lunes, 20 de agosto de 2018

Las implicaciones globales de la crisis de la lira turca


Nick Beams, wsws

Mientras que se avecina el décimo aniversario de la crisis financiera global de 2008, la conmoción en torno a la lira turca suena la alarma de que las condiciones que produjeron el colapso siguen ahí.

De hecho, las medidas de Gobiernos y bancos centrales en los principales países capitalistas en respuesta a la crisis las han exacerbado. Esto ha preparado el escenario para otro desastre financiero, potencialmente más significativo que el de hace una década.

La inyección de billones de dólares en los mercados financieros globales, acompañada por tasas de interés ultrabajas, produjo una bonanza para las mismas entidades financieras cuyas actividades especulativas desataron el derrumbe, construyendo un nuevo castillo de naipes financiero.

Sin embargo, de una forma casi inimaginable en 2008, todas las principales economías del mundo están atrapadas en un espiral ascendente perpetuo de guerra económica. Esta guerra comercial está siendo encabezada por la Casa Blanca de Trump, considerando las sanciones comerciales y aranceles, incluida la ofensiva contra Turquía, como un componente integral de su campaña para asegurar los intereses geopolíticos y económicos de Estados Unidos a expensas de aliados y rivales por igual.

El carácter de la economía mundial ha sufrido una transformación importante en la última década en que el crecimiento económico, siendo sumamente limitado, no es impulsado por el desarrollo de la producción y nuevas inversiones, sino por el flujo de dinero de una fuente de actividad especulativa y parasítica a la siguiente.

Asimismo, se ha vertido dinero hacia los llamados mercados emergentes como Turquía, donde la posibilidad de mayores tasas de rendimiento y de crecimiento, a raíz de la habilidad de Gobiernos y corporaciones para tomar préstamos en dólares y otras divisas a tasas sumamente bajas, ha permitido ganancias rápidas.

Cifras recolectadas por el Instituto de Finanzas Internacionales da muestra de la magnitud de esta inundación de dinero. Según estos datos, la deuda combinada de 30 de estos mercados emergentes grandes aumentó de 163 por ciento del producto interno bruto a fines del 2011 hasta 211 por ciento en el primer trimestre del año. En términos monetarios, esto significó un aumento de $40 billones en deudas para las economías de mercado emergentes.

Con tal de que se mantuvieran bajas las tasas de interés y el valor del dólar, este proceso podía continuar. Sin embargo, la decisión de la Reserva Federal estadounidense de aumentar las tasas de interés y poner fin a su programa de “expansión cuantitativa” y la consecuente alza del dólar significan que el peso de los préstamos en dólares aumenta rápidamente. Esto ha visto una huida de capitales trayéndose abajo la lira turca 40 por ciento este año.

Sin embargo, la crisis turca es solo la expresión más marcada, hasta ahora, de un proceso mucho más amplio. El rand sudafricano ha caído 10 por ciento, el real brasileño ha estado bajo presiones a la baja todo el año y la rupia india cayó a su nivel más bajo en la historia contra el dólar. Con la erupción de la crisis turca, Argentina, que en junio solicitó una ayuda de emergencia del Fondo Monetario Internacional para detener la caída del peso, aumentó la tasa de interés del banco central 5 por ciento a un 45 por ciento para intentar detener la hemorragia financiera.

La conmoción en los mercados emergentes tiene un parecido impactante a la crisis financiera asiática de 1997-98, cuando el colapso del baht tailandés desencadenó un colapso en las divisas de la región. Descrito por el presidente estadounidense Bill Clinton como un mero “percance” en el camino hacia la globalización, la crisis asiática resultó en una profunda recesión por toda la región. A su vez, esto llevó a una crisis del rublo ruso que tuvo un papel central en el colapso del fondo de inversión estadounidense Long Term Capital Management, el cual fue rescatado por la Reserva Federal de Nueva York por temor a una crisis de todo el sistema financiero estadounidense.

De forma similar, todos los ingredientes para el “contagio” de la crisis turca y otros mercados emergentes están presentes en la situación actual, pero a un nivel mucho más avanzado, ante el hecho de que importantes bancos europeos proveyeron cientos de miles de millones de dólares en préstamos.

Pero, más allá de los paralelos, también hay importantes diferencias. Estas se relacionan al panorama geopolítico actual, caracterizado principalmente por la desintegración de todas las alianzas y mecanismos de la posguerra a través de los cuales las mayores potencias buscaron regular y contener las contradicciones económicas del sistema que presiden.

En junio, la reunión de las principales potencias del G-7 se deshizo en un ambiente de acritud debido a los aranceles y medidas de guerra económica impuestos por EEUU, pese a promesas desde el 2008 de nunca regresar a las políticas para “empobrecer al vecino” que llevaron a la Gran Depresión.

Menos de tres meses después, las consecuencias de este colapso pueden verse claramente. Es significativo que el causante inmediato de la crisis de la lira fuera la decisión del Gobierno de Trump de duplicar los aranceles del acero impuestos a Turquía para intentar subordinar su política exterior y objetivos militares en Oriente Próximo. Como ha sido ampliamente reportado, en crisis previas, EEUU ha colaborado con otras potencias para intervenir y calmar la situación.

Sin embargo, esto partió directamente de la agenda de “EEUU ante todo” del Gobierno de Trump. Estados Unidos tuvo que haber sabido cuales serían las consecuencias de su intervención contra Turquía para los bancos europeos que habían invertido fuertemente en el país. Sin embargo, para Washington, esto bien podría considerarse otro beneficio bajo condiciones en las que Trump ha descrito a Europa como un “enemigo” en relaciones económicas.

El surgimiento de una guerra comercial no se limita a EEUU. Con el colapso de los mecanismos de regulación económica y financiera de la posguerra, todas las principales potencias están defendiendo sus propios intereses, conllevando una escalada de conflictividad económica y, en última instancia, militar. La contradicción entre la economía global y la división del mundo en Estados nación rivales y grandes potencias está asumiendo formas cada vez más tangibles.

Sin embargo, pese a estar profundamente divididos en sus objetivos económicos y geopolíticos, las clases gobernantes capitalistas están unidas en una cuestión esencial. Independientemente de como se desenvuelva la próxima etapa en el continuo colapso del capitalismo mundial, todas procuraran hacer lo que consideren necesario para que la clase obrera mundial sea la que pague el precio.

Esta es la lección de la última década, con cada país siendo testigo de ataques cada vez más profundos contra los salarios, las condiciones sociales y los niveles de vida, al mismo tiempo en que la riqueza se redistribuye a favor de los más ricos, aumentando la desigualdad social a niveles sin precedentes.

En 2008, los Gobiernos capitalistas de todo el mundo, y en ningún otro lugar como en EEUU, cosecharon ganancias económicas enormes de las décadas de supresión de la lucha de clases por parte de los sindicatos y los partidos de la élite política. La operación de rescate que realizaron a instancias del parasítico y criminal capital financiero no hubiese sido posible sin dicha supresión.

Pero las condiciones están cambiando. El año 2018 ha visto un resurgimiento de la lucha de clases internacionalmente. En los niveles más altos de los Gobiernos, del aparato estatal y de las finanzas, se sabía que las medidas implementadas después de 2008 no harían nada para superar las condiciones que produjeron el colapso y que otra crisis estallaría pronto. Consecuentemente, han estado preparándose para tal situación por medio del desarrollo de formas cada vez más autoritarias de gobierno, basadas en la violencia militar-policial y la censura.

La clase obrera internacional también debe prepararse para esta lucha a la que se enfrenta. Esto significa el desarrollo de formas independientes de organización, fuera del control de los reaccionarios sindicatos y, al nivel más fundamental, el desarrollo de un programa socialista internacional y la construcción del partido mundial de la revolución socialista, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, para encabezar su lucha.

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