Dan Glazebrook, Russia Today
El ataque de Trump a la lira turca unido a las recientes medidas de la Reserva Federal estadounidense para cortar el suministro de dólares están llevando al mundo hacia una repetición de la crisis monetaria de 1997. Puede que ese sea precisamente el objetivo.
El pasado viernes Donald Trump anunció nuevas sanciones contra Turquía, incluido el duplicar los aranceles del acero y el aluminio que había impuesto a principios de año. La lira turca ya estaba en dificultades pero estas nuevas sanciones son “la gota que colma el vaso”, según Edward Park de la empresa de inversión británica Brooks Macdonald.
Ese mismo día la lira turca bajó a más de seis frente al dólar, lo cual era la primera vez que ocurría, para bajar hasta 7,21 frente al dólar el sábado. Después de que Turquía pusiera topes a los swaps de divisas, recuperó lentamente algo del valor perdido y el miércoles se cambiaba a 6.12, lo que todavía era muy inferior al 4.75 por dólar que valía la semana pasada.
Aunque la reacción de Turquía ha tenido cierto efecto no se debe exagerar: prohibir simplemente el comercio de la lira por encima de ciertos límites, que es lo que ha hecho Turquía, apenas es un medio sostenible de revalorizar la moneda y según el Financial Times, los inversores “continúan aumentando sus apuestas contra Turquía de otras maneras, como los swaps de incumplimiento crediticio que se pagan en caso impago de la deuda”. Las acciones de los bancos turcos están ahora en su nivel más bajo desde 2003.
La vulnerabilidad de la moneda se debe a la enorme deuda del país en dólares. Las empresas turcas deben actualmente casi 300.000 millones de dólares de deudas en divisa extranjera, una cifra que representa más de la mitad de su PIB. La pregunta es cómo ha ocurrido y por qué de pronto se ha convertido ahora en un problema.
Durante la era de la expansión cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés) la Reserva Federal estadounidense inundó las instituciones financieras estadounidenses con 3.5 billones de dólares nuevos, la mayoría de los cuales se destinaron a los llamados “mercados emergentes”, como Turquía. Mientras la música seguía sonando todo iba bien: unas tasas de interés cercanas a cero combinadas con un dólar débil hicieron que estas deudas fueran asequibles. Pero desde que la Reserva Federal puso fin a su programa de expansión cuantitativa el año pasado y a continuación empezó a revertirlo vendiendo los activos financieros que había comprado (y, por lo tanto, sacando los dólares del sistema financiero) el valor del dólar ha empezado a aumentar otra vez, lo que ha hecho que los pagos de la deuda sean menos asequibles.
Esta apreciación del dólar se ha visto agravada por dos aumentos sucesivos de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal, pero también por los pasos dados por Trump. Paradójicamente, las guerras comerciales de Trump han llevado a que el dólar suba más ya que los inversores lo han considerado un “refugio seguro” en comparación con otras divisas que se consideran menos capaces de soportar las impredecibles turbulencias que ha desencadenado Trump. Incluso el yen y el franco suizo, que tradicionalmente se suelen considerar “tan buenos como el oro”, se han debilitado frente al dólar, lo mismo que le ha ocurrido, de hecho, al propio oro.
Como afirmó Aly-Khan Satchu, fundador y presidente de Rich Management, “han convertido al dólar estadounidense en un arma, ya sea deliberadamente o según un plan” (¿hay diferencia?). Añadió además que el “dólar está castigando básicamente a los países” y advirtió que otros países sufrirán el mismo trato “si siguen llevando adelante las mismas políticas que Erdogan”.
Por consiguiente, Estados Unidos ha propinado un revés cuádruple a Turquía: subidas de los tipos de interés y corte del suministro de dólares por parte de la Reserva, aranceles y sanciones de Trump. El resultado es una pérdida del valor de la lira de casi el 40 % desde principios de año.
Los efectos ya se sienten mucho más allá de las fronteras turcas: el rand sudafricano cayó el lunes a su nivel más bajo desde hace dos años y la rupia india, el peso mexicano y la rupiah indonesia también se han visto fuertemente afectados. No es de extrañar ya que el aumento de las deudas en dólares (de 2 billones de dólares hace 15 años a 9 billones hoy en día, sobre todo en el Sur Global) junto a la reversión del QE era una crisis que se veía venir. Actualmente se están dando todas las condiciones que prefiguraron la crisis monetaria de sudeste asiático en 1997. Solo se necesitaba un empujón, que es exactamente lo que ha hecho Trump.
De todo esto hablan los manuales o deberían hacelo en caso de que los manuales de economía guardaran alguna relación con la realidad (cosa que no hacen). Los diez últimos años son casi una repetición exacta de la década que llevó a la crisis de 1997. Aunque la devaluación del dólar del “Acuerdo Plaza” de 1985 no fue exactamente un QE tuvo los mismos objetivos y resultados: una avalancha de dinero barato y de deuda en dólares y, por lo tanto, una dependencia global del dólar y una vulnerabilidad cada vez mayor respecto a la política monetaria y económica estadounidense.
A continuación esta vulnerabilidad se “cobró” con la “anulación del Acuerdo Plaza” diez años después que, al igual que con la actual anulación del QE, cortó el crédito y disparó las tasas de interés, lo que hizo más inestables los mercados y más probables las quiebras.
Finalmente el detonante fue el colapso del bath (la moneda de un país, Tailandia, con un PIB que es la mitad del de Turquía) que se convirtió en una crisis que acabó extendiéndose a toda Asia, saboteó el desarrollo del país y permitió a las corporaciones estadounidenses comprar algunas de las plantas industriales más avanzadas de mundo por una mínima parte de su valor.
Así pues, no es tan difícil ver por qué Trump y la Reserva Federal pueden desear desencadenar hoy esta crisis. Cuantas más monedas de países endeudados en dólares bajen más bienes y servicios reales tendrán que pagar como tributo a Estados Unidos para pagar los intereses de las mismas deudas en papel dólar, mientras que aquellos que no puedan pagar serán engullidos por muy poco dinero.
No obstante, más allá de estos beneficios meramente económicos, también subyace el imperativo geopolítico: mantener y extender la dominación estadounidense hundiendo a sus rivales. A fin de cuentas Trump no hace otra cosa que convertir todos los posible medios de poder de los que dispone en una palanca para destruir a sus oponentes. Empujar a un país tras otro al borde de la ruina (y, por tanto, a caer en manos del FMI para que los rescate) es una forma de convertir la dependencia respecto al dólar creada durante la década pasada en poder puro y duro.
Son fáciles de imaginar las exigencias que podría tener Estados Unidos a cambio de apoyar un rescate del FMI: acabar con las importaciones de petróleo procedente de Irán, suspender la participación en la “Iniciativa del Cinturón y la Ruta” de China… el potencial es enorme. Ya se ha amenazado directamente a Turquía acerca de “lo que debe hacer” para “tranquilizar a los mercados”: The Times, por ejemplo, pedía que “Erdogan ponga fin a su rencilla con Occidente si quiere evitar una crisis más profunda; […] su forma de actuar debería ser clara: debería subir las tasas de interés [esto es, prometer a los inversores internacionales de divisas un recorte mayor de la economía turca], hacer caso a economistas competentes, garantizar explícitamente la independencia del Banco Central [estoy es, hacer que deje de estar bajo supervisión democrática] y reconciliarse con el presidente Trump” ya que, a fin de cuentas, “se necesitará el apoyo de Estados Unidos si el FMI y el Banco Mundial van a intervenir”.
De hecho, ahí es donde se descubre una vez más la falsa dicotomía entre los “globalistas” y los “nacionalistas económicos” en la Casa Blanca de Trump (y en el país en general). Cuando se trata de empujar a la quiebra al Sur Global sus intereses coinciden totalmente. Por mucho que los comunicados de prensa de Goldman Sachs peroren una y otra vez contra de los aranceles de Trump, la realidad es que la guerra comercial es la guinda del pastel de la propia política de la Reserva Federal de aplastar a los “mercados emergentes”.
Wall Street depende precisamente del tipo de inestabilidad financiera que ha desencadenado la guerra comercial de Trump. Como señala Peter Gowan, “la economía estadounidense […] depende de reproducir constantemente la inestabilidad monetaria y financiera internacional”. Wall Street en particular “depende de las inestabilidades caóticas en los sistemas financieros del ‘mercado emergente’”. Pero la verdadera naturaleza de estas acciones se disimula envolviéndolas en la bandera y presentándolas junto a los gritos de alarma de los “globalistas”. El Sur Global está ahora al borde del precipicio y tanto los “liberales de la clase dirigente” como los “insurgentes nacionalistas” hacen fila para darles un empujón.
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Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.
Dan Glazebrook es un escritor independiente de artículos políticos que escribe, entre otros medios, para RT, Counterpunch, Z magazine, The Morning Star, The Guardian, The New Statesman, The Independent y Middle East Eye. Su primer libro, Divide and Ruin: The West’s Imperial Strategy in an Age of Crisis fue publicado por Liberation Media en octubre de 2013. Constaba de una colección de artículos escritos a partir de 2009 en los que se examinan las relaciones entre el colapso económico, el ascenso de los BRICS, las guerras en Siria y Libia y la “austeridad”. Actualmente está investigando sobre el uso por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña de los escuadrones de la muerte sectarios contra Estados y movimientos independientes desde Irlanda del Norte y América Central en las décadas de 1970 y 1980 a Oriente Próximo y África en la actualidad.
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