miércoles, 7 de agosto de 2024

¿Hacia la Gran Guerra Mundial?

…hay nada menos que tres conceptos clave: gran escala, unidireccional y paz frágil. Esto significa que Moscú probablemente cree que una regionalización del conflicto es inevitable, y que aun así conducirá a un cambio en el equilibrio, pero no a la paz.

Enrico Tomaselli, Glubber Rosse News

De un modo tal vez inevitable, y tal vez no del todo previsto, las cosas parecen precipitarse, adquiriendo un movimiento cada vez más acelerado; todo parece indicar que la Gran Guerra Global actualmente en curso, que enfrenta al Occidente colectivo con un eje de países que desafían su hegemonía, se desliza cada vez más desde su actual fase híbrida hacia una fase caliente de guerras que se extenderán como un reguero de pólvora, hasta correr el riesgo de confluir en un único choque total.

Varios factores, algunos de ellos muy significativos, están interviniendo para provocar este cambio en el panorama.

Quizá el menos evidente, aunque el más inquietante, sea la situación interna de Estados Unidos.
Entre el intento fallido de asesinar al candidato presidencial más popular (con el evidente placet de los servicios secretos), y el auténtico golpe blanco que obligó a Biden a abandonar la carrera por la reelección -y, de hecho, de la actual presidencia-, está claro que EEUU se presenta a los ojos del mundo como una potencia que, en plena crisis de proporciones epocales, en lugar de reaccionar cerrando filas, se divide dramáticamente.
El resultado es que los próximos seis o siete meses volverán a ser el escenario de una lucha de poder sin cuartel, con las diferentes almas del establishment y del Estado profundo llegando ahora a un enfrentamiento. Por un lado, esto crea un enorme vacío de poder, tanto interno (¿quién manda realmente hoy en Washington?) como internacional, y por otro, convierte a EEUU en un pato cojo, incapaz de ofrecer un punto de apoyo fiable, o incluso un interlocutor fiable, a amigos y enemigos por igual. Y, como dijo Gramsci,
en este interregno se producen los más variados fenómenos morbosos.
Existen numerosos signos de esta crisis del poder hegemónico estadounidense, cuyo desenlace es imprevisible y, en cualquier caso, no puede resumirse estrictamente en el resultado de las elecciones presidenciales: desde el crecimiento de los movimientos secesionistas en varios Estados de la Unión, hasta la desorientación (cuando no el pánico absoluto) de los aliados europeos, pasando por la evidente apertura de Zelensky (hasta ayer un títere en manos de la Casa Blanca) a las negociaciones con Rusia, y la búsqueda de un respaldo en Pekín.

El extraordinario crecimiento del prestigio chino actúa como contrapeso al caótico estancamiento estadounidense. Primero el histórico acuerdo entre Irán y Arabia Saudí, que fue la obertura de una serie de cambios rotundos en el tablero de Oriente Medio, poniendo fin a la guerra entre saudíes y yemeníes, allanando el camino para la entrada de Ryad en los BRICS+, así como el inicio de un proceso de desdolarización del mercado del petróleo. Después, el reingreso de Siria en la Liga Árabe, la normalización de las relaciones entre Damasco y Ankara, el apaciguamiento entre las distintas organizaciones palestinas (básicamente entre Fatah y Hamás) …
El viaje de Kuleba a Pekín (y, a su manera, el de Meloni) indican, si no un giro real, sí una fase de desorientación en el campo occidental, donde algunos empiezan a considerar a China como la potencia emergente que es, y a llegar a un acuerdo con ella.
Una China que, además, se mueve a 360º. No sólo, precisamente, con una extraordinaria capacidad diplomática -cuyo atractivo para el resto del mundo no es en absoluto indiferente- ni con su habitual diplomacia del yuan (allí donde llegan, los chinos aportan financiación sin exigir caprichosas condiciones políticas).

Desde hace algún tiempo, Pekín se ha dado cuenta de lo necesario que es dotarse de un instrumento militar adecuado no sólo a su papel de gran potencia, sino también a la creciente amenaza estadounidense.

La armada china, cuyo ritmo de crecimiento no tiene parangón en Occidente, gracias a una extraordinaria industria de construcción naval, no sólo es ya la más numerosa del mundo y, en conjunto, está dotada de la marina más moderna, sino que opera cada vez más conjuntamente con las armadas rusa e iraní, ampliando su radio de acción. Incluso en el sector de la aviación, tradicionalmente considerado de supremacía de la OTAN, las cosas están cambiando rápidamente. Según David Axe, que escribe en el Telegraph [1], los cazas de quinta generación ya sitúan a Rusia y China por delante de EEUU, cuyo único avión de esta clase, el F-35, está notoriamente plagado de problemas, especialmente en la electrónica y el software de a bordo.
Según Axe, incluso si los proyectos de cazas de sexta generación (NGAD o Tempest) tuvieran éxito, la OTAN no podría seguir el ritmo de Moscú y Pekín durante al menos una década.
La extraordinaria capacidad de Rusia para resistir los ataques occidentales, e incluso para tomar represalias contra ellos, es otro factor que está desequilibrando la balanza en el campo de la OTAN. No se trata sólo de la presión sobre el terreno, en el conflicto ucraniano, que puede parecer incluso limitada; se trata más bien de una cuestión más general.
En primer lugar, los dos objetivos políticos occidentales –aislamiento internacional de Moscú, hundimiento de su dirección política– han fracasado estrepitosamente.
Por el contrario, desde el inicio de la Operación Militar Especial, Rusia ha visto crecer constantemente sus relaciones con el resto del mundo, desde sus zonas tradicionales de influencia hasta Asia, África y América Latina. Por no mencionar el hecho de que, mientras los dirigentes occidentales caen uno tras otro como bolos, Putin y su equipo se mantienen firmes en el poder y, de hecho, salen fortalecidos.

La economía rusa no sólo ha resistido perfectamente a las sanciones, a la pérdida sustancial de comercio con Europa, sino que se ha reorientado con éxito no sólo hacia los mercados asiáticos, sino también hacia una extraordinaria producción bélica.

Los indicadores económicos dicen que, mientras los países europeos se sumen lentamente en una crisis de muy larga duración, en Rusia el consumo crece significativamente y el desempleo disminuye, elementos todos ellos que solidifican aún más el consenso hacia el actual liderazgo.
Esta triple capacidad rusa -excelentes relaciones internacionales, resiliencia económica, creciente potencial bélico- no sólo plantea importantes cuestiones estratégicas al hegemón estadounidense, sino que también representa un reto muy complejo para los países europeos de la OTAN, que, además, ven avecinarse una desvinculación del tradicional aliado atlántico.
Aparte de la anunciada intención de desplegar nuevos misiles en Europa a partir de 2026 (sobre lo que obviamente no hay ninguna certeza), está claro que EEUU se dispone a cerrar su paraguas protector: a partir de ahora, los europeos tendrán que aprender a arreglárselas básicamente solos.

Los países individuales, y la Unión Europea en su conjunto, se verán sometidos a una importante prueba de estrés, con una alta probabilidad de que esto dé lugar a un desmoronamiento gradual de todo el sistema.

Es difícil saber si esto se traducirá, y en qué medida, en un cambio de rumbo, es decir, en la recuperación de una necesaria autonomía política europea. Al menos a corto y medio plazo, parece poco probable que lo que espera el profesor Sachs («El cambio no vendrá de Estados Unidos. El cambio debe venir de Europa») [2].

Pero, por supuesto, el factor más acelerador procede de Oriente Medio, donde Israel parece estar irremediablemente cautivo de sí mismo, de su historia y de su postura histórica, pero al mismo tiempo totalmente desconectado de la realidad.
El gobierno del Estado judío, de hecho, sigue aplicando exasperadamente una estrategia (aparentemente) demencial -en el sentido de no racional-, pero que en cambio no es sólo una manifestación de locura criminal, sino -precisamente- de pérdida del sentido de la realidad.
Lo que Daniel Nammour y Sharmine Narwani definen como la «estrategia MAD» [3], y que los israelíes han aplicado desde el comienzo de la implantación del proyecto sionista en Palestina, consiste de hecho -esencialmente- en una forma exasperada de disuasión:
convencer a cualquiera (sea amigo o enemigo) de que Israel compensa sus debilidades objetivas (demográficas, económicas, militares) desplegando una capacidad de reacción desproporcionada, feroz y aniquiladora. Es decir, que en la práctica se comportará como un loco, traspasando cualquier línea roja previsible (de hecho, sin fijar ninguna en absoluto). El problema es que este planteamiento funciona mientras el adversario esté intimidado, es decir, mientras actúe la disuasión.
Sin embargo, ochenta años de opresión despiadada y colonización salvaje acabaron por dejar claro que el Estado judío, por muy loco que actúe, sigue dependiendo absolutamente del apoyo estadounidense.
La estrategia de la locura, sin las bombas estadounidenses, no dura ni una semana.
Pero no sólo eso, estos ochenta años no han conseguido doblegar la resistencia del pueblo palestino, que de hecho volvió a levantar la cabeza el 7 de octubre, demostró que ya no teme la locura judía y simplemente hizo añicos la disuasión israelí (en la que se basaba prácticamente todo). En cierto sentido, Israel está ahora desnudo, y la estrategia de la locura que pretendía aniquilar a los enemigos corre el peligro de resolverse en la locura de la sociedad israelí.

Por su parte, Israel todavía puede presumir hoy de dos logros. El primero, resultado indirecto de la acción diplomática china que revolucionó el panorama geopolítico de Oriente Próximo, es que ha seguido siendo el único aliado estratégico de EEUU en la región. Tradicionalmente, Washington siempre ha contado con dos aliados, precisamente con fines de equilibrio mutuo. Al principio, Israel estaba flanqueado por la Persia del sha, pero tras la revolución jomeinista su lugar fue ocupado por Arabia Saudí. Ahora que el príncipe Mohammed Bin Salman ha sacado un poco a Ryad de la estrecha órbita estadounidense, Tel Aviv es la última guarnición estratégica que le queda. Y esto, obviamente, refuerza la posición israelí, frente a su aliado de ultramar. Además, el mencionado vacío de poder en Washington aumenta su margen de maniobra.

La segunda, es la infame directiva Sansón. La apoteosis de la estrategia MAD, prevé el uso masivo e indiscriminado de armas nucleares, que se lanzarían contra todos los países vecinos, indiscriminadamente. Sería una especie de disuasión suprema, la amenaza de destruir a todo el mundo, empezando por uno mismo, para no dar ventaja al enemigo.

Evidentemente, es muy difícil establecer hasta qué punto esta hipótesis puede llegar a ser viable y práctica (en abstracto, y en lo concreto de la fase actual). Su credibilidad depende de la capacidad de convencer al enemigo de que los dirigentes israelíes están realmente tan locos como para aniquilarse a sí mismos para arrastrar consigo a los filisteos. Por tanto, nos encontramos en el terreno de la pura especulación.
Ciertamente, Israel se enfrenta a un enemigo que, por un lado, se muestra muy capaz de calibrar sus movimientos, arrinconando cada vez más al Estado judío, pero que, por otro, considera la posibilidad del martirio como una noble perspectiva.
La situación de Oriente Próximo, por tanto, parece la más peligrosamente próxima a entrar en una espiral potencialmente destructiva; por infinidad de razones, de hecho, el tablero de Oriente Próximo presenta características expansivas superiores incluso a las de Ucrania.

A este respecto, lo que Medvédev escribió en el Social X parece extremadamente significativo:
El nudo se está apretando en Oriente Próximo. Lo siento por las vidas inocentes que se han perdido. No son más que rehenes de un Estado repugnante: EEUU. Mientras tanto, todo el mundo tiene claro que una guerra a gran escala en Oriente Medio es el único camino hacia una frágil paz en la región (la negrita es mía) [4].
Por muy fácil que sea extremar el lenguaje de este hombre, no se puede obviar el hecho de que es una parte importante del establishment ruso, y sin duda no llegaría tan lejos en el fondo, si de todos modos no estuviera dentro de los límites de la estrategia rusa.

En la frase final del post hay nada menos que tres conceptos clave: gran escala, unidireccional y paz frágil. Esto significa que Moscú probablemente cree que una regionalización del conflicto es inevitable, y que aun así conducirá a un cambio en el equilibrio, pero no a la paz.

Queda por ver si la única vía conducirá realmente a una paz regional frágil, o si por el contrario será la chispa que encienda el fuego de la guerra en todas partes.

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Notas:
1 – «El mundo libre ha apostado su supervivencia a un solo avión de combate», Davi Axe, The Telegraph
2 – Ver la entrevista del Prof. Jeffrey Sachs con el AntiDiplomatico
3 – «Israel no está loco, simplemente está MAD», Daniel Nammour e Sharmine Narwani, The Cradle
4 – Cfr. @MedvedevRussiaE, X


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