Alejandro Nadal, La Jornada
Existe la posibilidad de evitar una catástrofe en el terreno del cambio climático. Pero la ventana de oportunidad para lograrlo se está cerrando rápidamente. La conferencia sobre cambio climático en París dentro de seis semanas será, sin duda, un parteaguas en esta carrera contra el reloj.
Desde hace años el objetivo en materia de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) ha sido estabilizar la concentración en la atmósfera en el nivel de las 450 partes por millón (ppm). Esa meta requiere cortar las emisiones de GEI en 80 por ciento para el año 2050, lo que permitiría asegurar que el cambio en la temperatura global no exceda de los 2 grados centígrados.
Para como están las cosas al día de hoy, parece muy difícil alcanzar la meta de las 450 ppm. Para hacerlo los países ricos en el mundo ya deberían estar reduciendo de manera muy marcada sus emisiones y para el año 2025, que realmente está a la vuelta de la esquina, las emisiones de gases invernadero de todos los países del mundo, ricos y pobres, ya deberían estar cayendo. Existe la posibilidad de alcanzar dicha meta, pero esa posibilidad está en riesgo de esfumarse.
La vigésimo primera Conferencia de las partes de la Convención marco sobre cambio climático de Naciones Unidas (UNFCCC) se celebrará en París dentro de escasas seis semanas. El instrumento de base para las negociaciones de la COP21 ya ha sido divulgado (el 5 de octubre) y está marcado por serios problemas. Se trata de un documento de 20 páginas del cual, literalmente, depende el destino de la humanidad.
Como se sabe, en el marco de las negociaciones de cara a la COP21 cada país ha sido llamado a presentar sus compromisos nacionales independientemente determinados (los ahora conocidos como INDCs por sus siglas en inglés). Estos compromisos son la respuesta a la pregunta siguiente: ¿quién determina las reducciones de emisiones que cada país debe aplicar? En vista de que las negociaciones sobre reducciones y topes de emisiones han estado estancadas desde hace años (para ser más exactos, desde poco antes de la COP de hace seis años en Copenhague), se pensó que sería mejor dejar en libertad absoluta a cada país el establecimiento de sus metas nacionales.
Hoy ya tenemos frente a nosotros los compromisos nacionales que de manera voluntaria han sido entregados al secretariado de la UNFCCC. El resultado es realmente desalentador. Varios connotados economistas han realizado los cálculos: la suma de todas estas metas nacionales corresponde a apenas 44 giga toneladas de CO2 equivalente, cuando lo que se necesita es un recorte de 55 giga toneladas para el año 2050 para mantenernos en la trayectoria de cambio climático de los 2 grados centígrados.
Es de esperar que de aquí a la inauguración de la COP21 en la capital francesa varios países modifiquen sus compromisos nacionales para poder alcanzar ese objetivo. Pero el documento de negociación tiene un defecto: no contiene un mecanismo que garantice el cumplimiento por parte de cada país de sus metas individuales independientemente determinadas.
En realidad, existen pocas esperanzas de estabilizar la concentración de gases invernadero en las 450 ppm. Para lograr este objetivo las emisiones de gases invernadero no pueden superar el nivel absoluto de entre 800 y mil giga toneladas de CO2: desde 1880 ya se han emitido 535 giga toneladas. Y del remanente ya se encuentran comprometidas unas 250 giga toneladas debido a las inversiones ya realizadas en infraestructura ligada a la industria de combustibles fósiles en todas sus formas. Las compañías que han realizado esas inversiones querrán amortizarlas y para ello van a hacer todo lo posible para que sus instalaciones sigan funcionando y emitiendo giga toneladas de CO2. Es decir, estamos atrapados en una trayectoria que conduce a un escenario de sorpresas realmente desagradables en materia de cambio climático.
Por el lado del mundo financiero también existen fuerzas que tienden a mantenernos atrapados en esa trayectoria. Hoy las 200 principales industrias ligadas a la industria de combustibles fósiles tienen un valor de mercado cercano a los 4 billones (castellanos) de dólares y una buena parte de ese monto corresponde al valor de sus reservas. En caso de lograrse un acuerdo fuerte en la COP21, con un compromiso claro para reducir emisiones, el valor de esas reservas deberá sufrir un fuerte ajuste a la baja, quizás hasta de 60 por ciento. Ahora bien, las conexiones entre la industria de combustibles fósiles y el mundo financiero son muy fuertes y eso traería aparejadas serias consecuencias. Por ejemplo, se estima que los fondos de pensión y las cuentas individuales de retiro en Estados Unidos poseen 47 por ciento de las acciones de las compañías de petróleo y gas natural de ese país. Es evidente que por el lado del sector financiero también existe una resistencia a cambiar el perfil energético de la economía mundial.
Sólo la presión de los pueblos de todos los países puede contrarrestar estas fuerzas. Quizás todavía hay tiempo, más allá de lo que suceda en la COP21.
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