Alejandro Nadal, La Jornada
Max Planck decía que la ciencia avanza a golpe de funerales. La muerte de los viejos jerarcas que durante décadas abrazaron paradigmas obsoletos abre nuevos espacios que son ocupados por los científicos jóvenes con sus nuevos modelos. Las revoluciones científicas (que tanto ocuparon la atención de Kuhn) se llevarían a cabo no tanto por la elegancia de los debates académicos, sino por la implacable parca que nada perdona.
En la evolución de la teoría económica, la sentencia de Planck no se ha aplicado. Sí hay funerales, pero no están asociados con el adelanto científico. Lo que sucede es que los viejos teóricos heredan tranquilamente sus paradigmas a sus fieles seguidores, más jóvenes y repletos de ideas sobre cómo mantener vigentes los viejos dogmas. Eso explica por qué la teoría de equilibrio general, el más rotundo fracaso desde el incendio del Hindenburg, sigue ocupando un lugar dominante en los planes de estudio de economía en el mundo entero. En realidad, la teoría de equilibrio general es el fracaso más exitoso de la historia.
El aforismo de Planck tampoco vale en macroeconomía. Antes de la obra de Keynes la idea dominante era que no había un problema macroeconómico; es decir, no había lugar para hablar de desempleo o de crisis. Pero si bien Keynes sacudió el plácido ambiente en el que se enseñaban estas ideas, la realidad es que las intuiciones de Keynes sobre la inestabilidad de las economías capitalistas nunca se consolidaron como paradigma científico. El prestigio y la popularidad de Keynes en 1936 era admirable, pero sus visiones no cristalizaron en un programa capaz de organizar el trabajo científico alrededor de sus principales percepciones.
La academia no tuvo que esperar el funeral de Keynes: desde que su Teoría general vio la luz, economistas como Hicks y Hansen se las ingeniaron para recuperar su discurso. Se hacían reverencias al genio del maestro, pero en la reinterpretación de su teoría se traicionaban sus enseñanzas. Se conservaba algo del vocabulario de Keynes, al tiempo que se colocaba todo en un modelo analítico distinto. Al morir Keynes en 1946 ya flotaba en el aire un paradigma keynesiano que no tenía nada que ver con su teoría. ¿La lección? Es más fácil recuperar ideas que esperar los funerales.
Hoy los planes de estudio de economía son objeto de un fuerte debate en muchas facultades de economía, pero no en la mayoría. El Instituto de Nuevo Pensamiento Económico, organización financiada por el especulador George Soros, promueve este debate con el fin de ampliar y acelerar el pensamiento económico capaz de conducir a soluciones para los grandes desafíos del siglo XXI. Recientemente ha dado a conocer su proyecto CORE de plan de estudios en economía (una descripción). El subtítulo señala que es necesario enseñar economía como si las últimas tres décadas sí hubieran ocurrido. De entrada, con ese horizonte temporal podemos decirle adiós a la historia del pensamiento económico. La verdad es que el nuevo programa se queda corto frente a lo que se necesita para la enseñanza en economía.
El currículo CORE ofrece una empobrecida visión de la historia económica y financiera en el mundo. El sustrato sigue siendo la noción de escasez, uno de los pilares del paradigma neoclásico. Se acompaña de una función de producción ‘bien portada’ y una función de bienestar en la que la desutilidad del trabajo juega un papel clave. Vaya, lo más rancio del arsenal neoclásico está ahora en el programa núcleo del instituto encargado de promover el... ‘nuevo’
pensamiento económico.
El programa CORE también presenta una interpretación del proceso de cambio técnico en las economías capitalistas basada en la idea de que los precios relativos son el incentivo más importante. Nada más obsoleto y engañoso como forma de explicación del dinamismo del capitalismo a partir de la innovación, todo aderezado con isocuantas y esquemas de minimización de costos.
Hay muchos aspectos de la propuesta CORE que han sido desacreditados en discusiones teóricas de los últimos cincuenta años. Sobrevivieron oleadas de funerales y hoy el INET las viste con nuevas prendas. Los ejemplos más escandalosos están en la teoría de la empresa, la dinámica de los mercados (donde se recogen temas que forman parte del paradigma de la teoría de equilibrio general) y la teoría monetaria y del ‘mercado de crédito’. En síntesis, pocos elementos nuevos y mucho material viejo y desacreditado.
Los enfoques que no estén inspirados en las ramplonerías del paradigma neoclásico no tienen cabida en el CORE. Ni Sraffa, ni Marx, ni un espacio para la muy importante escuela de pensamiento post-keynesiano. La crisis será vista siempre como un evento más o menos severo, pero sobre todo, como un episodio aislado y provocado por las fallas del mercado.
¿Habrá que esperar las exequias del INET y su CORE para poder pensar la reforma al plan de estudios en las escuelas y facultades de economía?
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