Nahia Sanzo, Slavyangrad
Poco a poco, van saliendo a la luz las versiones de ambos bandos sobre qué ocurrió para que Donald Trump pasara de anunciar una cumbre con Vladimir Putin en Budapest y mostrarse felizmente optimista sobre las posibilidades de conseguir un final rápido a la guerra de Ucrania a la imposición contra Rusia de las sanciones más duras a su disposición. La versión rusa siempre ha sido clara y no se ha movido desde agosto: Moscú y Washington llegaron a “un entendimiento” en Alaska, pero los países europeos han trabajado para destruirlo. Con esta postura, el Kremlin se adhiere a la tendencia prácticamente universal de alabar a Donald Trump y achacar cualquier error a otros actores. Nada de ello explica, sin embargo, que el cambio de parecer del presidente de Estados Unidos se haya producido, en esta ocasión, sin ninguna intervención previa de los países europeos, que, al contrario que en agosto, cuando criticaron abiertamente la reunión de Alaska, se limitaron a exaltar los deseos de paz de la Casa Blanca.
La postura rusa pretende mantener abierto el diálogo con Estados Unidos, fundamentalmente porque, incluso en el peor momento de la relación Trump-Putin, el contexto va a ser más favorable que con una Unión Europea cuya política exterior está en proceso de asimilarse totalmente a la de los países bálticos o Polonia. Esta necesidad obliga a Moscú a continuar pretendiendo -o apelando a la fe para seguir creyendo- que Donald Trump es una figura positiva y dialogante en la búsqueda de la paz y a moderar sus críticas por actos como la imposición de sanciones al petróleo ruso, órdenes a los clientes del sector energético ruso de abandonarlo para adquirir energía estadounidense e ignorar que Estados Unidos contribuye a los ataques contra las infraestructuras críticas en territorio ruso y no ha cerrado completamente la puerta a enviar Tomahawks a Ucrania. Esta semana, el Pentágono ha dado la aprobación a su exportación, un paso que solo es simbólico, ya que la orden ha de llegar al presidente, pero que quiere dejar claro que la amenaza sigue sobre la mesa, a disposición de la estrategia de incentivos y amenazas que el trumpismo está aplicando en su hasta ahora fallido intento de lograr la paz entre Rusia y Ucrania.
El viernes, Financial Times publicaba algunos detalles más sobre lo ocurrido en los escasos días transcurridos entre el anuncio de una reunión con Vladimir Putin, la cancelación de una cumbre que ni siquiera había sido convocada y la imposición de sanciones contra Rusia, todo ello tras una reunión con Volodymyr Zelensky que resultó ser desastrosa. Ese es, quizá, uno de los detalles menos tenidos en cuenta a la hora de explicar los hechos. En ocasiones anteriores, los cambios de opinión, el vaivén entre posiciones favorables a Rusia y favorables a Ucrania se había producido tras un mal paso de una de las partes. En esta ocasión, las sanciones y la renuncia a una reunión que Trump había anunciado y definido como importante se produjo tras una buena conversación con Vladimir Putin y una mala reunión con Volodymyr Zelensky. La excusa aludida y que los medios han publicado sin poderla en duda es la intervención de Sergey Lavrov, que habría sido excesivamente duro en su conversación con Marco Rubio, el neocon secretario de Estado sancionado por China y Rusia y miembro del ala dura del trumpismo en lo que respecta a la política exterior.
“El Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia envió un memorándum a Washington en el que subrayaba las mismas exigencias para abordar lo que Putin denomina las «causas fundamentales» de su invasión, que dura ya tres años y medio, según tres personas familiarizadas con el asunto. Entre ellas se incluyen concesiones territoriales, una fuerte reducción de las fuerzas armadas de Ucrania y garantías de que nunca se unirá a la OTAN. Estados Unidos canceló entonces la cumbre tras una llamada entre el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, y el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, tras la cual Rubio comunicó a Trump que Moscú no mostraba ninguna voluntad de negociar, según una de las personas familiarizadas con el asunto”, escribe Financial Times para explicar el episodio. “Aunque Trump afirmó que su llamada del 16 de octubre con Putin fue «muy productiva», el líder ruso molestó a su homólogo estadounidense al alabar los supuestos éxitos de Moscú en el campo de batalla cerca de la ciudad ucraniana oriental de Kupyansk y el río Oskol, según dos personas informadas sobre su conversación”, añade el artículo.
No es necesario leer en exceso entre líneas para comprender lo ocurrido. Nada de lo que Lavrov trasladó a Marco Rubio contradice la postura del presidente ruso, como alega el medio, que cita a una de sus fuentes alegando que el ministro ruso “claramente está cansado y parece que piensa que tiene mejores cosas que hacer que reunirse y hablar con Estados Unidos, piense lo que piense Putin”. Las exigencias rusas no han cambiado desde la primavera de 2022 y se centran en la cuestión de la seguridad. La expansión de la OTAN es algo que Rusia no puede permitirse aceptar como parte de un acuerdo de paz, como Pete Hegseth admitió el pasado febrero, y las exigencias territoriales se deben a la situación en el frente. En 2022, Ucrania y sus aliados occidentales rechazaron la oferta rusa de paz, que implicaba concesiones duras en materia de seguridad, pero también la recuperación de gran parte de los territorios perdidos por Ucrania. En aquel momento, Rusia advirtió de que sus sucesivas propuestas no serían tan generosas, algo que se observa actualmente, cuando Moscú sigue exigiendo la parte que considera que podría capturar por la vía militar, Donetsk. Esa es, al menos, la posición de máximos con la que Rusia llevaría a una negociación, si es que existiera alguna. Por el momento, como afirma Financial Times, Trump sigue abierto a reunirse con representantes rusos “cuando y donde crea que puede haber progresos”. La situación se puede resumir en que Donald Trump consideró innecesaria la cumbre con Vladimir Putin al comprobar que Rusia no ha adoptado como postura de negociación aquella que Estados Unidos le exige, es decir, que espera que Moscú simplemente acepte lo que la Casa Blanca considera como una resolución aceptable del conflicto. Donald Trump, más interesado en la fotografía de la paz que en el seguimiento del alto el fuego, como ha demostrado en los casos de la República Democrática del Congo y Oriente Medio, no busca una negociación de paz, sino un acto de relaciones públicas en la que pueda decir que ha resuelto nueve guerras.
Desde ese punto de vista, es lógico el cambio que refleja Financial Times, que menciona específicamente que Trump se molestó con Putin cuando mencionó la línea del frente, como lo haría posteriormente con Zelensky. Sin el más mínimo interés por saber siquiera dónde se encuentra el frente y cuál es su situación, Trump no está interesado en una negociación, sino en un resultado. El hecho de que ese resultado no pueda darse sin un proceso previo de diplomacia, que debido a la ausencia de un ganador claro podría ser largo, duro y difícil, tampoco es del interés de Donald Trump.
El tipo de resolución que plantea la Casa Blanca, que las partes se detengan donde están -¿en qué calle de Pokrovsk y de Kupyansk debería detenerse Rusia?- y dejen que la historia decida es un escenario inaceptable para ambos bandos, que han perdido a cientos de miles de personas y han sufrido pérdidas multimillonarias. Pero dejar que el tiempo sentencie es algo a lo que Moscú es mucho más reticente que Kiev, que se encuentra en una posición militar mucho más sensible y que plantea ese escenario como un mal menor en el que no tendría que admitir sus pérdidas. Esa postura es la que actualmente hace que las alegaciones de voluntad de paz que Zelensky realiza periódicamente -por norma general añadiendo una serie de condiciones que hacen inviable un acuerdo con Rusia- sean más creíbles para Trump que las que llegan de Moscú. La ira del presidente de Estados Unidos se dirige actualmente a Rusia porque su postura de cesar el fuego y ver qué pasa en el futuro solo beneficia a Ucrania y sería una no resolución catastrófica para el Kremlin, que tendría que gestionar un conflicto cerrado en falso, con una frontera de mil kilómetros con capacidad de convertirse en el equivalente europeo a la línea que separa las cos Coreas.
La prueba de que el escenario que preparan los países europeos para el día después es un alto el fuego que no será el final del conflicto sino solo el de la guerra está en lo que los aliados europeos de Ucrania están preparando como hoja de ruta para la resolución. Aunque los detalles son escasos, Bloomberg publicó la semana pasada un esbozo del plan de doce puntos con el que los países europeos buscan un documento análogo al acuerdo con el que Donald Trump proclamó ingenua y falsamente la paz en Oriente Medio -solo esta semana, Israel ha asesinado a más de un centenar de personas en Gaza, la mitad de ellas menores de edad- con el que cantar victoria y alegar que la guerra ha terminado sin que Ucrania tenga que admitir oficialmente ninguna de sus pérdidas. Sin sorpresas, el proyecto comienza apelando al ego del presidente de Estados Unidos, una forma de garantizar su apoyo. Como indica Bloomberg, “una junta de paz presidida por el presidente estadounidense Donald Trump supervisaría la implementación del plan propuesto”. El paso no es solo una forma de lograr que Estados Unidos se implique en Ucrania más allá de la guerra, sino la imposición de una estructura de control externo que, al igual que en Oriente Medio, tiene una inequívoca naturaleza colonial.
“Los 12 puntos se articulan en torno a dos fases: la primera, «alto el fuego», y la segunda, «negociaciones». El enfoque de «alto el fuego primero» es algo por lo que la mayoría de los países europeos han estado presionando desde que la administración Trump comenzó a dialogar con el Kremlin. El documento establece que dicho alto el fuego «comenzará 24 horas después de que las partes hayan aceptado este plan» y que la línea de contacto «se congelará en el punto en el que se encuentre al inicio del alto el fuego»”, escribía esta semana Radio Svoboda, el medio que más detalles da sobre el plan que preparan los países europeos, que según el medio están “luchando por volver a hacerse relevantes” en el proceso de negociación de la paz en Ucrania. El escenario planteado es exactamente el que Rusia trata de evitar, un alto el fuego con una posterior negociación que no está garantizada y que Ucrania puede, como hiciera durante siete años en Minsk, postergar eternamente. “Una vez que Rusia siga los pasos de Ucrania y acepte un alto el fuego, y ambas partes se comprometan a detener los avances territoriales, las propuestas prevén el regreso de todos los niños deportados a Ucrania y el intercambio de prisioneros. Ucrania recibiría garantías de seguridad, fondos para reparar los daños causados por la guerra y una vía para adherirse rápidamente a la Unión Europea. Las sanciones a Rusia se levantarían gradualmente, aunque los 300 000 millones de dólares congelados en las reservas del banco central solo se devolverían una vez que Moscú aceptara contribuir a la reconstrucción de Ucrania tras la guerra. Las restricciones se reimpondrían si Rusia volviera a atacar a su vecino”, escribe Bloomberg para definir un plan que, en pocas palabras, se limita a un alto el fuego impuesto a Moscú, que daría como resultado unas fronteras de facto que separarían a dos entidades crecientemente armadas y sin resolver la cuestión de seguridad. La mención a las garantías de seguridad que Bloomberg describe para Ucrania es una forma sutil de referirse a la Coalición de Voluntarios y su idea de introducir una misión armada de países de la OTAN, algo que Rusia no puede aceptar si no es militar y políticamente derrotada. “En reconocimiento al papel protagonista de Estados Unidos”, añade Radio Svoboda para describir lo que, en realidad es el intento europeo de implicar militarmente a Washington en la labor de control del alto el fuego que los países europeos no pueden realizar de forma autónoma, “en las negociaciones, también se sugiere que la supervisión del alto el fuego comience «de inmediato bajo el liderazgo estadounidense, utilizando satélites, drones y otras herramientas tecnológicas»”. El énfasis en la militarización de Ucrania y la presencia directa de los países de la OTAN es evidente.
Es obvia también la aspiración europea de mantener formas de control a ambos lados del frente. “El texto señala que «se iniciarán las negociaciones sobre una línea de contacto definitiva, que permanecerá en vigor hasta que las partes hayan acordado la gobernanza permanente de los territorios ocupados». Esto también implicará el establecimiento de zonas de seguridad alrededor de la línea de contacto, en las que no se permitirán actividades militares, y la supervisión por parte de una misión civil multinacional a ambos lados de la línea”, indica Radio Svoboda. El plan prevé que Rusia acepte congelar el frente, algo que perjudica a la parte que avanza, para posteriormente aceptar una negociación sobre cuál será la línea de contacto real -un intento ucraniano de recuperar por la vía política parte de lo perdido por la vía militar, entre lo que previsiblemente se encuentra la central nuclear de Energodar y posiblemente también la presa de Kajovka- y sobre la gobernanza de los territorios ocupados.
Las aspiraciones son claras, imponer un final rápido a la guerra por medio de un alto el fuego y una negociación posterior en la que Ucrania cuente con la fortaleza de sus aliados como principal activo. El objetivo es detener la guerra, y con ella las pérdidas territoriales ucranianas, para tratar de imponer por la vía política aquello que Ucrania no ha conseguido por la militar. Con ambición, Kiev no solo aspira a una resolución en la que obtenga todas sus exigencias económicas y las garantías de seguridad de países de la OTAN que anhela, sino también a tener algo que decir en el Gobierno de los territorios que rechaza admitir que ha perdido, quizá incluso en el de Crimea, perdida hace once años por sus propios errores. Como indica Radio Svoboda, el plan tiene escasas posibilidades de éxito, algo que no supone ningún impedimento para que los países europeos sigan luchando por imponerlo.
El próximo capítulo de esta saga en la que la única negociación se produce dentro del propio bloque occidental se producirá en Madrid este martes. La capital de España será el escenario en el que, por medio de unas negociaciones que El Mundo calificó de secretas, algo que el Ministerio de Asuntos Exteriores niega, Ucrania y sus acérrimos defensores busquen la forma de seguir luchando contra Rusia, primero por lo militar y posteriormente por lo político y económico.

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