Amy Goodman, Denis Moynihan, Alainet.org
Hace 70 años, el 6 de agosto de 1945, el mundo cambió para siempre. Ese día, Estados Unidos lanzó por primera vez en la historia un arma nuclear contra población civil, la de Hiroshima, en Japón. Tres días más tarde lanzó la segunda y, hasta ahora, última bomba atómica utilizada contra objetivos humanos en Nagasaki, Japón. Cientos de miles de personas murieron, muchas sufrieron quemaduras graves y miles fueron víctimas de los efectos de largo plazo del envenenamiento por radiación. Muchos sobrevivientes de las dos terribles explosiones, denominados “hibakusha” en japonés, aún están vivos y cuentan sus experiencias. Mientras que el mundo ha evitado ataques nucleares desde aquellos días de 1945, la amenaza de una potencial devastación nuclear permanece aún latente. Sin embargo, de las cenizas de estas dos terribles explosiones surgió un movimiento a favor de la abolición de las armas nucleares que sigue llevando adelante su campaña pacifista para eliminar estas armas.
“Cuando tenía doce años Japón estaba en guerra y fue obviamente hacia el final de la guerra que el país experimentó los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki”, me dijo Kenzaburo Oe el año pasado en Tokio, Japón. Oe tiene 80 años, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1994 y es uno de los intelectuales y activistas humanitarios más respetados de Japón. “En el momento, por supuesto, la bomba atómica significó para mí, y también para mi madre y nuestras familias y para todas las personas, una gran conmoción. En aquel entonces, fue la peor catástrofe que jamás habíamos visto, por lo que el sentimiento de tener que sobrevivir a esto, de superar esto y de renovarse fue grandioso”.
La obra de Kenzaburo Oe es conocida en todo el mundo, pero el autor afirma que lamenta no haber escrito jamás una novela sobre la bomba atómica. Reconoce el gran mérito de los sobrevivientes de los ataques en mantener vivas las historias: “Los habitantes de Hiroshima que padecieron el peor sacrificio fueron, por supuesto, las decenas de miles de personas que murieron al instante. Sin embargo, hubo muchos sobrevivientes. Después del fin de la guerra y de las bombas, en los cinco años posteriores, Japón estaba ocupado militarmente (por Estados Unidos) y en ese momento no era posible para los hibakusha, que es como llamamos a los sobrevivientes de las bombas atómicas, crear cualquier tipo de organización propia. Recién cinco años después de que se lanzaran las bombas, los sobrevivientes pudieron por primera vez crear su propia organización. En aquel entonces, su único eslogan era jamás permitir que esto se repitiera, jamás permitir que haya nuevos hibakusha”.
Desde entonces, los hibakusha han ocupado un lugar central en el movimiento pacifista japonés y adoptaron como símbolo un origami en forma de grulla de la paz. Sadako Sasaki tenía apenas dos años cuando Hiroshima sufrió el impacto de la bomba. Sadako sobrevivió, pero a los 12 años le diagnosticaron leucemia, una de las enfermedades provocadas por la radiación de la bomba. Un amigo del hospital le dijo que si hacía mil grullas de papel se le concedería un deseo. Con la esperanza de vencer su enfermedad, Sadako comenzó a crear las intrincadas aves de papel. Murió el 25 de octubre de 1955.
No obstante, el movimiento pacifista de Japón sigue con vida. Muchos japoneses se siguen organizando para reclamar la abolición de las armas nucleares, pero también para que se eliminen las plantas nucleares. Kenzaburo Oe dijo al periódico francés Le Monde: “Hiroshima debe quedar grabado en nuestra memoria: es una catástrofe aún más dramática que los desastres naturales porque fue provocada por el ser humano…Mostrar el mismo desinterés por la vida humana en las plantas nucleares es la peor traición a la memoria de las víctimas de Hiroshima”, afirmó el autor. El movimiento a favor del cierre permanente de las plantas nucleares de Japón parecía estar a punto de triunfar después del desastre ocurrido en Fukushima en marzo de 2011. Sin embargo, el gobierno conservador del primer ministro Shinkzo Abe, que asumió el poder inmediatamente después del desastre, ha prometido reavivar la energía nuclear en el país y tiene el proyecto de volver a poner en funcionamiento antiguas plantas inactivas e incluso, de construir nuevas.
Del otro lado del mundo, en Los Álamos, Nuevo México, el lugar donde se fabricó la bomba atómica, se sigue realizando investigación para la fabricación de nuevas y supuestamente “mejores” armas nucleares. Para conmemorar el 70° aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, activistas por la paz realizarán una convención en la ciudad cercana de Santa Fé, así como vigilias en la entrada del ultrasecreto laboratorio de investigación sobre armas nucleares de Los Álamos. Como activista por la paz y referente social de larga trayectoria, el padre John Dear afirma: “Le dijimos a Dios: lo que tardaste 15.000 millones de años en crear, podemos destruirlo en 15 minutos”.
Las palabras de Dear se suman a las de uno de los artífices de la bomba, J. Robert Oppenheimer. Oppenheimer era físico y director del Proyecto Manhattan, el monumental proyecto científico estadounidense que desarrolló las bombas. La primera bomba atómica fue detonada el 16 de julio de 1945 en el desierto de Nuevo México, en un lugar especialmente elegido para hacer la prueba llamado Trinity. Al observar la explosión y la nube de humo con forma de hongo que esta generó, Oppenheimer recordó las palabras de Visnú en el texto sagrado hindú Bhagavad-guita: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
Hiroshima es un monumento a la locura de las armas nucleares. El año pasado, al caminar por el predio del Museo de la Paz de Hiroshima pude ver el Monumento a la Paz de los Niños, erigido en homenaje a Sadako Sasaki y a los miles de niños víctimas de las explosiones. El monumento está adornado con miles de grullas de papel. En la base está grabado un llamamiento a todos nosotros: “Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria: paz en el mundo”.
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