Alejandro Nadal, La Jornada
En las últimas décadas el sector bancario y financiero consolidó su dominio sobre la economía mundial. Las transacciones e inversiones se hicieron cada vez más a imagen y semejanza de la circulación del capital financiero. El ciclo del capital industrial se fue deformando y subordinando cada vez más a los dictados de la racionalidad financiera. Y las prioridades de la política macroeconómica se convirtieron en simple reflejo de las necesidades de bancos y demás agencias del mundo financiero.
No ha faltado quien busque justificar este estado de cosas desde la perspectiva de la teoría económica. El intento apologético más conocido es el de Eugene Fama, autor de la hipótesis de mercados eficientes. Según esta idea, los precios de los activos financieros incorporan toda la información relevante disponible. Por lo tanto, es casi imposible que un inversionista compre activos subvaluados o que pueda venderlos a precios inflados. En otras palabras, los activos financieros siempre son vendidos a su valor real y los especuladores no pueden ganarle al mercado. La única forma de obtener ganancias a través de la especulación es a través de la adquisición de activos cada vez más riesgosos.
Fama recibió el (llamado) premio Nobel de Economía en 2013. No es que el comité encargado de escoger el ganador del premio se hubiera equivocado al seleccionar a un autor cuyas ideas estaban chocando de manera tan espectacular con la realidad. Al contrario. Precisamente porque el mundo de las finanzas y la desregulación estaban siendo tan cuestionados en el momento más álgido de la crisis, el comité Nobel decidió cerrar filas alrededor de uno de los hijos predilectos del neoliberalismo financiero.
La credibilidad de los apologistas del sector financiero siempre ha enfrentado serios problemas. Una de las razones es que la teoría económica nunca fue capaz de desarrollar un discurso teórico sólido sobre la naturaleza y orígenes de la moneda. Desde los escritos de Adam Smith y algunos precursores, hasta los últimos desarrollos de la disciplina, la moneda siempre apareció como un objeto accesorio de lo principal, es decir, del mundo de las mercancías.
En el relato de la teoría económica los seres humanos existen de manera independiente y sólo entran en relaciones de intercambio a través de operaciones de trueque. Pero la permuta es una operación complicada en la que es indispensable el encuentro entre personas con necesidades recíprocas. Es decir, en una economía no monetaria el intercambio es un proceso arduo, que consume mucho tiempo. De acuerdo con la narrativa de los economistas, se inventó el dinero como una ingeniosa tecnología de transacciones que facilita los intercambios.
El corolario de esta narrativa es que el dinero se presenta por los economistas como una creación del mercado. O sea que para poder salir del torpe mecanismo del trueque, los economistas nos dicen con una cara dura digna de la Isla de Pascua que fue el sector privado el que inventó la solución, el dinero.
El libro de David Graeber, Deuda: los primeros 5 mil años, y una gran cantidad de trabajos de historia y arqueología se han encargado de colocar las cosas en su lugar. Hoy sabemos que el dinero está más ligado al desarrollo del complejo monetario-imperial-militar que al bucólico mundo del trueque que sólo existe en la mente de los economistas. Es decir, el dinero es más una institución creada por el poder público que por los actores privados que intervienen en el mercado. Sin embargo, la propaganda es más eficaz cuando se trata de contrastar 900 páginas de texto con un par de lemas de fácil digestión en el gran público.
Por supuesto que el corolario de la mitología de los economistas es que es indispensable evitar que el Estado controle de alguna manera este instrumento de la civilización que es el dinero. La historieta que cuentan los economistas está llena de ejemplos de reyes y emperadores malévolos que provocaron todo tipo de males e infortunios por haber tenido algún tipo de potestad sobre el dinero. Este es el mito fundamental sobre la creación del sistema económico. De ahí a las ideas sobre la necesidad de la independencia del banco central no hay más que un paso.
Lo que no se puede perder de vista es que la crisis global estalló en un momento en el que la función de creación monetaria está fuertemente controlada por el sector privado y sus bancos comerciales. Todos los mitos sobre el mercado de fondos prestables y sobre el sistema bancario fraccionario sólo sirven para distraer la atención. Los bancos no necesitan contar con depósitos para realizar operaciones de crédito. Al revés, la creación monetaria se realiza a través del crédito y este dinero-deuda tiene una clara función pro-cíclica: se desarrolla vertiginosamente en la fase ascendente del ciclo económico y se desploma cuando el ciclo entra en la fase declinante. La actividad de los bancos comerciales privados y el exceso de endeudamiento que provocan está en la raíz de la crisis. La solución pasa por una regulación estricta de la actividad bancaria.
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