Este es el contexto de la lucha de hoy en Ucrania: La guerra es simplemente el primer paso de una lucha que posiblemente dure unos 20 años. Lo que se juega Washington en Ucrania es cómo evitar que el mundo se vuelva multipolar. Si Estados Unidos pierde en Ucrania seria la condena de muerte al mundo unipolar dominado por “la nación excepcional”.
Michael Hudson, Brave New Europe
Alemania se ha convertido en un satélite económico de la actual Guerra Fría de Estados Unidos contra Rusia, China y el resto de Eurasia. A la República Federal Alemana, y a otros países de la OTAN, se les ha reclamado que impongan sanciones comerciales y de inversión a Rusia, que durarán más que la guerra de poder de hoy en Ucrania.
El presidente Joe Biden y sus portavoces del Departamento de Estado han declarado que Ucrania es sólo el escenario inicial de una dinámica mucho más amplia que está dividiendo al mundo en dos conjuntos opuestos de alianzas económicas.
Esta fractura global promete ser un combate de diez o veinte años para determinar si la economía mundial será una economía dolarizada unipolar centrada en los Estados Unidos o una economía de un Mundo Multipolar con una multidivisa centrado en el corazón de Eurasia con economías mixtas, públicas y privadas.
El presidente Biden ha caracterizado esta división como un conflicto entre democracias y autocracias. Una terminología típica del doble discurso orwelliano. Por «democracias» se refiere a los EEUU y a sus aliadas oligarquías financieras occidentales.
Su objetivo es cambiar la organización económica de las manos de los gobiernos electos a manos de Wall Street y otros centros financieros bajo su control. Washington utiliza, sin contrapesos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para imponer la privatización de la infraestructura mundial, controlar la tecnología, el petróleo, el gas, los alimentos, los minerales, los recursos básicos y un largo etc.
Por “autocracia”, Biden se refiere a los países que se resisten al dominio económico comandado por los tiburones de financiarización y la privatización. En la práctica, la retórica de la Casa Blanca significa no otra cosa que un negocio en beneficio su propio crecimiento económico, a costa de los servicios públicos y las riquezas de otras naciones que dependerían exclusivamente de los dispositivos financieros controlados por EEUU.
Lo que básicamente está en cuestión es sí las economías serán sometidas al poder financiero que se enriquece privatizando las infraestructuras básicas y los servicios sociales o sí los gobiernos tendrán suficiente independencia como para promover una política destinada a elevar los niveles de vida manteniendo en manos públicas la banca, la creación de dinero, la salud, la educación, las comunicaciones y el transporte.
El país que sufrirá más “daños colaterales” en esta fractura económica global es Alemania. Su economía industrial es la más avanzada de Europa pero, el acero, los productos químicos, la maquinaria, los automóviles y otros bienes de consumo dependen de las importaciones de gas, petróleo y metales rusos como el aluminio, el titanio y el paladio.
Sin embargo, a pesar que dos gasoductos del sistema Nord Stream fueron construidos, para proporcionar energía a bajo precio a los alemanes los Estados Unidos han exigido a Berlín que concluya la compra de gas ruso y en consecuencia desindustrialice el país. Esto significa el fin de su supremacía económica. La clave del crecimiento del PIB en Alemania, como en otros países, es el consumo de energía barata para su tejido industrial.
Las sanciones antirrusas son substancialmente una política antialemana
El secretario de Estado, Anthony Blinken, ha sostenido una y otra vez que Alemania debe reemplazar el gas ruso, de bajo precio, por gas licuado estadounidense (GNL) de alto precio. Para importar este gas, Alemania tendrá que gastar rápidamente más de 5 mil millones de dólares para desarrollar una capacidad portuaria que le permita descargar los buques-tanque con gas licuado estadounidense. El efecto esta claro: la industria alemana dejara de ser competitiva en un corto plazo. Las quiebras se extenderán, el empleo disminuirá y los líderes pro-OTAN alemanes se enfrentarán a una depresión crónica y a una caída del nivel de vida de sus poblaciones.
La mayor parte de la teoría política asume que las naciones actúan en su propio interés. De lo contrario, son calificados como países satélites, es decir, no tienen el control de su destino. Alemania ahora está subordinando su industria y su nivel de vida a los dictados de Washington y de los intereses del sector energético estadounidense. Lo está haciendo voluntariamente, no por la fuerza militar, sino por la creencia ideológica que la economía mundial debe ser dirigida por los planificadores de la Guerra Fría del Pentágono.
Paralelos históricos
A veces es más fácil comprender la dinámica actual alejándose de la situación inmediata para mirar algunos patrones históricos del tipo de diplomacia política que esta dividiendo el mundo actual.
El paralelo más cercano que se puede encontrar es los combates – en la Europa medieval – entre el Papado Romano y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Ese conflicto dividió a Europa en líneas muy parecidas a las de hoy. Una serie de Papas no solo excomulgaron a varios reyes alemanes, y a Federico II, sino también movilizaron tropas aliadas para luchar contra Alemania en el sur de Italia y Sicilia.
Tras estas guerras contra Alemania había una descarnada lucha por el poder: se trataba de quién controlaba la Europa cristiana: entre el Papa situ en Roma y los reinos seculares europeos que reclamaban su independencia.
Así como la actual Guerra Fría es una cruzada contra las economías que amenazan el dominio estadounidense, el antagonismo de Occidente contra Oriente durante el medievo utilizó las Cruzadas como instrumento político-ideológico (1095-1291).
Un cisma que “ordenó” el mundo medieval
El Gran Cisma que se produjo de la Europa Medieval en 1054 puede estar muy cerca de ser una buena analogía con la actual Guerra Fría que Estados Unidos ha declarado contra Rusia y China. En esa época el Papa León IX excomulgó a la Iglesia Ortodoxa con sede en Constantinopla y a toda la población cristiana perteneciente a ella. León IX impuso un solo obispado sobre los demás, el suyo, el de Roma. De esta manera obtenía el control de todo el mundo cristiano de la época, incluidos los antiguos Patriarcados de Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Jerusalén.
Esta ruptura creó más de un problema para la diplomacia romana: ¿cómo mantener todos los reinos de Europa occidental bajo el control de Roma? ¿como reclamar el derecho a recibir subsidios financieros de los reinos europeos?
Como ambos objetivos requerían subordinar a los reyes seculares a la autoridad de Roma en 1074 el Papa Gregorio VII decidió emitir 27 mandatos que enumeraron la estrategia política-ideológica que le permitiría asegurar su poder sobre Europa. Estas exigencias papales guardan un sorprendente paralelo con la actual diplomacia estadounidense. En ambos casos, los intereses militares y terrenales requieren de una sublimación en forma de cruzada ideológica para cimentar la obediencia que requiere cualquier sistema de dominio. Su lógica es atemporal y universal.
Los dictados papales fueron radicales en dos aspectos. En primer lugar, elevaron al obispo de Roma por encima de todos los demás obispados, creando de esta manera el papado moderno. La cláusula 3 dictaminó que sólo el obispo de Roma (el Papa) tenía el poder de investidura para nombrar, deponer o restituir al resto de los obispos. La Cláusula 12 le dio al Papa el derecho de deponer emperadores y la Cláusula 9, obligaba a «todos los príncipes a besar los pies del Papa» como requisito previo a ser considerados gobernantes legítimos.
En una histórica parecida, hoy en día, los gobernantes estadounidenses reclaman el derecho a nombrar quién debe ser reconocido como jefe de estado de una nación. En 1953 derrocaron al líder electo de Irán y lo reemplazaron por la dictadura militar del Shah. Más recientemente, el Departamento de Estado designó a Juan Guaidó como jefe de Estado de Venezuela en lugar de su presidente electo, y le entregaron las reservas de oro de ese país.
Este principio de intervención les otorga a los estadounidenses el derecho de patrocinar las “revoluciones de color”. Este tipo de “cambios de régimen” les ha permitido instalar dictaduras militares, como las que crearon a las oligarquías clientelares de América Latina y que ahora sirven los intereses corporativos y financieros de los Estados Unidos. El golpe de estado de 2014 en Ucrania es sólo el ejercicio más reciente de este “derecho” estadounidense de nombrar y deponer presidentes o primeros ministros.
¿Se parece la política del mundo actual a la época de las cruzadas?
La intromisión en los asuntos políticos europeos ha sido una constante de la política estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Este supuesto “derecho” a elegir a los jefes de estado no admite fronteras: hace solo un par de meses el presidente Biden insistió que se debe destituir a Putin y poner en su lugar a otro líder (…que lógicamente debería ser pro-estadounidense).
La segunda característica radical de los dictados papales fue la supresión de toda ideología y política que se apartara de la autoridad papal. La cláusula 2 establecía que sólo el Papa podía ser llamado “Universal”. Cualquier desacuerdo era, por definición, una herejía. La cláusula 17 establecía que ningún libro podía considerarse canónico sin la autorización papal.
En términos modernos – con el dios mercado gobernando en nuestras vidas- los Estados Unidos hacen una demanda similar al declarar como herejes (el termino que se usa ahora es “revisionistas”) a aquellos países que no respeten sus reglas, unas reglas impuestas por los “mercados libres” privatizados y financiarizados. En los hechos esto significa que hoy los gobiernos nacionales no pueden tener una política económica independiente porque estas políticas deben estar subordinadas a los intereses de las élites financieras y corporativas centradas en Estados Unidos.
Hoy en día la demanda de universalidad de la Nueva Guerra Fría está envuelta con la retórica de la «democracia». Una definición de democracia que tiene como ejemplo la “democracia estadounidense” y que específicamente se manifiesta “a favor de las privatizaciones como parte de la nueva religión creada por el neoliberalismo, donde el dios dinero está por sobre todas las cosas”.
Esta política económica mundana ha llegado a ser considerada “ciencia”, por un cuasi Premio Nobel de Economía. Lo de “ciencia”, en este caso, es un eufemismo postmoderno utilizado para justificar los programas de austeridad del FMI, el favoritismo fiscal para los ricos y la basura neoliberal de la Escuela de Chicago.
Los dictados papales detallaron una estrategia para asegurar el control unipolar sobre los reinos seculares. Dogmatizaron la primacía del Papa sobre los reinos seculares, particularmente sobre los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico.
La cláusula 26 le dio al papado la autoridad para excomulgar a cualquiera que “no estuviera en paz con la Iglesia Romana”. Ese principio enlazaba con la siguiente cláusula, que permitía al Papa “absolver a los súbditos que renunciaran a la fidelidad a los hombres malvados”. Esta disposición estaba destinada a alentar la versión medieval de las “revoluciones de color” y provocar cambios de régimen en aquellos reinos que no aceptaban los dictados papales.
El factor que le permitió al Papado aplicar con éxito esta política fue la creación de un antagonismo con aquellas sociedades y pueblos que no estaban sujetas al control papal: por ejemplo, los musulmanes que ocupaban Jerusalén, los cátaros franceses, los judíos en Europa y cualquier persona que fuera simplemente declarada “hereje”. Y sobre todo, el odio hacia aquellas regiones que eran lo suficientemente fuertes como para resistir el pago de los tributos financieros que exigían los Papas.
Guardando las distancias hoy tenemos equivalentes a esa gran “autoridad ideológica” que le permitió al Papa poder de excomulgar a los “herejes” que se resistían a sus demandas de obediencia y tributo.
Las acciones equivalentes de hoy en día las dictaminan la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el FMI; instituciones que no solo dictan periódicamente las prácticas económicas a los gobiernos sino que también establecen «condiciones» que deben acatar todos los países bajo pena de sanciones de los EE.UU. En otros términos, una versión moderna de la excomunión, una pena que se aplica a los países que ahora no aceptan la soberanía estadounidense.
Esta claro para cualquier persona medianamente informada que los países satélites de EEUU deben seguir sin chistar los dictados del FMI y del Banco Central y aceptar las guerra que ha hecho la OTAN en los últimos 30 años. Como dijo Margaret Thatcher para justificar las privatizaciones neoliberales que destruyeron el sector público británico, There Is Not Alternative (TINA).
En el campo jurídico la cláusula 19 dictaminó que el Papa no podía ser juzgado por nada ni nadie. Lo mismo pasa hoy día con Estados Unidos, que no acata ni se respeta los dictámenes de la Corte Internacional Penal.
Las sanciones económicas como castigo a los herejes
Mi punto es enfatizar las analogías existentes con las políticas estadounidenses. Las sanciones comerciales son una forma de excomunión. Han dejado patas arriba al Tratado de Paz de Westfalia de 1648 que plasmó en un documento el principio que cada país y sus gobernantes deben ser independientes de la intromisión extranjera.
El presidente Biden caracteriza la interferencia estadounidense como un argumento para su antítesis entre “democracia” y “autocracia”. Por democracia se refiere a una oligarquía clientelista bajo el control de Estados Unidos, que crea riqueza financiera al reducir los niveles de vida de los trabajadores, en oposición a las economías mixtas (público/privadas) que promueven los niveles de vida y la solidaridad social.
Como mencioné, al excomulgar a la Iglesia Ortodoxa con sede en Constantinopla, el Gran Cisma creó una fatídica línea que ha dividido Occidente de Oriente durante el último milenio. Esa división fue tan importante que Vladimir Putin la citó en su discurso del 30 de septiembre de 2022, al describir la ruptura con las economías occidentales centradas en EEUU y la OTAN.
En los siglos XII y XIII, los reyes alemanes , los normandos (que conquistaron Inglaterra) los reyes franceses- y de otros países- fueron repetidamente amenazados con ser excomulgados y finalmente la mayoría tuvo que sucumbir a las demandas papales. El conflicto se mantuvo hasta el siglo XVI cuando Martín Lutero, Enrique VIII y Zuinglio, finalmente lograron crear una alternativa protestante a Roma, lo que hizo que el cristianismo occidental fuera multipolar.
Las cruzadas con elemento cohesionar del Imperio
¿Por qué tomó tanto tiempo? La respuesta es que las Cruzadas proporcionaron una tremenda potencia ideológica organizadora. Las Cruzadas es la analogía medieval con la Nueva Guerra Fría entre Oriente y Occidente. Sus ideólogos crearon un justificación espiritual que les permitió movilizar el odio contra «el otro»: representado, esta vez, por el Oriente musulmán, los judíos y los disidentes cristianos europeos.
La “ideología” de las Cruzadas se pueden asemejar con la actual inconmovible “fe” en la doctrina neoliberal del «libre mercado» que digitaliza la oligarquía financiera y con la hostilidad estadounidense hacia China, Rusia y otras naciones que no siguen a pies juntillas el credo privatizador.
En la actual Guerra Fría, “la fe neoliberal de Occidente” ha movilizado el miedo y el odio hacia “el otro”. Esta vez le toco el turno a las naciones que siguen un camino independiente, son demonizado como “regímenes autocráticos” llegando a fomentar el racismo como se ha hecho evidente con “rusofobia y la cultura de cancelación”.
Así como la transición multipolar del cristianismo occidental requirió la creación de una alternativa protestante en el siglo XVI, la ruptura de Eurasia con el Occidente de la OTAN debe ser consolidada por una ideología alternativa sobre cómo organizar las economías mixtas (públicas y privadas) y su infraestructura financiera.
Las iglesias medievales en Occidente fueron vaciadas de sus limosnas y donaciones para contribuir con “el penique a Pedro” y otros subsidios al papado para las guerras que estaba librando contra los gobernantes que se resistían a las demandas del Papa.
Inglaterra jugó el papel de gran víctima que juega Alemania hoy. Se recaudaron enormes impuestos ingleses para financiar las Cruzadas que luego se desviaron para luchar contra Federico II, Conrado y Manfredo en Sicilia. Ese dinero fue sufragado por los banqueros papales del norte de Italia (lombardos y cahorsinos) y se convirtió en una deuda que se transmitió a toda la economía.
Los barones de Inglaterra libraron una guerra civil contra Enrique II en la década de 1260, poniendo fin a su complicidad con las demandas económicas de Roma. Pero, lo que acabó con el poder del papado fue el final de su guerra contra el Oriente musulmán. Cuando los cruzados perdieron Acre en 1291, el Papa perdió el control sobre la cristiandad. Ya no había un “mal” que combatir, y el “bien” había perdido su centro de gravedad y coherencia.
En 1307, Felipe IV (“el Hermoso”) se apoderó en París de las riquezas de los Templarios, la gran orden bancaria militar de la Iglesia. Otros gobernantes también nacionalizaron a los Templarios y los sistemas monetarios fueron arrebatados de las manos de la Iglesia. Sin un enemigo común definido y movilizado por Roma, el Papa perdió su poder ideológico unipolar sobre Europa occidental.
El equivalente moderno a la nacionalización de los Templarios y de las finanzas papales debería ser que los países se negaran a participar en esta Nueva Guerra Fría promovida por Estados Unidos y, que rechazaran el patrón dólar y el sistema bancario/ financiero estadounidense. Esto ya esta sucediendo. Cada vez más países ven a Rusia y China no como adversarios sino como grandes oportunidades para obtener ventajas económicas mutuas.
La promesa rota de beneficio mutuo entre Alemania y Rusia
La disolución de la Unión Soviética en 1991 prometía el fin de la Guerra Fría. El Pacto de Varsovia se disolvió, Alemania se reunificó y los diplomáticos estadounidenses prometieron el fin de la OTAN, porque ya no existía la amenaza militar soviética.
Los líderes rusos se entregaron a la esperanza de que, como lo expresó el presidente Putin, se crearía una economía paneuropea desde Lisboa hasta Vladivostok. Se esperaba que Alemania, en particular, tomara la iniciativa de invertir en Rusia para que este país reestructurara su industria con líneas más eficientes. Rusia pagaría por esta transferencia tecnológica suministrando gas y petróleo, además de níquel, aluminio, titanio y paladio.
Occidente se comprometió a que la OTAN no se expandiría amenazando con una Nueva Guerra Fría, y mucho menos que respaldaría a Ucrania, conocida como la cleptocracia más corrupta de Europa y dirigida por partidos extremistas que se identificaban con el nazismo alemán.
Ahora, ¿cómo se explica qué el potencial de beneficio mutuo entre Europa Occidental y las antiguas economías soviéticas se haya convertido en un patrocinio a la cleptocracia ucraniana?
La destrucción del oleoducto Nord Stream resume esta dinámica en pocas palabras. Durante casi una década, Estados Unidos ha demandado constantemente que Alemania termine su “dependencia” de la energía rusa. A estas demandas se opusieron Gerhardt Schroeder, Ángela Merkel y los líderes empresariales alemanes. Señalaron, una obvia lógica económica; había que asegurar el comercio entre las manufacturas alemanas y las materias primas rusas.
A esta altura el gran problema de Estados Unidos era cómo evitar que Alemania aprobara el oleoducto Nord Stream 2. Victoria Nuland, el presidente Biden y otros políticos estadounidenses demostraron que la forma de hacerlo era incitar al odio hacia Rusia.
Entonces, la Nueva Guerra Fría se enmarcó como una nueva gran Cruzada. Curiosamente, así describió George W. Bush el ataque estadounidense a Irak para apoderarse de sus pozos petroleros.
El golpe de Estado de 2014 financiado por Estados Unidos creó un régimen títere en Ucrania que pasó ocho años bombardeando indiscriminadamente las provincias orientales de habla rusa. De esta manera la OTAN provocó a una respuesta militar rusa. La incitación tuvo éxito y la respuesta rusa fue debidamente etiquetada como una atrocidad no provocada.
La decisión rusa de proteger a los civiles del Donbass fue desde el comienzo instrumentalizada por los medios controlados por la OTAN como una manera de justificar las sanciones impuestas a Rusia desde febrero. Una campaña de este tipo era condición previa para demonizar «a todo lo ruso» y así dar inicio de una moderna cruzada del poder financiero envuelto en la bandera de «los valores occidentales».
El resultado es que el mundo se está dividiendo en dos campos: por un lado una OTAN centrada en Estados Unidos y por el otro una emergente Coalición Euroasiática. Un subproducto de esta dinámica ha sido dejar a una Alemania incapaz de seguir una política económica independiente de relaciones comerciales mutuamente ventajosas con Rusia (y también con China).
El canciller alemán Olaf Scholz viajó esta semana a China para solicitar a la nación asiática que deje de subsidiar su economía, o en caso contrario Alemania y Europa impondrán sanciones al comercio con China. No hay forma de que China pueda satisfacer esta ridícula demanda, como tampoco se le puede exigir a Estados Unidos o cualquier otra economía deje de subsidiar sectores clave como los chips para ordenadores.
El Consejo Alemán de Relaciones Exteriores es el brazo económico neoliberal de la OTAN. Ahora este influyente organismo está promoviendo la desindustrialización alemana y propugnando la dependencia económica de los Estados Unidos, de este modo excluye el comercio alemán con China y Rusia. Claro, que si tiene éxito promete ser el último clavo en el ataúd económico de Alemania.
Otro subproducto de la Nueva Guerra Fría ha sido poner fin a cualquier plan internacional para detener el calentamiento global. La piedra angular de la diplomacia económica estadounidense es que sus compañías petroleras (y las de sus aliados de la OTAN) controlen el suministro mundial de petróleo y del gas.
De eso se trató la guerra de la OTAN en Irak, Libia, Siria, Afganistán y Ucrania. El asunto no es tan abstracto ni idealista como “Democracias vs. Autocracias”. Se trata de sencillamente de la capacidad de Estados Unidos para controlar a otros países interrumpiendo su acceso a la energía y a otras necesidades básicas.
Sin la narrativa del “bien contra el mal” en esta Nueva Guerra Fría, las sanciones de EEUU perderán su razón de ser, no se justificaría de ninguna manera la restricciones impuestas al comercio entre Europa Occidental, Rusia y China.
En Ucrania se desarrollan las primeras batallas por un mundo multipolar
Este es el contexto de la lucha de hoy en Ucrania: El Pentágono hará todo lo que este en sus manos para que Alemania y Europa dependan totalmente de los suministros de gas licuado estadounidense (GNL). La guerra en Ucrania es simplemente el primer paso de una lucha que posiblemente dure unos 20 años. Lo que se juega Washington en Ucrania es cómo evitar que el mundo se vuelva multipolar. Si Estados Unidos pierde en Ucrania seria la condena de muerte al mundo unipolar dominado por “la nación excepcional”
El truco consiste en tratar de convencer a los alemanes para que dependan de la seguridad militar proporcionada por Estados Unidos. Lo que Alemania supuestamente necesita es protección en una guerra contra China y Rusia, porque según los militares estadounidenses Rusia pretendería “ucranizar” toda Europa.
Los gobiernos occidentales no han hecho ningún llamamiento para un fin negociado en esta guerra, porque no se ha declarado ninguna guerra en Ucrania. Estados Unidos no declara sus guerras en ninguna parte, porque eso requeriría una declaración formal del Congreso. Con esta triquiñuela los ejércitos de EEUU y de la OTAN con total impunidad bombardean naciones y pueblos, organizan revoluciones de colores, se entrometen en la política interna e imponen graves sanciones que en este caso llevarán a la ruina a Alemania y su vecinos europeos.
¿Cómo pueden las negociaciones “poner fin” a una guerra que no tiene declaración formal o que en realidad es una estrategia a largo plazo de dominación mundial?
La respuesta es que no puede haber un final hasta que se establezca una alternativa el conjunto de instituciones internacionales centradas en el poder de Estados Unidos. Este paso requiere la creación de nuevas instituciones que reflejen una alternativa a la visión neoliberal centrada por el capital financiero.
Finalmente quiero recordar a Rosa Luxemburg . Ella caracterizó correctamente la gran disyuntiva de nuestro tiempo, “socialismo o barbarie”. Esta dinámica política sigue presente hoy y la he esbozado en mi libro reciente, The Destiny of Civilization.
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Tomado de Rebelión
Este artículo está muy sesgado. Tiene algunas verdades pero ignora muchas otras. La realidad ha sido más compleja. No es tan sencillo como hablar de Oriente y Occidente.
ResponderBorrarExcelente revision del pasado para comprender lo que sucede en torno a la guerra que Estados Unidos ha declarado a Rusia, China y a la subordinada Europa usando a Ucrania y buscando sumar a Taiwan. Veremos como se concreta el nuevo reparto del mundo entre los bloques capitalistas de Occidente decadente y Oriente emergente.
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