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domingo, 23 de febrero de 2025

Se escribe Occidente, hoy se lee Uccidente (*)

(*) Juego de palabras con el término Occidente y el verbo italiano “uccidere”, que puede traducirse como “matar”, “asesinar”

Diego Fusaro, Posmodernia

Si se quisiera expresar con la potencia inmediata de la imagen la condición del actual Occidente a merced del nihilismo y, para decirlo à la Hegel, de la «furia del desaparecer» (Furie des Verschwindens), no habría otra obra más adecuada a la que remitirse que a La Parábola de los ciegos (1568) de Pieter Bruegel.

Como sabemos, el cuadro de Bruegel traduce en imágenes la parábola evangélica (Mt 15, 14) del ciego que guía a otro ciego: «son ciegos que guían a ciegos. ¡Y cuando un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en un hoyo!”. La superación acéfala, irreflexiva y totalmente miope de los límites y de la justa medida, a la que se acompaña el falso mito del crecimiento infinito y de la destrucción de los entes en su integridad, alimenta, en el tiempo de la «noche del mundo”, una condición análoga a la plasmada por Bruegel, en la que la humanidad, siguiendo ciegamente a los falsos ídolos y a los falsos guías de la sociedad del fanatismo del mercado -ellos mismos ciegos-, se precipita en el abismo. La pérdida del marco de valores, el olvido del Ser, la desacralización del mundo, la furia de la voluntad de poder ilimitadamente empoderadora constituyen hoy la constelación heterogénea, pero no por ello menos unitaria en su significado, dentro de la cual se consuma la decadencia de Occidente, su ruinoso y ciego caminar hacia el despeñadero.

La interpretación de Occidente como «tierra del ocaso» se presenta, en efecto, como un auténtico τόπος (tópos –lugar-) literario ya arraigado en nuestra civilización desde hace algún tiempo. Al Oriente como la tierra de la aurora (ex oriente lux) se suele contraponer el Occidente como condición crepuscular. Aún más claro que nuestras lenguas, donde también se da la conexión con el «ocaso» (occasum), resulta el idioma alemán, que llama a Occidente Abendland, literalmente «tierra de la noche«.

El tema, ya claramente desarrollado por Nietzsche mediante la mise en forme de las categorías decadencia y nihilismo, sólo se convierte en un leitmotiv popular con la publicación -entre 1918 y 1922- de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler, profundo estudio que, no sin un cierto dilettantismo, tiene el doble mérito de transformar la cuestión en un horizonte de sentido (si no compartido, ciertamente discutido en todas las latitudes) y de reflexionar sobre las causas y sobre las modalidades en que se manifiesta este declive de nuestra civilización. Al margen de los múltiples aspectos intrínsecamente problemáticos y no compartibles del análisis spengleriano (in primis su percepción de la democracia misma como síntoma de la decadencia y el análisis superficial, cuando no farragoso, de las condiciones socioeconómicas), no se puede negar el mérito de su obra.

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