En las actuales condiciones mundiales, es poco probable que durante las siguientes décadas una sola nación tenga amplia influencia a nivel mundial. La multilateralidad no es un proyecto utópico, es la tabla de salvación de una humanidad que, bajo el poder hegemónico, totalitario, exclusivo y excluyente de Washington y los suyos nos conducen al descalabro.
Pablo Jofré Leal, Al Mayadeen
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el paso firme de Estados Unidos para convertirse en una superpotencia industrial, económica y militar se concretó, claro está, entrando en clara contradicción con la otra superpotencia (URSS) surgida de las cenizas de ese conflicto que generó al menos 60 millones de muertos y el derrumbe definitivo de los grandes imperios europeos. Se marcó así el comienzo de una nueva etapa en la conformación del orden mundial, tal como había sucedido tras el fin de la Primera Guerra Mundial, pero, en esta ocasión, con la decadencia del centro europeo.
Tras 79 años de protagonismo mayoritario en la economía mundial, con injerencia en la conformación de las entidades financieras internacionales, el control de ellas, la presión sobre organismos creados para establecer relaciones internacionales más justas; Ocho décadas con la dolarización de las economías del mundo, un sistema de transferencia financiera internacional, que le ha servido como arma de guerra; el desarrollo de un complejo militar industrial, que permitió que ese ímpetu económico omnipresente, se impusiera bajo la protección de 800 bases militares alrededor del mundo, una fuerza nuclear a la par de la ex-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) cuya herencia la posee hoy la Federación Rusa. Un Estados Unidos que ha impuesto Tratados de Libre Comercio en claro beneficio de su vasta red de empresas transnacionales. La continua política de desestabilización, instalación de gobiernos afines y el derrocamiento de aquellos que afectaban su idea de hegemonía ha sido la impronta de los gobiernos estadounidenses.
La caída de la ex-URSS y la conformación de un Nuevo Orden Mundial, a partir del año 1991 concretó ese trabajo de las administraciones estadounidenses de poder hegemónico, atizado por el sometimiento de una Europa constituida en el nuevo patio trasero de Washington, el control de vastas zonas del planeta, entre ellas zonas de Asia occidental ricas en petróleo, gas y rutas marítimas. Indispensables para el comercio mundial y esa pretensión que el modelo neoliberal fuera la única divinidad posible de venerar. Sin embargo, poco a poco dos países y su política de encabezar una nueva visión y práctica en múltiples plano: militar, económico, financiero, en materias de relaciones internacionales bajo el objetivo de trabajar en un plano de multilateralidad ha ido cambiando esa hegemonía occidental encabezada por Estados Unidos y secundado por sus peones en diversas partes del mundo. Esos dos países están cambiando la correlación de fuerzas en el planeta: la república Popular China y la Federación Rusa. Hoy tras esos interminables años el viraje de ese dominio es incuestionable.
En Asia encontramos a Corea del Sur, Japón, Taiwán, como también Australia como potencia en Oceanía, y una Europa adscrita tanto a la Unión Europea como la OTAN, junto a regímenes serviles en África como es el caso de Marruecos, Egipto, como también en Asia Occidental como es el caso del régimen nacionalsionista israelí y las monarquías ribereñas del Golfo Pérsico. Cada uno de ellos sirviendo y llevando el guion preparado en Washington con la Casa Blanca y el Pentágono. Como centros que han irradiado las ondas de dominio occidental en el planeta y cuya realidad está cambiando a pasos agigantados como una ola imparable y que me hace recordar aquellas ideas expresadas hace tantos años por Fidel Castro en referencia al papel que estaban cumpliendo los países del sur en su lucha por la autodeterminación en todos los planos y que hoy se expresa en la búsqueda de nuevos caminos de desarrollo.
En un interesante artículo escrito ya hace algunos años se sostenía, bajo el título “Fin de la hegemonía norteamericana…” que para el año 2025 se espera que los consumidores de mercados como China, India y México representen el 50 por ciento del consumo mundial que implica desarrollar productos y servicios innovadores para estos nuevos mercados mundiales. En la nueva economía mundial las inversiones de las grandes compañías multinacionales representarán oportunidades de crecimiento para el conjunto de los países del sur global. Inversiones que no provendrán exclusivamente de compañías estadounidenses, sino incluirá a consorcios de las nuevas potencias económicas. Han aparecido y consolidado nuevos mapas de innovación tecnológica. Clústeres de innovación tecnológica que generan desde Beijing pasando, Bengalooru y Krakow.
Por ejemplo, en China se gestan cerca del 25 por ciento de las patentes mundiales de nanotecnología. Las nuevas potencias económicas ya evolucionaron de imitadores tecnológicos” a gestores en investigación y desarrollo con un desarrollo de inteligencia y desarrollo del talento. Para el año 2050 el 97 por ciento de la fuerza laboral mundial vendrá de economías en desarrollo, incrementando en forma significativa la competencia por el talento.
Resulta evidente que existe una nueva orientación política, económica, militar de nuevas relaciones internacionales, que está minando el poder hegemónico de Estados unidos y los suyos catalizados por una serie de acontecimientos vitales para la conformación de una nueva correlación de fuerzas en el mundo, debilitando de esta forma la posición hegemónica de Estados Unidos. Uno es el desarrollo imparable de la república Popular China en materia económica y con clara influencia en la política internacional.
Una China convertida en un torbellino de desarrollo tecnológico, con enormes e influyentes inversiones en gran parte del planeta y capaz de enfrentar en los grandes foros internacionales a Washington, con determinación y bases firmes en amplias esferas del progreso en diversos ámbitos. Una Federación Rusa que tras un periodo de decadencia tras la caída de la ex URSS comenzó, bajo la égida de Vladimir Putin una etapa de mejora sostenida y recuperación de una autoestima, que parecía haberse perdido en el trasiego de un avance de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia su frontera occidental, gobiernos sometidos a esa hegemonía que no respetaba en absoluto el papel desempeñado por Rusia en el concierto internacional y una política de máxima presión, que ha fracasado en el empeño de empequeñecer a la gran nación euroasiática.
Poco a poco China y Rusia comenzaron una etapa de acercamiento, de firma de convenios, acuerdos, planteamiento y puesta en práctica de objetivos estratégicos, vínculos militares, políticos y el desarrollo de un camino de integración, que ha comenzado a sumar a decena de países en proyectos como el de la Nueva Ruta de la Seda. No sólo hablo de los BRICS, sino también la organización de Cooperación de Shanghái, la integración en el proyecto que ya es una realidad que se consolida de la Nueva Ruta de la Seda.
Un camino plagado de dificultades pero que va teniendo resultados evidentes: el debilitamiento del dólar como moneda dominante, la desdolarización de la economía en el campo económico entre países. El fortalecimiento del yuan, el rublo y otras monedas nacionales como el real brasileño, la rupia de la india y todas aquellas que se van sumando a un camino de multilateralidad que no sólo desacredita el monopolio de Estados Unidos en la esfera económica internacional, sino también el papel que cumple ese país en la política exterior.
Hoy, con más evidencia y con más razón que nunca, reforzado incluso por la propia comunidad internacional que con renuencia en ocasiones o rechazo en otras, se niega a participar de políticas que hace pocos lustros era un imperativo. Por ejemplo, participar de políticas sancionatorias contra China o contra Rusia, como lo han demostrado países africanos y latinoamericanos, mostrando con el ejemplo que el patio trasero con que se definía en forma de desprecio a estos países con relación a Washington ha cambiado de dirección y se enmarca en pleno siglo XXI en una Europa sin soberanía, dignidad y sin capacidad de reacción. China y Rusia están en la dirección correcta, eso lo sabe Estados Unidos y de ahí su empeño en desestabilizar económica y militarmente a ambas naciones, en una conducta que lo conduce a su propio fin.
El mundo camina día a día hacia un estado de multilateralidad, que ya no acepta imposiciones como antaño sin que ello conlleve la intensificación de conflictos como los que se viven en Europa Oriental con Ucrania o en Asia occidental en palestina, Yemen, Siria, entre otros. El Despertar islámico es una muestra evidente, que resulta inaceptable avanzar hacia un desarrollo pacífico de la humanidad en base a una política constructiva y de unificación mientras la rusofobia, sinofobia, islamofobia, la violación de los derechos humanos de pueblos como el palestino, que estamos constatando en su incremento bajo la política de exterminio del régimen israelí, sirio, libanés, saharaui, iraquí, los ataques permanentes contra la República Islámica de Irán, Venezuela, Cuba, entre otros sean la parrilla programática en la política de Washington y los suyos.
La multilateralidad en que se está avanzando implica una reformulación en múltiples campos. Por ejemplo, la necesidad de reinsertar las economías locales en la economía internacional, el fin de las políticas de sanciones impuestas por Washington y los suyos como herramienta de presión y dominio. La democratización de los organismos internacionales, la reformulación de las relaciones económicas con los Estados Unidos, la Unión Europea y sus grandes consorcios internacionales.
La democratización de la tecnología y formulación de políticas globales de acceso a esa tecnología. Políticas de desarrollo sostenible, comercio justo y otras materias que los grandes medios de desinformación y manipulación, manejados por empresas principalmente occidentales, nos quieren presentar como utópicas.
En las actuales condiciones mundiales, es poco probable que durante las siguientes décadas una sola nación tenga amplia influencia a nivel mundial. Ya la Dirección Nacional de Inteligencia del Gobierno de los Estados Unidos, hace tres lustros, señaló que serían las coaliciones de naciones las que tomen gran importancia. Así lo entiende China, Rusia, los BRICS ampliado en general pero no el país donde dichas constataciones se dan a conocer. La multilateralidad no es un proyecto utópico, es la tabla de salvación de una humanidad que, bajo el poder hegemónico, totalitario, exclusivo y excluyente de Washington y los suyos nos conducen al descalabro.
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