Nahia Sanzo, Slavyangrad
“Trump ama a los vencedores, por eso se ha puesto del lado de Ucrania”, afirmó, con toda su arrogancia el ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, Radek Sikorski, marido de la propagandista Anne Applebaum -conocida en el pasado por abogar por “matar al mensajero”, los periodistas palestinos- y por su obsesión anticomunista y antirrusa- y recordado por celebrar con un “gracias, Estados Unidos” el atentado contra el Nord Stream. Los halcones vuelven a sonreír ante la certeza de que la guerra no solo no se dirige, como temieron la semana de la cumbre de Alaska, hacia un acuerdo entre Estados Unidos y Rusia, ni siquiera al alto el fuego que aceptaron a regañadientes cuando no lo querían, sino a un notable empeoramiento. Sin definir del todo qué es ganar, concepto que es preciso dejar abierto para poder defender que ha habido una forma de victoria acabe como acabe la guerra, diplomáticos como Sikorski se aferran a esa idea para atraer a Donald Trump, vanidoso, competitivo y actualmente manipulado por una versión de la guerra que no se corresponde con la realidad.
El cambio de opinión del presidente de Estados Unidos, sea legítimo o la estrategia de negociación que apuntaban la semana pasada varios medios, es propicio tanto a un fuerte aumento de los ataques en la retaguardia como a ejercer la labor de lobby belicista con el mayor ahínco posible. Ambos escenarios están dándose ya de forma paralela y coordinada. “Una respuesta estrictamente simétrica a los ataques de Rusia a la infraestructura y a su terror acelerará el camino hacia el fin de la guerra. El precio para Rusia será alto: sentirá las consecuencias de su estrategia militar, basada en matar civiles. Ya no estamos en 2022 con terror aéreo”, escribió ayer Andriy Ermak. El jefe de la Oficina del Presidente se jactaba de los ataques ucranianos contra refinerías rusas, que en realidad no son un ojo por ojo a raíz de los bombardeos del domingo ni de las últimas semanas, sino que comenzaron hace meses. Como ha admitido Zelensky, Rusia protege su industria militar, por lo que Kiev se ha centrado en minar el potencial económico ruso. Lo ha hecho de tal manera que no le ha importado dañar oleoductos clave en el suministro de petróleo de algunos de sus propios aliados de la Unión Europea, a los que exige asistencia militar, económica y energética y paga esa ayuda privándole de recibir la propia.
“A partir de hoy, no habrá ningún lugar seguro en Rusia: las armas de Ucrania llegarán a cualquier instalación militar rusa”, se jactó ayer el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Andriy Sibiha horas después de que se confirmara el uso de misiles de largo alcance -ciertas fuentes apuntan a ATACMS estadounidenses y otras a Neptunes ucranianos- en los ataques de la noche del domingo al lunes en el oblast de Bryansk, donde Kiev atacó una fábrica especializada en la producción de conectores eléctricos, cables, componentes electrotécnicos y equipos de guerra electrónica. Sin pensar en si el aumento de los bombardeos a la retaguardia rusa va a suponer un incremento también en los ataques rusos contra Ucrania, que Kiev posteriormente utilizará para justificar más suministro militar y una aún mayor escalada, el equipo de Zelensky anuncia lo que ya parece escrito, el retorno a la estrategia de empeorar al máximo la guerra con la esperanza de que Rusia desista.
El argumento está basado en la exageración de la debilidad militar, económica y social rusa y en la falacia de que Moscú rechaza negociar con Ucrania, opción que nunca se le ha ofrecido y que Kiev rechaza. Así lo demuestran las conversaciones de Turquía y el juego de Zelensky sobre la negociación con Vladimir Putin. En las conversaciones que han mantenido en Estambul las delegaciones de Rusia y Ucrania, el propio presidente ucraniano ha confirmado su orden de no negociar aspectos políticos más allá de la aceptación del alto el fuego que el ultimátum europeo pretendía ingenuamente imponer. Como opción de compromiso, consciente de que nada puede resolverse, ni siquiera negociarse, en una reunión de presidentes en la que no hay siquiera una hoja de ruta que negociar, Zelensky propone una cumbre con su homólogo ruso en la que participe también Donald Trump. El presidente ucraniano exige que Vladimir Putin acepte ese encuentro y afirma estar dispuesto a esa reunión de forma incondicional. Sin embargo, el presidente ucraniano acostumbra a añadir posteriormente que primero ha de conseguir que Occidente defina las garantías de seguridad que se compromete a dar a Ucrania más allá de la guerra. Para Kiev, la negociación prioritaria nunca ha sido con Rusia, sino con sus aliados occidentales, a los que posteriormente les exige que, independientemente del resultado de la guerra, consigan para Ucrania aquello que se ha acordado.
“Nosotros, los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, Alemania y Polonia, reafirmamos nuestra unidad y nuestra determinación inquebrantable de defender la paz, la seguridad y los valores fundamentales comunes de Europa frente a la guerra de agresión que está librando Rusia. Las recientes violaciones del espacio aéreo polaco, rumano y estonio han sido actos imprudentes y hostiles, así como una escalada inaceptable que amenaza la estabilidad regional y europea. Condenamos estas provocaciones y exhortamos a la Federación de Rusia a que cese tales acciones, ponga fin de inmediato a su guerra de agresión contra Ucrania y entable negociaciones de paz en los términos acordados con Kiev”, escribía ayer el comunicado conjunto de los jefes de la diplomacia de los tres países, que exigen a Rusia que inicie unas negociaciones según unos términos que ni siquiera Ucrania ha definido aún.
Para conseguir que Rusia se siente en la mesa de negociación inexistente a la que Occidente le exige que acuda, se han acabado ya los escasos incentivos que Estados Unidos fue capaz de ofrecer y que se limitaron al posible retorno de las empresas estadounidenses -algo que beneficiaba fundamentalmente a Washington- y una hoja de ruta presentada por Steve Witkoff que estuvo sobre la mesa apenas unos días. Aunque en ese momento fue evidente que se trataba de la propuesta más favorable que el Kremlin iba a obtener, ya que implicaba el reconocimiento estadounidense -aunque no europeo- de la soberanía de Crimea y el levantamiento de las sanciones -estadounidenses, no europeas-, esas concesiones tenían la contrapartida de tener que aceptar las garantías se seguridad tal y como las está planteando Ucrania, es decir, con presencia militar de la OTAN en el territorio. Consideraba excesivamente prorrusa, la propuesta, supuestamente final, fue sustituida por la presentada por Kiev y las capitales europeas, aún más inviable.
En ese rápido cambio jugó un papel importante Keith Kellogg, enviado de Trump para Ucrania y que en las últimas horas parece haber recuperado de forma notoria su labor de lobby ucraniano. Coincidiendo con el ataque ucraniano de ayer, el general realizó una aparición en Fox News, una forma de dirigirse públicamente al presidente de Estados Unidos por medio de su canal preferido. “la oportunidad de desafiar a Rusia. Pueden hacerlo con mayor decisión. Y cuentan con los sistemas de armas necesarios para ello. Nunca pidieron tropas estadounidenses. No necesitan soldados estadounidenses sobre el terreno. Pero lo que realmente necesitan son armas, capacidades y la autoridad para usarlas. Si lo consiguen, será fantástico. Será bien recibido”, afirmó Kellogg. “La situación es ambigua. A veces se les otorga parte de la autoridad, a veces no. Y creo que todos deberían prestar mucha atención a lo que dice el presidente. Él es el comandante en jefe según la Constitución, y todos obedecen sus decisiones. Si el presidente dice «izquierda», entonces vamos a la izquierda. Si dice «derecha», entonces vamos a la derecha. Así que, cuando el presidente dice que hay que hacer algo, simplemente hay que hacerlo y llevarlo a cabo”, añadió para responder a la pregunta de si Ucrania dispone de permiso para utilizar las armas estadounidenses a su disposición actualmente o en el futuro tras las adquisiciones de los países europeos de la OTAN.
Las palabras de Kellogg suenan a advertencia a aquellos sectores que, desde su postura de halcones antichinos y partidarios de centrar todos los recursos en la contención del verdadero oponente, abogan por buscar un acuerdo con Rusia en busca del final de la guerra de Ucrania. Aunque sin mencionar su nombre, no es difícil ver en las palabras de Kellogg un mensaje a Elbridge Colby, número tres del Pentágono y encargado del diseño de las cuestiones políticas del Departamento de Defensa (ahora Departamento de Guerra según Donald Trump). Colby ha sido durante estos meses la persona a la que se ha apuntado cuando el Pentágono tomaba medidas como suspender el envío de armas clave a Ucrania o ha insistido en la necesidad de priorizar regiones ajenas a Europa.
En su discurso, el general Kellogg mencionó las palabras de JD Vance, cuyo cambio de opinión es aún más llamativo que el de Trump. Parte del sector cercano a Donald Trump Jr., que en el pasado ha realizado declaraciones muy negativas hacia Ucrania, el vicepresidente Vance fue la persona que provocó el incidente del Despacho Oval acusando a Zelensky de ingratitud y de jugar con la tercera guerra mundial. Sin embargo, en su aparición del domingo en News, Vance admitió que Estados Unidos se plantea seriamente vender a los países europeos Tomahawks que serían posteriormente enviados a Ucrania. Con alcance de 1.500 millas, los Tomahawks son la nueva arma milagrosa que exige Zelensky y con la que ha amenazado, no a Rusia en general, sino al Kremlin en particular. Sueño imposible incluso durante la administración Biden, incluso los halcones más radicales, como el exministro de Asuntos Exteriores de Lituania Gabrielius Landsbergis, consideraban hasta ahora conseguir ese tipo de misiles como una posibilidad muy remota, pero una petición que, por si acaso, merecía la pena. Conscientes de que con Donald Trump las posiciones no tienen por qué ser permanentes, los halcones buscan aprovechar el tiempo y empeorar aun más la situación sobre la base de la máxima del cuanto peor, mejor.
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