Ángel Guerra Cabrera, La Jornada
En el discurso inaugural de la cuarta Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), su saliente presidente en turno, Rafael Correa, puso en su lugar a la OEA, de la que dijo que es más anacrónica que nunca y debe ser sustituida a mediano plazo por el nuevo organismo latino-caribeño.
Si no existieran otras razones que legitiman incuestionablemente a la reunión, sólo por ese brillante discurso ya habría valido la pena celebrarla. Hablando en el edificio Néstor Kirchner, sede de la Unasur y de la cita regional, el presidente ecuatoriano invocó varios conceptos que darán que hablar por mucho tiempo. Como el desarrollo es un problema político y depende de quien mande en la sociedad; nada justifica tener tribunales para proteger inversiones y no para defender la naturaleza; el desafío de nuestros pueblos ancestrales es superar la pobreza sin perder su identidad cultural o necesitamos sociedades con mercado, no de mercado.
Hay que decirlo, el solo hecho de que exista la Celac y que haya celebrado cuatro cumbres es una evidencia rotunda del cambio de época en América Latina y el Caribe (ALC) del que ha hablado Correa desde hace años. Es todo un acontecimiento el haber creado esa estructura donde deliberan y llevan a cabo palpables iniciativas conjuntas los 33 Estados de nuestra región sin la presencia de Estados Unidos ni Canadá. Hace 20 años hubiera parecido un sueño.
¿Cómo pudo hacerse el sueño realidad? Para dar respuesta a esa pregunta hay que mirar a las calles, los barrios, los campos, las fábricas, las escuelas y las oficinas porque fue la lucha de los que allí viven y trabajan las que lo hicieron posible. Si hoy no sólo existe la Celac, sino que puede, en su corta vida, mostrar logros importantes, se debe a las batallas seculares de nuestros pueblos por la justicia, la libertad y por su verdadera independencia. Particularmente las grandes movilizaciones de las últimas dos décadas contra las privatizaciones, en defensa de los recursos naturales y de la soberanía, que hicieron surgir a un grupo de gobiernos antineoliberales en nuestra América y pusieron en el orden del día el previsor y sabio concepto bolivariano y martiano de la unidad e integración regional.
Para que los jefes de Estado y gobierno pudieran crearla en México (2010) y constituirla definitivamente en Caracas (2011), presididos por el inolvidable Hugo Chávez, fueron necesarias unas cuantas puebladas. El caracazo, el levantamiento indio en Chiapas, las insurrecciones populares que derrocaron varios presidentes neoliberales en Argentina, Bolivia y Ecuador, entre otras muchas acciones de masas al sur del río Bravo contra las políticas de libre mercado. Debe tenerse muy presente que el precedente inmediato y sostén posterior de este enorme esfuerzo, ha sido la heroica y titánica resistencia del pueblo de Cuba contra la hostilidad de Estados Unidos y contra el bloqueo criminal y la Ley de Ajuste Cubano, que siguen en pie hasta hoy, no obstante que Obama podría hacer mucho más por desfondarlos.
La Celac dio un extraordinario paso civilizatorio cuando proclamó nuestra región como zona de paz en la segunda cumbre de La Habana (2014), codificando muy puntualmente los principios que así la definen. Pero no se quedó en declaración y siguiendo la tradición del Grupo de Río, que la antecedió, propició el rencuentro entre los presidentes Maduro y Santos luego del conflicto en la frontera común de 2015 y ha desempeñado un importante papel en el acompañamiento de los diálogos y acuerdos en La Habana sobre la paz en Colombia, cuyo cumplimiento velarán sus observadores por resolución del Consejo de Seguridad de la ONU.
Durante la presidencia ecuatoriana, la Celac se ha fortalecido y trabajado duro en una agenda de futuro que privilegia la lucha por el desarrollo y por eliminar definitivamente la pobreza en nuestra región. Ello es más importante ahora, que con la presidencia de República Dominicana, la Celac verá puesta a prueba su capacidad de concertación ante la urgente e inaplazable necesidad de enfrentar juntos la crisis económica que toca a las puertas de nuestra región.
Hasta ahora los organismos de integración: Unasur, Mercosur y Celac, han sido capaces de atender con eficacia conflictos políticos. Habrá que ver si de la crisis surge la atmósfera política necesaria para la acción conjunta en el terreno económico.
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