El arresto de Mahmoud Khalil es un asunto de libertad de expresión que deja dos cosas claras. En primer lugar, que la derecha siempre miente cuando afirma que le importa la libertad de expresión. En segundo lugar, que la izquierda nunca debería haber cedido en este asunto.
Ben Burgis, Jacobin
Mahmoud Khalil, estudiante de posgrado de la Universidad de Columbia, fue uno de los líderes más visibles de las protestas estudiantiles del año pasado contra las atrocidades de Israel en Gaza. Tiene permiso de residencia (tarjeta verde) y está casado con una ciudadana estadounidense que está embarazada de ocho meses. Durante el fin de semana, fue detenido por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas y trasladado a un centro de detención a más de mil seiscientos kiómetros de distancia, en Luisiana. Un juez bloqueó temporalmente su expulsión de Estados Unidos a la espera de una nueva revisión legal, pero la administración de Donald Trump se mantiene firme en que debe ser deportado.
Sorprendentemente, nadie pretende siquiera que Khalil sea perseguido por ninguna otra razón que no sea su participación en las protestas. Un informe de Bari Weiss en su revista Free Press es especialmente revelador al respecto. Weiss pasó su vida adulta difamando a los críticos de Israel como antisemitas, y desde el 7 de octubre, el Free Press sirvió principalmente como medio de propaganda proisraelí, así que tal vez no sea sorprendente que hayan podido conseguir una entrevista notablemente franca con un funcionario anónimo de la Casa Blanca. «La acusación aquí no es que estuviera infringiendo la ley», les dijo el funcionario. Más bien, es que estaba «difundiendo antisemitismo y movilizando apoyo para Hamás» a través del contenido político de sus protestas, y que esto es una «amenaza para la política exterior y los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos».
Deja que eso se asiente. Alguien que pasó por los canales adecuados para establecer una residencia legal adecuada en Estados Unidos, que está casado con una ciudadana y que muy pronto será padre de otro ciudadano, fue arrestado por una agencia federal de aplicación de la ley debido a su papel en una serie de protestas políticas que no le gustan al presidente.
Es difícil imaginar un caso más claro de violación de la Primera Enmienda. Y esto viene del Partido Republicano, cuyo líder se jactó la semana pasada de haber «detenido toda censura gubernamental y haber devuelto la libertad de expresión en Estados Unidos».
¿Quién defenderá la libertad de expresión?
La afirmación de que Khalil estaba «movilizando apoyo para Hamás» no fue respaldada por ninguna prueba significativa. Trump y sus compinches (y de hecho muchos demócratas) suelen utilizar la etiqueta «pro-Hamas» como difamación general contra cualquiera que proteste contra la guerra genocida de Israel en Gaza, de la misma forma en que en su día se calificó a los manifestantes contra la guerra de Irak de «pro-Saddam». No importa lo críticos que seamos con Hamás: si estás en contra del cruel bombardeo de Israel contra la población civil de Gaza, eres un simpatizantede esa organización.
Estuvieron circulando rumores vagos sobre «folletos pro-Hamas» que Khalil supuestamente habría colaborado en distribuir, pero hasta ahora no vi ni un ejemplo concreto de lo que había en tales folletos ni evidencia alguna de que Khalil los distribuyera. Del mismo modo, nadie presentó ninguna prueba de que Khalil haya dicho o hecho algo antisemita, al menos en la medida en que ese término designa prejuicios étnicos o religiosos contra los judíos. La acusación tiene mucho más sentido cuando uno se da cuenta de que el Departamento de Estado de EE.UU. adoptó oficialmente una definición de antisemitismo tan absurdamente amplia y politizada que explícitamente incluye la oposición política al sionismo («negarle al pueblo judío su derecho a la autodeterminación») o incluso «aplicar un doble rasero» para Israel y otros estados.
El líder de la minoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, simplemente aceptó como un hecho la caracterización de Khalil que propuso la administración Trump. En una publicación profundamente decepcionante en redes sociales, en la que las críticas reales al arresto fueron tan silenciosas que se podían pasar por alto en un abrir y cerrar de ojos, Schumer calificó las protestas estudiantiles en Columbia de «acciones antisemitas», sin importar que muchos de los estudiantes manifestantes fueran judíos. Al final de dos párrafos de rodeos, Schumer dijo que «si» el gobierno no puede demostrar que Khalil cometió delitos graves y, por lo tanto, quiere deportarlo por sus ideas políticas, «entonces eso está mal» y es una violación de la Primera Enmienda. Su homólogo en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, emitió una declaración de intenciones casi idéntica.
Mientras tanto, la administración Trump nunca se molestó en fingir que Khalil estaba siendo perseguido por cualquier otra razón que no fuera el contenido de su discurso político, que se encuentra protegido constitucionalmente. Días antes de que Schumer diera su clase magistral sobre como decir lo menos posible con el mayor número de palabras, el secretario de Estado Marco Rubio anunció sin rodeos que todos los demás «partidarios de Hamás» con permisos de residencia serían deportados junto con Khalil. El propio presidente despotricó el lunes en su red Truth Social planteando que su administración no «tolerará» la «actividad proterrorista, antisemita y antiamericana» (es decir, las protestas estudiantiles contra el bombardeo de Gaza). Como comenté en otro lugar, su declaración dejó pocas dudas de que, si pensaba que los tribunales lo dejarían salirse con la suya al arrestar a ciudadanos que participaron en las protestas, también lo haría.
A su favor, la izquierda del Congreso fue clara en el meollo de la cuestión. Por ejemplo, la congresista Rashida Tlaib dijo: «Criminalizar la disidencia es un ataque a nuestra Primera Enmienda y a la libertad de expresión. Revocar la tarjeta verde de alguien por expresar su opinión política es ilegal. Protestar contra el genocidio no es un delito».
Tlaib y otros trece legisladores demócratas (Ilhan Omar, Mark Pocan, Nydia Velázquez, Delia Ramírez, Jasmine Crockett, Summer Lee, Ayanna Pressley, Lateefah Simon, Gwen Moore, Nikema Williams, Al Green, André Carson y James McGovern) firmaron una carta abierta en la que calificaban a Khalil de «preso político» y pedían su liberación inmediata. Es vergonzoso que la gran mayoría de los convencionales demócratas no se hayan unido a ellos.
Por el momento, no hay pruebas de que Khalil apoyara a Hamás. E incluso si lo hubiera hecho, la designación de «preso político» seguiría siendo sencillamente correcta. He aquí una forma sencilla de ver ese punto: si un gobierno pro palestino estuviera en el poder, ¿estaría justificado arrestar y deportar al profesor de Columbia Shai Davidai? Davidai, ciudadano israelí con tarjeta de residencia, se pasó el último año y medio denunciando las protestas, pidiendo represión contra ellas y justificando la acción de Israel en Gaza.
Como Rosa Luxemburgo dijo una vez: «La libertad es siempre y exclusivamente para quien piensa diferente». En otras palabras, todos apoyan la libertad de expresión para las personas cuyas opiniones aceptan. La prueba de nuestro compromiso con la libertad de expresión es siempre si extendemos esa convicción a las personas cuyas opiniones aborrecemos. El Partido Republicano y los sectores proisraelíes del Partido Demócrata fallaron en esa prueba.
Libertad para Gaza, libertad de expresión
Cada año durante el último cuarto de siglo, Gallup le viene preguntando a los estadounidenses: «En la situación de Oriente Medio, ¿simpatiza más con los israelíes o con los palestinos?». Este año, solo el 46% dijo «con los israelíes». Es el mínimo histórico. Y el número de los que dicen «con los palestinos» alcanza el máximo histórico del 33%.
En cierto modo, estas cifras deberían ser aleccionadoras para aquellos de nosotros que nos preocupamos por los derechos de los palestinos. Incluso después de un año y medio de atrocidades a una escala que todas las organizaciones más importantes de derechos humanos calificaron como «genocida», todavía estamos muy lejos de haber ganado la guerra por los corazones y las mentes de los estadounidenses. Pero la dirección de la tendencia sigue siendo un contexto importante para este aumento de la represión autoritaria. A los defensores de Israel les preocupa que, si se le permite opinar a todo el mundo, perderán para siempre el control de la opinión pública.
Cuando suceden cosas como esta, es importante que seamos capaces de conseguir apoyo no solo de aquellos que están de acuerdo con nuestra posición política sustantiva, sino de todos aquellos que se preocupan por la libertad de expresión como principio. Como Norman Finkelstein me dijo el otoño pasado, cuando le pregunté qué lecciones debería aprender el movimiento de protesta en los campus a medida que avanza, la mejor estrategia sería combinar constantemente nuestra defensa de Palestina con la defensa de nuestro derecho a defenderla. Él sugirió el lema «Libertad para Gaza, libertad de expresión».
El arresto de Khalil debería ser una llamada de atención para aquellos izquierdistas y progresistas que olvidaron por qué la libertad de expresión es un principio de izquierda tan importante históricamente. La administración Trump, con su discurso sobre el antisemitismo y la sensación de inseguridad de los estudiantes judíos en los campus, utilizó de forma cínica (pero totalmente predecible) precisamente las tácticas retóricas que los propios progresistas usaron a menudo para diluir la libertad de expresión en nombre de la política de identidad y las preocupaciones por la «seguridad». Si respondemos simplemente diciendo que estas afirmaciones en particular sobre identidad y seguridad son erróneas —porque los propios manifestantes son desproporcionadamente judíos, o porque la justicia de la causa de los manifestantes supera los sentimientos de aquellos estudiantes judíos que sí afirman sentirse «inseguros»—, no convenceremos a nadie que no esté ya de acuerdo con nosotros.
Nuestras movilizaciones para liberar a Khalil deben basarse en una defensa sólida de la libertad de expresión como tal. Ese compromiso siempre fue fundamental para la izquierda seria, desde las «luchas por la libertad de expresión» libradas a principios del siglo XX por los sindicalistas radicales de los Industrial Workers of the World (IWW) hasta el «movimiento por la libertad de expresión» de Berkeley en la década de 1960. Nadie que abogue por un cambio social significativo puede confiar en que quienes tienen el poder de hacer cumplir las reglas de censura en el presente lo hagan de la manera que quisiéramos, y el propósito de una crítica de izquierda a nuestra sociedad profundamente desigual es que queremos expandir la democracia. Ese ideal carece de sentido si el público no es libre de escuchar todos los puntos de vista, incluso los que encontramos más odiosos, y formar su propio juicio.
Libertad para Gaza, libertad de expresión. Y libertad para Mahmoud Khalil.
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Ver también:
- Mahmoud Khalil, Trump y el legado de Joe Biden
Maciek Wisniewski. 15/03/2025 - Protofascismo y demagogia neoliberal
David Brooks. 7/11/2016 - Sumido en su duelo y su desastre, Israel se ha cegado por completo
Gideon Levy. 30/12/2024 - El capitalismo atenta contra la libertad
Ben Burgis. 23/02/2025
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