Eric Nepomuceno, La Jornada
Brasil sigue ahogado en la creciente ola de coronavirus, que ya diezmó –oficialmente– más de 335 mil vidas. Estudios realizados por hospitales brasileños y avalados por especialistas, médicos y científicos, sin embargo, señalan un número más elevado: hasta el pasado viernes, los muertos serían 443 mil.
Menos de 5 por ciento de 5 mil 570 municipios brasileños tienen más de 443 mil habitantes. Con alrededor de 3 por ciento de la población mundial, Brasil tuvo hasta ahora 33 por ciento del total de víctimas fatales de Covid-19. En una sola jornada, la del 31 de marzo, el mundo registró 11 mil 769 decesos, 3 mil 869 de ellos en Brasil.
Y no hay señal de luz en el horizonte. Al contrario: varios especialistas advierten del alto riesgo de que se llegue a 500 mil muertos antes de que termine abril.
En marzo, el gobierno nacional entregó poco más de la mitad de dosis de vacunas que había anunciado. Y aún enfrenta dificultades para acelerar la importación tanto de ampolletas como de insumos para acelerar la fabricación local de inmunológicos.
Luego de ignorar ofertas de vacunas desde mediados del año pasado, cuando un ineficaz y torpe general activo del Ejército dirigía el Ministerio de Salud, ahora el gobierno brasileño corre en un vano intento de recuperar el tiempo perdido.
En medio de ese trágico y caótico escenario, la semana empezó con una seria crisis que sacudió al gobierno y terminó con el ultraderechista presidente Jair Bolsonaro enfrentado con las fuerzas armadas, en especial el Ejército.
Fuertemente presionado por el Congreso, Bolsonaro anunció el lunes el cese del ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Araujo, que no sólo aisló a Brasil en el escenario global cuando se indispuso con China e India, precisamente dos proveedores claves de inmunológicos. Fue, sin lugar a dudas, el peor ministro de la historia de la política exterior brasileña, que –hasta su llegada– era de las más respetadas.
Que Araujo sería destituido ya se esperaba, ante la rebelión en el Congreso exigiendo su cese. La gran sorpresa fue la manera truculenta en que, el mismo lunes, Bolsonaro fulminó a su ministro de Defensa, el general retirado Fernando Azevedo e Silva.
En reacción inmediata, los comandantes de las tres fuerzas renunciaron. Pese a eso, Bolsonaro los cesó, reforzando el malestar entre los militares activos.
A la hora de elegir a los nuevos jefes, otro impase: para la fuerza aérea y la Marina, ningún problema. Ya en el Ejército el escenario se tensó. El presidente quería uno de su confianza, pero el Alto Comando le envió una lista con tres nombres. El mencionado por Bolsonaro no estaba entre ellos. Presionado sin preámbulos, fue obligado a nombrar al general Paulo Cesar Nogueira, precisamente el estopín que hizo estallar la crisis y el cese del ministro de Defensa, general Azevedo e Silva.
Irritado con declaraciones de Nogueira a la prensa defendiendo medidas de aislamiento social y el uso de cubrebocas, Bolsonaro presionó al entonces comandante del Ejército, general Edson Pujol, para que sancionara al subordinado. Frente a la negativa de Pujol, presionó al entonces ministro de Defensa, que tampoco accedió.
Bolsonaro ya había presionado a ambos anteriormente, cuando les exigió declaraciones de condena a la iniciativa de la Corte Suprema de anular los juicios –probadamente manipulados– contra el ex presidente Lula, que le devolvieron la posibilidad de postularse a elecciones.
La semana terminó con un ambiente muy tenso e intenso en Brasil. Quedó claro que las reiteradas insinuaciones de Bolsonaro de que podría imponer medidas con respaldo de las fuerzas armadas carecen de base. Peor aún, el malestar entre los militares activos creció.
Tras el ridículo y criminal desastre que fue el paso del general Pazuello por el Ministerio de Salud, hay entre la alta oficialidad activa un fuerte rechazo a corroer aún más la ya debilitada imagen de las fuerzas armadas. No quieren ser identificados con un gobierno que, más que caótico, es responsable de un genocidio sin precedente.
Con participación decisiva para impedir que Lula contendiera en 2018, fueron cómplices de la elección de un desequilibrado sin remedio. Con miles de uniformados esparcidos por el peor gobierno de la historia de la República, muchos todavía activos, trataron de transmitir la idea de que serían el contrapeso al esperpento primate.
Fracasaron. Lo que no se sabe es qué harán a partir de ahora: ¿seguir intentando, con militares retirados esparcidos por el gobierno, controlar al monstruo que ayudaron a crear? ¿Los activos sabrán mantenerse a prudente distancia del demencial mandatario? ¿Tratarán de controlarlo?
Bolsonaro ya sabe que no cuenta con los altos mandos militares para el golpe que pretende. ¿Buscará otro tipo de respaldo?
Brazil ha sido la victima de una trampa de las democracias electoreras, con un improvisado presidente en el peor momento y sin poder corregir el error con el pretexto de que fue elegido y por tanto goza del derecho a dejar morir su pueblo sin ser cuestionado.
ResponderBorrarBolsonaro, un probable resultado del juego sucio electoral va camino de ser la mayor tragedia de su pueblo, iniciada con el golpe judicial a Dilma y la condena a Lula siendo inocente.
El pueblo no se lanzo a las calles y paga las consecuencias.