Orlando Delgado Selley, La Jornada
Los banqueros centrales acostumbran a reunirse varias veces al año. Presumen de su capacidad para ponerse de acuerdo y de la coordinación que existe entre ellos. Esa capacidad los diferencia de los ministros de finanzas, que normalmente difieren de lo que debe hacerse. No hay que olvidar que muchos bancos centrales gozan de autonomía que les fue otorgada por los poderes electos. Pero no responden a esos poderes, sino a lo que les parece adecuado. Se piensan infalibles, pero no lo son. La crisis iniciada en 2007 lo ha demostrado palmariamente.
Durante años se dedicaron a perseguir que los precios no aumentaran por encima de lo que ellos mismos decidieron que debían incrementarse. Olvidaron que estabilidad de precios no significa estabilidad macroeconómica. Olvidaron también que la acumulación de deuda de empresas y hogares puede resultar peligrosa para los bancos, el sistema financiero y para toda la economía. Tenían razones teóricas que sostenían ese desempeño, las que también fueron cuestionadas por la crisis financiera de 2007. Se han empezado a convencer de la necesidad de supervisar el funcionamiento de los bancos.
En la reunión de Jackson Hole celebrada hace un mes, banqueros centrales de las principales economías debatieron junto con académicos del stablishment los desafíos macroeconómicos para la próxima década. En la apertura del encuentro Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal, advirtió que la crisis no está superada y que está listo para actuar con las herramientas disponibles. Su discurso estuvo en clara sincronía con la intervención de Carmen y Vincent Reinhart (After the Fall, The Federal Reserve Bank of Kansas City Jackson Hole Symposium, Macroeconomic Challenges: the decade ahead, august 26-28, 2010).
Los Reinhart ofrecieron evidencia sobre lo que ocurrió con el PIB, desempleo, inflación, crédito bancario y precios de los bienes inmuebles después de todas las crisis económicas ocurridas en el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, incluyendo la crisis del 29. Sus resultados muestran que las tasas de crecimiento del PIB han sido sensiblemente menores en la década siguiente al acontecimiento crítico. En esa década posterior las tasas de desempleo han sido significativamente superiores (alrededor de 5 puntos porcentuales) a la década precedente. En el precio de los bienes raíces la situación ha sido peor: entre 15 y 20 por ciento menor que en los años previos.
Las implicaciones políticas de lo ocurrido en todas las crisis anteriores es evidente. Es altamente probable que lo que pasó después de las crisis anteriores ocurrirá también en ésta. En consecuencia, tiene que enfrentarse el hecho de que las dificultades económicas permanecerán durante los próximos siete a ocho años. No hay evidencia, como algunos suponen, que indique que las grandes economías volverán pronto a las condiciones de antes de la crisis. La política económica tiene que incorporar este desafío.
Sería un craso error que los bancos centrales siguieran ocupados exclusivamente de la estabilidad de precios. La asociación entre la caída del producto y la tasa de desempleo es indudable. Lo que importa, en consecuencia, es lo que hagan los políticos. Los Reinhart advierten: "Un patrón en las fallas de política ha sido asumir que los choques negativos son temporales cuando fueron, como se mostró después, permanentes (o al menos, muy persistentes)". La permanencia de condiciones negativas afectará el desempeño de las economías. No es tiempo de que los gobiernos retiren los estímulos. Por el contrario, como ha planteado la administración de Barack Obama, hace falta incluso incrementarlos.
Nuestro banquero central habrá informado a su jefe sobre la evidencia económica presentada en Jackson Hole o sólo se lo dijo a su junta de gobierno, que son los propios funcionarios del Banco de México. Convendría que de no haberlo hecho lo haga, y que si lo hizo insista en que es urgente que se modifique la política económica. La economía del país y sus habitantes se lo agradeceremos.
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