En pocas palabras, la mayoría del mundo no quiere ni acepta la hegemonía estadounidense y está dispuesta a enfrentarla en lugar de someterse a sus dictados
Jeffrey Sachs, Common Dreams
La reciente cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, debería marcar el fin de los delirios neoconservadores encapsulados en el subtítulo del libro de Zbigniew Brzezinski de 1997, El tablero de ajedrez global: la primacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Desde la década de 1990, el objetivo de la política exterior estadounidense ha sido la “primacía”, es decir, la hegemonía global. Los métodos de elección de Estados Unidos han sido las guerras, las operaciones de cambio de régimen y las medidas coercitivas unilaterales (sanciones económicas). Kazán reunió a 35 países con más de la mitad de la población mundial que rechazan la intimidación estadounidense y que no se dejan intimidar por las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos.
En la Declaración de Kazán, los países subrayaron “el surgimiento de nuevos centros de poder, toma de decisiones políticas y crecimiento económico, que pueden allanar el camino hacia un orden mundial multipolar más equitativo, justo, democrático y equilibrado”. Hicieron hincapié en “la necesidad de adaptar la arquitectura actual de las relaciones internacionales para reflejar mejor las realidades contemporáneas”, al tiempo que declararon su “compromiso con el multilateralismo y la defensa del derecho internacional, incluidos los Propósitos y Principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas (ONU) como su piedra angular indispensable”. Se enfocaron especialmente en las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados, sosteniendo que “tales medidas socavan la Carta de las Naciones Unidas, el sistema multilateral de comercio, el desarrollo sostenible y los acuerdos ambientales”.