Tom Barrack, que heredó lo que los agentes británicos habían logrado en Medio Oriente, parece soñar con más, con seguir los pasos del secretario colonial británico Churchill
Hosni Mahli, Al Mayadeen
Tras los éxitos que cree haber logrado en sus relaciones con los líderes sirios, turcos y libaneses, para que acaten órdenes, instrucciones o, como mínimo, recomendaciones del presidente de Estados Unidos Donald Trump, quien lo nombró embajador en Ankara y, al mismo tiempo, su enviado especial en Siria y Líbano, Thomas Barrack quiso demostrar a su amigo que podía hacer más que todo esto en la región, y quizás más que el secretario Kissinger.
Al recordar sus estrechas y entrelazadas relaciones de más de 20 años con los gobernantes del Golfo, especialmente con los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Qatar, actores clave en todas las crisis de la región, particularmente Siria e Irak, Barrack se dirigió la semana pasada a Bagdad para transmitir a sus funcionarios lo que el inquilino de la Casa Blanca quería decirles a todos.
La visita se produjo después del anuncio oficial de los resultados de las elecciones parlamentarias, que confirmaron una vez más el liderazgo chiita en el panorama político de Irak, a pesar de los intentos de sus enemigos internos, regionales y externos de obstaculizarlo con métodos secretos y abiertos.
A la cabeza de estos métodos se encuentran las campañas mediáticas y los esfuerzos por dividir las filas chiitas, en contraste con esfuerzos similares de los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Qatar, Jordania y Turquía para unificar las filas sunitas, después de que fracasaran los intentos de unificar las filas kurdas representadas por el Partido Democrático del Kurdistán, liderado por la familia de Masoud Barzani, cercana a Ankara, Washington y las capitales occidentales.
