Andre Damon, wsws
El término “desacoplamiento”, refiriéndose al rompimiento de los lazos comerciales entre Estados Unidos y China, se ha convertido en “el discurso de Washington”, como lo ha indicado un comentarista. Ambos países están inmersos en lo que ha sido ampliamente descrito como una “nueva guerra fría”. En las palabras del exsecretario del Tesoro, Hank Paulson, ha descendido una “cortina de hierro” sobre el Pacífico.
En lugar de lo que el Washington Post ha llamado un “consenso bipartidista a favor de una colaboración amplia con China”, secciones sustanciales de los círculos de decisión de la política exterior estadounidense están apoyando la política del Gobierno de Trump de deshacer la infinidad de lazos económicos entre las dos mayores economías del mundo en medio de una expansión del proteccionismo y los conflictos militares.
Sin embargo, los eventos del jueves han permitido dar un vistazo a cómo se vería este “desacoplamiento” en la economía globalizada del siglo veintiuno. Ante mercados a la baja en Alemania, China y Japón, una caída continua en los precios de las materias primas, señales del colapso en el gasto del consumidor y el aumento de despidos y cierres de planta en el sector automotor y otras industrias, la clase gobernante estadounidense teme que la ralentización de la economía global se esté esparciendo a Estados Unidos.
Por primera vez en 16 años, Apple Inc., la empresa más lucrativa del mundo, se vio obligada a reducir sus proyecciones de ventas para el año, citando la desaceleración económica en China y atribuyendo esto a la guerra comercial de EEUU.
El anuncio resultó en una caída de 660 puntos del índice bursátil Dow Jones. Después de acabar el peor diciembre desde la década de 1930, los mercados bursátiles vivieron sus peores dos días de inicio del año desde el colapso de la burbuja de las puntocom.
El CEO de Apple, Tim Cooke, escribió, “Mientras que anticipábamos algunos desafíos en mercados emergentes clave, no preveíamos una desaceleración económica de tal magnitud, particularmente en la Gran China”. Continuó, “Creemos que el ambiente económico en China se ha visto impactado más aún por el recrudecimiento de las tensiones comerciales con Estados Unidos”.
Un corredor de bolsa citado por el Wall Street Journal fue más directo: “Todo se está devolviendo y teniendo consecuencias directas en Estados Unidos… la ralentización esta aquí y está ocurriendo”.
La velocidad de la reversión en los ánimos del mercado es impactante. “Apenas unas semanas después de que los oficiales de la Reserva Federal anotaran dos aumentos en las tasas de interés en 2019, la mitad de los inversores ahora prevén que el banco central recortará las tasas este año, comparado con 10 por ciento dos días antes”, escribió el Wall Street Journal.
El mismo día de las advertencias de Apple, el índice industrial estadounidense ISM mostró la mayor caída en un mes en actividad fabril desde la crisis financiera de 2008.
Estas cifras han provocado advertencias de que el crecimiento de EEUU no solo experimentará una desaceleración gradual a lo largo de varios años, como lo predicen de forma generalizada las instituciones globales, sino que podría seguir a China y a otros países en desarrollo hacia una abrupta y profunda recesión. Tal recesión, de proporciones internacionales e intensificada por la guerra comercial, podría desatar una crisis financiera global de una escala igual o mayor al derrumbe del 2008.
Esto se debe a que ninguna de las causas fundamentales de la crisis de 2008 ha sido siquiera abordada. Los huecos en las hojas de balance de los bancos fueron simplemente rellenados con dinero emitido por los bancos centrales por medio de programas de expansión cuantitativa y tasas de interés ultrabajas. La “recuperación” económica desde 2008 ha sido financiada por una expansión de la deuda global que, según cifras publicadas por el Fondo Monetario Internacional el mes pasado, ha llegado a su máximo histórico de $184 billones.
Mientras tanto, los eventos como la estafa del banco 1MDB en Malasia, en el que instituciones financieras globales como Goldman Sachs extrajeron cientos de millones de dólares en comisiones para facilitar el robo de miles de millones de dólares, muestran que los tipos de fraudes a gran escala que condujeron a la crisis financiera de 2008 siguen siendo prevalentes.
Pero, a diferencia de la crisis de 2008, durante la cual las principales economías prometieron cooperar y evitar una guerra comercial, Estados Unidos ha lanzado medidas propias de tal guerra contra China y una docena de otros países, incluyendo sus aliados europeos de la OTAN. Como en los años treinta, estos conflictos comerciales tienen el potencial de empeorar la magnitud de una recesión global.
La expansión de la “competición entre grandes potencias” y los conflictos comerciales y militares que resultan no son el producto de la mente del presidente estadounidense, Donald Trump. En cambio, representan la manifestación de una contradicción fundamental e irresoluble del capitalismo: el conflicto entre la producción global y el sistema de Estados nación. Pese a la integración mundial sin precedentes de la vida económica, las comunicaciones y las investigaciones científicas, las élites gobernantes de todo el mundo están persiguiendo políticas comerciales nacionalistas y un rearme militar.
Escribiendo tan solo meses después del colapso de Lehman Brothers, el presidente del Consejo Editorial Internacional del WSWS, David North, señaló: “La característica más esencial de una crisis históricamente significativa es que conduce a una situación en la que las fuerzas de clase importantes en el país afectado (o países) se ven obligadas a formular y adoptar posiciones independientes en relación a la crisis”.
Las élites gobernantes en Estados Unidos y el resto del mundo respondieron al colapso financiero de 2008 buscando hacer que la clase obrera pagara el saldo entero de la crisis. Las inversiones de la oligarquía financiera fueron plenamente compensadas, luego duplicadas y triplicadas como resultado de los rescates bancarios, la desregulación y los recortes de impuestos. Mientras tanto, la clase obrera se enfrenta a una década de estancamiento y recortes salariales, encabezados por la expansión de los puestos de producción de bajos salarios en las principales empresas automotrices de Estados Unidos, como parte de la reestructuración de la industria llevada a cabo por el Gobierno de Obama y sus socios en los sindicatos.
Con el estallido de una nueva recesión global, la élite gobernante seguirá el mismo guion, intensificando la brutal política de austeridad que ha avanzado desde la crisis financiera.
Pero la última década no trascendió en vano. El año 2018 fue testigo de un crecimiento importante de la lucha de clases incluyendo olas huelguísticas y protestas de maestros en Estados Unidos, huelgas de trabajadores de entrega de paquetes y logística, pilotos de aerolíneas, trabajadores automotores y otros en casi todos los continentes, además de protestas explosivas de trabajadores desde Irán a América Latina. El año finalizó con el estallido de protestas de masas contra la austeridad en Francia, independientes de los sindicatos, y pasos hacia la formación de comités de base entre trabajadores automotores en Estados Unidos y trabajadores agrícolas en Sri Lanka.
Las élites gobernantes, con su legitimización de guerras comerciales y “conflictos entre grandes potencias”, además de sus esfuerzos para rehabilitar el legado fascista de los años treinta, están abriendo la puerta a una repetición de todos los horrores que caracterizaron esa década.
Solo un movimiento independiente y revolucionario de la clase obrera le ofrece a la humanidad una salida hacia delante de este atolladero. En cara a nuevos ataques de la burguesía, los trabajadores de todo el mundo deben entrar en lucha bajo la bandera del internacionalismo socialista, con el objetivo de derrocar el sistema capitalista y asegurar un futuro socialista de paz y prosperidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario