martes, 25 de febrero de 2025

La clase obrera británica contra el golpe de Pinochet

Cuando el ejército chileno derrocó a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, los tories británicos lo festejaron como una buena noticia para los inversionistas. Pero los sindicatos trabajaron para bloquear el comercio de Gran Bretaña con los golpistas.

Owen Dowling, Jacobin

«Para los intereses británicos (…) no hay duda de que Chile bajo la junta es una perspectiva mejor que el caótico camino de Allende hacia el socialismo, [y] nuestras inversiones deberían ir mejor». Diez días después del golpe militar contra el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile, el ministro de Asuntos Exteriores británico, Alec Douglas-Home, hizo una valoración optimista del golpe del general Augusto Pinochet y de la sangrienta reafirmación de la hegemonía capitalista.

Pero si Douglas-Home hablaba en nombre de muchos miembros de la clase dominante británica, el movimiento obrero de su país no compartía su actitud hacia el nuevo gobierno. Tal y como veían las cosas los sindicatos, sus «intereses» no estaban alineados con los inversionistas, sino con los partidarios de la Unidad Popular que ahora se enfrentaban a la tortura y el asesinato en las cárceles del régimen pinochetista.

De hecho, las consecuencias del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, cuando el nuevo régimen respaldado por Estados Unidos actuó de acuerdo con su intención declarada de «erradicar» el «cáncer marxista», horrorizaron a muchos miembros del movimiento sindical británico, lo que contribuyó a impulsar una campaña de solidaridad con el pueblo de Chile. La reacción fue tanto más sentida cuanto que el gobierno de Allende había aplicado un programa socialista democrático, y muchos de los perseguidos tras la toma del poder por los militares eran compañeros de militancia en partidos y sindicatos de izquierda. El diputado laborista Eric Heffer, que había conocido a Allende como parte de una delegación que viajó a Chile en 1972, «lloró sin pudor» al recibir la noticia de que el intento que había presenciado «de alcanzar el socialismo a través del proceso parlamentario» había sido «asesinado».

La apresurada organización de un movimiento de solidaridad con Chile en el Reino Unido exasperó los esfuerzos de los sucesivos gobiernos británicos por mantener relaciones con la junta. La aversión a las atrocidades de Pinochet en Gran Bretaña no se limitó a la izquierda socialista: muchos liberales y grupos eclesiásticos llegaron a oponerse al régimen por motivos humanitarios. Pero fue la claramente izquierdista Campaña de Solidaridad con Chile (CSC), con su dirección fundacional asociada al Partido Comunista, la que constituyó la principal voz antipinochetista en la sociedad civil británica, a través de su amplia labor entre el movimiento obrero.

Los sindicalistas que colaboraron con la CSC a lo largo de las décadas de 1970 y 1980 contribuyeron a crear una apasionada cultura de solidaridad internacional. Esto también supuso demostraciones prácticas de apoyo al pueblo chileno: concentraciones y conferencias, boicots a los productos chilenos y al trabajo en equipos chilenos, apoyo al reasentamiento de refugiados y delegaciones sindicales al país. La organización de la campaña entre el movimiento obrero trabajó para asociar la lucha contemporánea contra la dictadura de Pinochet con las tradiciones orgullosamente reivindicadas del socialismo británico, especialmente la solidaridad transnacional de la clase obrera y las luchas contra el fascismo.

El efecto fue un discurso muy emotivo en torno a la causa chilena que resonó entre los sindicalistas británicos y les inspiró para emprender acciones colectivas en apoyo de un pueblo situado a miles de kilómetros de distancia.

Sentimiento de clase

La CSC se fundó poco después del golpe, en medio de la alarma y la condena de las noticias procedentes de Santiago que resonaban en toda la izquierda británica. Desde el principio, se concibió como una organización abiertamente política. Se diferenciaba del Comité de Derechos Humanos de Chile, una ONG creada al mismo tiempo, por su defensa de perspectivas socialistas, antifascistas y antimperialistas, en un lenguaje de solidaridad y lucha.

Los sindicatos participaron en la CSC desde el principio, con sindicalistas que ocupaban puestos destacados en el comité ejecutivo de la campaña y muchas ramas del movimiento obrero que se coordinaban con los organizadores de la CSC a escala local. En su quinto año, la campaña contaba con treinta afiliados sindicales nacionales y contaba entre sus patrocinadores a dirigentes sindicales como Jack Jones, Joseph Gormley y Hugh Scanlon. La manifestación de diez mil personas en Londres para conmemorar el primer aniversario del golpe fue una movilización significativa: con más de doscientas pancartas sindicales y encabezada por una vanguardia de líderes sindicales, la marcha fue descrita por el Morning Star como «como un pase de lista del movimiento obrero británico».

La plétora de manifestaciones tanto locales como nacionales de solidaridad con Chile a lo largo de los años siguientes puede considerarse un producto del sentimiento de internacionalismo obrero que los sindicalistas afiliados a la CSC ayudaron a fomentar en toda la clase trabajadora. Jimmy Symes —representante de un combativo grupo de trabajadores en su calidad de presidente del Comité de Delegados Sindicales de los muelles de Merseyside— se dirigió en tono encendido a la conferencia sindical de la CSC de 1975: «La antorcha del socialismo, una vez encendida, nunca morirá. Pero es nuestra responsabilidad, como movimiento obrero, como socialistas, como internacionalistas, apoyar al pueblo de Chile en su lucha».

El sentimiento de clase que había animado a los estibadores de Liverpool en sus huelgas masivas por mejoras salariales y el fin de las condiciones precarias también se puso de manifiesto en las repetidas acciones que, junto con otras comunidades obreras, emprendieron en solidaridad con los chilenos. Muchos sindicalistas identificaron el encarcelamiento, la tortura y el asesinato de representantes sindicales, la abolición de los derechos de negociación colectiva y el deterioro de los salarios, las condiciones y el empleo por parte del gobierno de Pinochet como opresiones a las que se enfrentaban los trabajadores chilenos en tanto que trabajadores: una ofensiva de clase contra el trabajo, a la que las tradiciones de internacionalismo y las obligaciones de solidaridad de clase exigían que se opusiera el movimiento sindical británico.

Tal fue el caso del veterano sindicalista Jack Jones, secretario general de izquierdas del sindicato Transport and General Workers’ Union. Habiendo regresado recientemente de una delegación sindical a Chile, donde se había reunido con familiares de sindicalistas ejecutados, recalcó en la conferencia del Partido Laborista de 1974 la «responsabilidad personal» del movimiento obrero británico con la clase obrera chilena.

Los esfuerzos de solidaridad de los sindicalistas británicos se expresaron a menudo en sus propios lugares de trabajo, ya que la confianza de los militares chilenos en la ingeniería británica para el mantenimiento de gran parte de sus equipos ofreció a los trabajadores la oportunidad de poner en jaque la maquinaria de muerte de Pinochet.

Famosa fue la intervención de los delegados sindicales de una fábrica de Rolls-Royce en East Kilbride para «bloquear» los motores de los aviones de combate destinados a Chile. Retuvieron los motores de la fuerza aérea de Pinochet durante cinco años en un alarde de internacionalismo sindical caracterizado por uno de sus protagonistas como «uno de los mayores episodios de la historia del socialismo escocés».

Los trabajadores de la ingeniería de Newcastle, Rosyth, Glasgow y otros lugares también se negaron a trabajar en buques de guerra chilenos, mientras que los estibadores de Liverpool, Newhaven y Hull boicotearon de diversas formas la manipulación de mercancías procedentes de Chile o destinadas a este país. La decisión de seiscientos marineros desempleados de Liverpool de renunciar a trabajar a bordo de un carguero con destino a Chile para defender la política de su sindicato nacional fue celebrada en todo el movimiento de solidaridad.

Sus problemas son nuestros problemas

Una delegación clandestina del Sindicato Nacional de Mineros (NUM) que viajó a Chile en 1977 fue concebida explícitamente en términos de internacionalismo obrero. Entrando en Chile desde Perú haciéndose pasar por turistas privados, los delegados del NUM se desplazaron entre casas seguras, reuniéndose con mineros y representantes de sindicatos proscritos al amparo de la noche para recabar información sobre sus condiciones sociales bajo el terror antisindical sistemático del gobierno militar.

En un prólogo al informe ampliamente difundido sobre los resultados de la misión, la Ejecutiva del NUM escribió que «la solidaridad y el internacionalismo de los mineros es un sinónimo en el movimiento obrero británico» y subrayó los puntos en común de clase entre los mineros chilenos y británicos: «Sus problemas deberían ser nuestros problemas (…) sus logros serán nuestros logros». El representante del sindicato ante la CSC afirmó que era el «deber de la clase trabajadora» del NUM asegurarse de que se termine «la pesadilla que está viviendo esta gente».

La identificación social de los sindicalistas británicos con quienes se enfrentaban al asalto de Pinochet se vio reforzada por la llegada de miles de exiliados chilenos al Reino Unido, muchos de ellos patrocinados por el movimiento obrero y que pronto se convirtieron en activos dentro de la vida sindical. La interacción personal con los exiliados a menudo propició un mayor compromiso de los trabajadores británicos con el movimiento de solidaridad, ejemplificado en el caso de Ernesto Andrade, un marinero chileno que había buscado asilo entre el movimiento obrero de Liverpool, cuyo emotivo testimonio inspiró en 1978 la resolución de los estibadores de Merseyside de boicotear los productos chilenos.

La sensación de cercanía con los chilenos también se invirtió en algunos contextos, ya que las experiencias de los exiliados chilenos del ataque de 1973 contra su movimiento proporcionaron una forma de entender los acontecimientos en Gran Bretaña. Esto se demostró poderosamente durante la guerra de Thatcher contra el NUM en 1984-85, un ataque contra el poder de los trabajadores organizados basado en el mismo programa friedmaniano pilotado bajo Pinochet.

Los exiliados chilenos «ayudaron a dar forma a la imaginación política» de las comunidades mineras a la hora de entender el ataque del Estado contra el movimiento obrero a la luz de lo que había ocurrido en Chile. Muchos exiliados se involucraron en grupos de apoyo a la huelga, a veces dirigiéndose a las reuniones de solidaridad de la CSC en las comunidades mineras para «establecer los vínculos» y enfatizar lo que Sue Lukes, miembro ejecutivo de la campaña, describió como «la continuidad entre lo que estaba haciendo Thatcher y lo que había hecho Pinochet». La conciencia de los vínculos entre la experiencia chilena y la propia proliferó en las comunidades mineras británicas. Linda King, del Ollerton Colliery Women’s Support Group, insistió: «El pueblo chileno ha sido estupendo con nosotros. Saben lo que es pasar por esto mejor que nosotros mismos».

Antifascismo

Los sentimientos de solidaridad con los trabajadores asediados en Chile también se nutrían de otra fuente: las tradiciones antifascistas del movimiento obrero británico, que se remontan incluso a antes de la Segunda Guerra Mundial. La percepción del gobierno militar chileno como un régimen fascista se basaba en la idea de que el fascismo es una ideología y una práctica cuyo objetivo principal es destruir el movimiento obrero. La CSC caracterizó el golpe chileno lanzado por «generales fascistas» como «el ataque más salvaje contra el movimiento obrero internacional desde los oscuros días de la Alemania nazi».

Comparar la dictadura de Pinochet con la de Hitler era rutinario en todo el movimiento de solidaridad, una comparación que no solo condenaba al gobierno de facto sino que lo asociaba con un enemigo contra el que muchos trabajadores habían luchado durante la Segunda Guerra Mundial, lo que seguía teniendo resonancia emocional. Tras la llegada de un buque de guerra chileno a los muelles de Portsmouth, el secretario de distrito del sindicato de trabajadores de la ingeniería comentó que sus miembros, que habían votado negarse a trabajar en el buque, «tenían ganas de hundir el barco, que era, después de todo, lo que habían hecho con los barcos de los fascistas durante la Segunda Guerra Mundial».

Tales invocaciones de fascismos históricos enmarcaron la oposición contemporánea a la dictadura de Pinochet como un deber de la clase obrera, siguiendo la tradición del movimiento obrero británico. Este vínculo con el pasado también era evidente en los paralelismos entre el movimiento de solidaridad con Chile y la guerra de 1936-1939 en defensa de la República Española, en la que miles de socialistas británicos se habían alistado como voluntarios.

Tales lazos fueron personificados por Jack Jones, que había sido herido en España y escribió en Tribune inmediatamente después del golpe de 1973 que «estamos al principio de otra situación de guerra española». John Keenan, del Comité de Empresa de Rolls-Royce East Kilbride, entrevistado para el documental de 2018 Nae Pasaran, estableció paralelismos entre los regímenes de Franco y Pinochet, ambos compuestos por fascistas que habían derrocado gobiernos democráticos, y situó la acción de East Kilbride dentro de la herencia histórica de los voluntarios escoceses en las Brigadas Internacionales. Estas analogías fueron alentadas por la CSC, que describió la campaña internacional en torno a Chile como «un movimiento mundial de solidaridad (…) sin parangón desde la Guerra Civil Española».

La comparación popular del gobierno de facto con los odiados enemigos fascistas, y de la lucha contra él con las orgullosas tradiciones antifascistas, imbuyó al movimiento de solidaridad con Chile de un profundo significado para muchos sindicalistas británicos. Ted McKay, del NUM, elogió la delegación a Chile como un momento «en el que el NUM se unió, con una sola voz, para enfrentarse al enemigo común del fascismo» y «mostró al mundo lo que representa el sindicato».

Sin embargo, la concepción del régimen de Pinochet como fascista también dio a la solidaridad con Chile una urgencia práctica, debido al terror que inspiraba la perspectiva del ascenso fascista, especialmente con el telón de fondo contemporáneo del ascenso del Frente Nacional en Gran Bretaña. Los sindicalistas implicados en la CSC consideraban que el fascismo en Chile representaba un verdadero peligro para los socialistas británicos, como se expresó en la declaración de la conferencia sindical de la campaña: «al atacar el recurso a métodos fascistas en Chile, el movimiento obrero británico está contribuyendo a su propia defensa contra cualquier intento similar en Gran Bretaña».

Solidaridad internacional hoy

La solidaridad sindical británica con los trabajadores chilenos contribuyó a aislar moral y políticamente al régimen golpista de Pinochet. Persuadió al gobierno laborista de 1974-1979 para que sancionara y finalmente rompiera la mayoría de las relaciones con Chile, y aplicó suficiente presión social para impedir incluso que el ministerio de Margaret Thatcher estableciera una relación tan estrecha y pública con el gobierno de facto como le hubiera gustado. Grace Livingstone, historiadora de las relaciones de Gran Bretaña con el Chile de Pinochet, sugiere que, debido al activismo del CSC y otros grupos, «para mucha gente en Gran Bretaña, el general Pinochet llegó a personificar la imagen de un dictador brutal, uno de los pocos tiranos del mundo que el público medio podía identificar claramente».

La campaña pudo construir su influyente plataforma en la sociedad británica gracias a los esfuerzos de los sindicalistas afiliados por suscitar entre el movimiento obrero más amplio el desarrollo de una sentida conciencia de interés común con la clase obrera chilena. El golpe de Estado en el país sudamericano fue reconocido por todo el movimiento de solidaridad como un desafío contrarrevolucionario a la izquierda organizada internacional, que requería una respuesta igualmente internacionalista.

Pero no se trata solo de los acontecimientos de hace cinco décadas. Los socialistas que se organizan hoy en día se enfrentan a retos de proporciones también ineludiblemente globales: la superexplotación de los trabajadores a través de redes de producción transcontinentales, la complicidad de las corporaciones multinacionales en el suministro de los arsenales represivos de los Estados autoritarios, las crisis planetarias del cambio climático capitalogénico… Estos síntomas mórbidos del capitalismo global contemporáneo exigen igualmente nuestra organización a una escala proporcional, construyendo una solidaridad transnacional sobre la base de intereses de clase compartidos.

En este sentido, más recientes muestras de internacionalismo del movimiento obrero —como la negativa de los estibadores italianos a cargar armas para Arabia Saudí e Israel en solidaridad con los pueblos de Yemen y Gaza— proporcionan ejemplos a seguir. Muestran la posibilidad de resistir a las fuerzas disgregadoras de la atomización neoliberal y el nacionalismo insular construyendo en su lugar una conciencia popular basada en el internacionalismo de la clase trabajadora y en una orgullosa aceptación de la solidaridad como deber social.

En su día, la Campaña de Solidaridad con Chile representó la postura de los trabajadores británicos con los chilenos como una medida en su propio interés, contra las fuerzas sociales que habían apoyado el golpe de Pinochet, y como la herencia de una lucha honorable que sus antepasados habían librado contra el fascismo y la tiranía.

Los esfuerzos por desarrollar el apoyo social popular a las campañas transnacionales de hoy —por la justicia climática, el poder de los trabajadores en las cadenas de suministro, el fin de la violencia policial racista o una Palestina libre— deberían seguir este ejemplo. Esto significa poner de relieve los puntos en común entre las comunidades de la clase trabajadora que se resisten a la desposesión, la explotación y la dominación en todo el mundo, y los vínculos entre sus opresiones, como bases tangibles sobre las que construir la solidaridad.

En esta empresa vital, los socialistas deberían inspirarse en los sindicalistas que tendieron las manos proletarias al otro lado del Atlántico al pueblo de Chile, en cuyas luchas vieron las suyas propias.

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