lunes, 14 de abril de 2025

Trump sepulta los mitos del libre comercio y de la globalización


Raphael Machado, Jornal Puro Sangue

Cuando afirmamos el año pasado que la elección de Trump sería más disruptiva para la hegemonía global liberal, los emocionados nos acusaron de “trumpistas”, “neocons” y más una torrente de improperios.

Pero continuamente, las decisiones trumpistas en política interna confirman nuestra evaluación. De hecho, hoy diría que Trump está siendo más disruptivo de lo que podría haber imaginado en 2024.

Recuerdo aquí, por cierto, que cuando se anunció el cierre de la USAID, los miembros de la “izquierda emotiva” (que simplemente no puede aceptar que Trump era una opción más disruptiva que Biden) vinieron corriendo a decir, en tonos divinatorios, que los recursos de la USAID serían, simplemente, reubicados.

No. Esta semana realmente se confirmó el cierre de la USAID y que el dinero volvería al presupuesto, sin ninguna previsión específica de seguir aplicando el mismo dinero de la misma manera a través de otros programas y organismos. Es claro que los EEUU seguirán proyectando su influencia alrededor del mundo, siempre lo han hecho. Pero uno de los principales brazos de esa proyección se ha cerrado y el presupuesto para ese tipo de actividad ha disminuido significativamente. Ahora, la iniciativa privada será aún más relevante en este campo.

Así que, en la economía, el propio hecho de que Trump ensaye un regreso al “Sistema Americano” de Hamilton, con una política comercial basada en tarifas arancelarias que busca proteger y potenciar la industria nacional, ya es un gran logro.

Y esto por una razón simple: desde la Segunda Guerra Mundial, los EEUU se han convertido en los paladines del libre comercio. Crearon el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) a través del cual presionaban a otras naciones a reducir sus barreras arancelarias para los productos del Bloque Atlántico.

Más significativamente, los EEUU pusieron su peso detrás de un establishment académico económico que prácticamente relegó todas las teorías y escuelas económicas antiliberales a la categoría de “heterodoxia”. Esto se ramificó en el financiamiento de think tanks liberales alrededor del mundo, incluyendo Brasil, donde estos think tanks ya están completamente inmersos en la política y en la producción cultural.

El GATT se convirtió en la Organización Mundial del Comercio en el auge del momento unipolar, cuando, tras la declaración de la “Nueva Orden Mundial” por parte de George Bush y el Consenso de Washington, se creía que el mundo estaba a las puertas del “Fin de la Historia”, cuando todas las naciones del mundo se integrarían indistintamente en un caldo cósmopolita atomizado, en el que los flujos de capital, bienes y personas serían perfectamente libres.

Durante todo este período, era Washington quien impulsaba acuerdos de libre comercio en todo el mundo, como el malhadado NAFTA y varios otros que, evidentemente, perjudicarían a las economías de los países que los aceptaran.

Sin embargo, las declaraciones públicas del vicepresidente Vance van exactamente en sentido contrario y específicamente en el sentido de que, en la práctica, el libre comercio también ha sido perjudicial para los EEUU, especialmente por la desindustrialización provocada por las Reaganomics y por el ascenso de Estados que, en lugar de libre comercio, han recurrido a todas las herramientas de impulso gubernamental posibles e imaginables.

Desde el momento en que el corazón del sistema comercial libre cambia hacia atrás y decide imponer tarifas aduaneras a gran parte del mundo, transformando esto en su principal estrategia económica, necesariamente se debe prestar atención al hecho de que se ha perdido la fe en los mitos del libre comercio, especialmente en la ilusión de las “ventajas comparativas”.

Pero la “revolución trumpista” es aún más profunda y afecta directamente a la globalización.

En lugar de un mundo cada vez más integrado, Trump (independientemente de sus intenciones) está fracturando aún más la comunidad internacional. Su antieuropeísmo ha creado la mayor distancia histórica entre EE.UU. y Europa desde el periodo de De Gaulle y la Crisis de Suez, mientras que Japón, asustado por Trump, se está acercando a China.

Trump está remodelando el mundo de acuerdo a sus propios intereses (que hoy involucran “reducir costos” y “controlar pérdidas”), pero la consecuencia es que los países deberán apoyarse cada vez más en sus propios vecinos y en las potencias de sus regiones, así como buscar otras referencias y otros socios muy lejos de los EEUU.

El mundo post-Trump estará mucho más cerca del nomos planetario de los Grandes Espacios previsto por Carl Schmitt, donde, en lugar de una cosmópolis mundial, tendremos bloques civilizacionales y continentales estrechamente asociados y orientados hacia adentro.

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