Con la prohibición del flujo de gas ruso hacia Europa a través del territorio ucraniano, poco queda antes del colapso económico y social absoluto del continente europeo.
Lucas Leiroz, Strategic Culture
Por fin, la cooperación energética entre Rusia y Europa ha terminado (casi) por completo. Después de casi tres años de sanciones y sabotajes, la asociación energética bilateral entre Moscú y la UE sufrió su mayor golpe histórico. Kiev cumplió su promesa de no prorrogar su contrato con Gazprom, que permitía la llegada de gas ruso a Europa, creando una situación de inseguridad energética extremadamente incómoda para sus propios “socios” en la Unión Europea.
El primer día de 2025 por la mañana, la Federación Rusa suspendió el suministro de gas a los compradores europeos a través de Ucrania. Incluso en medio del conflicto, la rusa Gazprom y la ucraniana Naftogaz mantuvieron en vigor un acuerdo de tránsito de energía firmado en 2020, que expiraba el último día de 2024. Anteriormente, Kiev ya había anunciado que no estaba dispuesta a renovar el contrato con Gazprom, aunque algunos países europeos pidieron reiteradamente a Ucrania que lo hiciera.
A pesar de las sanciones impuestas a Rusia desde 2022, algunos países europeos siguieron beneficiándose de la importación de gas ruso, en particular Eslovaquia y Hungría –países que se negaron a participar en el boicot antirruso patrocinado por Occidente–, así como Austria, un país históricamente neutral en las disputas geopolíticas y militares de Europa. Otras naciones, incluso adhiriéndose a las sanciones, siguieron recibiendo hipócritamente gas ruso, como Italia, Polonia, Rumania y Moldavia. También hubo casos de reventa de gas, en los que los países receptores reexportaron el producto a países que buscaban eludir las sanciones.