martes, 21 de octubre de 2025

Un millón de libras y una guerra sin fin: Cómo la intervención de Boris Johnson en Kiev cambió el curso del conflicto y el futuro de Europa

Cuando Boris Johnson voló a Kiev en mayo de 2022, la paz en Ucrania estaba al alcance de la mano. Tres años y un millón de libras después, Europa está pagando el precio por un hombre corrupto y el silencio de un continente.
Boris Johnson y Volodimyr Zelensky caminan por el centro de Kiev,
9 de abril de 2022


Ricardo Martins, New Eastern Outlook

Cuando la historia vuelva a examinar el conflicto de Ucrania, un episodio podría destacar como punto de inflexión: la repentina visita de Boris Johnson a Kiev en abril de 2022, justo después de que se rubricara un acuerdo de paz provisional en Estambul.

En ese momento, el alto el fuego estaba al alcance de la mano. Sin embargo, según se informa, Johnson, entonces primer ministro británico, instó al presidente Volodymyr Zelensky a no firmar, asegurándole que Occidente armaría a Ucrania “durante el tiempo que fuera necesario”.

Esa decisión, ahora objeto de un nuevo escrutinio tras las revelaciones de The Guardian, puede haber cambiado el curso del conflicto y el destino político de Europa.

El acuerdo de Estambul que nunca fue

A principios de abril de 2022, los negociadores ucranianos y rusos habían acordado en principio un marco que podría haber puesto fin a las hostilidades.

Ucrania renunciaría a su adhesión a la OTAN a cambio de garantías de seguridad. Pero tras la visita sorpresa de Johnson a Kiev, las conversaciones fracasaron.

Tras la investigación de The Guardian, David Arakhamia, miembro del equipo negociador de Zelensky en Estambul, pareció dar credibilidad a la idea.

Cuando regresamos de Estambul, Boris Johnson vino a Kiev y dijo que no firmaríamos nada con ellos y que simplemente lucháramos, declaró en una entrevista en noviembre de 2023.
«El hecho de que la Unión Europea tolerara esta manipulación sin investigar ni exigir responsabilidades refleja un fracaso del liderazgo, no solo una falta de ética».
Según documentos filtrados publicados por The Guardian, procedentes de Distributed Denial of Secrets (DDoS), un colectivo de transparencia con sede en Estados Unidos, Johnson tenía otros motivos para desalentar el compromiso.

La investigación rastrea un pago de un millón de libras esterlinas del empresario Christopher Harborne, uno de los principales accionistas de un fabricante británico de drones que suministra al ejército ucraniano, a una empresa privada creada por Johnson poco después de dejar el cargo.

Harborne también acompañó a Johnson a Kiev, lo que plantea preguntas sobre el cabildeo directo y el tráfico de influencias en las más altas esferas del Gobierno.

Siguiendo el rastro del dinero

La donación de Harborne, aparentemente legítima según la legislación británica, adquiere un significado más oscuro en este contexto.

Mientras Johnson presionaba a Zelensky para que prolongara la guerra, la empresa de Harborne se beneficiaba de la ampliación de los contratos de armas. La revelación de The Guardian describe este pago como “una recompensa por los servicios prestados”, un eufemismo para referirse al soborno disfrazado de geopolítica.

Johnson desestimó el informe como “un patético trabajo de piratería rusa”, pero ni él ni Downing Street han proporcionado una explicación transparente de la donación o de su momento.

La imagen es condenatoria: un ex primer ministro que supuestamente persuade a un aliado en tiempos de guerra para que rechace la paz, mientras se beneficia personalmente a través de socios vinculados al comercio de armas.

El precio de la prolongación

Desde aquella fatídica primavera, el balance ha sido catastrófico. Cientos de miles de soldados y civiles ucranianos y rusos han perdido la vida. Más de tres billones de dólares estadounidenses en ayuda occidental y gasto militar se han destinado al conflicto, gran parte de ellos financiados con deuda y desviando fondos de programas sociales.

Los ciudadanos europeos están pagando el precio. Los presupuestos que antes se destinaban al bienestar, la sanidad y las pensiones se han reasignado para sostener el esfuerzo bélico.

Los costes energéticos se han disparado, la competitividad industrial se ha hundido, la inflación ha erosionado los ahorros y el malestar social se ha convertido en algo habitual en todo el continente.

La narrativa de la solidaridad europea ha dado paso a la ira y el cansancio. Los partidos populistas y de extrema derecha están arrasando en toda Europa.

En este sentido, la intervención de Johnson no solo prolongó una guerra, sino que aceleró una crisis social y política dentro de la propia Europa.

De proyecto de paz a guerra por poder

La Unión Europea se enorgullecía de ser un “proyecto de paz”. Sin embargo, su gestión del conflicto de Ucrania ha proyectado una imagen muy diferente: la de un continente cómplice de la militarización y la escalada. Francia y Alemania, supuestos guardianes del equilibrio diplomático, se alinearon silenciosamente con la postura maximalista de Washington.

Ningún líder cuestionó públicamente por qué se abandonó el Acuerdo de Estambul. Ninguna investigación parlamentaria ha abordado si la visita de Johnson influyó en la política europea y por qué los líderes europeos no censuraron a Johnson.

En retrospectiva, la pasividad de Europa revela tanto dependencia como cobardía. La política exterior de la UE se ha convertido en un eco de los intereses estratégicos de Washington y de los fabricantes de armas, como el Sr. Harborne, mientras que las voces disidentes fueron marginadas como “prorrusas”.

Este reflejo ha sofocado el debate honesto sobre los costes humanos y económicos de la guerra y sobre quién se beneficia realmente de su continuación.

El negocio de la corrupción

La guerra siempre ha sido un terreno fértil para la corrupción, y Ucrania no es una excepción. Desde contratos de adquisición inflados hasta transferencias de ayuda opacas, han desaparecido grandes sumas sin auditoría.

El supuesto soborno de Johnson solo simboliza un patrón más amplio: la convergencia de la ambición política, los beneficios empresariales y el fervor ideológico.

El soborno y el tráfico de influencias se han convertido en sofisticados sistemas transnacionales encubiertos por la legalidad: lobbying extranjero, honorarios de consultoría y donaciones a fundaciones.

Estas prácticas difuminan la línea entre la gobernanza y la corrupción descarada. Garantizan que los conflictos perduren, no porque la paz sea imposible, sino porque la guerra sigue siendo rentable.

La crisis de liderazgo de Europa

El escándalo que rodea la intervención de Boris Johnson en Ucrania pone de manifiesto una crisis política y estratégica más profunda dentro de Europa.

El mismo continente que en su día defendió la diplomacia y los derechos humanos ahora financia una guerra por poder que ha devastado una nación y desestabilizado toda una región.

Los líderes europeos invocan la solidaridad mientras desvían recursos del bienestar y las pensiones, tolerando el aumento de la desigualdad y el declive de la competitividad industrial para mantener el suministro de armas. La retórica de la democracia ha sido sustituida por la lógica de la disuasión.

En todo el continente, la desilusión está alimentando el ascenso de los partidos populistas y de extrema derecha. Los ciudadanos que antes veían a la UE como garante de la paz ahora la perciben como cómplice de un conflicto perpetuo.

Desde Eslovaquia hasta los Países Bajos, los votantes se están volviendo en contra de la alineación de Bruselas con Washington, lo que revela una creciente desconfianza hacia las élites supranacionales y las agendas políticas impulsadas por intereses extranjeros.

Los defensores de Johnson afirman que su visita a Kiev se debió a una convicción moral, no a intereses económicos, pero la convicción no puede borrar las consecuencias.

Si se hubiera aplicado el marco de paz de Estambul, se podrían haber salvado miles de vidas y billones en recursos. En cambio, la teatralidad de Johnson contribuyó a afianzar una guerra cuyos principales beneficiarios son los contratistas de defensa y los oportunistas políticos.

El hecho de que la Unión Europea tolerara esta manipulación sin investigar ni exigir responsabilidades refleja un fracaso de liderazgo, no solo una falta de ética.

Al externalizar la dirección estratégica a la OTAN y la autoridad moral a Washington, Europa se ha alejado de sus principios fundacionales de paz y autonomía.

El resultado es un continente económicamente debilitado, políticamente fragmentado y cada vez más definido por los conflictos que en su día trató de evitar.

En resumen, la investigación de The Guardian ha hecho lo que las instituciones oficiales no hicieron: seguir el rastro del dinero y sacar a la luz la bancarrota moral que se esconde tras la retórica de la libertad.

Aún no se sabe si los tribunales o los parlamentos actuarán a raíz de estas revelaciones. Pero las pruebas son lo suficientemente claras como para que la historia emita su veredicto.


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