domingo, 16 de marzo de 2025

Kursk, la historia y la teoría de la conspiración


Nahia Sanzo, Slavyangrad

La conversación telefónica mantenida el mes pasado por Vladimir Putin y Donald Trump y la inmediata histeria provocada en el establishment europeo, temeroso de quedar fuera del círculo de toma de decisiones sobre una guerra que hace tres años consideraron existencial y que tratan de mantener activa hasta que Ucrania pueda dictar los términos de su resolución, causaron todo tipo de analogías, generalmente burdas y sin la mayor validez, sobre la situación actual y la traición de Múnich en 1938, donde los poderes occidentales sacrificaron a Checoslovaquia frente al fascismo en busca de una paz que no iba a llegar. Dialogar con la Federación Rusa era visto como el paso previo para aceptar una resolución de la guerra impuesta desde Moscú. La reacción fue inmediata, especialmente porque los países europeos vieron, por primera vez desde que lo hiciera Charles De Gaulle, que quizá Estados Unidos no acudiría al rescate de sus aliados europeos en el -más que improbable- caso de ser atacada.

El plan ReArm Europe, la movilización masiva de fondos y créditos para aumentar el gasto en defensa alegando la urgencia de una guerra que comenzó hace tres años es la principal conclusión, aunque no la única. El viernes, los medios informaban de la propuesta de Kaja Kallas de hasta 40.000 millones de euros para “reforzar el envío de material militar a Ucrania”. El objetivo busca mantener el nivel de asistencia militar de la UE a Ucrania por la vía de la creación de un fondo voluntario para que países comunitarios y extracomunitarios pudieran sumarse a la inversión, evitando así los posibles vetos de países potencialmente díscolos como Hungría o Eslovaquia. El debate sobre el aumento de la aportación militar a Ucrania se produce, no solo cuando se ha reanudado ya el flujo de material e inteligencia estadounidense a Ucrania, sino cuando se habla de la posibilidad de un alto el fuego que dé lugar a una negociación para buscar una salida diplomática y poner fin a un conflicto que se ha cobrado cientos de miles de víctimas, ha destrozado partes importantes de territorios ucranianos y rusos y ha provocado una escalada política que amenaza con crear un polvorín europeo en el que incluso la paz no signifique el final de la amenaza de choque entre potencias continentales.

La Unión Europea, cómoda con la idea de poder seguir desgastando a Rusia, no comparte las prisas por lograr un final definitivo a la guerra, algo que aparentemente comparten Washington y Moscú y que ha provocado una nueva ola de teorías de la conspiración sobre la relación entre Trump y Putin y la colaboración entre los dos países. Tras la experiencia del Russiagate, las acusaciones de injerencia rusa en favor de Donald Trump en las elecciones de 2016 llegó el relato del agente Trump, reclutado por la KGB en su viaje a la Unión Soviética en 1987 y al que la nueva versión de esta narrativa da incluso un nombre, Krasnov. Pese a que su carrera personal, empresarial y política muestra una forma de actuar llena de bandazos e incoherencias, este discurso quiere hacer creer que Donald Trump, el agente reclutado por la Unión Soviética, ha mantenido la lealtad a Moscú, una historia difícilmente creíble que, en ocasiones, se ha matizado alegando que Rusia disponía de kompromat, material comprometido que publicaría en caso de traición. Otra historia más que cuestionable teniendo en cuenta que Trump ha sobrevivido sin mayores problemas a todo tipo de escándalos.

Siguiendo esta tendencia de no diferenciar Rusia de la Unión Soviética y explotando una relación que se presenta como de sometimiento del empresario que en el futuro llegaría a ser presidente de la principal potencia mundial por parte de un país tan potente que no pudo evitar su disolución, Simon Tisdall escribía esta semana en The Guardian que “Rusia está intensificando la guerra para explotar la rendición de Trump”, a lo que añadía que “puede que Trump no gane un premio Nobel, pero desde luego se ha ganado la Orden de Lenin”, conmemoración más importante de la Unión Soviética.

Con argumentos para explicar el momento actual como el recuerdo de Múnich o el retorcido uso de la Unión Soviética para justificar la actuación de estos momentos, era lógico que no tardaran en llegar las analogías que apelaran al pacto Molotov-Ribentropp para demonizar cualquier intento de intervención diplomática que ponga fin a la mayor guerra que se ha vivido en el continente europeo desde la Segunda Guerra Mundial y cuyo final ha sido evidente desde el fracaso de la contraofensiva ucraniana de 2023. Era previsible que no fuera a haber una victoria completa de ninguno de los dos bandos, por lo que iba a ser necesaria una negociación que previsiblemente llevaría a una partición de facto de Ucrania según la línea del frente. El rechazo a negociar que han mostrado tanto Kiev como Bruselas, Berlín, París o Londres era únicamente la esperanza de obtener un resultado diferente a base de hacer lo mismo una y otra vez. Sin embargo, la intervención estadounidense para imponer un proceso de negociación se ha percibido desde los países europeos y la parte Demócrata del establishment estadounidense como una traición, algo que se repite estos días a la hora de explicar cómo ha colapsado de forma prácticamente completa el frente ucraniano en Kursk, principal victoria de Kiev en el último año.

“La semana pasada, sugerí que las pérdidas de Ucrania en Kursk podrían ser parte de un acuerdo secreto entre Estados Unidos y Rusia, algo similar al Pacto Molotov-Ribbentropp”, escribía el viernes el profesor ucraniano Roman Sheremeta en un mensaje reposteado por Anne Applebaum, multipremiada escritora con una fuerte obsesión antirrusa, cronista estrella de The Atlantic y cuya pareja es el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radek Sikorski. “Ahora, las nuevas pruebas aumentan aún más que las preguntas”, sentenciaba. Sheremeta realizaba ese comentario al compartir un artículo de Robin Horsfall, exmiembro de las fuerzas especiales de la aviación británica. La tesis de Hosfall y Sheremeta, calificada por el periodista Davide María De Luca -actualmente en Sumi, Ucrania- de “un ejemplo muy claro de teorías de la conspiración entre los expertos”, es la de la colusión Trump-Putin para derrotar la ofensiva ucraniana en Kursk.

“En febrero de 2025 hubo un aumento de las fuerzas rusas hasta un estimado de 50.000 en Kursk con órdenes de recuperar las tierras rusas. Se planeó una contraofensiva. Rusia aumentó sus fuerzas en Kursk. Rusia necesitaba que Ucrania se quedara ciega. El 28 de febrero de 2025, Trump fabricó un desacuerdo público con el presidente Zelensky. Entre el 3 y el 5 de marzo, utilizando el desacuerdo como justificación, Trump cortó los suministros y la inteligencia a Ucrania. El 6 de marzo las fuerzas rusas atacaron y recuperaron grandes partes de Kursk obligando a Ucrania a realizar una retirada táctica”, afirma Horsfall sin explicar que la ofensiva ya había comenzado antes de que Trump cegara a Ucrania durante apenas unos días. Aun así, e incluso admitiendo que “la debilidad de esta información es la cronología”, el autor ve una “pistola humeante” (smoking gun), una prueba definitiva que corrobora con otra historia más que cuestionable. “El 27 de febrero de 2025, antes del anuncio de Trump, un general ruso en Kursk reveló a uno de sus coroneles que su ofensiva estaba esperando a que la vigilancia ucraniana cayera. El coronel se lo reveló a su mujer, su mujer se lo contó a su mejor amiga que se lo contó a mi fuente en el este de Europa”, alega ofreciendo una cadena de mensajes que no puede ser corroborada ni tenida en cuenta como prueba seria.

Sin embargo, ese relato, una narrativa que solo tiene en cuenta aquellos hechos que favorecen su teoría, es suficiente para Applebaum y Sheremeta, que argumenta que “Putin no quería congelar la guerra sin recuperar el territorio ruso perdido. Para que comenzaran las negociaciones, Trump tenía que ayudar a rusia [deliberamente en minúsculas en el relato] a recuperar Kursk. Justo cuando rusia lanzó su gran contraofensiva, Trump cortó las armas e inteligencia estadounidense. ¿El resultado? Bajas masivas”. El relato continúa destacando que “los soldados ucranianos también reportaron algo alarmante: las fuerzas rusas en Kursk de repente tenían coordenadas extremadamente precisas de las posiciones ucranianas, las tropas, puntos logísticos, depósitos de munición. ¿Coincidencia? ¿O es que Trump ayudó a rusia antes de las negociaciones”, añade sin que se presente siquiera como posibilidad que el trabajo ruso de varios meses -movilización de recursos, preparación de la ofensiva, introducción de drones de vigilancia y ataque y la presión sobre los puntos de suministro pudieran dar resultado. En las mentes de ciertos expertos no cabe que Rusia pueda ser capaz de solucionar sus problemas, diseñar ofensivas ni, por supuesto, derrotar a las tropas ucranianas.

Dos días antes de la publicación de Sheremeta, Michael Kofman, uno de los expertos occidentales de referencia en esta guerra, escribía que “estos temas se han debatido durante bastante tiempo. El principal problema fue la interdicción por parte de la Federación Rusa de las pocas rutas de suministro disponibles, con una carretera principal hacia Sudzha. A medida que la zona de Kursk se veía comprimida, se volvió cada vez más insostenible”. Kofman, que añadía que “aunque pudo haber agravado temporalmente la situación, los más recientes avances rusos en Kursk se produjeron mucho antes de la suspensión de la asistencia militar e inteligencia estadounidense. El problema residía en la geometría del campo de batalla, la logística y los constantes ataques de [las tropas de] la República Popular de Corea”. Kofman citaba un mensaje de Rob Lee, otro de los referentes occidentales de esta guerra, que el 2 de marzo escribía que, según DeepState, el principal “problema en la región de Kursk es el control de fuego del enemigo sobre toda la logística de las fuerzas de defensa de Ucrania. Desde enero, las tropas rusas han aumentado su capacidad de vigilancia de nuestros movimientos, pero no hemos tomado medidas adecuadas por nuestra parte para eliminar este problema. En febrero, el problema había llegado a su punto álgido, y las complicaciones más graves surgieron tras la pérdida de la aldea de Sverdlikovo, cuyos intentos de recuperarla tampoco se llevaron a cabo de la manera mejor planificada”. Lee comenzó a informar sobre los rápidos avances rusos en la región de Kursk el 28 de febrero. Ya entonces era evidente que Rusia había tomado la iniciativa, atacaba las vías de suministro y hacía muy difícil que Ucrania pudiera mantener sus posiciones al margen de si disponía o no de armas estadounidenses, que ya no podían llegar a Suya.

Incluso desde las tropas ucranianas, se niega la conspiranoica versión de la ayuda estadounidense a Rusia para recuperar Kursk. Tras insistir en la importancia de la pérdida del control sobre las vías de suministro, Artyom Karyakin insiste en que “por supuesto, problemas mucho mayores comenzaron con la caída de Sverdlikovo, pero es muy difícil detener los asaltos cuando todos nuestros cálculos básicos de drones FPV en esta zona se retiraron al territorio de la región de Sumi, dado que el FPV es el arma clave de esta guerra en ambos lados del frente. En una situación de logística afectada, se hizo casi imposible llevarles drones y ojivas. Eso por no hablar de la infantería, que nadie sacó de ningún sitio y no relevó en un mes. No es de extrañar que los rusos, que lanzaron grandes fuerzas (incluida la infantería coreana) en diferentes direcciones de un dudoso saliente con solo una carretera apenas viva para la logística, tuvieran éxito en los asaltos”.

Todas las fuentes, niegan que haya miles de soldados sitiados, fundamentalmente porque, como afirma Karyakin “por suerte, no empezamos la retirada de gran parte de nuestras fuerzas ayer”. La derrota ucraniana en Kursk era cuestión de tiempo y llevaba gestándose varias semanas. Resaltando el caos, en envío de refuerzos y la fuerte presencia de inteligencia, el periodista italiano De Luca resaltaba el viernes la preparación de la defensa de Sumi, donde se están produciendo evacuaciones preventivas en aldeas de frontera. Sin embargo, no es previsible un asalto ruso en esa dirección, en parte porque la mera amenaza de esa posibilidad es suficiente para que Ucrania tenga que fijar tropas ahí, muy lejos del frente de Donbass, principal objetivo de la Federación Rusa. Kiev, por su parte, trata de aferrarse a la parte de Kursk aún bajo su control por un motivo similar: evitar que Moscú pueda trasladar el grueso de esa agrupación a zonas como Pokrovsk o Chasov Yar. A ello se presta la parte más al sur del saliente de Kursk, la localidad de Güevo, cuya logística no ha sido interrumpida y que puede contribuir a que Ucrania retrase unos días la liberación completa del oblast de Kursk.

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