Lo más importante de Donald Trump no es su tan debatida condición psicológica, sino el hecho de que es un gran capitalista. Y de un tipo particular: un gran lumpencapitalista
Samuel Farber, Jacobin
A pesar de su triunfo contra Harris, nadie sabe bien cómo entender a Donald Trump. Poco después de que asumiera la presidencia por primera vez, un grupo de 27 psiquiatras y especialistas en salud mental confeccionaron una extensa lista de sus trastornos de personalidad: narcisismo, trastorno delirante, paranoia, hedonismo desenfrenado, entre otros. Si bien algunos de estos diagnósticos podrían ser acertados, las denominaciones psicológicas no son la mejor manera de develar el fenómeno Trump. Para examinarlo como actor político en toda su complejidad, debemos subsumir sus características personales en la estructura social de EEUU.
Trump es un capitalista. Eso lo sabemos todos. Pero es un tipo particular de capitalista: un lumpencapitalista.
Una trayectoria de embustes
En La lucha de clases en Francia. 1848-1850, Karl Marx escribió que la aristocracia financiera de la época, «lo mismo en sus métodos de adquisición que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpemproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa». El erudito marxista Hal Draper aclaró que la «aristocracia financiera» de Marx no refería al capital financiero que juega un rol esencial en la economía burguesa, sino a los «buitres y carroñeros» que se mueven entre la especulación y la estafa y que son los cuasicriminales o excrecencias delictivas del cuerpo social de los ricos, al igual que el «lumpenproletariado» propiamente dicho es la excrecencia de los pobres.