Pedro Luis Angosto, Nueva Tribuna
La teoría está muy clara, tanto que parece haber sido elaborada por un niño antes de haber acudido a la escuela. Si cada uno de nosotros busca su interés personal al final, la suma de búsquedas, dará el interés general. Si yo cultivo cebada y veo que la cebada cada vez vale menos, dejaré de cultivarla y me dedicaré a otra cosa. Si trabajo con un banco y no me atiende bien, ni remunera mis ahorros ni me facilita el crédito a un interés razonable, pues cambio de entidad y a otra cosa. Si pesco sardinas y no me pagan en la lonja más de medio euro, las tiro al mar y pesco calamar. Perfecto, pero es mentira y causa un extraordinario daño a las personas y a la naturaleza.
Estamos asistiendo a un periodo de inflación desbocada que ya se deja notar en la subyacente, en la que no evalúa el precio de los combustibles ni el de los alimentos perecederos. Dicen los analistas económicos que a menudo estas cosas suceden por simpatía, es decir que, ante el aumento justificado de un determinado producto, se ocasiona una estampida de precios al alza bien porque la primera subida aumentó los costes de producción de otras, bien porque muchos productores se apuntan al carro, aunque los bienes que fabrican no hayan experimentado ningún sobrecoste. En la situación actual partimos del incremento de los precios de la energía, hecho que comenzó a producirse mucho antes de la invasión de Ucrania por Putin. La subida de los precios de los combustibles fósiles -esos que íbamos a abandonar en breve para dejar de emitir gases de efecto invernadero- ha provocado la de la electricidad y la del transporte. Ambas subidas afectan a la mayoría de las cosas que habitualmente consumimos. Sin embargo, a día de hoy no existe ningún problema de escasez de petróleo ni de gas, además disponemos de una oferta de energías limpias mucho más grande de la que existía hace veinte años. ¿Qué sucede?