Antonio Zapata, Sin Permiso
Como se ha afirmado, el resultado electoral expresa el choque frontal entre el fujimorismo y el antifujimorismo, donde cada uno ha obtenido aproximadamente la mitad del voto popular. De este modo, el anti sigue siendo una fuerza clave en nuestra política. ¿De dónde viene y por qué siempre hemos sido así?
Para empezar, constatar la antigüedad del anti. Si se revisa la historia nacional, regularmente aparecen dos rivales que se enfrentan a muerte; donde el segundo es simplemente el anti del primero.
Pasemos revista. La conquista está marcada por dos guerras fratricidas: primero, Huáscar y Atahualpa y luego, Pizarro vs Almagro. En el siglo XVIII, la gran sublevación indígena contra el colonialismo fue derrotada porque se enfrentaron indígenas contra indígenas, Túpac Amaru contra Pumacahua. A continuación, la primera república nos depara el encarnizado enfrentamiento entre Santa Cruz y Gamarra.
En la Guerra con Chile fuimos un desastre: “antes los chilenos que Piérola”. No hay ningún anti más fuerte que ése. Con el enemigo encima, nos enfrascamos en una serie interminable de luchas internas, al grado que tuvimos cinco presidentes en cuatro años de guerra.
El siglo XX no trajo mejoría. Por el contrario, buena parte de la centuria estuvo definida por el enfrentamiento entre el APRA y el antiaprismo. En esas décadas se impuso el veto a Haya de la Torre como represalia por los asesinatos de oficiales en el cuartel de Trujillo durante el levantamiento de 1932. Desde entonces, la alianza entre la oligarquía y el ejército tuvo como fundamento impedir que el APRA ocupe el poder político.
Así estuvimos cuarenta años, desde comienzo de los 1930 hasta fines de los 1970. Casi cincuenta años del anti más prolongado de nuestra historia: el antiaprismo. Y como todos venimos de experimentar, el siglo XXI no ha resuelto este viejo tema nacional. Por el contrario, ya llevamos diez años en los cuales el antifujimorismo es un gran actor de la vida política.
Algunos antis se deben a que los actores son muy parecidos y no entran en un espacio pequeño. “No hay dos soles en el firmamento”. Ocurre en los partidos políticos y algunas veces en la esfera macro; por ejemplo, los caudillos Santa Cruz y Gamarra eran casi idénticos. Otro caso similar, Keiko y Kenji. Son los hermanos-enemigos.
Cuando los antis actúan en el largo plazo, la clave es la memoria. Ella se reproduce y ahora hallamos jóvenes que no conocieron a Alberto Fujimori, pero que tienen presente una historia familiar que reaparece con fuerza en su conciencia política. Cada lado del anti dice renovarse, pero reproduciendo el clivaje anterior. Son nuevos actores, pero se detestan tanto como los protagonistas de los noventa.
En estas oposiciones de largo aliento, los antis expresan posturas muy diferentes, prácticamente antitéticas. No son simples hermanos-enemigos, sino encarnizados rivales con planes integrales opuestos.
¿Cómo se superan estas contradicciones tan fuertes? Es difícil decirlo, pero de la experiencia anterior algo se puede colegir. La pregunta es, ¿cómo terminó el antiaprismo?
La iniciativa correspondió al APRA, que desde los 1950 fue mostrando que conservaba su caudal y aceptaba la democracia, sin conspirar en los cuarteles ni amenazar con levantamientos. Como consecuencia se diluyó el antiaprismo y Haya presidió la Constituyente de 1978 sin ningún problema.
En el caso actual, Keiko no ha dado muestra de representar una nueva etapa más democrática del fujimorismo. Por el contrario, hemos visto derroche de dinero para clientelismo electoral, líderes principales investigados por la DEA y audios trucados.
Es decir, los viejos métodos del fujimontesinismo. A renovación de las amenazas, sigue el fortalecimiento de los antis.
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