Introducción de Tom Engelhartd
Son los puestos de avanzada del imperio. Han sido –o están siendo– construidos en países de todo el mundo, desde Indonesia a Dubai, desde India a Uruguay, desde Corea del Sur a Qatar, desde Filipinas a Turquía, y en el futuro, desde Arabia Saudí a Egipto. Para el Comandante en jefe de Estados Unidos constituyen una sorprendente presencia imperial... bueno... en caso de que el lector se sienta algo confundido, no, no estoy hablando de los cientos de bases militares estadounidenses que salpican todo el planeta. Estoy pensando en todas esas torres, campos de golf exclusivos, clubes, hoteles, edificios en condominio y residencias que ya lucen, o lo harán dentro de poco tiempo, esas letras doradas de tan mal gusto que forman la palabra TRUMP en países de todo el mundo. Esos espacios, ellos también, son ciertamente puestos de avanzada imperiales; de un imperio empresarial que sigue perteneciendo al Comandante en jefe. No olvidemos que si pensamos imperialmente de un modo auténticamente estadounidense del siglo XXI, es necesario incluir los negocios en manos de Ivanka Trump y su marido, Jared Kushner, ambos hoy asesores imprescindible en la Casa Blanca.
En este momento, vale la pena recordar lo que Charles Wilson, CEO de General Motors (por entonces el segundo mayor contratista del país en el rubro de la defensa), dijo en 1953 en su sesión de confirmación en el Senado. El presidente Dwight Eisenhower lo había nombrado secretario de Defensa; varios senadores lo cuestionaban por no querer vender sus acciones de GM (después de que el presidente le pidiera que lo hiciera y él las vendiera, Wilson fue confirmado inmediatamente). Preguntado acerca de si, como secretario de Defensa, él sería capaz de tomar una decisión en favor del interés nacional en caso de que fuera “extremadamente adversa” para su empresa, Wilson respondió: “Sí, señor; podría. No puedo concebir [ese conflicto de intereses] porque durante años pensé que lo que era bueno para el país era bueno para General Motors y viceversa”.
Si alguna vez esta declaración fue tomada como un típico ejemplo de estupidez corporativa, pido al lector que me diga si, eclipsado por la Casa Blanca de Trump y lo que todavía los medios llaman –con buenos modales– sus “conflictos de intereses”, no parece ahora una extraña declaración de principios, algo casi patriótico. O permítame que le proponga algo más: lea lo que hoy nos dice Nomi Prins, colaboradora habitual de TomDispatch y autora de All the Presidents’ Bankers (Los banqueros de los presidentes) qué aspecto tiene la vida familiar en el Despacho Oval de Trump y después dígame si acaso las palabras de Wilson no le suenan como algo de los viejos buenos tiempos.
No es el imperio estadounidense el que se ensancha, sino el de Trump
El presidente Trump, sus hijos y sus cónyuges no solo utilizan el Despacho Oval para aumentar su legado político o asegurar futuras riquezas. Ciertamente, eso es lo que están haciendo, pero esa no es la forma más útil de pensar sobre lo que está sucediendo en este momento. Todo adquirirá más sentido si solo se imagina la Casa Blanca como la novísima sucursal del imperio familiar, su último puesto de avanzada.Resulta ser que los votantes que eligieron la papeleta de Trump, el patriarca, votaron por todo el clan. Por supuesto, ese voto incluía a la hija mayor, Ivanka, quien junto con su marido, Jared Kushner, es ahora una asesora política clave del presidente de Estados Unidos. En este momento, ambos tienen su respectivo despacho en la Casa Blanca cercano al suyo. Ambos pueden acceder a información reservada y tener contacto con líderes de alto nivel cada vez que visiten tanto el Despacho Oval como el complejo Mar-a-Lago; la fórmula perfecta para el tipo de realce de marca que ahora parece acompañar a ese renombre. El presidente Trump puede tener una actitud extremadamente “flexible” respecto de la gestión política en general, pero hay un área en la que él es incondicional y de la que no se mueve: su tendencia a gobernar la Casa Blanca como si fuese una empresa, una empresa familiar.
Las formas en que Jared, “asesor principal del presidente”, e Ivanka, “ayudante del presidente”, ya se han beneficiado del vínculo que tienen con “Papá” en los primeros 100 días de su presidencia superan lo imaginable. La empresa de Ivanka, por ejemplo, consiguió tres nuevas marcas registradas para sus productos importados de China el mismo día en que ella cenó con el presidente Xi Jimping en el club de Palm Beach de su padre.
De la misma manera, gracias a la oportunidad que ella tuvo de departir con el primer ministro japonés Shinzo Abe, su empresa quedó mejor posicionada para llevar adelante negociaciones en Japón. Uno de los beneficios extras permitidos por el poder familiar es el acceso a un acuerdo comercial con el gigante japonés de la confección de ropa Sanei International, cuyo mayor accionista es el Banco de Desarrollo de Japón, una entidad en su totalidad perteneciente al gobierno japonés. Se supone que compramos la idea de que la simultánea exposición privada de los productos de Ivanka fue una coincidencia de programación. Aun así, desde que el padre de Ivanka accedió a la presidencia, nadie deberá sorprenderse de que las ventas globales de sus mercancías se dispararan.
Es en este punto donde las cosas se ponen peliagudas. No podemos precisar con exactitud los beneficios obtenidos por los integrantes de la generación que sigue a Trump. Descansan sobre la idea de que dado que la marca que comparten es tan enorme, las utilidades y los arreglos de todos modos se habrían producido. Es por eso que nunca veremos sus balances ni sus declaraciones de renta.
¿Conflictos de intereses? Hoy día están presentes en los salones del 1600 de la avenida de Pennsylvania, pero nada de este afectará o alterará algo que el presidente Trump valora mucho; créase o no, no es eso lo que desea su base electoral en el Estados Unidos profundo. Se trata de su propia promoción y la de su familia.
Las normas federales y cómo las interpreta la familia Trump
Los Trumo y los Kushner se comportarán de forma tal que resulten beneficiados sus negocios en el mundo. He aquí una trampa. En términos de legalidad, deben atenerse a esto. Así, la primera ley de los negocios familiares en el Despacho Oval es: consigue el mejor asesoramiento legal. Y la han hecho. Hasta ahora, sus abogados han tenido éxito con la creación de fundaciones que teóricamente –si bien solo teóricamente– apartan a Ivanka de sus negocios y desvían cualquier acusación respecto de actividades que podrían –ahora y en el futuro– violar leyes federales. En particular, dos de estas fundaciones deben ser examinadas. El Código Normativo Federal (CFR, por sus siglas en inglés) es un conjunto de normas publicadas por los departamentos ejecutivos y las agencias gubernamentales. El Título 18 de la sección 208 de ese código está referido a los “actos que afecten a un interés económico personal”. Esta disposición sobre el delito de conflicto de intereses establece que “un funcionario o empleado de la rama ejecutiva del gobierno de Estados Unidos” no puede tener un “interés económico” en el resultado de su trabajo. Hablando en términos legales, para un familiar con un cargo en la oficina ejecutiva, eso significaría: Ivanka no debería haber cenado con el presidente de China mientras su empresa estaba solicitando y gozando de una autorización provisoria de marcas de fábrica pendientes de su país, si uno de esos actos podía incidir en el otro. Para alguien ajeno a la situación, la conexión entre esos actos parece suficientemente obvia y es una restricción típica de lo que sucedería.Por supuesto, existen serias penas para quien sea hallado culpable de violar esta norma. Entre ellas, multa o prisión –o ambas cosas–, tal como se estipula en la sección 216 del Título 18.
Algunos abogados han señalado que tanto el nombramiento de Ivanka como el de Jared no violan la Norma 208 ni otros estatutos referidos al nepotismo porque ellos no son asesores remunerados del presidente. En otras palabras, dado que Ivanka no cobra un salario por los servicios que presta a su... hmmm... país, el conflicto de intereses desaparece automáticamente. En el mejor estilo Trump, ella ya ha demostrado su interés por el comportamiento ético desvinculándose de sus responsabilidades empresariales (llamémosles así). Según el New York Times, “Ivanka ha transferido los activos de su marca a un fideicomiso supervisado por su cuñado Josh Kushner y su cuñada Nicole Meyer. ¡Uff, se acabó cualquier conexión familiar! O tal vez a ella no le importen sus hermanos políticos.
Pero resulta que no todos los activos son creados del mismo modo. Por lo tanto, parece que la hija-en-jefe conserva su participación en el Hotel Internacional Trump –a unos 15 minutos andando de la Casa Blanca–, donde justamente están “la suite Ivanka Trump” y el “Gimnasio de Ivanka Trump” (“El Gimnasio de Ivanka TrumpMR y el Centro de Salud trasladan a sus invitados del entorno de la tecnogimnasia del Centro de Salud al tranquilo paraíso del balneario, que es calma, equilibrio, purificación, revitalización y curación...”). Allí, muchos diplomáticos extranjeros o magnates especialmente interesados pueden “encontrar paz, vigorizarse [y] recuperarse” mientras buscan un “enchufe” con la familia. No sabemos con precisión cuál es el beneficio económico que la familia Trump extrae del hotel porque los libros contables no se publican, pero es razonable presumir que no estamos hablando de pérdidas. Además de esta propiedad en Washington DC, Ivanka y Jared seguirán beneficiándose de su imperio de inversiones inmobiliarias, valorado hoy en unos 740 millones de dólares, según los archivos sobre cuestiones éticas dados a conocer por la Casa Blanca.
Pero esto no es todo. Incluso hay otra norma más explícita contra el uso de una oficina pública (como, digamos, la Casa Blanca) en beneficio propio: referido a este tema, el Título 5, sección 3635.702 establece que “un empleado no debe utilizar una oficina pública para su beneficio personal, para la promoción de cualquier producto, servicio o emprendimiento, ni para el beneficio personal de amigos, familiares o personas con quienes el empleado está asociado en una entidad no gubernamental”.
Es verdad; esto es farragoso. Y a pesar de que la norma no se aplica al presidente ni al vicepresidente –esto debemos agradecérselo a Nelson Rockefeller, pero ya volveremos a él más adelante– ni a ningún otro cargo ejecutivo, la regulación explica que “el estatus de empleado no resulta afectado por pagas o excedencias”. Esto quiere decir que nadie deja de ser un empleado solo porque no tenga un sueldo, que además significa que, de hecho, Ivanka no está eximida del cumplimiento de la norma porque no pueda mostrar un comprobante de pago.
Indudablemente, la segunda regla del negocio familiar es controlar la forma en que se cumple la ley. En este sentido, el presidente Trump tiene a su hombre en el Tribunal Supremo, por lo tanto, si acaso alguna acusación por cuestiones éticas llagara hasta el más alto tribunal del país, al menos la familia tendría un pequeño seguro.
Banqueros y presidentes: un repaso histórico
La idea de la colaboración de una potente línea de sangre no es nada nuevo ni en los negocios ni en la política. A principios del siglo XX, era algo rutinario que las familias más pudientes concertaran matrimonios entre ellas para hacer crecer sus poderosos y lucrativos imperios empresariales. Y si se trata de la política cercana al Despacho Oval, la historia de Estados Unidos está plagada de servidores públicos con lazos de sangre con presidentes. El hijo mayor de Abraham Lincoln –el republicano Robert– fue secretario de Guerra durante las administraciones de los presidentes James Garfield y Chester Arthur, y terminó siendo embajador en Gran Bretaña durante la presidencia de Benjamin Harrison. El hijo de Dwight Einsenhower, John, fue un condecorado brigadier general y sirvió como ayudante en el personal de la secretaría de la Casa Blanca mientras su padre era presidente; más tarde, durante la presidencia de Richard Nixon (quien había sido vicepresidente de su padre), fue designado embajador en Bélgica. Sin embargo, ninguno de ellos aprovechó el cargo para hacer crecer la fortuna familiar.Es cierto que las conexiones familiares en los negocios que pueden influir a prominentes personajes de la Casa Blanca no son una novedad de la era Trump. En 1974, cuando Gerald Ford –que accedió a la presidencia después de la destitución de Richard Nixon– nombró vicepresidente a Nelson Rockefeller, su hermano David era director del Chase Manhattan Bank (hoy día, JPMorgan Chase). Naturalmente, surgió algún cuestionamiento en relación con la conocida riqueza y el poder político de la familia Rockefeller. Nelson, nieto del magnate John D. Rockefeller, incluso había trabajado en el banco y había formado parte del consejo directivo de varias empresas del ramo del petróleo.
El mismo año, muy oportunamente, el departamento de Justicia llegó a la conclusión de que el conflicto de intereses no era aplicable al cargo de vicepresidente, pero no antes de que el senador demócrata Robert Byrd preguntara, “¿Podemos al menos acordar... que la influencia está ahí, que se trata de una enorme influencia, que es una influencia mayor que la que ha sentido alguna vez cualquier presidente o vicepresidente?”. Aun así, con todo lo rico y “enchufado” que Nelson Rockefeller podía estar, su situación no es comparable con la maraña empresarial de la familia Trump en la Casa Blanca. Antes de los Trump y Jared Kushner con importantes cargos en la Casa Blanca ya había habido otros ejemplos de vínculos familiares en ella. Por ejemplo, cuando en 1919 Woodrow Wilson enfermó gravemente, su segunda esposa intervino para actuar en su nombre, fundamentalmente cogiendo secretamente las riendas del gobierno junto al lecho del enfermo. Sin embargo, su intención nunca fue aprovechar la situación para hacer negocios familiares sino asegurar que prevalecieran las políticas de su marido. Los dos presidentes Bush, con un legado empresarial y bancario que venía de un siglo antes, fueron elegidos y no manejaban poder. Y a pesar de que el reinado de Bill Clinton en el Despacho Oval permitió que su mujer Hillary cosechara suficiente reconocimiento público (y conexiones bancarias) como para que fuera una exitosa senadora por el estado de Nueva York, se convirtiera en secretaria de Estado durante la presidencia Obama y se postulara –sin éxito– en dos elecciones presidenciales, la enorme fortuna de los Clinton fue amasada después de que Bill dejara su cargo. A pesar de que las vinculaciones de su fundación benéfica con gobiernos extranjeros siguen despertando sospechas, ellos nunca tuvieron negocios privados mientras Bill estaba en la Casa Blanca.
Lo que no se encuentra en los registros históricos es un hijo, una esposa o un familiar de alguien ocupando un sitio en el Ala Oeste* de la Casa Blanca mientras expande los negocios familiares, mucho menos una cadena de negocios. En otras palabras, la situación actual es única en los anales de la historia de Estados Unidos. En solo 100 días de presidencia, Donald Trump ya tiene algo del cleptócrata autoritario de otros lugares del mundo; el que desvía dinero del Tesoro hacia su cuenta bancaria y sus propios negocios.
Y no olvidemos que el imperio Trump es también el imperio Kushner. Los negocios familiares de Jared dependen de inversiones procedentes de países que casualmente están en su carpeta de la Casa Blanca. Él, por ejemplo, se ocupó de los preparativos de la visita de Estado del presidente de China a Mar-a-Lago (mientras tanto, los negocios de Kushner avanzaban en conversaciones de alto nivel con un conglomerado económico chino). El presidente de un banco ruso de propiedad estatal que estaba sufriendo las sanciones de Estados Unidos se encontró con Jared en diciembre y se refirió a él como “el director de las empresas Kushner”, pese a que en ese momento ya era notorio que –si bien no oficialmente– era asesor de Trump.
Asimismo, él es el hombre más importante de la administración Trump en la “pacificación” de Oriente Medio. Aunque su familia está relacionada económicamente con Israel. Al mismo tiempo, en su papel de jefe de la recientemente creada Oficina de Innovación Estadounidense de la Casa Blanca (WHOAI, por sus siglas en inglés), tiene muchas posibilidades de fusionar los asuntos gubernamentales con los privados; es probable que las oportunidades sean interminables.
Exhibición de nepotismo
Enfrentado con la posibilidad de vender sus empresas o incluso de ponerlas en un fideicomiso ciego –es decir, el final de su dinastía empresarial–, Donald Trump prefirió dejárselas a sus dos hijos mayores, Eric y Donald Jr., para que las dirijan. Hablando de humo y espejos: en marzo, mientras conversaba con la revista Forbes, Eric dijo que “cada tres meses” informaría a su padre de la marcha de la Organización Trump... pero ¿quién cree de verdad que padre e hijos no conversarán mucho más frecuentemente sobre el imperio familiar? La familia ya ha acumulado una larga lista de conflictos de intereses mundiales que insinúan las formas en que la Casa Blanca podría convertirse en un lucrativo medio para el linaje Trump. Ahí está, por ejemplo, Turquía, donde la Organización Trump tiene ya importantes inversiones; hace poco tiempo, el presidente Trump llamó a su homólogo Recip Tayyip Erdogan para felicitarle por su autoritaria y antidemocrática victoria en un muy disputada consulta popular para cambiar la constitución del país. Dado que el ámbito en el que se juegan los intereses empresariales de Trump es global, es posible extrapolar esa llamada a todo ese ámbito.Mientras tanto, la marca de Ivanka no solo está haciendo negocios como siempre; los está matando. Según Associated Press, en 2017 “las ventas globales de los productos Ivanka Trump han aumentado vertiginosamente”. Para muestra, un botón: las importaciones, en su mayor parte procedentes de China, se han más que duplicado respecto de las de años anteriores. En cuanto a su marido, continuó siendo CEO de Empresas Kushner hasta enero; solo entonces renunció a su papel ejecutivo en su empresa de bienes raíces y otros 58 negocios, aunque siguió siendo el único beneficiario principal de la mayor parte de las fundaciones familiares asociadas. Los tres hijos de Jared e Ivanka son beneficiarios secundarios. Esto significa que, para bien o para mal, cualquier decisión política promovida por Kushner podría afectar a los negocios familiares; no hace falta ser un genio para darse cuenta de que cuál de esas dos posibilidades sería probablemente elegida.
Cleptócratas y Cía.
A pesar de la pasmosa maraña de conflictos de intereses existentes, que van desde las estrechas relaciones entre empresas y oligarcas vinculados con los Guardias de la Revolución iraní hasta el Servicio Secreto y el alquiler de un espacio de la Torre Trump al Pentágono (por un monto cercano a los tres millones de dólares), los negocios de la familia Trump buscan un camino glorioso y largo. La familia ya está estudiando la construcción de un segundo hotel en Washington. Se dice que Trump gastó cerca de 500.000 dólares –que fueron recaudados para la campaña presidencial de 2020– para poner en marcha ese negocio. Evidentemente, ese dinero ha ido a parar a “restaurantes, hoteles y clubes de golf Trump” y al alquiler de la Torre Trump en Nueva York.Según las últimas encuestas, la mayoría de los votantes registrados cree que la instalación de Ivanka y Jared en la Casa Blanca es algo inadecuado. Pero eso podría importar poco a Donald Trump. Preguntad a Stephen Bannon o a Chris Christie qué pasa cuando a Ivanka o a Jared no les gusta alguien. Esa es la versión familiar del poder mafioso.
En su libro, The Trump Card: Playing to Win in Work and Life (La carta para el triunfo: jugar para ganar, en el trabajo y en la vida), Ivanka escribió que “en los negocios, como en la vida, nunca nada te viene dado”. Excepto, por supuesto, cuando tu padre es presidente y él te da, en una bandeja de plata, la llave para que hagas crecer los negocios familiares.
Hace 40 años, en una sesión del Senado sobre los posibles conflictos de intereses, se preguntó al vicepresidente, “En el caso de que difieran, ¿puede usted separar los intereses de su gran empresa de los intereses nacionales?”. Esta es una pregunta que algún senador debería hacer a Ivanka y Jared, reemplazando “su gran empresa” por “sus grandes empresas familiares”.
Enturbiando todavía más el futuro, es posible que la familia Trump esté frente a importantes problemas. El más sorprendente es el edificio del 666 de la Quinta avenida (un rascacielos de 80 plantas de superlujo) tiene vacíos más del 25 por ciento de los pisos. Durante varios años no ha hecho el dinero suficiente para cubrir el pago de los intereses hipotecarios, y dentro de dos años también deberá saldar el principal de un préstamo de 1.200 millones de dólares. Esta situación le afectará si sus empresas en el extranjero no acuden a restañar la sangría de dólares; eso, sin duda, podría requerir un quid pro quo o dos.
En nuestros tiempos, es bien sabido que cuando los presidentes dejan su cargo hacen crecer rápida y exponencialmente su riqueza. Pero que haya una familia que hace crecer su fortuna mientras está en la Casa Blanca, es toda una primicia. Aun así, el proceso que podría hacer que esto fuese así parece estar ya bien encaminado. Todo esto, cuando Donald Trump, sus hijos y su yerno continúan desempeñando –en provecho propio y en una forma que no tiene precedentes– el papel de empresarios-en-jefe de Estados Unidos, más interesados en el crecimiento de su dominio imperial que en los asuntos de su país.
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Nomi Prins, colaboradora regular de TomDispatch, es autora de seis libros. Su obra más reciente es All the Presidents' Bankers: The Hidden Alliances That Drive American Power (Nation Books). Fue ejecutiva en Wall Street. Un agradecimiento especial al investigador Craig Wilson por su estupendo trabajo en esta nota.
Tomado de Rebelión. Traducción del inglés de Carlos Riba García
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