Grecia por enésima vez. Ha pasado un año desde que el país fuera rescatado de la quiebra y de nuevo se encuentra al borde del precipicio. Que esto haya podido ocurrir tiene una explicación muy sencilla: los griegos reciben los créditos, y, como los irlandeses y los portugueses, son obligados a cargar con el yugo del “rescate”. Un rescate otorgado con una condición: la de llevar a cabo una política de austeridad salvaje con el objetivo de reducir el déficit en tiempo récord. Y eso es lo que en la práctica ha hecho el gobierno griego, quien ha recortado en extensión y profundidad, reducido y saneado como ningún otro antes, con una creciente y enconada resistencia por parte de sus propios ciudadanos.
Con era previsible e inevitable una vez adoptados estos planes, Grecia se hunde aún más en la depresión: su Producto Interior Bruto (PIB) cayó un 4'8% en el 2010 y en el año en curso la economía griega se encogerá otro 3'5%. En consecuencia, crece el porcentaje de deuda y lo hace de manera drástica y sin descanso: si ahora supone el 158% del PIB, para el 2012 se espera que supere el 166%. En consecuencia, la reducción del déficit ha permanecido y permanece tras los objetivos marcados: tan buen punto fracasan los préstamos a Grecia, los precios de los credit default swaps (CDS) de los bonos griegos se disparan al alza y descienden los pulgares de las agencias de calificación.
Grecia está profundamente endeudada: no puede reestructurar sus préstamos –cerca de 340 mil millones de euros en circulación, de los cuales casi el 60% pagaderos en los tres próximos años, más de 30 mil millones de euros sólo en el 2012– en el mercado de capitales en tan poco tiempo. El primer préstamo-puente de 110 mil millones no alcanza: un segundo “rescate”, un nuevo crédito de ayuda de los países europeos queda mientras tanto en la columna del debe. Una vez más, “la broma” costará cerca de 120 mil millones.
Hace tiempo Grecia tuvo suerte. Pero la suerte llegó a su fin cuando los socialistas griegos ganaron las elecciones de 2009 e inmediatamente descubrieron que el gobierno anterior había dejado al país al borde de la quiebra. Apenas se hicieron públicas las manipulaciones se desató la campaña de los señores de los mercados financieros contra Grecia. En medio de la mayor crisis financiera mundial desde 1931 se presentó una oportunidad única para apostar a la bancarrota de un estado en el espacio del euro y obtener beneficios con ello. En esto se ha tenido éxito: la denominada crisis europea es de hecho un boyante negocio para unos cuantos actores de los mercados financieros.
Pero lo que unos ganan otros lo pierde: el triunfo político de los mercados financieros es tamaño escándalo que ensombrece a todos los demás. Toda Europa se mueve al ritmo que le marca los mercados financieros, de crisis en crisis, de un rescate al siguiente.
El fracaso de Berlín
Por lo que se refiere a la crisis financiera, nos encontramos aún a mitad del camino. Por doquiera, también en los Estados Unidos, planea el fantasma de Lehman Brothers: si Grecia cae en la bancarrota tendremos una crisis bancaria europea y luego, antes de que nadie se dé cuenta, un pánico financiero internacional, porque los inversores financieros se desharán rápidamente y en gran cantidad de los préstamos de todos los estados sobreendeudados (también el Reino Unido y los Estados Unidos). Los títulos de deuda estatales son sin embargo el pilar del sistema monetario y bancario internacional. Si son arrastrados a la crisis, todo el sistema financiero mundial se tambalea. De ocurrir, un rescate de 750 mil millones de euros no servirá de nada.
Este desorden tenemos que agradecérselo en buena medida al gobierno de la República Federal Alemana. Angela Merkel y Co. han barajado desde hace prácticamente un año y evitado toda solución clara: de creerse su dogma, uno puede salir de la crisis financiera a base de planes de austeridad. Pero la realidad ha atrapado más rápido a los doctrinarios de lo que jamás hubieran soñado. La troika, compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), ha reconocido a los griegos sus heroicos esfuerzos de austeridad, pero ni ellos ni los señores de los mercados financieros pueden engañarse y creer que Grecia no tiene problemas de liquidez puedan superarse que con inyecciones de dinero, porque el país está atravesado por un “problema estructural”. En otras palabras: Grecia está en la bancarrota, sin una reestructuración o una bancarrota del estado no saldrá ya de esta deuda.
Desde hace un año Merkel y compañía no se han dedicado a rescatar a Grecia ni tampoco al euro, sino a los acreedores privados del estado griego, esto es, a los bancos, aseguradoras y otros inversores financieros. Los miles de millones en impuestos de los contribuyentes destinados a los sucesivos rescates son transferidos directamente del ministerio de Finanzas griego a las cuentas de sus acreedores privados. Los bancos y aseguradoras aprovechan la oportunidad para deshacerse de los títulos de otros candidatos a la bancarrota. También los bancos alemanes han prometido solemnemente al gobierno alemán no vender préstamos griegos y, en la liquidación de los viejos, sustituirlos por otros nuevos mientras esté en marcha el programa de ayudas. Un programa abiertamente fracasado, pues aquéllos ya se han desecho de buen tercio de los títulos que tenían en Grecia. El BCE ha comprado 50 mil millones de estos préstamos como fianza para los créditos a los griegos y otros bancos han aceptado además préstamos del estado griego por valor de cerca de 150 mil millones de euros.
Todo esto no ha remediado la crisis financiera griega, sino que la ha agudizado. El peligro de una bancarrota del estado no ha sido conjurado, sino que es incluso mayor que antes. En los mercados financieros siguen alegremente las apuestas con el fantasma de la bancarrota del estado griego. Con una pequeña diferencia: en vez de bancos y aseguradoras quien ahora se encuentra en la primera línea –y cada vez más expuesto al peligro– es el contribuyente europeo, que habrá de soportar el riesgo de una quiebra del estado griego (e irlandés y portugués). Los mismos contribuyentes, pues, que ya financian el programa de ayudas y el rescate, rescatan a los acreedores privados el capital invertido en préstamos del estado griegos (e irlandeses, portugueses, etcétera) y hacen posible que se retiren a una orilla segura.
Insurrección en Atenas
Mientras tanto en Atenas la Tercera república se enfrenta a su peor crisis constitucional y de estado, con un gobierno incapaz de reaccionar. Los griegos se rebelan y salen a la calle a protestar en masa contra la política de austeridad que contra ellos decreta la Unión Europea. Después de 14 meses de esta política sin piedad, la rabia de los ciudadanos griegos no se deja ya aplacar por nada. De celebrarse nuevas elecciones, el gobierno actual sería barrido como ocurrió antes en Irlanda y Portugal. Para el ciudadano medio griego, para el asalariado tanto como el parado, para los pensionistas y las amas de casa, para todos los que, en definitiva, no cuentan para nada para la clase capitalista y los acomodados, las “medidas de saneamiento” dictadas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional han supuesto una reducción sin precedentes de sus ingresos reales de entre el 20 y el 25 por ciento. Los griegos sacan su dinero de las cuentas bancarias en masa e incluso huyen de los centros urbanos al campo para poder sobrevivir. Mientras tanto, quienes poseen el dinero lo ponen en buen recaudo en el extranjero. Puede imaginarse cómo reaccionaría ante algo así el “ciudadano enfadado” (Wutbürger) alemán.
Sin embargo, los pulgares vuelven a apuntar al suelo y se acuerda un nuevo paquete de ayudas cuyas condiciones son todavía más duras que las de la primera ronda. Ninguno de los muy conocidos problemas estructurales de la economía griega se resolverá con él, como ocurriera ya en la primera ocasión: ni la corrupción, ni el clientelismo ni la debilidad estructural del altamente ineficiente sistema impositivo. El presupuesto militar griego sigue siendo, hoy como ayer, absurdamente alto, de lo cual se aprovecha la industria bélica europea, especialmente la alemana y la francesa.
Después de que las agencias de calificación degradaran el bono de Grecia a la condición de basura o CCC (justo antes de la proclamación de la bancarrota del estado), la troika compuesta por la Comisión Europea, el BCE y el FMI ha exigido una nueva e incluso más elevada dosis de la misma política que ha fracasado ya estrepitosamente. Esta vez se ha salpimentado con un amplio programa de privatizaciones: el estado griego deberá poner en venta más de 50 mil millones de euros, las participaciones del estado en ferrocarriles, puertos, aeropuertos, infraestructuras municipales y el suelo público, que deberán venderse a inversores privados extranjeros. Jean Claude Juncker incluso ha presentado como modelo el del trust alemán, ¡menudo presagio!
Cierto: Grecia es un estado clientelista, el sector público cuenta en parte con presupuestos inflados de manera absurda, y florece un próspero nepotismo, características, todas ellas, que necesitaban urgentemente una remodelación general. Pero una reforma del tipo que ahora el estado griego se apresura a hacer, una caótica acción de privatización impuesta desde fuera, posiblemente sólo inyectará de inmediato unos cuantos miles de millones en el erario público mientras seguirán los sufrimientos de los griegos, pues con ello pierden mucho más que su dinero: su democracia y su soberanía política.
Última salida: la bancarrota del estado
Por eso es sólo una cuestión de tiempo cuándo terminará por desplomarse el gobierno griego. Con todo, todos y cada uno de los gobiernos que le sigan se verán expuestos a los dictados de los acreedores extranjeros. A los griegos les queda tan sólo la esperanza de un final con susto: declararse en bancarrota. Lo que les dejaría con otros 120 mil millones de euros en créditos de ayuda aunque prolongados, pero no evitables a largo plazo. Así las rondas de negociación se suceden frenéticamente en Bruselas, Atenas y Luxemburgo, sólo que ahora versan sobre las circunstancias de la reestructuración, esto es, el aspecto del “corte de pelo”, que tendrá lugar inevitablemente si se quiere evitar un colapso a là Lehman Brothers.
Tanto Grecia como Irlanda y Portugal necesitan de hecho mucho más que una mera reestructuración de deuda. Sólo una verdadera reforma económica, un “Plan Marshall”, daría con la medida del problema.
El gobierno federal echa mano mientras tanto de los tópicos de barra de bar y la economía vulgar, que en la prensa de masas se deja oír con fuerza. Para Angela Merkel y [el ministro de finanzas] Wolfgang Schäuble se trata solamente de hacer digerible para sus propios seguidores la contribución alemana a un segundo rescate. El BCE y el FMI, siendo como son los principales acreedores de Grecia, se defienden contra toda posibilidad de reestructuración, pues en ese caso, como ocurre con los acreedores privados, deberían dar por perdidos del 50 al 80%. Una pérdida como ésta también pondría en apuros a muchos grandes bancos europeos. Por ello los banqueros, con el Deutsche Bank –para quien su presidente, el señor Ackermann, el gobierno federal responde solícitamente– a la cabeza, intentan ganar tiempo y proponen un posible cambio en la reestructuración para que se trate de una reestructuración simbólica y completamente “voluntaria”, que debería ofrecer nuevamente a los inversores la oportunidad de deshacerse de los bonos basura griegos.
Pero ya lo hagan rápidamente o vacilando, suavemente o de golpe, siguiendo el “modelo vienés” o “la solución argentina”, será el ciudadano común de Europa quien haya de correr con los gastos, tanto los financieros como políticos. Los daños políticos de la crisis financiera para Europa, para el proyecto de la Unión Europea, son inmensos. Los actores políticos deben ahora decidir si quieren doblar la cerviz y continuar siguiendo el dictado de los mercados financieros, presos del terror de la economía vulgar y la opinión privada un puñado de analistas al servicio de las agencias de calificación. En juego está nada menos que el futuro de la democracia en Europa.
Sin una política económica y financiera común, sin los fundamentos al menos de un estado social transnacional, la comunidad económica europea no durará mucho. Por el momento son los señores de los mercados financieros quienes ordenan una nueva forma de servidumbre colectiva para los griegos. Para los ciudadanos de Europa, lo que sospechan también los ciudadanos de la República federal, lo que está en juego, es el descontento hacia las propias élites, que apuestan con el futuro de la Unión, ya omnipresente. De lo que se trata empero es de dar a este descontento un significado, un objetivo y una dirección. De no hacerlo, la idea europea perecerá bajo la lucha entre nacionalismos y los populismos de derechas y de izquierdas.
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