Los gobiernos de la India y de Pakistán se alejaron del abismo bélico en Cachemira porque ninguno puede permitirse una guerra a gran escala. Pero la retórica bélica y el clima de nacionalismo estridente ayudó a ambos gobiernos a hacerle frente a sus problemas internos.
Farooq Sulehria y Sushovan Dhar, Jacobin
El conflicto armado entre India y Pakistán supuso una amenaza importante para el subcontinente. Habría sido una guerra que ningún país podía permitirse. El 10 de mayo, el presidente estadounidense Donald Trump negoció, según se informó, un alto el fuego inicial entre ambas partes.
Este anuncio fue seguido de una reunión de los directores generales de operaciones militares (DGMOs) el 12 de mayo, durante la cual ambas partes acordaron mantener su compromiso de no emprender acciones agresivas u hostiles. Además, la India y Pakistán «considerarían medidas inmediatas para garantizar la reducción de tropas».
El actual acuerdo de paz puede parecer frágil, especialmente con una nueva ronda de gestos por parte del primer ministro indio, Narendra Modi, y su homólogo pakistaní, Shehbaz Sharif. No obstante, cualquier distensión bélica es claramente bienvenida en aras de la estabilidad y la paz regionales. Parece improbable que cualquiera de las partes pueda lograr una victoria decisiva, lo que probablemente arrastraría a la región a un período de crisis e incertidumbre prolongadas.
Tambores de guerra
Todo comenzó el 7 de mayo, cuando la Fuerza Aérea India llevó a cabo una serie de ataques aéreos contra objetivos en Pakistán y en la zona de Cachemira, administrada por Pakistán. Esta ofensiva recibió el nombre en clave de «Operación Sindoor». La agresión militar fue provocada por un ataque mortal contra turistas en Pahalgam, Cachemira, el 22 de abril, que causó la muerte de veintiséis civiles.