Este es tu casco, esta es la bayoneta de tu abuelo, por favor, después de ti.
Andrea Zhok. Arianna Editrice
En el primer volumen de los “Cuadernos de la cárcel”, Gramsci dedica un extenso y justificadamente famoso análisis a la naturaleza de la clase intelectual y su función. Escribe:
"Los intelectuales tienen la función de organizar la hegemonía social de un grupo y su dominación estatal, es decir, el consenso dado por el prestigio de la función en el mundo productivo y el aparato de coerción […] para aquellos momentos de crisis de mando y dirección en los que el consenso espontáneo entra en crisis"Si un estudioso quisiera buscar un ejemplo preclaro de esta función de los intelectuales en la Italia contemporánea, no podría encontrar mejor ejemplo que el artículo de Antonio Scurati, aparecido hoy en las páginas de Repubblica, titulado: “¿Dónde están ahora los guerreros de Europa?” (con la palabra ‘guerreros’ subrayada en cursiva).
El texto es admirable, porque la tarea asignada por los comisarios era sin duda de una complejidad extraordinaria.
La situación que el intelectual está llamado a abordar es crítica.
Por razones inconfesables, la cadena de mando europea desea hoy impulsar una ‘monstruosa’ sangría de recursos públicos en nombre de la seguridad y el rearme.
Aunque aturdidos por reality shows, talk shows y sustancias psicotrópicas —en orden decreciente de nocividad—, los ciudadanos europeos parecen manifestar cierta inquietud ante la aparición de este colosal pepino volando a baja altura.Como vacas enviadas al matadero, una sospecha indefinida empieza a provocar algunos bramidos de desaliento; al fin y al cabo, cuando se les explica que no hay recursos para el TAC, que para las pensiones la manta es corta, pero que para las bombas de racimo la inventiva financiera no tiene límites, hasta los menos avispados empiezan a sospechar que les están tomando el pelo.
Esta es la difícil circunstancia en la que están llamados los superpoderes de los intelectuales que nos ocupan.
El objetivo es hacer atractivo, fascinante y razonable el monstruoso aumento del gasto público con fines militares.
Y hay que hacerlo para un electorado que, en algún rincón de su mente, todavía alberga la idea de ser ‘socialmente orientado’, a veces incluso ‘de izquierda’ (o ‘medio-progresista’, como se definía en su momento el Duque Conde Balabam…).
Y, no sólo eso, también hay que explicar por qué aquello de lo que hasta ayer se presumía como “valor fundacional del sueño europeo”, es decir, el horizonte de paz europeo debe convertirse ahora en carrera armamentística y preparación para una guerra venidera.
La tarea es difícil, pero ¿hemos hecho estudiar a nuestro Antonio para nada? Y, en efecto, el resultado es notable, a veces asombroso.
El texto comienza con un ataque extremadamente violento contra Donald Trump, descrito como “un traidor a los amigos, a los aliados y, sobre todo, a los valores seculares de su nación”.
En el cierre del texto encontramos una inyección de recuerdo de este objeto polémico con
la despreciable brutalidad exhibida en estas horas en la televisión mundial por el Presidente de los Estados Unidos de América.Entre estos dos extremos se desarrolla el discurso, que comienza evocando hábilmente la inevitabilidad de la perspectiva de un enfrentamiento bélico:
“la defensa militar de Europa contra una eventual y futura agresión, por desgracia cada vez más probable (y que ya se está produciendo)”.Nótese la progresión: la agresión militar contra Europa en el espacio de una frase pasa de ‘eventual’, a ‘futura’, a ‘cada vez más probable’ y finalmente a “ya se está produciendo”.
Llegados a este punto, el escenario está preparado:
Europa está sola porque el asiento del Gran Aliado está momentáneamente usurpado por un traidor, y al mismo tiempo el agresor está a las puertas. ¿Qué hacer?Aquí el texto da lo mejor de sí. Se centra inmediatamente en el punto crucial.
En cuanto a la producción industrial de guerra, hay problemas, pero gracias a Dios, la tía Úrsula pondrá providencialmente una mano en ello (no podemos esperar a que haga un contrato plurianual con Lockheed vía mensaje de texto, en su inimitable estilo).
Pero el verdadero problema angustioso de Europa es “la falta de GUERREROS”. El término que marca el tono de todo el artículo es “guerreros”, que aparece en el título y se repite estratégicamente no menos de siete veces.
No soldados de infantería, no soldados, no contratistas, sino “guerreros”. La referencia a las “virtudes guerreras” de los antepasados es la clave de lectura de todo el texto, que tiene su centro en la siguiente frase:
Para hacer la guerra, aunque sólo sea una guerra defensiva, hacen falta armas adecuadas, pero también sigue existiendo, terca, intratable, terrible, la necesidad de hombres jóvenes (y mujeres, si se quiere) capaces, listos y dispuestos a usarlas. Es decir, hombres resueltos a matar y morir.Naturalmente, simpatizamos con la vergüenza de Scurati al tener que decidir si escribir inclusivamente ‘uominə’, y si enviar mujeres al frente a morir debe considerarse una idea progresista, o hasta qué punto.
Pero vergüenzas aparte, el sentido de la caída es simple: se necesita gente dispuesta a matar y a morir. Y en esto Scurati tiene toda la razón al dudar de que el clima cultural europeo sea especialmente proclive a una propuesta de este tipo.
Este es el punto de partida de la oratoria apologética, cuya clave reside en el contraste entre ‘bienestar’ y ‘guerra’.
¿Qué ha sido de todos esos soldados?, dice Scurati, lanzando una mirada nostálgica a los buenos tiempos de las guerras mundiales, pero enseguida traduce la frase por “¿Qué ha sido de todos esos guerreros?”. Y aquí la diatriba se convierte en panegírico: “A lo largo de los siglos, esta tierra nuestra ha sido una roca euroasiática poblada por guerreros feroces, formidables, orgullosos y victoriosos”.
Y aquí galopa entre Maratón y el Piave, entre Homero y Ernst Jünger, con una tesis fundamental que ofrecernos: “La guerra de nuestros antepasados europeos no fue sólo el dominio de la fuerza, fue también la génesis del sentido”.
Este es el verdadero golpe de genio del texto.
El escritor, tras lamentar que las generaciones actuales sean reacias a matar y sobre todo a morir, tras constatar la ininteligibilidad para la mayoría del clásico “Dulce et decorum est pro patria mori”, explica al lector que es la guerra misma la ‘génesis del sentido’.
Es decir: no es que tengas que ver un sentido en morir en la guerra, es que, yendo a morir en la guerra, nacerá en ti el sentido de lo que haces.
Palabra de Scurati.
Después de presentar la batería completa del elogio de las virtudes guerreras, de la apelación a los antepasados guerreros e invictos, y de la muerte en la batalla como génesis del sentido (‘¡Viva la Muerte!’, como gritaban los falangistas), pasa a la necesaria operación complementaria, es decir, a desacreditar las blandas comodidades de la vida civilizada.
Y es aquí donde encontramos auténticas perlas de ingenio como la idea de que el sinsentido de la Segunda Guerra Mundial habría provocado “una irónica desgana, un melancólico desencanto del mundo” del que nace el progreso de posguerra, pero es un “avance regresivo hacia formas de vida que extienden a todas las edades los amorosos cuidados reservados a la infancia o, incluso, los privilegios embrionarios de protección y alimentación. Esto es la civilización: el gran útero exterior”.
Traducción: progreso social que sí, lo hubo, quién puede negarlo, pero fue un ‘avance regresivo’ (premio oxímoron del siglo). En ese ‘avance regresivo’ nos ha ablandado el exceso de comodidades del bienestar (del que -alabado sea siempre- Monti, Draghi y demás medio-progresistas ya han pensado en quitarnos en parte).En definitiva, el bienestar es una fase de infantilización, una regresión intrauterina, de la que, ¡oh juventud europea, es hora de despertar!
Si las cosas van como él espera, Scurati será nuestro Giovanni Papini; ese Papini que escribió en Lacerba en octubre de 1914 un artículo titulado “Amiamo la guerra”: «Necesitábamos, al final, un baño caliente de sangre negra después de tantos baños húmedos y tibios de leche materna y lágrimas fraternales.Quizás me he detenido demasiado en este texto, pero su naturaleza extremadamente insidiosa creo que lo requería. Es un texto insidioso porque mezcla elementos descriptivamente reales con una falsa interpretación como Judas.
Lo cierto del texto es que muy pocos en la Europa actual estarían dispuestos a “arriesgar su vida por los demás” y a “morir por su país”. Personalmente, comparto la opinión de que esto no es un signo de salud espiritual.
El hecho de que pocos piensen que tienen algo, cualquier cosa, por lo que estarían dispuestos a morir no es un signo de fortaleza sino de extrema debilidad espiritual.
Salvo que la lectura que Scurati hace de este hecho es totalmente falsa.
No es de la Segunda Guerra Mundial de donde surge una juventud afectada por “la desgana irónica y el desencanto melancólico”, sino del triunfo de la organización neoliberal de la sociedad desde mediados de los años setenta. El “ablandamiento” no se produjo en la era del bienestar, sino en la de su progresiva destrucción.
Nunca es la guerra la génesis del sentido; la guerra puede consolidar y enriquecer el sentido, si y en la medida en que se perciba como sentido aquello por lo que se muere en la guerra.
Y hoy, nadie en su sano juicio quiere morir por los valores de Soros, por las órdenes de von der Leyen, por el buen retiro de Borrell en su jardín.La conclusión es simple queridos Scurati, queridos lectores de Repubblica, queridos von der Leyen:
habéis destruido sistemáticamente todo sentido de pertenencia, histórico, cultural, territorial, durante décadas, porque no era suficientemente moderno y globalizado; habéis desmantelado toda identificación con los destinos colectivos y toda solidaridad, porque la competencia es lo primero; habéis cultivado obstinadamente el peor individualismo autorreferencial, porque eso es la libertad de mercado; habéis roto las espaldas de las familias, las comunidades, las lealtades personales, porque eran “conservadoras y retrógradas”; habéis destruido cualquier valor sustituyéndolo por un precio; y ahora, después de sembrar el nihilismo durante dos generaciones, ¿os quejáis porque no encontráis mano de obra dispuesta a morir por vuestro híbrido y por aparcar en la ZTL*?Este es tu casco, esta es la bayoneta de tu abuelo, por favor, después de ti.
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Ver también:
- El colapso del Imperio. La OTAN está muerta
Kit Klarenberg. 16/03/2025 - El nudo europeo
Enrico Tomaselli. 15/03/2025 - Los medios occidentales intentan explicar el fracaso de Ucrania en Kursk
Lucas Leiroz. 13/03/2025 - La «autonomía estratégica» europea y la guerra proxy
Nahia Sanzo. 11/03/2025
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