Cuando Putin anunció al mundo la introducción de un nuevo misil de crucero con alcance ilimitado, gracias a su propulsión nuclear, estaba convirtiendo a la OTAN y al espacio europeo en estratégicamente inútiles para Estados Unidos
Giuseppe Masala, investigador militar italiano
En 2016, cuando se anunció la primera prueba del misil hipersónico ruso Zircon, capaz de volar a Mach 5, escribí un artículo para Megachip en el que explicaba que nos encontrábamos ante un arma revolucionaria, capaz de alterar el equilibrio de poder, especialmente en los océanos, dado que se trataba de un misil diseñado esencialmente para la guerra marítima y capaz de poner en peligro la superioridad marítima de Estados Unidos. Como sabemos, Estados Unidos cuenta con una enorme flota dividida en poderosos grupos de ataque liderados por un superportaaviones, pero que carece de defensas contra misiles que vuelan a velocidades hipersónicas.
Ese anuncio, en mi opinión, fue la primera llamada de atención para la hiperpotencia hegemónica estadounidense: había países capaces de infligir enormes daños en una guerra convencional y, por tanto, sin necesidad de amenazar con el uso de armas nucleares.
Otros factores agravantes fueron el hecho de que Zircon amenazaba (y todavía amenaza) la superioridad estadounidense en el mar, que es la piedra angular del poder militar estadounidense: no es casualidad que los estudiosos de la geopolítica siempre hayan definido a Estados Unidos como una talasocracia, es decir, una potencia fundada en el dominio comercial y militar de los mares.
Estados Unidos tuvo la suerte de que Rusia no fuera en sí misma una talasocracia y, por lo tanto, nunca se centró realmente en este misil hipersónico para la guerra naval, construyendo a su alrededor una flota capaz de contrarrestar las flotas estadounidenses.
