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viernes, 22 de septiembre de 2017

Antoni Domènech, socialista sin partido

Alejandro Nadal, La Jornada

El domingo 17 de este mes el mundo intelectual sufrió la pérdida del gran pensador Antoni Domenech (1952-2017). A muy temprana edad se unió a la resistencia antifranquista desde la clandestinidad y toda su vida luchó por la democracia republicana y la justicia en el mundo. Autor de obras como El eclipse de la fraternidad y fundador de la revista Sinpermiso, su trabajo abarcó un vasto horizonte temporal y engloba temas cuyos vínculos no respetan el corte tradicional de las ciencias sociales. Por eso su mirada abarcó la teoría política, la ética, la lingüística, la filosofía política, la teoría económica y desde luego la historia. Sólo Antoni Domènech podía construir los caminos analíticos capaces de penetrar ese laberinto sin perderse. Es imposible rendir el tributo que merece su trabajo en este espacio.

Una de las características de la obra de Antoni Domènech (AD) es la demolición de las grandes falsificaciones históricas que tanto han distorsionado el pensamiento político de nuestro tiempo. Las falsificaciones históricas son procesos relacionados con lo que AD llamó mutaciones semánticas, cambios en el significado de palabras y conceptos a lo largo del tiempo que terminan por deformar nuestra percepción de procesos históricos. Las mutaciones semánticas no siempre son espontáneas y más frecuentemente surgen de errores analíticos o tergiversaciones deliberadas y mal intencionadas ligadas al revisionismo histórico de mercenarios intelectuales o peritos en mentir como les llamaba AD. Desde la Revolución francesa, hasta la gran crisis financiera del 2007, pasando por el surgimiento del fascismo y otros lances históricos, el análisis de AD fue desmantelando incansablemente esas grandes mentiras.

Una de las falsificaciones históricas de mayor envergadura que Domènech desmanteló brillantemente es la que concierne a la democracia. El tema arranca en la Revolución francesa, con la distorsión que el revisionismo histórico construyó alrededor de la figura de Maximilien Robespierre. El mensaje clave de esta distorsión es que la Revolución francesa habría sido una revolución burguesa y que los frutos de esa lucha, en especial la democracia y la Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano, de 1789, serían la aportación de la burguesía y no de una revolución conducida por las clases trabajadoras del pueblo.

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