en las economías que hasta ahora se regían por el mercado, sobre todo en Estados Unidos.
Ver a los principales banqueros estadounidenses interrogados una y otra vez en los comités del Congreso, ver cómo sus empresas están sujetas a "pruebas de estrés" gubernamentales, enterarnos de que sus salarios y primas van a tener en el futuro un "tope", es ver cómo se derriba a unos gigantes. Y es un poderoso recordatorio de la fuerza latente del Estado-nación.
Lo mismo ocurre, lógicamente, en la esfera internacional. ¿Quiénes son hoy los Amos del Universo: los señores del capital privado, cuyas limusinas y cuyos helicópteros entraban y salían cada año del Foro Económico Mundial en Davos, o los adustos responsables de nuestros principales ministerios de Hacienda y bancos centrales? La respuesta es evidente.
Hasta las grandes instituciones financieras mundiales bailan al son que les marcan sus amos políticos, es decir, los Gobiernos que más voz tienen en ellas. Tal vez el Fondo Monetario Internacional vaya a disponer de unos cuantos cientos de miles de millones de dólares más para ayudar a las economías dañadas y las divisas en bancarrota, pero ¿quién lo ha autorizado?
Por supuesto, un grupo de gobiernos nacionales que comprendieron la necesidad de rescatar el sistema financiero mundial. Da igual que lo decidiera el viejo G-7 o el nuevo G-20 en su reciente reunión de Londres; el caso es que fue claramente un G-algo, es decir, fue una acción de "gobierno".
En resumen, el Estado ha vuelto a primera fila (si es que alguna vez dejó el teatro, y no estaba meramente descansando entre bambalinas). En la mayoría de los países, la parte gubernamental del PIB está aumentando sin cesar, en consonancia con el gasto oficial y las deudas nacionales. Todos los caminos parecen llevar al Congreso, o el Parlamento, o el Bundestag; o al Banco Popular de China. Los mercados observan con ansiedad el menor indicio de alteración de los tipos de interés o cualquier afirmación, por muy calculada o torpe que sea, sobre la fortaleza del dólar estadounidense.
Todas estas cosas no habrían sorprendido a los reyes Valois de Francia, ni a los monarcas Tudor, ni a Felipe II de España. Al final, y para utilizar una frase favorita del presidente Harry Truman, "la responsabilidad es mía". Es decir, de los líderes políticos, que, elegidos o no, son quienes suelen tener las riendas del poder.
Era una locura pensar que esa vieja verdad ya no era válida en los últimos años, sólo por las especulaciones de algunos responsables de fondos alternativos y unos cuantos banqueros excesivamente ambiciosos.
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© 2009, Tribune Media Services, Inc.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Paul Kennedy ocupa la cátedra J. Richardson de Historia y es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Está escribiendo una historia de la Segunda Guerra Mundial.
Entre la agonía y el éxtasis, cómo el precio del petróleo complica la crisis
Marco Antonio Moreno
El mayor paquete de ayuda a la crisis económica mundial no ha provenido de los rescates masivos que han significado millonarias inyecciones de recursos para sostener al sistema financiero. El alivio real para el mundo provino de la sistemática baja que tuvo el precio del crudo desde los 147 dólares el barril a que llegó en julio del año pasado, a los 35 dólares que alcanzó a principios de este año.
Esto significó una ayuda real para millones de consumidores que pudieron articular y ordenar su presupuesto en tiempos de una fuerte crisis económica, permitiendo a las personas disponer de más dinero en el bolsillo. Sólo en los Estados Unidos el ahorro producido por el petróleo barato alcanzó los 280 mil millones de dólares. Parte del fenómeno deflacionario se debe a la fuerte caída en la demanda global.
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viernes, 5 de junio de 2009
Nouriel Roubini: La moneda china dará batalla al dólar
El renminbi (o Yuan) chino gana terreno como valor de reserva dado que el imperio de EE.UU. decae y asciende el asiático.
Nouriel Roubini
El siglo XIX estuvo bajo el dominio del imperio británico, y el siglo XX bajo el de los Estados Unidos. Ahora podemos estar ingresando al siglo asiático, que dominan una China en ascenso y su moneda.
Si bien la condición del dólar de principal moneda de reserva no se desvanecerá de la noche a la mañana, ya no podemos darla por descontado. Antes de lo que pensamos, otras monedas pueden desafiar al dólar, y lo más probable es que se trate del renminbi chino. Eso tendría un grave costo para los Estados Unidos, dado que desaparecería su capacidad de financiar el déficit presupuestario y comercial.
Tradicionalmente, los imperios que tienen la moneda de reserva global son también acreedores extranjeros y prestadores netos. El imperio británico declinó -y la libra perdió su condición de principal moneda de reserva global- cuando Gran Bretaña se convirtió en deudor y tomador de préstamos neto en la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad, los Estados Unidos se encuentran en una posición similar. Tiene grandes déficits comercial y presupuestario y depende de la buena voluntad de acreedores extranjeros inquietos que empiezan a sentirse incómodos ante la idea de acumular aún más activos en dólares. La consecuente caída del dólar puede no ser más que cuestión de tiempo.
¿Pero qué podría reemplazarla? La libra británica, el yen japonés y el franco suizo siguen siendo monedas de reserva menores, ya que esos países no son grandes potencias. El oro continúa siendo una reliquia bárbara cuyo valor sólo aumenta cuando la inflación es alta. El euro se ve afectado por los temores respecto de la viabilidad a largo plazo de la Unión Monetaria Europea. Lo único que queda es el renminbi.
China es un país acreedor que tiene grandes superávits de cuenta corriente, un déficit presupuestario reducido, una deuda pública mucho menor en relación con el PBI que la que tienen los Estados Unidos y un firme crecimiento. Por otra parte, ya toma medidas para desafiar la supremacía del dólar.
Beijing propone una nueva moneda de reserva internacional bajo la forma de derechos especiales de giro (una canasta de dólares, euros, libras y yenes). China pronto querrá que su propia moneda integre la canasta, así como que se utilice el renminbi como forma de pago en el comercio bilateral.
Por el momento, sin embargo, el renminbi dista de alcanzar la jerarquía de moneda de reserva. China tendría antes que flexibilizar las restricciones en relación con el dinero que entra y sale del país, hacer que su moneda tenga plena convertibilidad para esas transacciones, seguir adelante con sus reformas financieras internas y dar mayor liquidez a sus mercados de bonos. Al renminbi le llevaría mucho tiempo convertirse en una moneda de reserva, pero podría pasar.
China ya se ejercitó con el establecimiento de canjes de divisas con varios países (entre ellos Argentina, Bielorrusia e Indonesia) y al permitir que instituciones de Hong Kong emitan bonos con denominación en renminbis, lo que constituye un primer paso hacia la creación de un mercado local e internacional para su moneda.
Si China y otros países diversifican sus reservas y se apartan del dólar -y en algún momento lo harán-, los Estados Unidos se verán afectados. Porque obtienen importantes ventajas económicas de la condición de moneda de reserva del dólar.
En particular, el mercado fuerte del dólar permite que los estadounidenses tomen crédito con mejores tasas. Así pueden financiar déficits mayores durante más tiempo y a tasas de interés menores, al tiempo que la demanda extranjera mantiene el rendimiento de los bonos del Tesoro en un nivel bajo.
Los Estados Unidos pueden emitir deuda en su propia moneda en lugar de hacerlo en una moneda extranjera, trasladando así a sus acreedores las pérdidas de una caída del valor del dólar. El hecho de que el precio de las materias primas se fije en dólares también significa que una caída del valor del dólar no deriva en un aumento del precio de las importaciones.
Imaginemos ahora un mundo en el que China pudiera prestar y tomar préstamos en el ámbito internacional en su propia moneda. El renminbi, ya no el dólar, podría terminar por convertirse en un medio de pago en el comercio y en unidad en la que valuar importaciones y exportaciones, así como en un medio de concentración de valores por parte de inversores internacionales. Los estadounidenses pagarían el costo.
Tendrían que pagar más por los productos importados, y también aumentarían las tasas de interés, tanto sobre la deuda privada como sobre la pública. El mayor costo privado del crédito podría llevar a un debilitamiento del consumo y la inversión y a un crecimiento más lento.
Esa declinación del dólar podría llevar más de diez años, pero puede producirse antes si Estados Unidos no pone orden en sus finanzas. Los Estados Unidos deben controlar el gasto y la toma de crédito, además de buscar un crecimiento que no se base en burbujas crediticias y de activos.
Durante los últimos veinte años los Estados Unidos gastaron más de lo que ganaron, lo que aumentó sus obligaciones en el exterior y acumuló deudas que pasaron a ser insostenibles. Un sistema en el que el dólar era la principal moneda global permitió prolongar un endeudamiento insensato.
Ahora que la posición del dólar ya no es tan segura, EE.UU. debe cambiar de prioridades. Eso comprenderá invertir en su deteriorada infraestructura, en recursos alternativos y renovables y en capital humano productivo, y ya no en casas innecesarias ni en innovaciones financieras tóxicas. Esa será la única manera de aminorar la declinación del dólar y de mantener la influencia de EE.UU. en los asuntos globales.
Copyright Clarín y The New York Times, 2009. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Tomado de diario El Clarin
Nouriel Roubini
El siglo XIX estuvo bajo el dominio del imperio británico, y el siglo XX bajo el de los Estados Unidos. Ahora podemos estar ingresando al siglo asiático, que dominan una China en ascenso y su moneda.
Si bien la condición del dólar de principal moneda de reserva no se desvanecerá de la noche a la mañana, ya no podemos darla por descontado. Antes de lo que pensamos, otras monedas pueden desafiar al dólar, y lo más probable es que se trate del renminbi chino. Eso tendría un grave costo para los Estados Unidos, dado que desaparecería su capacidad de financiar el déficit presupuestario y comercial.
Tradicionalmente, los imperios que tienen la moneda de reserva global son también acreedores extranjeros y prestadores netos. El imperio británico declinó -y la libra perdió su condición de principal moneda de reserva global- cuando Gran Bretaña se convirtió en deudor y tomador de préstamos neto en la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad, los Estados Unidos se encuentran en una posición similar. Tiene grandes déficits comercial y presupuestario y depende de la buena voluntad de acreedores extranjeros inquietos que empiezan a sentirse incómodos ante la idea de acumular aún más activos en dólares. La consecuente caída del dólar puede no ser más que cuestión de tiempo.
¿Pero qué podría reemplazarla? La libra británica, el yen japonés y el franco suizo siguen siendo monedas de reserva menores, ya que esos países no son grandes potencias. El oro continúa siendo una reliquia bárbara cuyo valor sólo aumenta cuando la inflación es alta. El euro se ve afectado por los temores respecto de la viabilidad a largo plazo de la Unión Monetaria Europea. Lo único que queda es el renminbi.
China es un país acreedor que tiene grandes superávits de cuenta corriente, un déficit presupuestario reducido, una deuda pública mucho menor en relación con el PBI que la que tienen los Estados Unidos y un firme crecimiento. Por otra parte, ya toma medidas para desafiar la supremacía del dólar.
Beijing propone una nueva moneda de reserva internacional bajo la forma de derechos especiales de giro (una canasta de dólares, euros, libras y yenes). China pronto querrá que su propia moneda integre la canasta, así como que se utilice el renminbi como forma de pago en el comercio bilateral.
Por el momento, sin embargo, el renminbi dista de alcanzar la jerarquía de moneda de reserva. China tendría antes que flexibilizar las restricciones en relación con el dinero que entra y sale del país, hacer que su moneda tenga plena convertibilidad para esas transacciones, seguir adelante con sus reformas financieras internas y dar mayor liquidez a sus mercados de bonos. Al renminbi le llevaría mucho tiempo convertirse en una moneda de reserva, pero podría pasar.
China ya se ejercitó con el establecimiento de canjes de divisas con varios países (entre ellos Argentina, Bielorrusia e Indonesia) y al permitir que instituciones de Hong Kong emitan bonos con denominación en renminbis, lo que constituye un primer paso hacia la creación de un mercado local e internacional para su moneda.
Si China y otros países diversifican sus reservas y se apartan del dólar -y en algún momento lo harán-, los Estados Unidos se verán afectados. Porque obtienen importantes ventajas económicas de la condición de moneda de reserva del dólar.
En particular, el mercado fuerte del dólar permite que los estadounidenses tomen crédito con mejores tasas. Así pueden financiar déficits mayores durante más tiempo y a tasas de interés menores, al tiempo que la demanda extranjera mantiene el rendimiento de los bonos del Tesoro en un nivel bajo.
Los Estados Unidos pueden emitir deuda en su propia moneda en lugar de hacerlo en una moneda extranjera, trasladando así a sus acreedores las pérdidas de una caída del valor del dólar. El hecho de que el precio de las materias primas se fije en dólares también significa que una caída del valor del dólar no deriva en un aumento del precio de las importaciones.
Imaginemos ahora un mundo en el que China pudiera prestar y tomar préstamos en el ámbito internacional en su propia moneda. El renminbi, ya no el dólar, podría terminar por convertirse en un medio de pago en el comercio y en unidad en la que valuar importaciones y exportaciones, así como en un medio de concentración de valores por parte de inversores internacionales. Los estadounidenses pagarían el costo.
Tendrían que pagar más por los productos importados, y también aumentarían las tasas de interés, tanto sobre la deuda privada como sobre la pública. El mayor costo privado del crédito podría llevar a un debilitamiento del consumo y la inversión y a un crecimiento más lento.
Esa declinación del dólar podría llevar más de diez años, pero puede producirse antes si Estados Unidos no pone orden en sus finanzas. Los Estados Unidos deben controlar el gasto y la toma de crédito, además de buscar un crecimiento que no se base en burbujas crediticias y de activos.
Durante los últimos veinte años los Estados Unidos gastaron más de lo que ganaron, lo que aumentó sus obligaciones en el exterior y acumuló deudas que pasaron a ser insostenibles. Un sistema en el que el dólar era la principal moneda global permitió prolongar un endeudamiento insensato.
Ahora que la posición del dólar ya no es tan segura, EE.UU. debe cambiar de prioridades. Eso comprenderá invertir en su deteriorada infraestructura, en recursos alternativos y renovables y en capital humano productivo, y ya no en casas innecesarias ni en innovaciones financieras tóxicas. Esa será la única manera de aminorar la declinación del dólar y de mantener la influencia de EE.UU. en los asuntos globales.
Copyright Clarín y The New York Times, 2009. Traducción de Joaquín Ibarburu.
Tomado de diario El Clarin
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mamvas
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7:59 p.m.
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Recesión
Hacia un 'New Deal' global
El pacto de la posguerra entre socialdemócratas y democristianos europeos debe ser sustituido por un nuevo acuerdo. Aunque algunos pretenden volver, como si nada hubiera ocurrido, al capitalismo de casino
JOAQUÍN ESTEFANÍA El País
En cuanto han surgido los primeros brotes verdes que indicarían que la crisis económica ha tocado fondo, bien o malintencionadamente han empezado a multiplicarse las declaraciones de que "hay que volver a la senda de la prosperidad de la que hemos salido". Es un poco prematura tal reflexión porque los brotes verdes, si fueran inequívocos y menos volátiles, señalarían sólo que se ha tocado fondo y que a partir de ahora el deterioro será menos rápido, pero no que se ha iniciado la recuperación.
La nostálgica voluntad de volver a la prosperidad perdida anuncia que no hemos aprendido la lección, que la voluntad reformadora de lo que ha funcionado mal era fingida, sobrevenida y forzada, y que no se comparte que aquella senda es la que nos ha conducido a estos resultados. Ante una crisis de la profundidad y velocidad que soportamos hay que cambiar el modelo y las reglas a nivel global. No se puede volver a este funcionamiento de casino financiero sin semáforos. Los dioses del pasado han resultado ser falsos y hay quien pretende regresar al delirio de su adoración.
Un pacto entre las principales fuerzas políticas que recoja los estímulos necesarios para salir de la Gran Recesión y que introduzca una mayor regulación de la arquitectura financiera constituye la prioridad para superar esta crisis global que tiene el potencial de ser la más destructiva desde la Gran Depresión de la década de los treinta del siglo pasado. Ese pacto sería el equivalente, en el marco de la globalización, de los acuerdos que tras la Segunda Guerra Mundial concluyeron los socialdemócratas y los democristianos europeos y que condujeron a la llamada edad dorada del capitalismo y a la creación de los modernos Estados de bienestar. Con ese pacto se trataría de evitar que una vez que la inicial crisis financiera ha devenido en una crisis de la economía real (recesión, y tal vez una depresión aguda y duradera en algunas partes del planeta), el resultado acabe siendo una crisis política, como ha sucedido en otros momentos de la historia.
Ese pacto fue calificado por Gordon Brown, en la primera visita que un líder europeo hizo al nuevo presidente de EE UU, Barack Obama, como una especie de New Deal global. El New Deal fue la política económica aplicada por el presidente Franklin Delano Roosevelt a partir del año 1933 para sacar a EE UU de la Gran Depresión que había comenzado con el crash bursátil de 1929. Cuentan los historiadores que en un principio nadie tenía mucha idea de lo que significaba new deal; uno de los asesores del presidente demócrata escribió ese difuso concepto en el discurso de aceptación que Roosevelt había de pronunciar en Chicago a mediados de 1932, sin pensar mucho en su significación profunda. Pero el nuevo paradigma prendió y ha llegado con mucha fuerza hasta nuestros días. El New Deal consistió, en líneas generales, en una serie de medidas de salvamento del sector financiero y de estímulo a la agricultura y a la industria, pasando por la conservación de la naturaleza y por la devolución de cierta influencia a unos sindicatos por entonces demediados. Por ello, una parte de la derecha americana detestó y temió a Roosevelt y sus reformas: estimaban que con las inversiones públicas destinadas a poner fin al paro, con las reformas destinadas a aumentar el bienestar social, con sus ataques a los centros más tradicionales de los poderes fácticos y sus apoyos a los sindicatos, estaba conduciendo a EE UU a "las malolientes aguas del socialismo". Seguramente esa derecha no conocía el estupendo ensayo del sociólogo alemán Werner Sombart, titulado expresivamente ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos? (recientemente reeditado en España, Capitán Swing Libros).
Sin embargo, con la distancia que da el tiempo, los analistas más ponderados han concluido que con el New Deal, Roosevelt salvó al capitalismo americano (transformándolo, regulándolo y humanizándolo) y logró que EE UU acabase por aceptar las responsabilidades que conlleva un poder que en buena parte se ejerce a escala mundial.
Brown declaró en la visita citada que se recordará a Obama por su trabajo en la recuperación económica. Obama se ha inspirado sin duda en el New Deal de Roosevelt. ¿En qué ha consistido hasta ahora su trabajo en política económica?
Primero, en poner las bases para la recuperación del sistema financiero, afectado por una crisis de solvencia, mediante una serie de medidas heterogéneas, entre las cuales se pueden citar como las más importantes la adquisición de activos de alto riesgo y la capitalización de entidades a través de su nacionalización.
Segundo, en instrumentar un plan de estímulo a la economía real con el objetivo prioritario de crear millones de puestos de trabajo. Ese programa aporta un mayor equilibrio entre el mercado y el Estado después de un cuarto de siglo de hegemonía absoluta del primero, sometido a escasas normas de regulación. Durante ese tiempo los partidarios de la revolución conservadora declaraban que el Estado era el problema y el mercado la solución, y que el Estado debía limitarse a administrar lo que le indicase el mercado.
Ahora, por el contrario, el Estado tiene que intervenir con inyecciones masivas de gasto público en infraestructuras clásicas, en nuevas fuentes de energía renovable, en sostenibilidad, en las tecnologías de la información y la comunicación avanzadas, en educación y formación, en el rescate de industrias estratégicas como la del automóvil, así como con reducciones de impuestos a las capas más bajas de la población y a la clase media, compensadas por incrementos de los gravámenes a las capas más ricas y a las ganancias de capital.
Por último, se espera una reforma profunda en el sistema sanitario público estadounidense, de modo que se incorporen al mismo los más de 50 millones de ciudadanos pobres excluidos hasta ahora de cobertura.
El conjunto del plan de estímulo de EE UU multiplicará el endeudamiento público (déficit y deuda) hasta niveles desconocidos, prohibidos hasta ahora por la ortodoxia dominante en este pasado cuarto de siglo. Se prevé que el déficit público de EE UU supere el 12% o el 13%, del PIB, pero también que sea uno de los primeros países en salir de la Gran Recesión, gracias a esta política económica.
El juego de ayudas al sector financiero para que no quiebre, y de medidas de apoyo a la demanda para que la economía reaccione y disminuyan los porcentajes de paro, está siendo básicamente aplicado por la mayor parte de los países del mundo, independientemente de la ideología de sus gobiernos. Las diferencias están en la letra pequeña y en si se deben anteponer los esfuerzos reguladores al incremento del gasto público, o viceversa. Pero en la primera década del siglo XXI "todos somos keynesianos", como declaró hace tres décadas el presidente republicano Richard Nixon. Ello supone la ruptura del modelo neoliberal o de "fundamentalismo de mercado" (Stiglitz), predominante desde principios de los ochenta de la anterior centuria, cuya tendencia a la desregulación y a los excesos del mercado ha sido considerado muy mayoritariamente como la principal razón de la crisis económica. Por eso resultan sospechosas las rápidas llamadas "a la vuelta a la senda de prosperidad de la que hemos salido".
Incluso si este pacto para un New Deal global existiera y tuviera éxito, no sería suficiente para hacer frente a los problemas específicos que arrastra cada economía. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. La crisis ha parecido homogeneizar los problemas, pero cada economía presenta unas características particulares que serán determinantes a la hora de definir su futuro una vez superada la fase álgida de la Gran Recesión. En el caso español habrá que reconducir un modelo de crecimiento de baja productividad. Cuando se acaba de cumplir el primer aniversario de las elecciones generales de marzo de 2008, que parecieron poner fin a la época de la crispación, las condiciones políticas para llegar a un pacto nacional no parecen las más adecuadas por la falta de liderazgo y de convencimiento del Gobierno y por la incomparecencia de la oposición. Pero ésta es ya otra historia.
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Joaquín Estefanía ha dirigido el Informe sobre la Democracia en España 2009, de la Fundación Alternativas, titulado Pactos para una nueva prosperidad. Hacia un New Deal global.
Enlace a este artículo en El País
JOAQUÍN ESTEFANÍA El País
En cuanto han surgido los primeros brotes verdes que indicarían que la crisis económica ha tocado fondo, bien o malintencionadamente han empezado a multiplicarse las declaraciones de que "hay que volver a la senda de la prosperidad de la que hemos salido". Es un poco prematura tal reflexión porque los brotes verdes, si fueran inequívocos y menos volátiles, señalarían sólo que se ha tocado fondo y que a partir de ahora el deterioro será menos rápido, pero no que se ha iniciado la recuperación.
La nostálgica voluntad de volver a la prosperidad perdida anuncia que no hemos aprendido la lección, que la voluntad reformadora de lo que ha funcionado mal era fingida, sobrevenida y forzada, y que no se comparte que aquella senda es la que nos ha conducido a estos resultados. Ante una crisis de la profundidad y velocidad que soportamos hay que cambiar el modelo y las reglas a nivel global. No se puede volver a este funcionamiento de casino financiero sin semáforos. Los dioses del pasado han resultado ser falsos y hay quien pretende regresar al delirio de su adoración.
Un pacto entre las principales fuerzas políticas que recoja los estímulos necesarios para salir de la Gran Recesión y que introduzca una mayor regulación de la arquitectura financiera constituye la prioridad para superar esta crisis global que tiene el potencial de ser la más destructiva desde la Gran Depresión de la década de los treinta del siglo pasado. Ese pacto sería el equivalente, en el marco de la globalización, de los acuerdos que tras la Segunda Guerra Mundial concluyeron los socialdemócratas y los democristianos europeos y que condujeron a la llamada edad dorada del capitalismo y a la creación de los modernos Estados de bienestar. Con ese pacto se trataría de evitar que una vez que la inicial crisis financiera ha devenido en una crisis de la economía real (recesión, y tal vez una depresión aguda y duradera en algunas partes del planeta), el resultado acabe siendo una crisis política, como ha sucedido en otros momentos de la historia.
Ese pacto fue calificado por Gordon Brown, en la primera visita que un líder europeo hizo al nuevo presidente de EE UU, Barack Obama, como una especie de New Deal global. El New Deal fue la política económica aplicada por el presidente Franklin Delano Roosevelt a partir del año 1933 para sacar a EE UU de la Gran Depresión que había comenzado con el crash bursátil de 1929. Cuentan los historiadores que en un principio nadie tenía mucha idea de lo que significaba new deal; uno de los asesores del presidente demócrata escribió ese difuso concepto en el discurso de aceptación que Roosevelt había de pronunciar en Chicago a mediados de 1932, sin pensar mucho en su significación profunda. Pero el nuevo paradigma prendió y ha llegado con mucha fuerza hasta nuestros días. El New Deal consistió, en líneas generales, en una serie de medidas de salvamento del sector financiero y de estímulo a la agricultura y a la industria, pasando por la conservación de la naturaleza y por la devolución de cierta influencia a unos sindicatos por entonces demediados. Por ello, una parte de la derecha americana detestó y temió a Roosevelt y sus reformas: estimaban que con las inversiones públicas destinadas a poner fin al paro, con las reformas destinadas a aumentar el bienestar social, con sus ataques a los centros más tradicionales de los poderes fácticos y sus apoyos a los sindicatos, estaba conduciendo a EE UU a "las malolientes aguas del socialismo". Seguramente esa derecha no conocía el estupendo ensayo del sociólogo alemán Werner Sombart, titulado expresivamente ¿Por qué no hay socialismo en los Estados Unidos? (recientemente reeditado en España, Capitán Swing Libros).
Sin embargo, con la distancia que da el tiempo, los analistas más ponderados han concluido que con el New Deal, Roosevelt salvó al capitalismo americano (transformándolo, regulándolo y humanizándolo) y logró que EE UU acabase por aceptar las responsabilidades que conlleva un poder que en buena parte se ejerce a escala mundial.
Brown declaró en la visita citada que se recordará a Obama por su trabajo en la recuperación económica. Obama se ha inspirado sin duda en el New Deal de Roosevelt. ¿En qué ha consistido hasta ahora su trabajo en política económica?
Primero, en poner las bases para la recuperación del sistema financiero, afectado por una crisis de solvencia, mediante una serie de medidas heterogéneas, entre las cuales se pueden citar como las más importantes la adquisición de activos de alto riesgo y la capitalización de entidades a través de su nacionalización.
Segundo, en instrumentar un plan de estímulo a la economía real con el objetivo prioritario de crear millones de puestos de trabajo. Ese programa aporta un mayor equilibrio entre el mercado y el Estado después de un cuarto de siglo de hegemonía absoluta del primero, sometido a escasas normas de regulación. Durante ese tiempo los partidarios de la revolución conservadora declaraban que el Estado era el problema y el mercado la solución, y que el Estado debía limitarse a administrar lo que le indicase el mercado.
Ahora, por el contrario, el Estado tiene que intervenir con inyecciones masivas de gasto público en infraestructuras clásicas, en nuevas fuentes de energía renovable, en sostenibilidad, en las tecnologías de la información y la comunicación avanzadas, en educación y formación, en el rescate de industrias estratégicas como la del automóvil, así como con reducciones de impuestos a las capas más bajas de la población y a la clase media, compensadas por incrementos de los gravámenes a las capas más ricas y a las ganancias de capital.
Por último, se espera una reforma profunda en el sistema sanitario público estadounidense, de modo que se incorporen al mismo los más de 50 millones de ciudadanos pobres excluidos hasta ahora de cobertura.
El conjunto del plan de estímulo de EE UU multiplicará el endeudamiento público (déficit y deuda) hasta niveles desconocidos, prohibidos hasta ahora por la ortodoxia dominante en este pasado cuarto de siglo. Se prevé que el déficit público de EE UU supere el 12% o el 13%, del PIB, pero también que sea uno de los primeros países en salir de la Gran Recesión, gracias a esta política económica.
El juego de ayudas al sector financiero para que no quiebre, y de medidas de apoyo a la demanda para que la economía reaccione y disminuyan los porcentajes de paro, está siendo básicamente aplicado por la mayor parte de los países del mundo, independientemente de la ideología de sus gobiernos. Las diferencias están en la letra pequeña y en si se deben anteponer los esfuerzos reguladores al incremento del gasto público, o viceversa. Pero en la primera década del siglo XXI "todos somos keynesianos", como declaró hace tres décadas el presidente republicano Richard Nixon. Ello supone la ruptura del modelo neoliberal o de "fundamentalismo de mercado" (Stiglitz), predominante desde principios de los ochenta de la anterior centuria, cuya tendencia a la desregulación y a los excesos del mercado ha sido considerado muy mayoritariamente como la principal razón de la crisis económica. Por eso resultan sospechosas las rápidas llamadas "a la vuelta a la senda de prosperidad de la que hemos salido".
Incluso si este pacto para un New Deal global existiera y tuviera éxito, no sería suficiente para hacer frente a los problemas específicos que arrastra cada economía. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. La crisis ha parecido homogeneizar los problemas, pero cada economía presenta unas características particulares que serán determinantes a la hora de definir su futuro una vez superada la fase álgida de la Gran Recesión. En el caso español habrá que reconducir un modelo de crecimiento de baja productividad. Cuando se acaba de cumplir el primer aniversario de las elecciones generales de marzo de 2008, que parecieron poner fin a la época de la crispación, las condiciones políticas para llegar a un pacto nacional no parecen las más adecuadas por la falta de liderazgo y de convencimiento del Gobierno y por la incomparecencia de la oposición. Pero ésta es ya otra historia.
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Joaquín Estefanía ha dirigido el Informe sobre la Democracia en España 2009, de la Fundación Alternativas, titulado Pactos para una nueva prosperidad. Hacia un New Deal global.
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Recesión y apatía marcan las elecciones europeas
Bélgica, sede del poder ejecutivo de la Unión Europea, fue elegida hace poco la capital más aburrida de Europa. Aunque las miles de personas encuestadas en el sondeo probablemente pensaban en la moderada vida nocturna en la ciudad belga, la relación entre ambos factores podría ser más que una simple casualidad.
El edificio de la Comisión Europea lucía vacío y apagado el martes, a sólo horas del comienzo de las elecciones al Parlamento Europeo. El monumento a Robert Schuman, padre intelectual de la Unión Europea, permanecía más bien ignorado, parcialmente oculto por los trabajos de reparación sobre la vereda de la calle Carlomagno, lo único que daba algún indicio de mayor actividad. En las avenidas y en los muros tampoco se advierten las pancartas y pinturas que suelen anunciar una elección. La apatía y el escepticismo de los europeos con sus instituciones comunitarias se ha profundizado con la crisis económica, y con la incapacidad de los partidos tradicionales para responder con acciones coordinadas ante el colapso financiero.
Los observadores proyectan que la participación se mantendrá en un escueto rango de entre 40% y 50%, al igual que en las elecciones anteriores, pero eso refleja un repunte de los votos en Europa del este, porque de hecho en regiones como el Reino Unido, se espera que caiga por debajo del nivel de 17% registrado en los comicios anteriores.
Esto ha potenciado el surgimiento de figuras populistas que han montado sus plataformas sobre fenómenos mediáticos. La candidata de Letonia, Alina Lebedeva, saltó a la fama al lanzar un puñado de claveles a la cara del príncipe Carlos de Inglaterra. Y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, intentó convertir las elecciones al parlamento europeo en un concurso de belleza.
Hoy, más de 80% de las normas que rigen a un europeo en un país de la Unión ha sido promulgada por el Parlamento Europeo.
Pero los observadores critican que las autoridades europeas no han sabido transmitir bien a los ciudadanos la importancia de esta institución en sus vidas y para hacer frente a la crisis financiera. Por estos días, algunos analistas han vuelto a levantar la idea de un presidente europeo electo por votación popular, que sin afectar la independencia de las autoridades nacionales pueda darle un nuevo liderazgo al bloque y convertirse en un interlocutor claro frente a EE.UU. y China, principalmente.
Enlace a La Vanguardia
Economía chilena se desploma 4,6% en abril
A la luz de las últimas cifras de producción industrial, la mayoría de los especialistas esperaba un negativo Imacec para el mes de abril. Sin embargo, la caída de -4,6% de la actividad económica nacional fue mucho peor de lo que esperaban expertos cuyas estimaciones oscilaban entre una caída 2,0% y 2,0%.
Según el Banco Central en el resultado del mes incidió la existencia de un día hábil menos que en abril de 2008 y la disminución de los sectores Industria y Comercio, así como caídas registradas en actividades ligadas a la pesca y al sector forestal.
La serie desestacionalizada cayó 0,7% respecto del mes precedente, mientras la serie de tendencia ciclo registró una contracción anualizada de 1,3%.
Cabe señalar que esta es la sexta caída mensual consecutiva de la actividad económica medida a través del Imacec, lo que indica el aterrizaje violento de la economía chilena a la recesión.
Estas son las consecuencias de las nefastas políticas aplicadas por el Banco Central chileno durante los útimos años, especialmente desde mediados del 2007 cuando se inició al crisis mundial.
Más información | Tags Banco Central,
Post de hace un año: Central sube la tasa y condena a Chile a un magro crecimiento,
El dilema crecimiento-inflación
El golpe de timón del Banco Central Europeo
En lo que constituye un verdadero golpe de timón por una ampliación sin precedentes de las políticas monetarias aplicadas hasta ahora, el Banco Central Europeo comprará bonos al sistema financiero siguiendo los pasos de la Fed y del Banco de Inglaterra. La decisión es histórica y busca revertir la gravedad que está adquiriendo el nuevo brote de la crisis que amenaza a varios países europeos y especialmente a los países bálticos. El reconocimiento de Trichet de que la economía en la zona euro caerá más del 5% ha encendido todas las alarmas. Los datos de los países de Europa de Este han sido determinantes.
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jueves, 4 de junio de 2009
Crisis de Letonia tensiona el futuro de Europa
Isaiah Berlin, el filósofo letoniano que alguna vez dijo que la democracia y la libertad no siempre iban de la mano, debe estar sorprendido de que su Letonia natal puede tener en sus manos el futuro de la Unión Europea. Porque aunque las palabras de Trichet pronunciadas hoy sincerando una nueva baja para el PIB de la Eurozona han tenido poca repercusión a estas alturas de la crisis, la batalla que se está jugando en Europa es mucho mayor.
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Trichet corrige a la baja proyecciones económicas
El Banco Central Europeo revisó fuertemente a la baja sus proyecciones económicas para 2009 y 2010 en la zona del euro debido a la fuerte contracción sufrida en el primer trimestre de este año. El presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, señaló en Frankfurt que la entidad pronostica una contracción del PIB para el año 2009 de entre -5,1% y -4,1%, frente a la media de -2,7% prevista en marzo. Para el año 2010 el BCE pronostica una contracción de -0,3%, después de haber anunciado en marzo que el próximo año habría crecimiento positivo. La inflación para este año se espera en 0,3% y de 1,0% para el próximo.
A pesar de las perspectivas más sombrías, el BCE mantendrá la tasa de interés en el 1,0% actual. Con esto se espera una reactivación del capital privado, que aún no se anima a invertir. Desde septiembre del año pasado, el BCE ha recortado la tasa en 325 puntos para enfrentar el difícil momento que vive el mundo.
Trichet señaló que sostuvo una conversación telefónica con la Canciller alemana Angela Merkel, rechazando su acusación sobre las políticas del Banco Central Europeo: "ella se mostró plenamente conforme con la independencia de los bancos centrales, y agradece plenamente nuestro trabajo", aseguro Trichet. No obstante, las críticas de Merkel causaron estragos en la Comunidad Europea.
Trichet señaló que "todo lo que hacemos, lo hacemos sin ningún tipo de influenia o presión. Decidimos sobre la base de nuestro propios Juicios. El BCE siempre ha resistido a las presiones políticas".
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A 20 años de Tiananmen
A 20 años de la matanza de Tiananmen, China ha redoblado las medidas de seguridad con un amplio despliegue policial y militar por las calles de Beijing, en los alrededores de la plaza, impidiendo el desplazamiento en la zona de corresponsales extranjeros.
En la noche del 3 al 4 de junio de 1989, tras siete semanas de protestas pacíficas que demandaban una mayor apertura democrática, el gobierno chino decidió dar término al reclamo civil con una dura represión militar que acabó con la matanza de miles de personas en la plaza de Tiananmen, donde llegaron a concentrarse en esa fecha más de un millón de estudiantes. El gobierno chino mantuvo un silencio absoluto sobre la cifra de muertos, pero según la organización Madres de Tiananmen, las víctimas podrían alcanzar a las 2.000 personas.
Al cumplirse dos décadas de la matanza, Amnistía Internacional (AI) denunció que China redobló el acoso a las voces disidentes e intensificó la censura en todo el país. “Cortar la comunicación e impedir el movimiento no evitará ni que los activistas luchen por sus derechos ni que el pueblo conmemore el vigésimo aniversario del suceso”, dijo Roseann Rife, subdirectora de AI para Asia-Pacífico, en un comunicado emitido en Londres. En opinión de Rife, "el excesivo acoso sólo alentará la búsqueda de la verdad". Amnistía aseguró que recibió informaciones de “graves acosos a los activistas de derechos humanos”.
En China, la matanza fue recordada por unos pocos, sobre todo por las madres de las víctimas. Pero, en Hong Kong, cerca de medio de millar de personas realizaron un homenaje con velas encendidas en el Parque Victoria de la ex colonia británica, único lugar chino donde se realizaron actos de conmemoración, de acuerdo a la BBC. Alrededor de 30 personas aún cumplen sentencias de prisión por sus actividades en 1989, según la organización de derechos humanos china Dui Hua. Y más de cien participantes de las protestas permanecen en el exilio.
Veinte años después, la economía china se desarrolló a tal punto que protestas a una escala similar son poco probables hoy en día, según informaciones de la agencia Reuters. Los estudiantes y trabajadores que se manifestaban enfrentaban problemas que iban desde una inflación creciente hasta el desmantelamiento de un sistema centralizado de asignaciones de trabajo. Pero, hoy en día, disfrutan en general mejores estándares de vida a lo largo del país.
El PIB per cápita subió casi en un 900%, a US$ 3.600 este año, desde los US$ 400 de 1989, según al Panorama Económico Mundial del FMI. Con este aumento de la riqueza, muchos de los estudiantes y profesionales que podrían ser la mayor fuente potencial de oposición organizada al gobierno del Partido Comunista están más ocupados en ganarse la vida y salir adelante que en el cambio político.
“A medida que la gente mejore a nivel general, yo creo que la abrumadora mayoría no tendrá la voluntad o el incentivo para presionar hasta tomar riesgos en el sistema", opinó Andrew Gilholm, principal analista del Noreste de Asia de la consultora Control Risks. "Los costos y riesgos de tratar de hacer eso aún son bastante altos", agregó.
Pero el crecimiento económico dejó a China con una enorme brecha entre los ricos, concentrados en ciudades, y los desposeídos, que viven en el campo. Los habitantes de las ciudades actualmente ganan, en promedio, más de tres veces de lo que perciben los del campo, lo que desplaza el descontento y las protestas hacia pueblos y zonas rurales. Sin embargo son pequeñas protestas y es poco probable que converjan en algo más amplio, porque incluso los pobres se benefician del crecimiento económico, explicó a Reuters Shujie Yao, profesor de Economía en la Universidad de Nottingham y director de la Escuela de Estudios Contemporáneos Chinos.
Ni siquiera la crisis financiera global, que provocó olas de despidos en las fábricas y muestra un sombrío panorama a los 6,1 millones de estudiantes universitarios que se graduarán este verano, podría alentar un potencial de malestar, al menos por ahora. Con un crecimiento económico estimado entre 7% y 8% este año, China se encuentra mejor que muchos otros países.
Más información | BBC Mundo, El País, RTVE
OIT teme una crisis social durante ocho años
El Director General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) Juan Somavía se mostró complacido por las cifras que hablan de una "recuperación" económica, pero advirtió contra el previsible retraso de hasta ocho años para recuperar el nivel de empleo existente previo a la crisis.
"El mundo puede tener ante sí una crisis de empleo y protección social por un período de seis a ocho años", advirtió al abrir la conferencia anual de los 183 miembros de la OIT. "Hay que dar la bienvenida al hecho de que la caída libre se está desacelerando", reconoció Somavia, pero "los líderes políticos no han prestado suficiente atención a las implicaciones humanas y sociales de la brecha entre la recuperación económica y la reanudación del mercado".
El mundo necesita crear alrededor de 300 millones de nuevos empleos para el año 2015, y requiere capacidad para absorber la llegada al mercado del trabajo de 45 millones de personas cada año. Con este fin, Juan Somavia instó a los miembros de la reunión de la OIT, el próximo 15 de junio en Ginebra, a adoptar un "Pacto Mundial para el empleo.
Via | Le Monde
"El mundo puede tener ante sí una crisis de empleo y protección social por un período de seis a ocho años", advirtió al abrir la conferencia anual de los 183 miembros de la OIT. "Hay que dar la bienvenida al hecho de que la caída libre se está desacelerando", reconoció Somavia, pero "los líderes políticos no han prestado suficiente atención a las implicaciones humanas y sociales de la brecha entre la recuperación económica y la reanudación del mercado".
El mundo necesita crear alrededor de 300 millones de nuevos empleos para el año 2015, y requiere capacidad para absorber la llegada al mercado del trabajo de 45 millones de personas cada año. Con este fin, Juan Somavia instó a los miembros de la reunión de la OIT, el próximo 15 de junio en Ginebra, a adoptar un "Pacto Mundial para el empleo.
Via | Le Monde
Brasil mantiene sus reservas en US$205.400 millones pese a la crisis
Las reservas internacionales de Brasil se mantienen en US$205.400 millones a pesar del impacto de la crisis financiera global, según señaló el presidente del Banco Central, Henrique Meirelles, quien reiteró su optimismo de cara al futuro.
En una comparecencia ante la Cámara de Diputados, Meirelles indicó que en septiembre de 2008, cuando Brasil comenzó a sentir los primeros efectos de la crisis internacional, las reservas del país se situaban en US$205.100 millones y precisó que al 1 de junio pasado eran de US$205.400 millones.
Explicó que desde septiembre pasado el Banco Central ha usado US$14.500 millones de las reservas en medidas contra las turbulencias, pero recuperó ese dinero con la valorización que han tenido los títulos brasileños en el mercado internacional.
Meirelles señaló que durante los últimos siete meses también ha mejorado el estado de la deuda pública, que en septiembre pasado era equivalente al 40,5% del Producto Interno Bruto (PIB) y ahora corresponde al 38%.
"Brasil debe ser el único país del Grupo de los Veinte (G-20) que saldrá de la crisis con un porcentaje de deuda menor en relación al PIB y con las reservas internacionales más altas", declaró en tono optimista.
"El país saldrá fortalecido de la crisis", sostuvo el responsable del Banco Central, quien afirmó que los indicadores que presenta actualmente Brasil son la causa de la "euforia" registrada en los últimos días en la bolsa de Sao Paulo y que ha revalorizado al real frente al dólar.
Lectura recomendada Los países BRIC y la teoría del desacople
En una comparecencia ante la Cámara de Diputados, Meirelles indicó que en septiembre de 2008, cuando Brasil comenzó a sentir los primeros efectos de la crisis internacional, las reservas del país se situaban en US$205.100 millones y precisó que al 1 de junio pasado eran de US$205.400 millones.
Explicó que desde septiembre pasado el Banco Central ha usado US$14.500 millones de las reservas en medidas contra las turbulencias, pero recuperó ese dinero con la valorización que han tenido los títulos brasileños en el mercado internacional.
Meirelles señaló que durante los últimos siete meses también ha mejorado el estado de la deuda pública, que en septiembre pasado era equivalente al 40,5% del Producto Interno Bruto (PIB) y ahora corresponde al 38%.
"Brasil debe ser el único país del Grupo de los Veinte (G-20) que saldrá de la crisis con un porcentaje de deuda menor en relación al PIB y con las reservas internacionales más altas", declaró en tono optimista.
"El país saldrá fortalecido de la crisis", sostuvo el responsable del Banco Central, quien afirmó que los indicadores que presenta actualmente Brasil son la causa de la "euforia" registrada en los últimos días en la bolsa de Sao Paulo y que ha revalorizado al real frente al dólar.
Lectura recomendada Los países BRIC y la teoría del desacople
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Quiebras de empresas chilenas aumentarían 30% este año
Las quiebras de empresas chilenas podrían aumentar cerca de 30% durante 2009, según las proyecciones entregadas por el superintendente de Quiebras, Rodrigo Albornoz, quien previó que a finales de año unas 200 compañías dejarían de operar.
De acuerdo a los datos entregados por Albornoz, a mayo, el incremento acumulado alcanza casi al 11% con 82 empresas, siendo la construcción, las industrias manufactureras no metálicas y el comercio los sectores más afectados.
Las cifras las dio a conocer Albornoz tras firmar un convenio con la Cámara Nacional de Comercio sobre cooperación que busca difundir los beneficios del cierre formal de un negocio.
Según el Superintendente de Quiebras, en Chile se generan alrededor de 150 cierres formales al año, cifra muy baja comparada con países desarrollados tales como Nueva Zelandia, que registra unos 5 mil casos para el mismo período.
Al respecto, señaló que "la quiebra le hace bien a la economía porque ésta se expande y el fracaso es efecto natural de este crecimiento. Quisiéramos que los chilenos utilicen esta ley para salir del mercado en forma saludable evitando pasar a la informalidad".
No obstante, el superintendente aseguró que el Gobierno está preocupado por la situación de los trabajadores con el cierre de las empresas, pues a fines de 2008 hubo 4.200 personas comprometidas y hasta mayo de este año ya suman 1.535 los trabajadores afectados.
De acuerdo a los datos entregados por Albornoz, a mayo, el incremento acumulado alcanza casi al 11% con 82 empresas, siendo la construcción, las industrias manufactureras no metálicas y el comercio los sectores más afectados.
Las cifras las dio a conocer Albornoz tras firmar un convenio con la Cámara Nacional de Comercio sobre cooperación que busca difundir los beneficios del cierre formal de un negocio.
Según el Superintendente de Quiebras, en Chile se generan alrededor de 150 cierres formales al año, cifra muy baja comparada con países desarrollados tales como Nueva Zelandia, que registra unos 5 mil casos para el mismo período.
Al respecto, señaló que "la quiebra le hace bien a la economía porque ésta se expande y el fracaso es efecto natural de este crecimiento. Quisiéramos que los chilenos utilicen esta ley para salir del mercado en forma saludable evitando pasar a la informalidad".
No obstante, el superintendente aseguró que el Gobierno está preocupado por la situación de los trabajadores con el cierre de las empresas, pues a fines de 2008 hubo 4.200 personas comprometidas y hasta mayo de este año ya suman 1.535 los trabajadores afectados.
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