Una mirada no convencional al modelo económico neoliberal, las fallas del mercado y la geopolítica de la globalización
viernes, 21 de marzo de 2025
Negociación a varias bandas
Nahia Sanzo, Slavyangrad
“El presidente Donald Trump parece mucho más dispuesto a llegar a un acuerdo de paz en Ucrania que el presidente ruso Vladimir Putin. Esa es la conclusión obvia de la llamada de dos horas del martes entre los dos líderes”, escribía ayer en The Washington Post uno de los columnistas estrella del medio, David Ignatius. “No creo una sola palabra de lo que Trump y Putin dicen sobe Ucrania”, titulaba en The New York Times Thomas Friedman, que en septiembre de 2023, en un viaje de 72 horas en las que no salió de Kiev, comprendió todo lo que necesitaba saber del país y del conflicto. “Ucrania es un país que cambiará las reglas del juego para Occidente, para bien o para mal, dependiendo del resultado de la guerra. Su integración algún día en la Unión Europea y en la OTAN constituiría un cambio de poder que podría rivalizar con la caída del Muro de Berlín y la unificación alemana”, escribió entonces el articulista sin ninguna noción de la hipérbole.
Tres años después del inicio de una guerra cuya causa fundamental es una reliquia de la Guerra Fría, la OTAN, que perdió su razón de ser con la desaparición de la Unión Soviética, los abusos de la historia para justificar la postura actual siguen estando a la orden del día. “Como escribía recientemente Monica Duffy Toft, profesora de política internacional en la Universidad de Tufts, en Foreign Affairs, «el panorama geopolítico actual se parece especialmente al del final de la Segunda Guerra Mundial» porque «las principales potencias están intentando negociar un nuevo orden mundial principalmente entre ellas, de forma muy parecida a como lo hicieron los líderes aliados cuando redibujaron el mapa del mundo» en Yalta”, afirmaba ayer The New York Times, sin caer en la cuenta de que el mundo unipolar del momento actual, el rearme de unas potencias europeas contra otras y la guerra en una zona periférica del continente se asemeja más a los años que derivaron en la Primera Guerra Mundial que al contexto político, geopolítico o militar tras la Segunda.
La analogía aparece estos días en los medios tanto para describir las potenciales y catastróficas consecuencias de un posible abandono o derrota de Ucrania como para negar que se haya producido ningún avance. “En resumen, no fue una versión telefónica de Yalta, a pesar de la algarabía que precedió a la llamada. Puso más de relieve las diferencias que los acuerdos. Y esta primera ronda confirmó lo que los servicios de inteligencia me habían predicho: que Putin no ha renunciado a su deseo de dominar Kiev. Espera ganar en las negociaciones lo que no ha podido en el campo de batalla”, sentenciaba, sin especial interés por analizar los hechos más allá de su capa más superficial, David Ignatius.
La conversación telefónica de más de dos horas mantenida por Vladimir Putin y Donald Trump, segunda entre los dos líderes, había creado unas expectativas prácticamente imposibles de cumplir. El hecho de que se produjera tras una reunión extensa del presidente ruso con Steve Witkoff, enviado de la Casa Blanca para Oriente Medio y posiblemente la persona más importante en la negociación Estados Unidos-Rusia, apuntaba a que podría producirse algún tipo de anuncio. Días antes, en una comentada reunión en Arabia Saudí, Ucrania y Estados Unidos habían pactado un alto el fuego de 30 días que exigían que Moscú aceptara. Como Kiev y sus aliados europeos no se habían cansado de repetir, la Federación Rusa debía acatar la orden de alto el fuego temporal sin un plan establecido para proceder a una negociación con la que trabajar para la conclusión de la guerra de forma incondicional.
Ucrania y los países europeos preparaban el terreno para insistir en la falta de voluntad rusa en caso de que Vladimir Putin no anunciara su aceptación del alto el fuego durante su conversación con Trump o en la debilidad rusa si Moscú aceptaba cumplir un cese temporal de la violencia según unos términos en cuya negociación no había participado. A esas dos opciones, los medios occidentales afines a la causa ucraniana habían añadido una tercera opción: que la negativa de Putin a acatar las órdenes fuera una prueba más de la debilidad de Donald Trump por el presidente ruso, evidencia de que Donald Trump ha cambiado de bando, está dispuesto a abandonar a Ucrania o que está dispuesto a llegar a un acuerdo bilateral con Vladimir Putin en el que Ucrania y la Unión Europea sean convidados de piedra en la escenificación de su abandono por parte de su principal aliado.
“Trump fracasa en su intento de que Putin detenga los disparos”, titulaba Político, que añadía que “Rusia insiste en unas condiciones para poner fin a la guerra que suponen el fin de la Ucrania democrática, y ha seguido la llamada de Trump con un asalto a Kiev”. El medio no se molestaba en explicar cómo va a desaparecer la Ucrania democrática a causa de los términos que finalmente se anunciaron y prefiere evitar añadir que los ataques aéreos de la noche posterior fueron mutuos y también Ucrania atacó infraestructuras energéticas en la Federación Rusa. El artículo prefería centrarse en la incapacidad de Trump para lograr su objetivo, batido por el astuto Vladimir Putin, uno de los temas recurrentes en los artículos que han analizado los resultados de la conversación entre los dos presidentes.
La Casa Blanca y el Kremlin anunciaron, por medio de comunicados en los que eran notables algunas diferencias, que se proponía un alto el fuego parcial, específicamente en las infraestructuras energéticas. Además de eso, los comunicados hablan de trabajar en busca de una tregua en el Mar Negro y en favorecer la libertad de navegación. El tipo de alto el fuego y la hipotética inclusión del mar en él hacen el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia más similar a la propuesta que Kiev llevó a Yeda -alto el fuego aéreo y marítimo, pero no terrestre- que la que Ucrania se vio finalmente obligada a aceptar.
A lo largo de los siguientes días, Rusia había trabajado para volver a insertarse en la negociación sin alienar, molestar o ofender a Donald Trump, evitando así ser vista como un obstáculo para la paz. Pese a ciertas similitudes con la propuesta ucraniana, el acuerdo entre el Kremlin y la Casa Blanca cuenta también con un importante aspecto en el que Rusia ha insistido, que el alto el fuego sea un primer paso en un camino establecido para llegar a una negociación final en la que se busque resolver el conflicto y sus causas subyacentes. La negativa rusa a aceptar incondicionalmente un alto el fuego de 30 días, que tras la derrota ucraniana en Kursk, no habría sido una muestra de debilidad y habría dado tiempo a Rusia -y también a Ucrania- para trasladar unidades al frente de Donbass, responde al intento de evitar la repetición de los errores del proceso de Minsk. Aquellos siete años dejaron claro que el alto el fuego es inviable sin un marco político que lo sostenga. Solo la continuación hacia una negociación directa o mediada entre Rusia y Ucrania puede hacer posible un verdadero alto el fuego.
El acuerdo de propuesta de alto el fuego parcial anunciado tras la conversación entre Donald Trump y Vladimir Putin es también el reflejo de la naturaleza de la guerra. Ucrania se vio obligada a aceptar la propuesta presentada por la Casa Blanca pese a ser contraria a lo que había manifestado durante semanas, que no podía haber alto el fuego sin garantías de seguridad. La dependencia ucraniana del suministro de armamento y, sobre todo, de la inteligencia estadounidense, detenido precisamente para presionar a Kiev, hacía imposible para Ucrania negar la voluntad de su principal patrón. Rusia no está económicamente aislada como esperaba Occidente, pero está sola en términos militares. Rusia ha de proporcionar por sí misma, ya sea por medio de producción propia o adquisición comercial, el material necesario para la guerra. Esa autonomía y la capacidad manifiesta de Rusia de dotar a su ejército del material necesario para continuar luchando dan a Rusia una resistencia de la que Ucrania carece. No hay un proveedor principal que tenga la capacidad de dar a Moscú la orden de continuar luchando o de detener la guerra, como sí ocurre con Kiev, incapaz de librar la guerra sin el apoyo de Estados Unidos. El resultado de la conversación telefónica y la modificación de la propuesta de alto el fuego son el reflejo de esa situación.
Ayer, Donald Trump informó a Volodymyr Zelensky del contenido de la llamada a Vladimir Putin en una conversación que el presidente de Estados Unidos, que sigue insistiendo en que ha puesto el conflicto en el camino de la paz, calificó de excelente. La reacción ucraniana a la contrapropuesta rusa -o rusoestadounidense- ha sido exactamente la misma que la rusa tras la proposición ucranianoestadounidense, continuar negociando. A lo largo del día de ayer, en el que se confirmó que se ha realizado ya el intercambio de 350 soldados (175 por 175), en el que Rusia ha incluido, como gesto de buena voluntad, a otros 22 soldados ucranianos gravemente heridos, Ucrania introdujo nuevas propuestas, una lista de infraestructuras que deben ser incluidas en la lista de objetivos a los que ha de aplicarse el alto el fuego parcial. Sin embargo, a la hora de la verdad, Ucrania no pudo sino acatar las órdenes y mostrar su voluntad de cumplir con el acuerdo mutuo de no atacar instalaciones energéticas. Para entonces, Trump había introducido un elemento más. Además de las riquezas minerales de Ucrania, Estados Unidos también está interesado en el suministro eléctrico de Ucrania. Trump afirmó que “Estados Unidos podría ser de gran ayuda en la gestión de esas plantas”. “La propiedad estadounidense de esas plantas podría ser la mejor protección para las infraestructuras y apoyo a las infraestructuras energéticas de Ucrania”, sentenció. Evidentemente, el presidente de Estados Unidos no se refiere a las centrales eléctricas destruidas, sino a aquellas que siguen en pie, es decir, las centrales nucleares de la era soviética.
Las conversaciones, tanto la que busca consolidar un alto el fuego temporal como la que pretende avanzar hacia una negociación política, continúan. La próxima reunión entre Rusia y Estados Unidos se producirá el próximo domingo, 23 de marzo, en Arabia Saudí, cuando probablemente reaparezca nuevamente la analogía de Yalta.
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