José Pablo Feinmann, Página 12
No hay nada peor que una guerra civil. Los coterráneos son los seres que más se odian cuando se entremeten en un conflicto armado. Estados Unidos puede dar testimonio de la veracidad de tal afirmación. El Norte y el Sur llevaron a cabo, entre 1860 y 1865, una guerra feroz, sanguinaria. La excusa fue la esclavitud. El Norte quería abolirla. El Sur conservarla. El Norte quería obreros libres para sus industrias. El Sur, esclavos para sus plantaciones de algodón y tabaco. El Norte sabía, siguiendo el ejemplo de Inglaterra, que sólo el valor agregado que la industria añadía a los productos del suelo establecía un valor superior. El monocultivo sureño conducía al atraso. El industrialismo del Norte era el ariete que abría las puertas del progreso. Así, todo indicaba que el Sur quería esclavos para cosechar la tierra. Y el Norte obreros para sus industrias. Esto entusiasmaría a los socialistas europeos, todos partidarios del Norte. De esta forma, Marx y Engels envían cartas alentadoras a Lincoln. Si el Norte triunfa será un país autónomo, industrial. Si lo hace el Sur hundirá a la nueva nación surgente en el atraso, en la sumisión a Inglaterra, de donde continuará importando sus productos manufacturados a cambio de algodón y tabaco extraído por manos esclavas.