Anne Irfan, +972 Magazine
Más de medio siglo después de que Israel comenzara la ocupación de la Franja de Gaza, cada vez hay más indicios de que está utilizando su ofensiva militar actual para remodelar el territorio por completo.
El 30 de octubre +972 publicó un documento oficial del Ministerio de Inteligencia de Israel que recomendaba expulsar por completo a todos los palestinos de Gaza al desierto del Sinaí. Tras recibir informaciones de que el Gobierno israelí presionaba a Egipto para que aceptara buena parte de la población de Gaza, el primer ministro Benjamin Netanyahu confirmó en una reunión del partido Likud que estaba procurando activamente “transferir” a los palestinos fuera de la Franja. El llamamiento a la expulsión en masa, que ya ganaba partidarios en la derecha israelí antes del 7 de octubre, encuentra cada vez mayor aceptación en el discurso dominante en Israel.
Los ataques a la infraestructura de Gaza y a la población civil parecen corroborar estos planes. El comisionado general de UNRWA, Philippe Lazzarini, ha declarado que por primera vez desde su creación hace 74 años, la agencia es incapaz de cumplir su mandato en Gaza. Algunos analistas sostienen que las acciones de Israel en Gaza ahora constituyen domicidio: la destrucción masiva y deliberada de casas con el objetivo de hacer una zona inhabitable.
La cifra de víctimas mortales palestinas desde el 7 de octubre ya supera el número total de muertos en todas las operaciones israelíes anteriores en la Franja en este siglo. En el momento de escribir estas líneas las fuerzas israelíes han matado a más de 22.500 palestinos en Gaza, el 70% de ellos mujeres y niños; más de 51.000 personas han sido heridas, y casi 1,9 millones de personas, la inmensa mayoría de la población de la Franja, han sido desplazadas.
Mientras defiende sus acciones en Gaza, argumentando que son necesarias, y niega las acusaciones de crímenes de guerra, el Gobierno israelí define su guerra en términos existenciales. La incursión de Hamás el 7 de octubre fue uno de los ataques más mortíferos contra Israel en la historia de la nación. Por primera vez desde 1948 las fuerzas israelíes perdieron temporalmente el control del territorio dentro de la Línea Verde, mientras Hamás mataba a más de 1.200 israelíes, hería a más de 5.000 y secuestraba a unas 240 personas, la mayoría de ellas civiles. El impacto en la psique israelí y el consiguiente trauma colectivo han sido profundos.
Aprovechando estos sentimientos, el Gobierno israelí, con el amplio apoyo de la opinión pública, ha planteado el ataque a Gaza como una batalla por la supervivencia. El ministro de Defensa Yoav Gallant sentenció: “Se trata de ellos o nosotros”, y calificó el asalto por tierra y aire de “guerra por la existencia de Israel como una nación judía próspera en Oriente Próximo”. Netanyahu lo ha bautizado “la segunda guerra de independencia”.
Sin embargo, las grandilocuentes declaraciones chocan con el hecho de que Gaza, por lo menos a primera vista, no es más que un puntito diminuto en el mapa. ¿Cómo se ha convertido un territorio tan pequeño –que comprende menos del 1,5% de la Palestina histórica y es más pequeño que la mayoría de ciudades de EEUU– en el epicentro de una lucha nacional, regional y global de enorme importancia?
Para cualquiera que esté familiarizado con la historia de la Franja de Gaza esta circunstancia no es ninguna sorpresa. De hecho, en los últimos 75 años Gaza siempre ha estado en el meollo de la historia palestino-israelí. Todas las cuestiones principales de la lucha palestina –desposeimiento, ocupación, levantamiento, autonomía y combatividad– están condensadas en este enclave costero. Por eso, trazar la historia de la Franja a través de estos hitos puede aclarar el momento presente y ayudar a explicar el trasfondo de la crisis actual.
Desposesión y exilio
Como en sus orígenes era una ciudad portuaria en el Mediterráneo oriental, Gaza cuenta con una larga historia como centro de actividad comercial con una ubicación estratégica clave para Oriente Próximo, el norte de África y el sur de Europa. Pero la “Franja” de 40 kilómetros que conocemos hoy es consecuencia directa de la Nakba.
En virtud del Plan de Partición de la ONU de 1947, el 55% de Palestina iba a destinarse a un nuevo Estado judío; el 45% restante incluía la ciudad de Gaza y una superficie importante del suroeste de Palestina que se extendía hasta el desierto del Naqab/Néguev. En realidad, claro está, Palestina iba a enfrentarse a un destino muy diferente. En mayo de 1948, tras meses de violencia y expulsiones, el líder de la Agencia Judía, David Ben-Gurión, declaraba establecido el Estado de Israel, sin especificar sus fronteras. Para el año siguiente, las fuerzas israelíes se habían apoderado del 78% de Palestina.
Los acontecimientos de la Nakba formaron la Franja de hoy en día tanto en términos territoriales como demográficos. Egipto, que se había unido a otras naciones árabes para declararle la guerra a Israel en 1948, firmó un acuerdo de armisticio con su nuevo vecino del norte en febrero de 1949. El armisticio establecía las fronteras actuales de la Franja de Gaza –una extensión de terreno significativamente más pequeña que la que había determinado la ONU en 1947–, que quedaba bajo administración egipcia.
Por su parte, la creación del Estado israelí desplazaba y expulsaba a la fuerza al menos a tres cuartas partes de la población palestina, lo que generó 750.000 refugiados palestinos. Si bien este éxodo transformó la demografía de todo el Levante, ningún sitio recibió más refugiados per cápita que la Franja de Gaza. Contaba con unos 80.000 habitantes antes de la Nakba, y para finales de los años cuarenta había acogido a más de 200.000 refugiados y triplicaba la población de la zona. La alta densidad de población de la Franja en el siglo XXI, de la que dos tercios son descendientes de aquellos primeros refugiados, se remonta directamente al impacto de la Nakba.
Para los cientos de miles de palestinos que vivían en Gaza en esa época la vida se caracterizaba por el empobrecimiento y las penurias generalizadas. Tanto los refugiados como los lugareños gazatíes habían perdido sus tierras de labranza y propiedades a manos del nuevo Estado israelí y a todos se les arrebató el conjunto de la economía palestina con el que habían interactuado hasta entonces.
Los ocho campos de refugiados recién creados para acoger a miles de personas a lo largo de la Franja solían estar abarrotados, además de ser insalubres y tremendamente incómodos. Y aunque la respuesta humanitaria internacional tendía a centrarse en los refugiados, muchos de los propios gazatíes originales se encontraban igual de empobrecidos; algunos incluso habían sido desplazados, aun dentro de la misma Franja.
El comienzo de la historia de la Franja de Gaza condensa la entidad palestina además de la desposesión. En plena Nakba, en 1948, Gaza albergó el Consejo Nacional Palestino, que proclamó la formación del Gobierno de Toda Palestina, una idea de los líderes nacionalistas exiliados y el primer intento de forjar un Gobierno palestino en el exilio, aunque fuese bajo protección egipcia. En muchos sentidos, se trataba de los últimos coletazos de las antiguas élites palestinas, que fueron perdiendo relevancia tras la guerra de 1948.
Perseverancia y entidad
Decididos a regresar a las casas y pueblos que les habían arrebatado, muchos refugiados palestinos cruzaban la frontera a hurtadillas en los años posteriores para reunirse con sus seres queridos, recuperar pertenencias, cuidar de sus cultivos o sencillamente para volver a ver sus antiguas casas. A medida que continuaba el exilio, los fedayines (milicianos) palestinos también cruzaban la frontera cada vez más a menudo para tender emboscadas en Israel.
Como Israel no distinguía entre los diversos tipos de cruce, cualquiera que entrase desde Gaza, o desde cualquier territorio árabe, era considerado un “infiltrado” e inmediatamente le disparaban y lo deportaban o lo mataban si conseguían atraparlo. Se calcula que entre 2.700 y 5.000 palestinos perdieron la vida de esta manera en los años posteriores a la Nakba.
Simultáneamente, también aparecieron señales de perseverancia e incluso florecimiento cultural en Gaza después de la Nakba. En 1953, por ejemplo, albergó una exposición del pintor e historiador del arte Ismail Shammut (nacido en Lod y expulsado al campo de refugiados Jan Yunis en 1948), que posteriormente se calificaría de la primera exposición artística contemporánea de Palestina.
Gaza también dio varios poetas destacados en este periodo, entre ellos Mu’in Bseiso, Harun Hashim Rashid y May Sayegh. Los tres fusionaban temas culturales, sociales y políticos en sus obras, reflejando la naturaleza ineludiblemente politizada de la vida en Gaza. Bseiso y Sayegh también eran activistas declarados en organizaciones políticas, el primero como comunista y la segunda como líder de la división de mujeres del partido Ba’ath.
Entretanto, Gaza se iba convirtiendo en un núcleo de actividad fedayín. Los fedayines pertenecían a una generación más joven que la de las figuras tras el Gobierno de Toda Palestina y solían proceder de entornos más pobres; muchos vivían en campos de refugiados y les movía su experiencia directa de desplazamiento y desposesión.
Khalil al-Wazir, destacado líder que organizó operaciones fedayines en esta época, es un ejemplo de este arquetipo. Al-Wazir había sido expulsado de su ciudad natal, Ramla, en 1948 y entonces vivía en el campamento de Bureij. A mediados de los años cincuenta, conoció a un ingeniero civil que venía de Egipto llamado Yasser Arafat, y ambos conectaron debido al compromiso que compartían con la lucha palestina. Aunaron fuerzas con Salah Khalaf, otro refugiado de Gaza de 1948, y pasaron a fundar al-Fatah, el partido que dominó la política palestina durante el resto del siglo XX.
A pesar de su separación del resto de Palestina, no obstante, Gaza permaneció íntimamente vinculada al resto del mundo en las décadas de los cincuenta y sesenta. Se integró en la política solidaria anticolonialista del Sur Global, sobre todo después de que Gamal Abdel Nasser llegara a la presidencia de Egipto en 1954 y mencionara habitualmente la causa palestina como la clave para su liderazgo panárabe.
En consecuencia, esta época vio a figuras destacadas del anticolonialismo visitar la Franja, entre ellos el Che Guevara en 1959, Jawaharlal Nehru en 1960 y Malcolm X en 1964. Los tres acudieron a campos de refugiados cuando estuvieron allí, subrayando la importancia de los refugiados palestinos en la política de la Franja y las aspiraciones nacionales.
Aun así, este periodo no fue uno de liberación para los palestinos. Seguían viviendo como un pueblo apátrida bajo control egipcio, primero ejercido por la monarquía autocrática apoyada por el Reino Unido hasta 1952 y luego por el régimen de los Oficiales Libres que llegaría a dominar Nasser.
Los gobernadores militares egipcios seguían a cargo de la Franja y, aunque Nasser apoyaba verbalmente la causa palestina, no era partidario del activismo nacionalista que pudiera competir con su propia autoridad. De modo que, aunque el pueblo de Gaza se vio temporalmente liberado del régimen israelí que les arruinaría la vida en años venideros, su realidad estaba lejos del Estado independiente soberano por el que habían luchado en vísperas de los acontecimientos de 1948.
Ocupación y asentamientos
Aunque siempre se menciona 1967 como el punto de partida de la ocupación israelí, la Franja de Gaza ya había sufrido un interludio de lo que iba a llegar una década antes. A finales de octubre de 1956 Israel invadió y ocupó la Franja como parte de un ataque conjunto a Egipto con el Reino Unido y Francia, a raíz de que Nasser nacionalizara la Compañía del Canal de Suez. El ejército israelí invadió la Franja y se enfrento a muchos de los refugiados palestinos que había expulsado hacía apenas unos años.
Aunque aquella primera ocupación israelí solo duró cuatro meses –terminó por orden del presidente de EEUU, Dwight Eisenhower, que amenazó con sancionar a Israel si se negaba a retirarse–, los investigadores han descubierto pruebas de aquella época que señalan que Israel planeaba alargar la presencia en la Franja e incluso levantar asentamientos judíos. Cuando el ejército israelí reconquistó Gaza una década después, en junio de 1967, reanudaron dichos planes y dieron comienzo a la ocupación militar más larga de la historia moderna.
El nuevo régimen tuvo un impacto convulsivo inmediato en las vidas de los palestinos en Gaza. Pasaron a estar sometidos a la legislación militar israelí, con frecuentes registros, interrogatorios y arrestos. Las fuerzas israelíes reprimieron con dureza el nacionalismo palestino –tanto armado como no violento– y a sus figuras destacadas las detuvo, las deportó o las hizo desaparecer. Muchos activistas palestinos fueron expulsados o huyeron, y los que se quedaron se vieron habitualmente retenidos en detención administrativa, sin juicio ni cargos. Las deportaciones israelíes continuaron hasta avanzados los años setenta, con más palestinos expulsados a la fuerza a Cisjordania, el Sinaí y Jordania.
Si bien la ocupación se impuso tanto en Cisjordania como en Gaza, desde el principio las políticas de Israel no eran las mismas en ambos territorios. Las autoridades israelíes veían en la Franja un motivo de especial preocupación, pues consideraban que las elevadas cifras de refugiados, la alta densidad de población y la pobreza la hacían más susceptible al radicalismo.
Por consiguiente, los líderes israelíes elaboraron una serie de políticas en esta época diseñadas para reducir la población de Gaza desmantelando sus campamentos e incitando la emigración a gran escala. Adoptaron diversas estrategias para conseguir esto último, como intentar pagar a los gazatíes para que emprendiesen una nueva vida en las Américas o mermar la calidad de vida en la Franja hasta tal punto que la gente se viera obligada a marcharse. El rechazo generalizado a cooperar entre los refugiados supuso que Israel no tuviera mucho éxito en sus intentos.
Paralela y paradójicamente, la imposición del mando israelí supuso que Gaza y Cisjordania –las dos partes de Palestina que Israel no se apropió en 1948– se reunificaran bajo una misma fuerza. En consecuencia, aquellos en Gaza pudieron restablecer el contacto con sus familiares y amigos en Cisjordania, así como con los que se encontraban dentro de Israel, y viceversa. Un aspecto crucial fue que los refugiados también pudieron visitar las casas y pueblos que habían perdido por primera vez desde la Nakba, aunque muchos encontraron que sus casas estaban destruidas o que los israelíes que entonces vivían en ellas no les dejaban entrar.
A diferencia del bloqueo y los cierres del siglo XXI, los palestinos en Gaza tenían cierta libertad de movimiento en esta época; la frontera que separaba Israel y Gaza era relativamente porosa y tanto palestinos como israelíes podían cruzarla con bastante facilidad. De hecho, era habitual que los palestinos trabajaran en Israel, y muchos de ellos aprendieron a hablar hebreo con soltura en consecuencia. Los israelíes también visitaban Gaza por sus precios más baratos para ir de compras, sus excelentes mecánicos y su famoso marisco.
Sin embargo, el libre movimiento en esta época distaba mucho de ser un intercambio entre iguales. Los obreros palestinos que trabajaban en Israel eran apátridas no nacionales, lo que significaba que gozaban de pocos derechos y básicamente constituían mano de obra barata. Gaza también suponía un mercado cautivo para los bienes israelíes, lo que asfixiaba el desarrollo económico de la propia Franja. Pero tal vez lo más significativo fue que el solapamiento cada vez mayor trajo consigo el establecimiento de asentamientos israelíes ilegales por toda Gaza –llegaron a alcanzar los 21– que desplazaron a muchos palestinos de nuevo al expropiar sus tierras para hacerles hueco a los colonos judíos, todos amparados bajo la continua ley marcial.
Levantamiento y negociaciones
Transcurridos veinte años de la ocupación israelí, había toda una generación de palestinos que habían crecido sin conocer nada más. Para finales de los ochenta los asentamientos israelíes se extendían y hasta prosperaban mientras que los palestinos seguían siendo apátridas empobrecidos. La invasión del Líbano y el asedio de Beirut a manos de Israel en 1982, la masacre de Sabra y Shatila ese mismo año, el fracaso de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el giro a la derecha de la política israelí que siguió al ascenso al poder del Likud en 1977 contribuyeron a aumentar la indignación palestina.
Gaza, que estaba sufriendo las formas más severas de desposesión y control militar, se convirtió en la cuna de lo que quizás fuese el levantamiento palestino más importante del siglo pasado: la Primera Intifada.
La llama prendió en diciembre de 1987, cuando un vehículo del ejército israelí se estrelló contra un coche palestino en la Franja de Gaza y mató a cuatro personas; tres de ellos vivían en el campamento de Jabalia, que albergaba a refugiados expulsados de los pueblos al sur de Palestina durante la Nakba. Aunque las autoridades israelíes insistían en que la colisión había sido accidental, muchos palestinos se mostraban escépticos dada la experiencia generalizada de brutalidad y desinformación por parte del ejército.
El consiguiente levantamiento terminó extendiéndose por toda la Franja y Cisjordania. Adquiriendo el aspecto en gran medida de una campaña de desobediencia civil en masa para forzar el fin de la ocupación, la Primera Intifada vio a los palestinos negarse a pagar los impuestos establecidos por Israel, boicotear los bienes israelíes y abandonar los trabajos que ofrecían patronos israelíes. Se caracterizó también, e inmortalizó simbólicamente, por la imagen de jóvenes palestinos lanzando piedras a los soldados, tanques y otros vehículos militares israelíes. Pero se toparon con una represión israelí despiadada que se recrudeció aún más después de que el entonces ministro de Defensa, Yitzhak Rabin, ordenase al ejército “romperles los huesos” a los que protestaban.
La Primera Intifada conmocionó a muchos israelíes y les quitó la idea de que la ocupación era razonable y hasta benéfica. Por eso está reconocida como un factor esencial que dio lugar a las primeras negociaciones directas entre israelíes y palestinos.
Casi un año después del levantamiento, en noviembre de 1988, el presidente de la OLP, Yasser Arafat, anunció la decisión de la organización de reconocer a Israel, renunciar a la lucha armada y aceptar la solución de los dos Estados, con un futuro Estado palestino que abarcaría la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este como su capital. Tres años después, la Conferencia de Paz de Madrid abrió las vías para las conversaciones diplomáticas entre la OLP e Israel con esta imagen en mente.
En septiembre de 1993 Rabin, a estas alturas el primer ministro de Israel, estrechó la mano de Arafat en los jardines de la Casa Blanca cuando ambos firmaron los Acuerdos de Oslo. Según lo dispuesto en Oslo, Israel se retiraría de partes de Cisjordania y Gaza para allanar el camino a una autonomía palestina limitada. En la práctica, los Acuerdos de Oslo modificaban la estructura de la ocupación israelí sin terminar realmente con ella, lo que suscitó críticas de algunos palestinos que señalaban que esos términos no hacían sino adaptarse a su subyugación.
De nuevo, la Franja de Gaza desempeñaba un papel fundamental en el proceso de Oslo. En una medida conocida como “Primero Gaza”, la Franja se convirtió en un punto clave para la autonomía provisional palestina. En 1994 Arafat –que llevaba viviendo en Túnez desde que la OLP fuera expulsada del Líbano en 1982– regresó a Gaza, donde había nacido su padre. Desde allí ejerció de primer presidente de la recién creada Autoridad Palestina (AP), supuestamente una entidad provisional diseñada para durar cinco años previa a las “negociaciones de estatus permanente” y la creación de un Estado palestino completamente independiente.
Paradoja y desilusión
Los años de Oslo fueron una época paradójica para Gaza. Por un lado, el periodo se caracterizó por la esperanza de que el nuevo acuerdo trajese por fin paz y prosperidad. Se ensalzaba a Gaza internacionalmente como un futuro “Singapur en el Mediterráneo” que iba a atraer inversiones y ayuda exterior; en 1998, el aeropuerto internacional Yasser Arafat abrió sus puertas en Gaza. Algunos habitantes de Gaza se beneficiaron de las consiguientes oportunidades de empleo y negocio, a medida que brotaban nuevos hoteles y restaurantes por toda la Franja.
Pero para muchos otros, la década de los noventa trajo consigo un deterioro de las condiciones económicas. Tras la Primera Intifada Israel empezó a instaurar nuevas medidas para restringir la libertad de movimiento palestina, entre ellas toques de queda nocturnos en toda la Franja desde 1988. Los toques de queda se levantaron cuando llegó la AP en 1994, pero por lo demás, los Acuerdos de Oslo no hicieron gran cosa por revertir las restricciones cada vez más draconianas que Israel imponía a la movilidad palestina.
El sistema de permisos de salida israelí, introducido en 1991, siguió en vigor, lo que significaba que ningún palestino que quisiera abandonar Gaza podía hacerlo sin un permiso emitido por el ejército (medida que no se aplicaba a los colonos judíos en Gaza, que seguían disfrutando de plena libertad de movimiento). A partir de 1998 cada vez era más difícil conseguir estos permisos, lo que complicaba a los palestinos trabajar en Israel, como muchos hacían antes.
La separación gradual de Gaza y Cisjordania, mediante prohibiciones a la libertad de movimiento entre las dos zonas, también limitó seriamente el comercio intrapalestino y los lazos económicos. Antes de 1993, el 50% de los bienes producidos en Gaza se comercializaban en Cisjordania; para finales de 1996, se había reducido al 2%. El Protocolo de París, que trataba las disposiciones económicas alcanzadas en virtud de los Acuerdos de Oslo, supuso que Gaza continuase siendo un mercado cautivo para los productos israelíes, lo que situaba a los negocios locales todavía en mayor desventaja.
Para empeorar las cosas, el sistema de los Acuerdos de Oslo no tardó en incumplir sus promesas políticas. Tras el magnicidio de Rabin a manos de un extremista israelí en 1995, Benjamin Netanyahu asumió el mando de Israel por primera vez y habló abiertamente de su objetivo de acabar con el proceso de Oslo. A medida que el Gobierno israelí continuaba ampliando la construcción de asentamientos tanto en Cisjordania como en Gaza, cualquier posibilidad de un Estado viable palestino se iba haciendo cada vez más remota.
Entretanto, la opinión pública israelí se mostraba cada vez más hostil ante las negociaciones porque los milicianos palestinos lanzaban ataques indiscriminados sobre civiles israelíes en los noventa. Los intentos tardíos de avanzar con las negociaciones de estatus permanente en Camp David en el año 2000 también resultaron insuficientes, pues la “Generosa Oferta” del primer ministro Ehud Barak escondía en su engañoso apelativo lo muy por debajo que quedaba de las exigencias mínimas de la OLP para una categoría de Estado viable.
Por otro lado, la AP, controlada por el partido al-Fatah de Arafat, pasó a ser conocida por muchos palestinos en los territorios ocupados por su corrupción, autoritarismo y colaboración con el Estado israelí. La hostilidad fue en aumento a medida que las élites de la AP parecían enriquecerse mientras la mayoría de palestinos de a pie seguían luchando por sobrevivir bajo el yugo de la ocupación. Tanto Gaza como Cisjordania vieron aumentar la hostilidad palestina hacia los líderes de la AP, pues los consideraban incompetentes, antidemocráticos y ajenos a la realidad.
Había un resentimiento especial por el papel protagonista que desempeñaba la AP en la represión de activistas y disidentes. Los palestinos en Gaza tuvieron que acostumbrarse a la presencia de las fuerzas de seguridad de la AP, que a menudo trabajaban en connivencia con el Estado israelí. Esta creciente desilusión que barría Gaza y Cisjordania iba a alimentar la Segunda Intifada, que estalló en Jerusalén en septiembre del 2000. El ambiente también proporcionó el caldo de cultivo necesario para que surgiese una fuerza política alternativa.
Combatividad y asedio
El islamismo en general, y Hamás en concreto, tienen un pasado particular en Gaza que procede en parte de la proximidad de la Franja con las bases de los Hermanos Musulmanes en Egipto. Creado como una ramificación de los Hermanos Musulmanes al comienzo de la Primera Intifada, Hamás rechazó el esfuerzo de la OLP por negociar con Israel y los consiguientes Acuerdos de Oslo. En su lugar, apostaron por una estrategia combativa contra Israel, con ataques indiscriminados que mataban a civiles israelíes además de a soldados.
Hamás se posicionaba como una alternativa auténtica a los colaboradores elitistas de la AP y destacaba la procedencia populista y arraigada de sus líderes, muchos de los cuales vivían en campos de refugiados en los territorios ocupados. El movimiento ganó sobre todo protagonismo, y notoriedad, por su empleo de atentados suicidas con bombas en los años noventa y durante la Segunda Intifada, que implicó una violencia considerablemente mayor que la primera.
En 2005, un año después de la muerte de Arafat, Hamás reclamó la victoria cuando el gobierno de Ariel Sharon desmanteló unilateralmente los 21 asentamientos de Israel en la Franja y sacó a 9.000 colonos israelíes del territorio… mientras al mismo tiempo redirigía los recursos del Estado a una mayor ampliación del proyecto de asentamiento en Cisjordania.
Aunque la AP trataba de ver en la retirada de Gaza una prueba del progreso de los Acuerdos de Oslo, la naturaleza unilateral hacía que el argumento fuese poco convincente. Es más, aunque el desplazamiento siempre se ha definido como una “desconexión”, en realidad Israel conservó el control total de las fronteras aéreas, terrestres y marítimas de la Franja. Por eso, la mayoría de juristas aseveran que Gaza continúa a día de hoy bajo ocupación israelí.
Poco después, Hamás anunció su sorprendente decisión de participar en las elecciones parlamentarias palestinas, tras una década de boicotearlas como parte de su postura anti-Oslo. El partido Cambio y Reforma de Hamás, que se presentaba dentro de una plataforma anticorrupción contra al-Fatah, obtuvo el 44% de los votos en las elecciones legislativas de 2006: una mayoría simple y no absoluta, como se suele señalar. (Es importante apuntar que Hamás no ganó las elecciones exclusivamente en Gaza; las elecciones se celebraron en toda Cisjordania y la Franja de Gaza. Mahmud Abás, sucesor de Arafat en el partido al-Fatah, fue elegido por separado presidente de la AP para un periodo de cuatro años en 2005).
El Gobierno liderado por Hamás, no obstante, recibió sanciones inmediatas de Israel y gobiernos occidentales, con la administración Bush a la cabeza. Tras semanas de enfrentamientos con al-Fatah, que intentaba recuperar el poder con el apoyo de EE. UU., Hamás se hizo con el control de la Franja de Gaza por la fuerza. En respuesta, Israel impuso un bloqueo total en toda la Franja que asfixió la economía con una medida que el Secretario General de la ONU calificó de castigo colectivo. Egipto apoya en gran medida el bloqueo, que deja a más de dos millones de palestinos atrapados en un pedacito de tierra diminuto y abarrotado.
Desde 2007, la historia de Gaza se ha caracterizado por una violencia continua. Los habituales ataques aéreos israelíes se acentuaron con campañas de bombardeo particularmente intensas en 2008-9, 2012, 2014 y 2021. Se vivieron nuevos episodios de violencia a lo largo de la “frontera” entre Gaza e Israel en 2018-19, cuando francotiradores israelíes abrieron fuego contra miles de palestinos que desfilaban hacia la valla que rodea la Franja durante la Gran Marcha de Retorno semanal, que exigía el fin del bloqueo y el cumplimiento del derecho de los refugiados a regresar.
Como Hamás y otros grupos paramilitares afincados en Gaza siguen lanzando ataques indiscriminados con proyectiles contra civiles israelíes, en contravención del derecho internacional, Israel justifica sus guerras despiadadas y las califica de medidas de defensa necesarias. Pero las campañas militares emplean constantemente una fuerza desproporcionada y son condenadas por los observadores internacionales y consideradas crímenes de guerra, en particular la guerra de 2014, que actualmente está siendo investigada por la Corte Penal Internacional.
Ahora que el número de muertos supera los 22.500 desde el 7 de octubre, la actual ofensiva militar de Israel en Gaza ya ha matado a más palestinos y ha destruido más infraestructura de la Franja que todos los ataques previos juntos desde 2007. Y lamentablemente, parece que la cifra va a seguir aumentando de manera significativa. Con buena parte de la Franja inhabitable y amenazas de otra expulsión en masa inminente, la desmesurada importancia de Gaza en la política palestina e israelí continúa, y su pueblo es el que está pagando el precio.
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Fuentes: Ctxt.es, Rebelión
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Anne Irfan es profesora de Estudios Interdisciplinarios de Raza, Género y Postcoloniales en la University College de Londres. También es la autora del libro Refuge and Resistance: Palestinians and the International Refugee System (Refugio y resistencia: Los palestinos y el sistema internacional de refugiados), publicado por Columbia University Press. Actualmente está escribiendo la historia de la Franja de Gaza.
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