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martes, 2 de julio de 2019

Hacia la justicia digital


Sally Burch*, Alai

La rapidez de penetración y el alcance ubicuo de las tecnologías digitales en la sociedad no tienen precedentes. Las numerosas y variadas aplicaciones, muchas de gran utilidad o encanto, en pocos años se han tornado casi imprescindibles, a veces incluso adictivas, lo que hace que su uso se generalice, acríticamente.

Ello fue posible en buena parte debido al modelo de negocios que se impuso en internet, hacia inicios de este siglo, basado en la apropiación de datos y su monetización, que motivó enormes inversiones en el sector, con el potencial de ganancias colosales. Si bien contribuyó a masificar el acceso, fue a costa de someter a la población usuaria a una creciente dependencia frente a los grandes monopolios digitales, muchas veces hasta de su vida más íntima. Hoy, la gran mayoría de interacciones que se efectúan con soporte digital pasa por las plataformas controladas por uno u otro de estos monopolios, cuyos nombres ya son palabras de uso diario: Google, Facebook, Amazon...

Aprovechándose de la ausencia de regulaciones y la inacción de cuerpos legislativos y autoridades, estas empresas han podido explotar sin restricción un insumo prácticamente gratuito e ilimitado: los datos que se generan digitalmente. Con ellos, mediante algoritmos (programas que analizan y ordenan), elaboran perfiles de los usuarios que los venden principalmente a anunciantes. Dirigir la publicidad de acuerdo al perfil de cada usuario les da ventaja frente a los medios clásicos, con lo cual han logrado dominar el mercado publicitario. Un reciente estudio estima que en 2018, solo en publicidad en fuentes noticiosas, Google habría facturado US$ 4,7 mil millones, equivalente al 81% del ingreso publicitario de la industria mediática de EEUU en el mismo año.

viernes, 18 de mayo de 2018

Impactos “invisibles” de la era digital

Silvia Ribeiro, Alai

Cuando pensamos en la era digital probablemente lo primero que acude a la mente son computadoras, teléfonos móviles y otros elementos obvios de lo que se ha dado en llamar TIC: tecnologías de información y comunicación. Parece algo “etéreo”, pero en realidad conlleva enormes impactos ambientales y energéticos.

Además, la industria digital va mucho más allá de esas primeras imágenes. Es una de las bases fundamentales del tsunami tecnológico que ya está sobre nosotros, pero que difícilmente percibimos en todas sus dimensiones. Entre ellas, por ejemplo, el rápido avance del “internet de las cosas” que se propone sustituir al comercio convencional –incluyendo hasta la compra semanal de los hogares­– ; la tecnología digital que mueve los mercados financieros; las transacciones y monedas digitales; la digitalización de la agricultura, con el uso de autómatas, drones, satélites, sensores y big data, la optogenética que propone manipular seres vivos a distancia; la omnipresencia de cámaras y sensores que se comunican con gigantescas bases de datos, que pueden incluir hasta nuestros datos genómicos; el “internet de los cuerpos” con la digitalización de la medicina y las nuevas biotecnologías, el avance de la inteligencia artificial que subyace a todo ello. Todas son áreas de fuertes impactos – escasamente comprendidos por la sociedad– y la lista apenas comienza.

Uno de los aspectos más pesados y a la vez “invisibles” de la era digital, es que contrariamente a lo que se podría pensar, los impactos materiales, en el medio ambiente, en recursos y demanda de energía son enormes. Jim Thomas, co-director del Grupo ETC, ejemplifica esto en tres sectores: el iceberg de la infraestructura digital, la demanda de almacenamiento de datos y la voraz demanda energética del uso de las plataformas digitales.

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