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martes, 2 de julio de 2019

Hacia la justicia digital


Sally Burch*, Alai

La rapidez de penetración y el alcance ubicuo de las tecnologías digitales en la sociedad no tienen precedentes. Las numerosas y variadas aplicaciones, muchas de gran utilidad o encanto, en pocos años se han tornado casi imprescindibles, a veces incluso adictivas, lo que hace que su uso se generalice, acríticamente.

Ello fue posible en buena parte debido al modelo de negocios que se impuso en internet, hacia inicios de este siglo, basado en la apropiación de datos y su monetización, que motivó enormes inversiones en el sector, con el potencial de ganancias colosales. Si bien contribuyó a masificar el acceso, fue a costa de someter a la población usuaria a una creciente dependencia frente a los grandes monopolios digitales, muchas veces hasta de su vida más íntima. Hoy, la gran mayoría de interacciones que se efectúan con soporte digital pasa por las plataformas controladas por uno u otro de estos monopolios, cuyos nombres ya son palabras de uso diario: Google, Facebook, Amazon...

Aprovechándose de la ausencia de regulaciones y la inacción de cuerpos legislativos y autoridades, estas empresas han podido explotar sin restricción un insumo prácticamente gratuito e ilimitado: los datos que se generan digitalmente. Con ellos, mediante algoritmos (programas que analizan y ordenan), elaboran perfiles de los usuarios que los venden principalmente a anunciantes. Dirigir la publicidad de acuerdo al perfil de cada usuario les da ventaja frente a los medios clásicos, con lo cual han logrado dominar el mercado publicitario. Un reciente estudio estima que en 2018, solo en publicidad en fuentes noticiosas, Google habría facturado US$ 4,7 mil millones, equivalente al 81% del ingreso publicitario de la industria mediática de EEUU en el mismo año.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Lo que se oculta o ignora en la prensa y en la televisión sobre las elecciones de EEUU

Vicenç Navarro, Público.es

La cobertura de lo que está ocurriendo en las elecciones primarias para el cargo de Presidente de EEUU por parte de los mayores medios de información españoles es, con limitadísimas excepciones, muy sesgada, traduciendo la orientación conservadora y/o neoliberal que caracteriza a la gran mayoría de tales medios. La bien conocida (a nivel internacional) falta de diversidad ideológica en la televisión y radio españolas, así como en la prensa escrita, con escasísima presencia de voces críticas de sensibilidad progresistas de izquierdas, se refleja en su presentación de lo que está ocurriendo en aquel país. Sus corresponsales en EEUU se limitan, por lo general, a traducir al castellano (o al catalán en Catalunya) lo que dicen los mayores medios de información estadounidenses, sin ir más allá y sin profundizar críticamente en lo que dicen aquellos medios. Y para complicar más las cosas, en su traducción de lo que dice la prensa estadounidense al español, copian literalmente lo que se escribe en tales medios, sin darse cuenta de que algunos términos tienen un significado opuesto a los dos lados del Atlántico. Así, el término “liberal” en EEUU se utiliza en aquel país para definir a un político que apoya el intervencionismo del Estado en la actividad económica, proponiendo medidas redistributivas y expansión del gasto público. Liberal, en EEUU, quiere decir lo que en Europa se conoce como socialdemócrata, mientras que en este continente, y por lo tanto en España, liberal define a un político que está en contra del intervencionismo del Estado, desfavorece las políticas redistributivas, y promueve la privatización de lo público. Definir en los medios españoles a los políticos de la izquierda estadounidense como liberales crea enormes confusiones en España (ver, como ejemplo de este error, el artículo de la corresponsal de El País en Washington, Amanda Mars, “Sanders centra su estrategia en asociar a Clinton con el poder financiero”, El País, 06/02/2016).

jueves, 19 de noviembre de 2015

El ‘New York Times’ lleva razón: no existe pluralidad en los medios españoles

Vicenç Navarro, Público.es

Hace unos días, uno de los diarios más conocidos hoy en el mundo, el New York Times, publicó un artículo señalando la falta de libertad de prensa en España debido a la influencia que los poderes financieros (la banca) y los gobiernos (y muy en especial del gobierno central –aunque podría haber incluido los gobiernos autonómicos como el madrileño y el catalán) tenían sobre los mayores rotativos españoles. Y, como era de esperar, la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE) inmediatamente respondió indicando que el New York Times estaba guiado por prejuicios que le habían llevado a conclusiones en su reportaje sobre la prensa en España que eran claramente erróneas y carentes de objetividad y rigor, acentuando que la prensa en España “se caracteriza por la pluralidad mediática, (…) como resultado del claro compromiso de los medios de información españoles con la libertad de prensa en España”.

Hace también unas semanas que el programa “Salvados”, de la Sexta, hizo referencia a una encuesta europea sobre la credibilidad de los medios de información en varios países europeos que mostraba que la población española era una de las que creía menos en la información recibida a través de los mayores rotativos en España, hecho que los dirigentes de dos de estos rotativos (El Mundo y La Razón), entrevistados en el programa, atribuyeron a que el público español era más exigente que el de los otros países europeos, rechazando que esta amplia percepción de falta de credibilidad respondiera a la falta de objetividad y rigor de los medios.

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