Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
lunes, 7 de abril de 2025
Entre el colapso y la ofensiva
Nahia Sanzo, Slavyangrad
La guerra continúa su curso a la espera de si el proceso de negociación que Estados Unidos dirige por medio del diálogo separado con Rusia y Ucrania prospera hacia un alto el fuego más claro que el incumplido compromiso mutuo de no atacar infraestructuras energéticas. En Donbass, las últimas horas han constatado avances rusos en dos batallas urbanas, la eterna lucha por Chasov Yar y el intento de volver a expulsar a las tropas ucranianas de Toretsk. Aunque limitados, hay también avances de las tropas de Moscú en dirección a Krasny Liman, última ciudad perdida en la ofensiva relámpago ucraniana del otoño de 2022 en el frente del este. Aunque con menos intensidad y una batalla limitada, se perciben también movimientos en el frente central, la parte de Zaporozhie en la que el Dniéper no es un factor y donde Ucrania aspiró en 2023 a romper el frente en dirección a Crimea. A principios de la semana pasada, se constataba que Rusia había capturado la pequeña localidad de Lobkovo, un avance con cierta importancia simbólica al tratarse de la última localidad capturada en la contraofensiva ucraniana que las tropas rusas aún no habían recuperado.
Más al norte, consecuencia de lo ocurrido durante las últimas semanas en Kursk, las circunstancias también han cambiado notablemente para Kiev en Sumi. “Durante ocho meses, esta región rural fronteriza sirvió de escenario para una sorprendente ofensiva ucraniana que permitió a Kiev apoderarse de una gran extensión de territorio ruso que esperaba intercambiar algún día por tierras ucranianas ocupadas. Pero una retirada gradual y luego un rápido contraataque ruso han empujado en las últimas semanas a la mayoría de las tropas ucranianas fuera de la región rusa de Kursk, perdiendo Ucrania su única moneda de cambio territorial justo cuando el presidente Donald Trump presiona por un acuerdo para poner fin a la guerra”, escribía el fin de semana The Washington Post en un artículo en el que expresa preocupación por la actividad militar rusa, que no puede calificarse de ofensiva y que no está tratando de ocupar territorio, pero que está fijando ahí tropas ucranianas dedicadas a la defensa que no pueden ser trasladadas a zonas más calientes del frente.
A esos pequeños avances territoriales hay que añadir la constante actividad aérea a ambos lados del frente. Los ataques mutuos con drones a lo largo del frente y de la frontera no se han detenido en ningún momento y pese a la clara reducción de los bombardeos rusos la semana pasada, Rusia ha atacado con misiles dos ciudades en los últimos días. Ayer, el objetivo fue la ciudad de Kiev, atacada con once misiles balísticos en blancos militares. El viernes, un misil causó la muerte de 18 personas en Krivoy Rog, ciudad natal de Volodymyr Zelensky, en un ataque ampliamente condenado al causar nueve víctimas menores de edad. Aunque Ucrania lo niega, Rusia afirma que el objetivo era una reunión de altos cargos militares. “También hay informes de fuentes ucranianas de que había una gran reunión en este restaurante y vehículos militares estacionados cerca de él”, escribió el académico ucraniano-canadiense Ivan Katchanovski. Tras ese episodio, el presidente ucraniano apeló a Estados Unidos a dar una respuesta contundente que, según denunciaba ayer, no se ha producido. “Desgraciadamente, la reacción de la embajada americana es desagradablemente sorprendente: un país tan fuerte, un pueblo tan fuerte… y una reacción tan débil”, se lamentó ayer el presidente ucraniano, que exige que el bombardeo sea condenado y que apela a Estados Unidos a defender a la infancia ucraniana.
Las circunstancias políticas y militares del momento están dando lugar a dos tendencias de opinión completamente opuestas. Por una parte, comienzan a proliferar en los grandes medios occidentales artículos que, basándose en las esperanzas de que se convenza a Trump de que es Vladimir Putin quien obstaculiza la paz y dirija toda su ira contra Rusia, anuncian el próximo inicio de una política de máxima presión contra Moscú. “Putin está dando largas al asunto y no parece darse cuenta de que no está en posición de exigir nada. Rusia es increíblemente débil, tanto económica como militarmente, lo que significa que en estas negociaciones, Trump tiene todas las cartas”, escribe el lobista del American Enterprise Institute Marc Thiessen, que a partir de las opiniones del neocon Institute for the Study of War anuncia nuevamente que la economía rusa está al borde del colapso. “Putin está ahora en un verdadero lío. El presidente de Estados Unidos, si se decepciona, podría ser una bestia peligrosa”, presagia basándose en sus esperanzas de que prosperen iniciativas inviables de sanciones secundarias como las propuestas por Lindsey Graham o por el coronel del ejército británico retirado Tim Collins en un artículo publicado por The Telegraph.
La esperanza es lo último que se pierde y los más optimistas desean una política de incremento de sanciones para lograr lo que esas medidas no han conseguido hasta ahora, destruir la economía rusa, que sigue creciendo pese a las señales de recalentamiento. Como reconoce el último informe de RUSI (Royal United Services Institute), la política industrial rusa ha conseguido, aunque en parte a costa de recortes en otros sectores importantes, aumentar significativamente la producción de defensa. Las sanciones occidentales, que tenían como uno de sus principales objetivos hacer imposible que Rusia pudiera mantener su producción militar, están lejos de conseguir lo que buscaban. Pese a esa certeza y a los datos que se aportan en diferentes estudios, que constatan que, incluso con pérdidas, Rusia dispone de más material del que disponía antes de la invasión de Ucrania, el dogma del ejército desarmado perdura entre quienes confunden sus deseos con la realidad. “Para conservar sus menguantes suministros de blindados, Putin ha recurrido a lo que los ucranianos llaman «asaltos de carne»: lanzar oleada tras oleada humana de soldados rusos contra las posiciones ucranianas, dejándose abatir a tiros hasta que los ucranianos se quedan sin munición y tienen que retroceder”, escribe Thiessen presentando a un ejército que actúa como una horda humana, pero que, aun así, sigue avanzando, algo que el comentarista conservador no consigue explicar.
La segunda tendencia mediática, completamente contradictoria a quienes no dejan de soñar con el colapso de la economía rusa o con el agotamiento de su ejército, ve señales de ofensiva. “Rusia prepara una ofensiva para abril. Reservas bien equipadas llevan más de un mes preparándose en los campos de entrenamiento”, afirmó en una entrevista la pasada semana un representante de la Tercera Brigada de Asalto de Andriy Biletsky. Antes, Associated Press había publicado ya un artículo sobre los supuestos movimientos ofensivos de la Federación Rusa. “Las fuerzas rusas se preparan para lanzar una nueva ofensiva militar en las próximas semanas para maximizar la presión sobre Ucrania y fortalecer la posición negociadora del Kremlin en las conversaciones de alto el fuego, dijeron el gobierno ucraniano y analistas militares”, escribía el artículo, que citaba al mayor Viktor Trehugov, que explicaba que “los rusos han estado bastante agotados durante los últimos dos meses. Durante 10 días de marzo, hicieron una especie de pausa”. A mediados de marzo, coincidiendo con el final de la contraofensiva de Kursk, algo que el militar no menciona, los avances en la zona de Pokrovsk-Krasnoarmeisk, que Ucrania ha fortificado y donde ha enviado reservas para resistir a toda costa, se reanudaron. “Esto significa que los rusos simplemente se han recuperado”, añade, dando por hecho que habrá más acciones ofensivas.
En realidad, ningún dato indica que se estén produciendo grandes movimientos de tropas, imprescindible en caso de aspirar a acciones ofensivas más amplias. Una gran ofensiva rusa es tan improbable como el colapso con el que siguen soñando lobistas, articulistas y representantes de Ucrania y de la Unión Europea. E incluso el aumento del contingente ruso que denuncia el jefe adjunto de la Oficina del Presidente de Ucrania, cuando afirma que Rusia pretende ampliar “su agrupación en Ucrania en 150.000 soldados en 2025, el equivalente a unas 15 divisiones de fusileros motorizados”, una cifra posiblemente exagerada con la que Ucrania quiere argumentar que Moscú no desea la paz, puede entenderse como una forma de preparación de la paz armada que previsiblemente siga al conflicto.
Ucrania no esconde que busca aumentar el tamaño de su ejército como fuerza de disuasión, a la que aspira a añadir una presencia significativa de tropas occidentales, una medida a la que Rusia no puede permitirse no responder de la misma manera. Ayer mismo, Zelensky anunciaba su reunión con los enviados militares de Francia y el Reino Unido, que continúan preparando su plan de despliegue de un contingente occidental que tendría presencia en Ucrania tras un acuerdo de alto el fuego. “Hay avances tangibles y detalles iniciales sobre cómo se podría desplegar un contingente de seguridad asociado”, escribió Zelensky sobre los contactos con dos de sus aliados preferidos, con los que puede negociar tal y como espera, sin dar voz ni voto a la Federación Rusa, que ha de acatar incondicionalmente lo que Kiev proponga.
No hay, por el momento, ningún indicio de esos tangibles progresos de una misión militar sobre la que pesan muchas dudas. Un informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos publicado este fin de semana, por ejemplo, recomienda que no se hable “en ningún caso de «fuerza de paz», dado que una de sus funciones sería responder a una potencial violación rusa de un alto el fuego”, algo para lo que un contingente europeo sin apoyo estadounidense no estaría equipado. El think-tank propone tres diferentes ideas para un contingente “de disuasión” -no de paz ni siquiera de mantenimiento de la paz- diferenciados por tamaño (10.000, 25.000 y 60.000-100.000 soldados). Todas las opciones implicarían botas sobre el terreno, pero también presencia naval y aérea, aspecto en el que Starmer y Macron siguen tratando de obtener las garantías de Estados Unidos. Según constata IISS, los países europeos solo podrían ocuparse de las necesidades aéreas de la primera opción, la del continente más pequeño, que no sería capaz de hacer frente a la aviación rusa. En los dos casos más ambiciosos, Francia y el Reino Unido requerirían de la participación directa de Estados Unidos. El resultado tangible del que habla Zelensky es la negociación de unos términos que no dependen exclusivamente de Ucrania, Francia y el Reino Unido, sino que se verán determinados por el proceso de negociación dirigido por Washington y que, pese a las exigencias de Kiev y de Bruselas, deberá obtener la aprobación tanto de Rusia, sin cuya firma no puede haber alto el fuego, como de Estados Unidos, que deberá aportar las garantías de seguridad que exigen Starmer y Macron.
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