El momento es de máxima incertidumbre tras un año de consolidación de la iniciativa rusa con posibilidades de un avance profundo que ponga en cuestión la integridad del frente
Calpu, La Haine
El año 2024 comenzó marcado por el lento final de la contraofensiva terrestre con la que los aliados de Ucrania esperaban lograr unos objetivos escasamente realistas teniendo en cuenta el equilibrio de fuerzas y el aprendizaje que habían supuesto los casi dos años de guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania. Por órdenes políticas, Zaluzhny había preparado una ofensiva con grandes convoyes de vehículos blindados que se lanzarían sobre el campo abierto de Zaporozhie en dirección a Melitopol y posteriormente Crimea.
Las supuestas derrotas rusas de 2022 y el incierto resultado de la movilización de ese año, con dificultades para equipar a los soldados reclutados -según la inteligencia británica- eran los principales argumentos para dudar de la capacidad de las tropas de Moscú para mantener el frente que durante tantos meses habían fortificado en vistas a una operación exactamente como la que se produjo. Defenestrado tras el motín del ejército privado de Evgeny Prigozhin de 2023, el general Surovikin no comandaba ya las tropas de la operación militar especial, como Rusia se empeña en seguir llamando a la guerra, pero su planificación fue clave en el resultado final.
La conocida como línea Surovikin, las fortificaciones de las que Ucrania y sus defensores se habían burlado durante meses, fue suficiente para hacer imposible el progreso terrestre de las tropas de Zaluzhny, cuyos comandantes llegaron a afirmar en la prensa occidental que sus aliados extranjeros habían preparado una operación a la que jamás enviarían a sus soldados.