Leopoldo de Gregorio
Hace ya más de un lustro que la ciudadanía reconoció que sus expectativas de lo que representaba Europa empezó a diluirse como un azucarillo. Que con una Europa en la que imperaban prioritariamente los intereses de las distintas nacionalidades (a los cuales había que aunarles unas culturas y unas lenguas que conformaban auténticas fronteras), no era posible materializar una verdadera unión. Que como consecuencia de una instauración del euro que impedía medidas con las que reparar los resultados dimanantes de unas estructuras productivas totalmente dispares, era imposible compensar los superavits de las cuentas corrientes de las economías que por su estructura productiva creaban productos de un mayor valor añadido. Que a través de las mencionadas demasías provocaron el endeudamiento de las que solamente procuraron el beneficio más inmediato; un desenlace que no sólo condicionó la existencia de sus ciudadanos, sino que les acusaron de haber vivido por encima de sus posibilidades.
Es cierto que en lo que se refiere a la adquisición de una vivienda, los hechos confirmaron este aserto. Lo que no se dijo fue que ante una situación en la que la banca ofertaba unas hipotecas que por lo dilatado de su duración (a pesar de los intereses con los que estaban gravadas) no eran más lesivas que lo que se había de pagar como alquiler, el hecho de endeudarse no había que imputárselo al deudor, sino en primer lugar a sin dar un palo al agua inundaron los mercados periféricos con los excedentes tanto de su política económica como de una política salarial que, extremadamente restrictiva, condicionaba la existencia de sus trabajadores. Con unos excedentes, que en función de la cultura del pelotazo que ya nos recomendó uno de nuestros más corruptos dirigentes, ocasionó la formación de una burbuja inmobiliaria que en función de la avenida de acreditaciones que llegó a comportar, generó en la vivienda unos precios que más tarde o más temprano tenían que reventar. Unos excedentes que debido a la demanda de la mano de obra que sustentada en el ladrillo, con independencia de su falta de especialización, indujo una elevación de los salarios que al restarnos competitividad, incrementó las diferencias que nos habían estado separando del resto de Europa. No podemos olvidar que desde el año 2000 al 2008 los salarios aumentaron en Alemania un 15%, mientras que en Italia lo hacían en un 30%, un 43% en España y un 49% en Irlanda.
Y como habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades teníamos que pagar por los excesos cometidos. Y yo digo ¿quiénes fueron los que cometieron los excesos? ¿Los que buscaron unos beneficios allende sus fronteras que entre otras cosas eran promanantes del encorsetamiento con el que nos constreñía el euro? ¿Los que en la busca de unos beneficios que en función de su obscenidad no podían prever que las hipotecas en las que se sustentaban constituían unas valoraciones que eran superiores al valor con el que tenía que estar representado el bien hipotecado? ¿Pueden reclamar sus derechos sobre los que fueron inducidos a vivir por encima de sus posibilidades, aquéllos que en la búsqueda de sus propios beneficios destruyeron las economías de los países menos desarrollados? Por lo visto parece que sí. Porque por una parte, estos “inducidos” están llamados no sólo a pagar la quiebra en la que consecuentemente se deberían encontrar estos embaucadores; asimismo, después de haber sido desahuciados, han de seguir pagando por lo que, en una situación a la que estos malhechores nos llevaron, lo hipotecado ya no les pertenece. Por la otra, porque los que buscaron una ganancia fácil en lo que en sus mercados no encontraran (e incluso me atrevería a decir, los que trataron de hipotecar a sus vecinos concediéndoles créditos, que conociendo la estulticia y los afanes de nuestros gobernantes y empresarios sabían que no iban a ser utilizados en la conformación de una reestructuración de nuestro modelo productivo no podrían reembolsar), consiguieron a través de coacciones que incluso el reintegro de sus acreditaciones fueran prioritarios a las necesidades de carácter más básicos que pudieran demandar los que además fueron denominados como PIIGS. Esa es la Europa que están diseñando estos bastardos. Tanto los nuestros como los ajenos. La de una Europa en la que los ciudadanos, como eslabón más débil de lo que tendría que ser una cadena, se les puede tensar alrededor del cuello para que, sin que pierdan el resuello, lleguen a asumir que no son más que simples componentes de un algo superior.
¿Y qué es lo que con esta a-política se ha conseguido?
En principio, las economías acreedoras estimaron que podrían continuar indefinidamente los mencionados superavits en función del continuado endeudamiento de los países de la periferia; pero al igual que ocurre con todas la burbujas, ésta también tenía que explotar. Y actualmente, junto al descalabro de las economías menos desarrolladas, las más pujantes están viendo cómo lo que venían produciendo lo tienen que consignar en sus respectivos inventarios.
Desde hace tiempo he venido diciendo que esta Europa y este euro no nos sirve. Últimamente se está poniendo en tela de juicio si Alemania (y con ella, el Septentrión) deberían de abandonar el euro y conformar un euro nuevo con el que contrarrestar el deterioro que están sufriendo sus mercados. Y yo digo ¿después de haber observado que los efectos del subjetivismo de las partes dañan tanto a lo que habría de ser el supuesto dañado como al que hubiera ocasionado el daño, no nos encontramos tanto unos como otros atrapados en una ratonera? Porque en una situación en la que el nuevo euro se revalorizara ¿qué es lo que ocurriría con las ingentes acreditaciones en euros que figuran en los activos de los bancos alemanes? Teniendo en cuenta que tendrían que esperar que estas acreditaciones se fueran reduciendo ¿no les resultaría más rentable establecer una política económica que al ser más integradora, a la larga consiguiera conformar un bloque mucho más homogéneo y vigoroso? Y como consecuencia de esta revalorización ¿cómo podrían mantener el nivel de sus exportaciones no solo con los países periféricos, sino incluso con el resto del mundo?
Y por último, en el día de hoy estamos viendo cómo ante la caída de los beneficios que dimanan de su productividad, Italia está ponderando su salida del Euro a mediados del 2015. Lo cual conllevaría que Francia, España, Portugal, Grecia y probablemente Bélgica estarían abocadas a seguir el mismo camino. Desde la crisis de 2008, Italia se ha hundido en una situación de estancamiento de su PIB que parece mucho más grave que la que se ha vivido en España.
Visto lo cual no sólo tenemos que decirle a nuestros trileros, que mienten. Y este calificativo tenemos asimismo que adscribírselo a toda esa pandilla que calienta asientos en las instituciones europeas a tenor de su obediencia a las imposiciones del FMI y el Banco Mundial. Todos ellos sólo buscan satisfacer las exigencias de sus amos enfrentando a las partes que puedan estar demandando sus derechos. Y es por ello por lo que en una unidad en la que todos exclusivamente sean parte, el resultado sólo puede ser una suma de sus diferencias. El Norte se ve condicionado por la situación en la que se encuentra el Sur; y el Sur ante su incapacidad para remontar el vuelo tiene que liberarse del dogal que le está mediatizando. Todos se encuentran amarrados. ¿En este contexto y desdeñando los intereses subjetivos que desde las partes se puedan imponer, no resultaría mucho más positivo y al mismo tiempo objetivamente subjetivo alcanzar las bondades que se puedan conseguir a través de lo que fuera una verdadera Unión?
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