Xulio Rios, Público
China sigue con natural preocupación la crisis en torno a Ucrania. De una parte, expresando su crítica al papel de EEUU y la OTAN por su "obsoleta mentalidad"; de otra, midiendo sus acciones para evitar dar la impresión de cualquier interferencia que hipoteque el sacrosanto principio de desarrollar una diplomacia de no injerencia. No siempre es un equilibrio fácil. Ucrania es un referente importante en su Ruta de la Seda. En 2014, la deposición de Víctor Yanukóvich se produjo tras el regreso de un viaje a China, entonces ya su segundo socio comercial, con el que pretendía reforzar el vínculo bilateral. Todo se vino abajo después.
En el detalle, China se sabe ganadora: de haber guerra, eso distraería a Washington de su otra guerra (comercial, tecnológica…) con Beijing; de no haberla, la tensión habrá servido para reforzar los fundamentos y dar nuevos impulsos a la "no alianza" entre Rusia y China; de adoptarse sanciones contra Moscú, esto realzaría el valor de la solidaridad china con el Kremlin. En 2021, el volumen comercial bilateral se elevó un 35,8 por ciento para llegar a cerca de 146.900 millones de dólares. La OTAN empuja a Moscú a los brazos de Beijing. Aun así, globalmente, para los intereses estratégicos de China, es de interés que Rusia resista el embate occidental.